Los Que Tienen Sed

(Homilía Domingo 18o Ordinario, Año A)

Los griegos tienen una narración sobre un rey legendario de Frigia que se llamaba Midas. No era un hombre pobre, pero siempre deseaba más riquezas. Un día el dios Dionisio le ofreció un deseo. Pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Para comprobar su nuevo poder, quebró un ramo del árbol y se cambió en oro. Agarró una piedrita que igualmente se convirtió en el metal más valioso. Cuando empujó las puertas del palacio, también se hicieron en oro.

Seguro que iba a ser el hombre más rico del mundo, ordenó un banquete lujoso. Cuando tocó el gran jarro de vino, no podía levantarlo. Ya era puro oro. Al partió un pan, polvo de oro salió. Todo lo que tocó se cambió en oro sólido que no podía usar para nada. Todo el mundo, incluyendo a su señora e hijos, tenía miedo de acercarse a él.

En "Wall Street" (la Bolsa de Nueva York) se han realizado la leyenda del Rey Mida. Unos hombres - y mujeres - han ganado fortunas enormes. Sin embargo, hay que preguntarse si jamás saborearán riquezas adquiridas a tal precio - el empobrecer a sus co-ciudadanos.

No estoy aquí para analizar los escándalos actuales de Enron, WorldCom y Martha Stewart. Quisiera hacer una pregunta más profunda. ¿Por que - como el Rey Midas - quisiéramos tener riquezas que nunca podemos consumir?

La respuesta se encuentra en las lecturas de hoy. Isaías se dirige a "los que tienen sed." (55:1) No refiere a la sed ordinaria. Un vaso de limonada puede satisfacer aquel deseo.

Al contrario, tenemos un anhelo que ninguna cosa ni persona en este planeta puede calmar. Es muy raro. Mi perrito, a pesar de estar lleno de energía, se tranquiliza cuando alcanza ciertas cosas: comida, compañía, protección, etc. Pero no he encontrado un ser humano que estar tranquilo por mucho tiempo.

El filósofo y científico, Blas Pascal notó que el momento presente generalmente está doloroso para nosotros. Que siempre estamos pensando en tiempo en el futuro. Tratamos de arreglar el futuro par ser felices. Siempre nos preparamos para ser felices y por eso nunca somos.

Jesús conoce el alma humana. Cuando vio la muchedumbre, "se compadeció de ella." Les ofreció un sabor de una comida de sustancia. Tomó el pan, lo bendijo y lo partió. Lo hace esta mañana, usando las manos del sacerdote. Nos invita a una comida, no de esta tierra, sino del mundo que viene. Por eso puede cumplir nuestros anhelos sin limites.

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Versión Inglés

De los Archivos (Homilias Para Dieciocho Domingo, Año A):

2008: Vengan Por Agua
2005: ¿Por Qué Es Tan Rico Los Estados Unidos?
2002: Los Que Tienen Sed

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