Determinismo y Libertad

(Homilía Domingo 26o Ordinario, Año A)

Me gustan los programas sobre animales. Una parte de la diversión es nuestra tendencia de proyectar nuestras emociones y manías sobre esas criaturas que no sospechan nada. No obstante, unos programas se resbalan de diversión a filosofía. Sucede cuando dicen que hay que superar la “ilusión” que somos esencialmente diferentes que los animales. Permiten que somos mas complicados que delfines y chimpancés, pero insisten que, al final de las cuentas, impulsos irrazonables nos determinan como determinan a ellos. La parte extraña de los programas es que, después decirnos que somos determinados por fuerzas irrazonables, nos exhortan hacer cosas que ningún otro animal haría, por ejemplo preocuparnos de otros especies y tomar acción para proteger a los que están en peligro.

Así es la paradoja del hombre: Nos sentimos que determinismo y la libertad están trabajando en nuestras vidas. A veces nos sentimos como hojita que un rió gigante mueve por cualquier lado. Pero casi simultáneamente sabemos que somos capaces de ir contra la corriente – en un modo que ninguna otra criatura en este planeta puede. Esa capacidad se llama la libertad.

A pesar de sentirnos restringidos dolorosamente, la libertad tiene la llave a nuestro futuro. Ezequiel, el gran profeta de la responsabilidad personal, enfoca en ella: “Cuando el justo se aparta de la justicia y comete el mal y por eso muere, muere por culpa de la injusticia que comete.” (18:26) Igualmente la persona que aparta de su actividad destructiva, vivirá.

Nadie sabe los factores que limitan la libertad de otra persona. Por eso, Jesús dice, no juzgar. Pero tenemos que indicarles que la decisión es radical. Es decir, una persona humana no solamente puede escoger a Dios, sino rechazarlo por cometer un pecado mortal. Como dijo el Papa Juan Pablo II:

«Siguiendo la tradición de la Iglesia, llamamos pecado mortal al acto, mediante el cual un hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina («conversio ad creaturam»). Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave». (Veritatis Splendor, #70)

En la parábola de los dos hijos, Jesús aclara que palabras en si no nos salvarán. Requiere una decisión. El hijo segundo confesó su obediencia, pero no cumplió. El primero, a pesar de insultar a su padre, fue salvado. ¿Por qué? “Cambió su mente” y entró en la viña. Otra vez vemos el punto crucial: ¿Estás trabajando en la viña? En la Iglesia de Cristo.

El arzobispo Hunthausen dio un bello testimonio. La semana pasada celebró una misa de cuarenta años como obispo. Nos contó como ahora está jubilado, pasa más tiempo con sus sobrinos. La hijita de una sobrina estaba en una reunión familiar. Impaciente, como sucede con niños, le dijo a su mamá que querría estar en su casa. Su mamá le dijo tener paciencia, pronto regresarían a casa. La niña respondió, “No quiero ir a casa. Quiero estar en mi casa.”

Cuando el arzobispo compartió su deseo de estar en su casa, movió algo en los corazones de nosotros. Pero, por hacer la voluntad del Padre, trabajar en su viña, no solamente estamos en camino a nuestra casa, sino, en un sentido verdadero, ya estamos en nuestro hogar.

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English Version

De los Archivos (Homilias Para Domingo Veintiseis, Año a):

2008: Dos Caminos
2005: Amor Difícil de Nombrar
2002: Determinismo y Libertad

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