Los de Corazón Quebrantado

(Homilía Tercer Domingo de Adviento, Año B)

Cuando era un joven, alguien me dijo, “Trata a toda persona como si recién tuviera un corazón quebrantado – y probablemente tendrá razón.” Esas palabras quedaron conmigo. Sin embargo, por distracción, cansancio o irritación, no siempre las he puesto en practica. Quizás estaba tan preocupado con mis propias heridas que no ví las de otras personas. La verdad es que todos necesitamos a alguien que puede ayudarnos a enmendar el corazón - y es difícil encontrar tal sanador.

Hoy Isaías predice uno “ungido” es decir designado, “a curar a los de corazón quebrantado.” Muchos pensaban que Juan era el de quien Isaías hablo. Pero aclara que no es el Cristo (que en griego significa “ungido”). Tampoco, como algunos imaginan hoy, no era la re-reencarnación de Elías. No, el vino para hacer para enderecer el camino para aquella persona.

La semana pasada les hablo sobre la importancia de reconocer nuestros pecados. Y vimos como Juan requirió confesión para recibir su bautismo de agua. Juan es el mayor de todos los profetas porque identifico nuestra herida – no solamente como algo infligido, sino que debemos aceptar responsabilidad personal por ella. Pero, no nos ayudaría mucho reconocer nuestra miseria si no existe sanción. Admitir nuestras fallas si no existe perdón.

Juan, tan grande como era, sabia que alguien mayor venia. Juan tuvo la diagnosis, pero él posee la cura. Es la cura – perdón y sanción en su propia persona. Por eso Pablo puede decir aquellas palabras increíbles, “Vivan siempre alegres.”

Esas palabras no son fáciles para mi. No me atrevería decirlas a la familia de nuestra parroquia que perdieron a su hija en ese incendio horrible. No las puedo decir a las personas que me comparten sus sufrimientos escondidos. Pero San Pablo puede decirlas – y lo hace.

Lo que no puedo expresar verbalmente, al menos permítanme hacerlo con un símbolo. Ese domingo prendemos la vela rosada de nuestra corona de Adviento. Significa alegrarse. A pesar de acercarnos al Señor con el corazón quebrantado – en alguna medida por nuestras propias fallas – miramos a él que es perdón y sanción.

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De los Archivos:

Tercer Domingo de Adviento, Año B, 2005: El Secreto de Felicidad

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