BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO

LA ESCUELA FRANCESA DE ESPIRITUALIDAD

N° 11

DIRIGIDA POR PAUL CHRISTOPHE.

Raymond DEVILLE

DESCLÉE.

 

INTRODUCCIÓN

 

 

Esta obra tiene su lugar en la Biblioteca de Historia del Cristianismo, por un doble título:

 

- El XVII° siglo francés ha sido período de renovación profunda de la fe y de la vida cristiana en Francia. Espiritualidad, espíritu misionero, preocupación  por los pobres, renovación del clero… han  marcado esta época de una manera extraordinaria; se ha podido hablar del “gran  siglo de las almas”.

- El pensamiento teológico, la experiencia espiritual y los compromisos apostólicos de esos hombres y de esas mujeres, continúan ejerciendo hoy una  influencia profunda en la Iglesia y en todas las partes del mundo.

Entre todos los personajes destacados de este siglo XVII, algunos constituyen lo que se llama frecuentemente la Escuela Francesa de Espiritualidad. Ellos son de  hecho bastante mal conocidos. Este libro podría proporcionar algunos puntos de referencia, proporcionar una introducción sencilla en vista de un mejor conocimiento de esos maestros  cuyo  mensaje y acción permanecen más actuales que nunca.

 

 

 

                                                                                    

CAPITULO I. INTENTO DE DEFINICIÓN

 

El gran siglo de las almas.

 

El siglo XVII francés no ha sido solamente el “gran siglo” en los planos político literario y artístico, a  ejemplo del siglo XVI español, él ha sido, como éste último, lo que se ha podido llamar “el gran  siglo de las almas”.

A pesar de numerosos estudios y de algunas publicaciones, este período de la Historia de la Iglesia en Francia es relativamente poco conocido fuera de los historiadores de oficio, de algunos especialistas y de tal o cual familia sacerdotal o religiosa. Por tanto, ella ha sido  de una muy grande importancia y algunas de sus corrientes continúan ejerciendo una influencia profunda no solamente en Francia, sino en el mundo entero. Que se piense en la  influencia de las Hijas de la Caridad, de los  Hermanos de las Escuelas Cristianas  de los Euditas, de los Sulspicianos y de los Montfornianos… ¿Se sabe cómo Bérulle ha introducido en Francia el Carmelo Teresiano y que él ha contribuido a la fundación de 43 carmelos en veinticinco años?  ¿Se sabe también que la  evangelización de Canadá es debida en gran parte a misioneros que partieron de Francia en el siglo XVII? Es necesario recordar también el papel determinante jugado en esta época por laicos como la señora Acarie, Gaston de Renty, Jean de Bernières, Jérôme Le Royer de la Dauversière y Jeanne Mance. Estos dos últimos, por ejemplo, han estado en el origen de una congregación religiosa  ligada al servicio de la fe y de la caridad en Montréal. Otros laicos han ejercido una influencia mayor en la sociedad o aún con los contemplativos…

 

¿Escuela Francesa o Beruliana?

 

Entre esta pléyade de grandes misioneros espirituales que fueron todos, a un título o a otro, un cierto número pueden llamarse de una misma “espiritualidad” que se tiene costumbre de llamar, sobre todo desde Bremond, “La Escuela Francesa”. Se  prefiere ahora la denominación de Escuela Beruliana, cuando se habla del maestro indiscutible que fue Bérulle y de sus principales discípulos: Condren, Olier y Juan Eudes (los que se nombran de buen grado “los cuatro grandes”). Las dos expresiones serán aquí  empleadas indistintamente, aún si el de Escuela Beruliana parece  más exacto.

A esta corriente, fuertemente marcada por algunos acentos mayores muy reconocidos, se vinculan directamente San Juan Bautista  de la Salle y San Luis María Grignion de Monfort, ambos antiguos alumnos de Sn. Sulpicio a fines del siglo XVII. Más tarde  escritores importantes como Mons. Gay han sido testigos de esta misma corriente. De una manera más difusa pero no menos real, esta espiritualidad se encuentra en los escritos de Dom Marmion, de Elisabeth de la Trinité y se han podido reconocer huellas de ella en algunos textos del Concilio Vaticano II”.

Sin embargo, y en el centro mismo del siglo XVII, otros hombres y mujeres que han estado a veces en relación estrecha con los “cuatro grandes” no presentan las mismas insistencias teológicas y espirituales que éstos y no  se pueden considerar propiamente como representantes de esta Escuela de Espiritualidad, como Vicente de Paúl, Bourdoise, Fénelon… En otro sentido, Jesuitas como Louis Lallemant, Saint–Jure, Hayneuve, y otros, han sido  muy marcados por la corriente beruliana.

Esta obra presentará a aquéllos de los maestros de la Escuela Francesa – o Beruliana – que son más conocidos: Bérulle, Condren, Olier y Juan Eudes así como J. B. de la Salle y Grignion de Monfort. Serán  hechas alusiones a  otros grandes maestros del silgo XVII, pero ha parecido preferible limitarse a los “Berulianos” propiamente dichos. 

No se hablará pues aquí de San Vicente de  Paúl, por otra parte bien conocido, ni de Saint–Cyran, auténtico maestro espiritual, ni de Bossuet  ni de Fénelon, ni de ciertos oratorianos tan influyentes como Bourgoing, Gibieuf o Metezeau. Esta elección y esta limitación no son ni olvido ni desprecio, son debidas a los límites de la obra y por un deseo de claridad.

Después de una rápida puesta en situación (C.2) los cuatro grandes maestros de la Escuela Beruliana serán presentados bastante en detalle (c. 3, 4, 5, 6). Un capítulo (7) procurará luego un intento  de síntesis de los elementos importantes de su doctrina. Dos de sus grandes herederos: Juan Bautista de la Salle y  Grignion de Monfort serán el objeto de los capítulos 8 y 9. El último capítulo propondrá algunas reflexiones sobre  la actualidad de esta espiritualidad beruliana.

El conocimiento de los maestros de la Escuela Francesa  no presenta solamente un interés de orden histórico, comprende,  como todo encuentro con el pasado que  nos ha formado, un carácter de actualidad, tanto más importante cuanto que es menos evidente. Las diferencias y la distancia entre épocas, permiten captar los valores y las posturas de lo que ha sido vivido ayer y lo que ocurre hoy.

La paradoja es notable en lo que concierne a la Escuela Francesa; muchos reproches le son hechos,  muchas críticas son formuladas a su intención: visión pesimista del hombre “cloaca de iniquidad”, cristocentrismo a veces presentando como exclusivo, concepción del sacerdote  “religioso de Dios”, interpretado sin matices, etc.…

Al mismo tiempo, un renacimiento de interés a parece en diversos círculos: laicos que descubren a Bérulle, religiosos que quieren volver a encontrar la inspiración de sus fundadores, peticiones  diversas por parte de ciertos sacerdotes:“tenemos necesidad hoy de una nueva Escuela Francesa”, necesidad de volver a las bases sólidas, teológicas, de auténtica renovación espiritual…

Desde hace mucho tiempo ya, el Padre Mersch había notado, en sus estudios de teología histórica sobre el “Cuerpo Místico de Cristo”, al término de un largo capítulo consagrado a los berulianos: “hay  cosas concernientes a nuestra incorporación a Cristo que no se aprenden bien más que en su escuela”.1 El P. Mersch tocaba por otra parte allí al centro mismo  de su experiencia mística y de su enseñanza: La vida  cristiana comprendida como comunión en Jesucristo.

Pero es importante, para mejor conocerlas “seguir larga y cuidadosamente sus pasos” (Montaigne). Los capítulos que siguen quieren ser a la vez una introducción y una guía de lectura.

Los “documentos” citados al pie de las páginas quieren simplemente ilustrar y completar la introducción propuesta. La selección era difícil -  los berulianos han escrito mucho – sin duda es discutible. Posiblemente suscitará el deseo de ir más lejos en la lectura y el conocimiento personal de esos autores.

 

Una bibliografía es propuesta al final de cada  capítulo. No es exhaustiva y no indica más que algunas obras permitiendo “continuar el estudio…” se indican allí habitualmente, por una parte, las ediciones usuales  de los autores presentados, y por otra , algunos estudios bastante fácilmente abordados.

 

CAPITULO 2. LA IGLESIA EN FRANCIA EN EL SIGLO XVII. SOMBRAS Y LUCES.

 

HOMBRES DE SU SIGLO Y DE SU PAIS.

 

Algunas páginas no pueden ser suficientes para bosquejar un cuadro completo de la Iglesia en la sociedad francesa del siglo XVII. Importa por tanto conocer algunos rasgos importantes que caracterizan este período si se quiere comprender el papel que han jugado los artífices de la renovación católica del gran siglo. Estos, por otra parte, han estado frecuentemente mezclados de muy cerca a la vida política y social de su tiempo. Las primeras páginas de Sn. Vicente de  Paúl y la caridad de André  Dodin nos lo presentan así:

“Nacido en 1581, bajo el reino de Enrique III en Pouy, en los Landes, Vicente de Paúl ha mirado sin duda  a Enrique IV en París entre 1608 y 1610. El ha frecuentado a Richelieu y ha asistido a Luis XIII en su lecho de muerte. Le fue familiar la compañía d’ Anne d’ Autriche, de Mazarin, del canciller Séguier. El ha  conocido a todos los que han velado los primeros años  del joven Luis XIV. Cuando, el 27 de septiembre de 1660, el S. Vincent ha dejado definitivamente a los suyos, el gran Rey tomaba en sus manos los destinos de  Francia”.[i]

Este período tan rico y tan agitado de la historia de Francia, es también un período extremadamente vivo y activo en el campo religioso. Él es dominado por algunos grandes hombres, entre los cuales se sitúan nuestros berulianos. Una verdadera pléyade de reformadores va como a irrigar y a animar la Iglesia en Francia. Muy solidarios de los hombres de su tiempo, ellos son el vivo ejemplo de lo que escribía Lacordaire: “Es lo  propio de los grandes corazones descubrir la  principal necesidad de los tiempos en que viven y consagrarse a ella”.

Si esta obra se limita a los principales representantes de la Escuela Beruliana, que no han estado mezclados de tan cerca como el Señor Vicente a la  vida política y social de Francia, importa, no obstante, recordar algunas de las “circunstancias” de su existencia y de su acción. Ninguno de entre ellos ha sido un meteoro aislado; no solamente ellos se han  conocido bien, sino que eran muy conciente de lo que  vivían los hombres y las mujeres de su siglo, y han querido renovar su vida cristiana. Totalmente de  su tiempo, han actuado por transformarlo; haciendo eso, cumplían su propia misión, mucho antes que el filósofo Ortega y Gasset escriba su frase célebre:

“Yo soy yo y mi circunstancia (yo soy yo y mi circunstancia) y si yo no la salvo, yo no me salvo a mi mismo tampoco”.

 

Situación Política y Económica.

 

Comparada a la de sus vecinos, la situación política de Francia se mejora netamente desde los primeros años del siglo XVII. Después de las guerras de religión, y gracias a Enrique IV, Francia se  levanta poco a poco, “retoma aliento”. Con sus veinte millones de habitantes, es el país más poblado de Europa y uno de los más ricos. Enrique IV ha intentado restablecer la paz religiosa por el Edicto de Nantes (1598), que, otorgaba un estatuto de tolerancia  a los protestantes. Se esfuerza también por consolidar su propia autoridad frente a la nobleza y al clero.

La casa de Austria, establecida tanto en España,  en los Países Bajos y en Franche – Compté, como en  el Imperio propiamente dicho (Alemania, Austria, bohemia, etc.…), queda la rival amenazante, a pesar de intentos de acuerdos por matrimonios, como el de Luis XIII con Ana de Austria.

 

Las regiones Fronterizas, como la Lorena o la Picardía, serán frecuentemente invadidas y luego empobrecidas. Vicente de Paúl intervendrá activamente a partir de 1639 para asistir a los habitantes de Lorena probados por las tres plagas de la guerra, de la peste y de la hambruna. A partir de 1650, se esforzará por ayudar a otras regiones devastadas: la Picardía, la Champaña y la Isla de Francia. Es difícil de imaginar la precariedad de las condiciones materiales  y económicas de los campesinos de Francia en esta época. Richelieu hará mucho, no solamente para limitar las reivindicaciones de la nobleza, sino también para desarrollar el comercio y las relaciones exteriores, particularmente gracias a la marina.

Por otra parte, una porción de la sociedad está en trance de convertirse en burguesa, y ya  aparecen lo que se llamará más tarde las “clases medias”. Muchos reformadores del siglo XVII pertenecerán a este medio social, próximo a la nobleza, pero que permanece distante de él.

 

   

Los Cristianos en el  Siglo XVII:

 

Serían inexacto pretender que la renovación de la vida cristiana en Francia ha comenzado con el  siglo XVII. Si los decretos del Concilio de Trento (1545 – 1563) no han sido “recibidos” por la Asamblea del Clero más que en 1615, todo un movimiento de reforma había aparecido mucho antes del Concilio. “De Gerson a Clichtove, un ideal pastoral exigente se había  afirmado, perfilando estos ‘nuevos sacerdotes’y estos nuevos fieles de los cuales los cánones tridentinos debían proponer el modelo”2

Que esto ocurra entre los religiosos o en el clero secular, un principio de reforma pastoral se iniciaba claramente, del que un ejemplo entre otros, nos es dado por el obispo de Meaux, Guillaume Briçonnet (1516 – 1534)3

No es menos cierto que se ha podido hablar de “La grande piedad de la Iglesia de Francia” a propósito del inicio del Siglo XVII. Los obispos no residían casi en su diócesis, sino que se encontraban en la corte real o absorbidos por ocupaciones temporales. “Era preciso que la muerte llegara justamente para esperarlo en su diócesis » decía la señora de Sévigné a propósito del obispo de Rennes… los pocos obispos reformadores se harán notar… pero  serán raros.

En cuanto al clero era frecuentemente ignorante, perezoso y mucha veces libertino. Demasiado numerosos en las ciudades, no habiendo recibido ninguna formación, corriendo tras el dinero, los sacerdotes eran, según San Vicente de Paúl, la causa de “todos los desórdenes que vemos en el mundo”. Bérulle y sus discípulos tendrán la obsesión de “restaurar el estado  del sacerdocio”. Todos los historiadores de esta época subrayan esta necesidad de una renovación en profundidad.

Uno de los obstáculos que encontrarán los reformadores del clero era debido a la desastrosa costumbre del pedido o de los beneficios: ya sea para los curas, los monasterios, o los obispos, muchos clérigos se esforzaban por hacerse atribuir un título dispensándolos de trabajo pastoral, pero asegurándoles buenas rentas. Ese sistema tenía por efecto atraer jóvenes al ministerio sacerdotal por motivos  puramente humanos, sin ninguna “vocación”. Todos los reformadores insistirán sobre la urgencia de lo que se ha llamado después de la recta intención: “Es preciso entrar por la puerta de la vocación” (Olier).

“En cuanto al clero regular, no es muy distinto. Los monasterios tanto de hombres como de mujeres, sirven ordinariamente de refugio a los hijos menores incapaces de llevar las armas y a  las hijas que no pueden dotar. En gran mayoría, monjes y monjas son metidos al  claustro por voluntad de sus familias sin sombra de vocación. Sin la menor aspiración espiritual. En la mayor parte de los conventos, la vida se arrastra en la mediocridad intelectual y moral, frecuentemente aún material, porque los comendatarios toman la más importante parte de los ingresos y no dejan a los religiosos  más que la más pequeña “porción indispensable”.Tejiendo sobre ese fondo grisáceo, algunos escándalos, menos numerosos posiblemente de los que se ha dicho a veces, pero muy visibles. En conjunto pues, es una decadencia que no ha  hecho más que acentuarse  desde la época medieval, y la situación es grave. Se le  puede medir por el hecho que un poco más  tarde el medio devoto francés la considerará como prácticamente irreformable”.4 La reforma se realizará, no obstante, bastante aprisa; los jesuitas regresarán en 1603; los carmelitas de Teresa de Ávila serán introducidos en Francia en 1604 gracias a la Señora Acarie y al  Padre de Bérulle y ellos multiplicarán las fundaciones; Port – Royal deschamps se reforma a partir de 1609…

Prácticamente, todas las grandes órdenes religiosas masculinas y femeninas conocerán en esta época una reforma y (o)  un desarrollo importantes: Benedictinos (reforma de Saint – Vanne después de San Mauro), Cistercienses (Feuillants después Trapenses), Cartujos, en expansión considerable, Dominicos y Dominicas, particularmente en el Sur, Franciscanos (Recoletos), Capuchinos,  Carmelitas (reforma de Touraine – Bretagne, establecimiento de los Carmelitas descalzos), Mínimos (que se piense en la influencia de Nicolas Barré hacia el fin de siglo…) la denominación de “Turba magna” (multitud inmensa que no se puede enumerar) que Bremond utiliza a propósito de los espirituales de este período les puede ser aplicada.

Bérulle y sus discípulos han encontrado en esta renovación de la vida religiosa un estímulo para  la reforma del clero, considerado por ellos como la Orden del mismo Jesucristo.

Es preciso subrayar finalmente que con esas nuevas fundaciones y esas reformas, la idea de vida religiosa se purifica y se afirma, como lo testimonia tal o cual declaración de la Señora Acarie.

El pueblo cristiano en conjunto está marcado por la ignorancia, y la superstición y los casos de brujería abundan y dan lugar a numerosas descripciones… Se  comprende la importancia que los reformadores atribuirán a  las misiones populares. Nuestro berulianos, después de San Vicente de Paúl y con muchos otros, serán todos misioneros.

 

LAS MISIONES PARROQUIALES

 

Según los mejores historiadores5 las misiones parroquiales que producirán tantos frutos en Francia en el siglo XVII se originan en “dos  fuentes: la predicación itinerante del siglo XVI y la misión en país protestante (ilustrado por San Francisco de Sales). Pero ella sufrió, a principios del siglo XVII, una evolución decisiva que da a la Ilustración un rostro propio, destinado a pasar los siglos”. 6

Las nuevas familias sacerdotales o religiosas van a consagrarse a ella vigorosamente: sacerdotes de la Misión del Señor Vicente, Oratorianos de Bérulle, de Condren, de Bourgoing sobre todo, Euditas después de su fundador, Doctrinarios, Barnabitas, sin hablar de los Jesuitas (con J. Maunoir V. Huby, etc.…) Y los Capuchinos (particularmente Honoré de Cannes). Pequeñas comunidades se fundan en provincia para organizar y predicar misiones (Nantes, Rodez, Bordeaux, Périgueux, Aix, Lyon, Carpentras, etc.…). Por otra parte, sacerdotes seculares en  gran número se consagrarán a este ministerio: los más célebres son Michel Le Nobletz y Jean Jeacques Olier, discípulo del Señor Vicente y del Padre Condren; Olier sacará además, en su experiencia de misionero una de las razones de la fundación de su seminario6, que debía permitir preparar la reforma y la renovación de toda la Iglesia.

 

UNA GRAN REFORMA PASTORAL

 

Para remediar todas las carencias y miserias de la época, todo un movimiento de reforma  se desarrolla y se  amplía en el curso de la primera parte del siglo XVII7.Lo que lo caracteriza, es que es a la vez pastoral, misionero y profundamente espiritual. Los más grandes misioneros y los mejores pastores fueron santos. El siglo fue a la vez místico y apostólico.

Cuando se habla de renovación de la Iglesia en el siglo XVII, se piensa primero en todas las realizaciones que lo han marcado: renovación de la vida parroquial (Adrien Bourdoise en Saint – Nicolas du Chardonnet, Olier en Saint – Sulpice), organización de los catecismos,  restauración de la oración litúrgica, desarrollo e influencia creciente de los colegios (Jesuitas, Oratorianos, etc.… ), multiplicación de las pequeñas escuelas para los niños a quienes numerosos educadores y educadoras consagrarían su vida, creación de los “ejercicios de los ordenados” después seminarios… La lista es impresionante y no es exhaustiva. Ella podría prolongarse por la evocación del movimiento misionero con destino a Canadá, al Cercano y al Extremo Oriente…En este terreno se distinguirán los Recoletos, los  Jesuitas, los Capuchinos, después los seminarios de Misiones Extranjeras.

Al servicio de toda esa renovación, diversos organismos se han establecido en el lugar y algunos han jugado un gran papel. Pero  sobre todo un gran soplo espiritual ha animado a esos hombres y a esas mujeres que se encontraban tanto para orar y profundizar su vida cristiana como para organizar  la renovación eclesiástica.

 

   * El salón de la Señora Acarie fue uno de esos centros espirituales. El Joven Bérulle lo frecuentará asiduamente, Francisco de Sales allí pasará largos momentos cuando estará en París… allí se leía a los autores místicos como los rhéno – flamencos y se  descubrían los escritos de Teresa de Ávila. Es por otra parte con la señora Acarie que se presentará la venida de los Carmelitas a Francia.

Se hablaba allí de la reforma de los monasterios y de la fundación de órdenes nuevas… El P. Cochois ha podido definirla como una “central” de restauración católica.

Este círculo de la Señora Acarie no era, no obstante, más que uno de los lugares destacados del fervor cristiano en París. La Cartuja de Vauvert, los monasterios de la Visitación y el de los Benedictinos de  Montmartre tendrán una gran expansión, como  Port-Royal y más tarde los Benedictinos del Santísimo Sacramento. La abadía de Saint – Germain – des – Prés  con Dom. Mabillon y Claude Martin, hijos de María de la Encarnación, será un centro intelectual  y espiritual.

 

 

·                   La Compañía del Santísimo Sacramento es otra  de esas organizaciones. Fundada en París en 1627 por el duque de Ventadour, reunió sobre todo laicos, pero también sacerdotes como Olier, Vicente de Paúl, más tarde Bossuet. Ella se extenderá después en provincia.

“Ella se propone por fin no solamente obras de piedad  y de caridad (asistencia a los enfermos, a los pobres, a los prisioneros),  sino también defensas de la moral cristiana  por intervenciones discretas ante magistrados y oficiales; duelistas, blasfemos, libertinos, protestantes son vigilados y denunciados. El secreto del que se rodea la  compañía y el carácter discutible de algunas de sus actividades le valen la desconfianza de la autoridad secular y de la autoridad eclesiástica, así como de verdaderas enemistades. Prohibida en 1660 por Mazarin que no perdona a algunos de sus miembros su participación en la Fronda,  sobrevivió aún algunos años para desaparecer definitivamente  hacia 1667”8.

La Compañía del Santísimo Sacramento fue dirigida durante numerosos años por Gaston de Renty, (1611 – 1649),  gentil hombre casado y padre de familia, que es una de  las grandes figuras espirituales de su siglo9. El estuvo en estrecha relación con J. J. Olier y Juan Eudes  y los puso en contacto con el  Carmelo de Beaune y Margarita del Santísimo Sacramento. Por él y por ellos, debía extenderse la devoción a la infancia de Cristo.10

 

·                   Las Conferencias del Martes,  igualmente han jugado  un grandísimo papel en esta época. Esta “asamblea” o conferencias de los martes era una reunión de eclesiásticos que se reunían  cada martes en San Lázaro, bajo la dirección de San Vicente de Paúl para “Conversar de las virtudes y de las funciones de su estado”. En 1633 el Señor Vicente redactó un reglamento de asociación sacerdotal: ella agrupará pronto a la élite del clero parisino. Durante la vida de san Vicente, se estima que más de doscientos cincuenta eclesiásticos las frecuentaron; entre ellos una veintena llegaron a ser obispos como Godeau, Pavillon y J. B. Bossuet.

Esta compañía de los Martes trabajará también en las misiones, en Paris, en Saint – Germain – en Laye y en Metz. El S: Olier escribe en varias ocasiones a los “eclesiásticos de la conferencia de San Lázaro, en París” para dales cuenta de sus misiones y para invitarlos a comprometerse con él en este ministerio: “Señores, no nieguen esta ayuda a Jesús… París, París, tú decides del mundo que convertiría varios mundos… Aquí una palabra es una predicación y nada nos parece inútil…”.11

 

Un Auténtico Aliento Místico

 

En el origen de todas esas actividades y de  esas organizaciones, es preciso reconocer la existencia de  un aliento auténticamente místico. La reforma tridentina había sido establecida en Italia por San Carlos Borromeo, San Felipe Neri y por grandes espirituales…

Igualmente en España con otros santos: Pedro de Alcántara, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y, en lo que concierne al clero, Juan de Ávila. La Savoie había sido transformada por Francisco de Sales cuya  influencia se había extendido a París y a  toda Francia.Pero recogiendo la herencia salesiana, la Francia del siglo XVII va a ver resurgir una Pléyade de Santos.

Ya a principios de siglo, el movimiento estaba dado. Hablando de la estancia de Francisco de Sales en París en 1602, H. Bremond no duda en escribir que allí encontró “Santos, verdaderos santos y en gran número y por todas partes”.12

Es preciso además señalar que la búsqueda espiritual, a veces ambigua (pronto Molière se burlará de los falsos devotos en su Tartufo), es a la vez deseo de oración –“Los Métodos de oración aumentaban” – Se ha podido escribir13- y deseo de evangelización.

Además, si la situación parisina nos es bastante bien conocida, parece seguro que la gran corriente mística que anima este grande siglo recorre también la provincia. “Estamos aún, mal informados sobre la  vida espiritual en las provincias francesas a principios del siglo XVII. No obstante, todos los sondeos que poseemos no la hacen suponer intensa. La  posibilidad y los medios  para las almas de llegar a la Unión mística con Dios sin ninguna duda  un tema de preocupación esencial hasta el fondo de las regiones lejanas, y se encontraba un poco  por todas partes sacerdotes y religiosos que habían  leído autores ascéticos y místicos. Se creaban así poco a poco corrientes de simpatía de las que los conventos de reciente fundación constituían frecuentemente centros. Hay allí un aspecto de la vida religiosa francesa de la época aún mal explorado: esas cadenas de amistad, esas redes de oración y de mutuo apoyo a las múltiples ramificaciones…” 14

Es preciso finalmente señalar que muchos de esos grandes espirituales–misioneros tenían entre ellos lazos de amista. El padre A. Dodin ha podido dar a una obra consagrada a Francisco de Sales y Vicente de Paúl el título: “Los dos Amigos”15 Evoca allí no solamente el reencuentro de diciembre de 1618 entre los dos santos, sino también la influencia profunda que Francisco de Sales ha ejercido sobre el Señor Vicente.

 

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1 El Cuerpo Místico de Cristo, París, Desclée de Brouwer et Bruxelles, l’Edition Universelle, 1936, t. II, p. 343

2 R. Sauzet, dans Histoire des catholiques en France, Privat, coll. Pluriel, 1980, pp. 94 – 95.

3 El artículo  France, del Dicc. De Espiritualidad (t. V. col. 896 – 916) de bajo la pluma del S. de CERTEAU y de J. ORCIBAL, una descripción detallada de la reforma operada en el catolicismo en el siglo XVI° (Col. 896 – 910), reforma que preparaba la expansión del siglo XVII (Col. 910 – 916).

4 L. COGNET, en la espiritualidad moderna, el desarrollo 1600 – 1660, de la historia de la espiritualidad cristiana, 3, 2ª parte, Paris Aubier, 1966 pp. 234 – 235.

5 El artículo “Misiones parroquiales” en Catolicismo t. IX, col. 401 – 431, debido a B. PEYROUS, es actualmente la mejor síntesis sobre este tema; para el siglo XVII: Col. 404 - 412.

6 Ibid., Col. 404 – 405.

7 P. BROUTIN, la reforma pastoral en Francia en el siglo  XVII, 2 Vol. París, Desclée, 1956, permanece la obra esencial de referencia.

8 F. LEBRUN, el siglo XVII, París, A. Colin, Coll. U, 1967, p. 122.

9 Y. CHIRON; Gaston de Renty, Montsûrs, ed. Résiac, 1985. Esta pequeña obra se apoya sobre la magistral edición de la  correspondencia de Gaston de Renty, realizada por R. Triboulet, París, DDB, 1978. M. de Renty ha sido dirigido por el Padre Saint – Jure de 1641 a 1646. Este ha escrito su vida.

10  I NOYE, art. “Infancia de Jesús” en Dicc. De Espiritualidad, t. IV, col. 652 – 682, particularmente col. 665 – 677: Desarrollo de la devoción en el siglo 17.

11 OLIER, Cartas, ed. Levesque, París, de Gigord, 1935, t. I, casta 12 del 24 de Junio de 1636, Págs. 21 – 24.

12 H. BREMOND, Historia literaria del sentimiento religioso, París, Bloud y Gay, 1921, t. I, p. 95

13 La expresión de H. BREMOND es retomada por el Hno. Frédien Charles, la oración según san Juan Bautista de la Salle, París, Rigel, 1955, p. XW.

14 B. PEYROUS “Agnés de Langeac y las corrientes espirituales de su tiempo”, en Madre Agnés 1986, p. 44.

15 A. DODIN, Francisco de Sales – Vicente de Paúl – los dos amigos, París, éd. OEIL, 1984.

 

 

Bérulle y Ollier igualmente han conocido a Francisco de Sales. Vicente de Paúl ha conocido a Bérulle, Bourdoise, Olier y Juan Eudes… Estos dos últimos han simpatizado… y muchos otros lazos de amistad se han tejido entre los hombres y mujeres del Gran Siglo.

Como toda época muy animada  el siglo XVII francés ha sabido expresar en el arte las grandes corrientes espirituales que le atravesaran. Estudios como el de Jean Simard: Una Iconografía del Clero Francés en el Siglo XVII, Universidad Laval, Québec, 1976,  cuyo contenido supera mucho el título, son aún muy raros. Una notable exposición en el Pequeño Palacio en 1982 – 83 ha presentado: El Arte del Siglo XVII en los Carmelitas de Francia.

En cuanto a la música sagrada, muchas páginas musicales de Marc–Antonie Charpentier (1636 – 1704) o de Michel Richard Dellande (1657 – 1726) entre otros, han a la vez expresado y nutrido el sentido de la grandeza de Dios y de  la adoración tan característica del gran siglo.

A todas las sombras mencionadas al principio de este capítulo, van a sustituir poco a poco luces, sin que llegue a haber unas claridad total. Pero era necesario bosquejar este cuadro bastante contrastado en el que los berulianos se van a situar. Ellos también van a situarse en este contexto social y religioso. Ellos van a contribuir a la renovación de la Iglesia, pero con acentos muy particulares, que importa escuchar con atención.

 

                                                       CAPITULO 3

                                     PIERRE DE BÉRULLE (1575 – 1629)

                                          EL DIRECTOR DE ESCUELA

 

Pierre de Bérulle es sin duda el primero y mejor representante de lo que se llama la Escuela francesa. Es con mucha razón considerado como el iniciador, cuyos  discípulos Condren, Olier, y Juan Eudes, teniendo su personalidad muy marcada, han vulgarizado y adaptado las instituciones y la doctrina.

Si no se puede compartir completamente la opinión  de Bremond según la cual Bérulle ha producido en  espiritualidad una verdadera revolución, él ha vuelto a poner a Dios al centro de la vida cristiana en lugar del hombre – se debe reconocer el papel capital que él ha jugado en numerosos campos.  Todos los historiadores concuerdan gustosamente en la afirmación de Dagens: “Sin Bérulle, faltaría alguna cosa esencial a la vida espiritual  de Francia y al pensamiento cristiano”1

Los estudios Berulianos han conocido después de algunos años una grande renovación. Estamos desde ahora en condiciones de describir, no solamente las etapas de su vida muy activa, sino también las de su evolución intelectual y espiritual2. No obstante, la profundidad de su pensamiento y la pesadez  de su estilo, lo vuelven difícilmente adorable: tal o cual de sus discípulos como Olier o Juan Eudes nos permiten penetrar su doctrina de una manera más simple.

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1 Citado por P. Cochois, Bérulle y la Escuela Francesa, Paris, Sevil, 1963, p .3

2 Los estudios y las publicaciones de Dagens, d’Orcibal, de Dupuy y de Cochois, entre otros, han contribuido mucho a esa renovación.

 

Importa señalar que la existencia relativamente breve de este hombre muerto a los 54 años (Vicente de Paúl vivirá 79 años) ha sido mezclada de cerca con los grandes acontecimientos políticos y religiosos de principios del siglo XVII: Relaciones con María de Médicis, con Richelieu, misiones diplomáticas en Inglaterra por el matrimonio de Enriqueta de Francia, controversias con los Reformados, introducción del Carmelo Teresiano en Francia y animación espiritual de las 43 comunidades que él  contribuirá a establecer entre 1604 y 1629, con numerosas dificultades, fundación del  Oratorio en Francia y dirección espiritual de sus comunidades, fundación del seminario Saint Magloire… Sin hablar de la publicación de varias obras y la redacción de numerosas cartas.

Toda esta actividad, que estaba acompañada de numerosos desplazamientos en Francia, en España, en Italia y en Inglaterra  estaba sostenida por una intensa vida espiritual y una reflexión teológica fuertemente extendida que se encuentra en sus escritos.

 

Infancia y Juventud Estudiosa en Medio de la Agitación General.

 

Descendiendo de una familia católica perteneciente a la pequeña nobleza y a la magistratura, Pedro nace en 1575, en el castillo de Cérilly,  cercano a Troyes. Él será  el mayor de cuatro hijos. La muerte del padre en 1852 induce a la Sra. De Bérulle a partir a Paris, con sus hijos. Si el lugar de nacimiento estaba afectado y agitado por la reforma, Paris  no presenta entonces mucha más tranquilidad: la lucha entre los  protestantes y la liga no ha podido ser reglada por Enrique III , quien es asesinado en 1589. París es hambreada por Enrique IV. Varios miembro de la familia de Bérulle serán encarcelados y exiliados.

 Después de sus estudios clásicos, Pedro estudia la filosofía en el Colegio de Clermont (actual Liceo Luis el Grande) después emprende sus estudios de Teología.

  La expulsión de los Jesuitas de Francia, ordenada por Enrique IV en 1595 lo conduce a proseguir sus estudios en la Sorbona, en donde será sin duda, alumno de Duval. Es importante saber que los Jesuitas, antes de dejar París, le confían ( él tiene apenas 20 años) la misión de  examinar y de admitir a los candidatos eventuales a la compañía de Jesús.

Continuando sus estudios de teología, tiene la ocasión de encontrar un cierto número   de reafirmados con quienes discute, argumentos, y que ve frecuentemente  regresar a la fe católica. Toda su vida – de otra manera que Francisco de Sales – estará señalada por esas controversias. Uno de sus “convertidos” la Srita. De Raconis, entrará al Carmelo… Más tarde el publicará los Discursos de Controversia (1609).

El no había asistido en 1600 a una conferencia contradictoria entre Du Perron y Du Plessis Mornay y en 1608 él mismo estará comprometido en un encuentro análogo con el pastor Du Moulin. Bérulle que nace tres  años después de la fiesta de San Bartolomé (24 de Agosto de 1572) y que será ordenado sacerdote al año siguiente del Edicto de Nantes (13 de abril de 1598), jugará un importante papel en este período doloroso de la Iglesia de Francia.

Pero eso años de estudio son también - ¿Sobre todo? – señalados por la frecuentación de su prima Barbe Avrillot (Señora Acarie), de Dom Beaucousin  del Círculo que  se reunía con la Sra. Acarie. Ésta, habitó algunos años a partir de 1594 en el palacio de Bérulle, cuando su marido miembro de una liga fue exiliada por Enrique IV. El Joven Pedro fue testigo y confidente de su profunda vida espiritual, de sus experiencias místicas y de su equilibrio innato. É,l se pone con ella, bajo la dirección de Dom Beaucosin, maestro de novicios y vicario de la Cartuja de Vauvert. Esta influencia se prolongó hasta 1604 aún después del regreso de la señora Acarie a su domicilio, después de la amnistía de su marido.  

Dom Beaucousin pidió a Bérulle estudiar y adaptar en francés un tratado de espiritualidad  italiano escrito por Isabelle Bellinzaga, dirigido por el jesuita Gagliardi; Bérulle publicará así en 1597 el Breve discurso de la  abnegación interior, libro que ha conocido un gran éxito como el “Breve Comprendió” de la mística italiana. La  doctrina, muy clásica, insiste sobre el desapego absoluto para acceder a la unión de Dios, aunque ninguna mención es hecha allí a la persona de Jesús.

Dom Beaucousin hace conocer a la Señora Acarie  y a Bérulle los místicos rhéno– flamencos: Tauler, Ruysbroek y Harphius principalmente, así como Louis de Blois. Es probado que este encuentro y estas lecturas han sido determinantes, para el joven teólogo. Lo absoluto de Dios, su trascendencia y su santidad sobre las cuales insisten tanto estos autores místicos hacen crecer en gran manera en Bérulle ese sentido de la grandeza de Dios y de la adoración que le caracterizará siempre; “Es preciso en primer lugar mirar a Dios y no a sí mismo…” Es lo que se llama ordinariamente el “geocentrismo de Bérulle (y de la Escuela francesa) que inspira la actitud fundamental de adoración y de religión.

 

Ordenación Sacerdotal – Evolución espiritual.

 

El 5 de Junio de 1559, Bérulle es ordenado sacerdote en París, al final de un largo retiro de cuarenta días con los Capuchinos, sin que él lo sepa entonces claramente, es ese sacerdocio que estará desde ahora en el centro de su vida y de su misión. Si él quiere más tarde “restaurar el estado del sacerdocio” y renovar “la Orden de Jesucristo”, es que habrá percibido, cada vez más profundamente, la grandeza, la dignidad y también la responsabilidad de los “Sacerdotes de Jesús “. Más tarde, él explicará a los Oratorianos: “Por el sacerdocio de Cristo, nosotros asumimos la persona de Cristo y actuamos en su nombre y lugar (In persona Christi): así se realiza como una maravillosa asunción de nuestra persona por Cristo, a fin de que nosotros realicemos las maravillas de Cristo”.

(Archivos del Oratorio Ibis, 12, 5).

    Pero si la ordenación de 1599 contiene en  germen todo eso, Bérulle no tiene aún plena conciencia de ello. Sus primeras actividades, añadiéndose a  largos tiempos de oración y de estudio, son dirigidas  por  la actualidad. Con ocasión del asunto de Marthe Brossier, posesa exorcizada por los Capuchinos, - a pesar  de la  prohibición del rey – y prohibida por un cierto doctor Marescot, Bérulle escribe y pública un tratado de los Energúmenos, (fines de 1599)3. Para él, las posesiones diabólicas se oponen como una clase de caricatura blasfematoria a la  posesión del alma por Dios. Una frase característica deja ya entrever el fin del cristocentrismo beruliano. Él escribe que Satán “esa caricatura de Dios, se place en unirse a esta naturaleza (humana) por una posesión singular que Dios ha tomado de nuestra humanidad en Jesucristo” (Tratado III, 850).

Pero el joven sacerdote tiene aún muchos descubrimientos por hacer. El año 1602 verá decisivo para él. Desde hacía mucho tiempo deseoso de perfección y de verdad en la conducción de su vida, piensa en la vida religiosa. Conoce  y estima a los Cartujos, los Capuchinos y los Jesuitas. Él pretender aún, entrar en la Compañía. Un retiro de elección en Verdun en Agosto de 1602, bajo la dirección del Padre Maggio, será la oportunidad de una luz definitiva.    Las largas   páginas,   que   él   ha   escrito   al final de este retiro, y que son

3 Los energúmenos, en el lenguaje del tiempo, designan los que nosotros llamamos los posesos.

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confirmadas por las notas del Padre Maggio recientemente descubiertas, son de una densidad espiritual sorprendentes.

En primero lugar él percibe, a través del análisis de esos sentimientos, que Dios no lo llama a cambiar de vida, sino que debe “prepararse a algunas disposiciones interiores muy elevadas”. Él se entrega totalmente a Dios, en términos a la vez precisos y líricos. Él sabe que sólo la gracia puede realizar esta completa dimisión y entrega entre las manos de Dios, pero escribe: “Yo he aspirado y yo aspiro aún a esas disposiciones por deseos”.

El otro fruto de este retiro, según parece, es una orientación claramente  cristocéntrica: “Solo Jesucristo es fin y medio… Nosotros debemos unirnos a él como a nuestro fin y usar de él como de un medio”. Él verá en el abajamiento del Verbo Encarnado “el  modelo del abajamiento del yo humano y de la sumisión a Dios hacia quien él aspira”4Y Jesús es el verdadero término de nuestro ser.

No se puede dejar de pensar aquí en el papel análogo que han jugado algunos jesuitas en la evolución espiritual de Teresa de Ávila: es probable que ella  les debe, al menos en parte, su devoción tan fuerte a la humanidad de Jesús (Vida, c. 22; 6ª Moradas, c. 7).

La introducción del Carmelo teresiano en Francia a pensar de las tensiones existentes entre Francia y España, los espirituales franceses estaban desde hacía algún tiempo fascinados por la  España mística y esta influencia se extenderá a todo el siglo XVII. “España nos  inunda de su devoción,”escribirá Lanson a propósito de este período.

En 1601, sacerdote ruanés de origen español, Jean de  Quintanadoine de Brétigny, había traducido y publicada cubriendo los gastos, las obras de Teresa de Ávila. Este sacerdote que frecuentaba el salón de la Señora Acarie provocó en ella y en sus amigos el deseo de introducir el Carmelo en Francia. Lo que Brétigny no había  podido hacer solo, se realizó gracias a la poderosas relaciones del grupo Acarie y sobretodo, gracias a la energía incansable de Bérulle. Ella triunfó de todas las dificultades y especialmente de la resistencia de las autoridades del Carmelo español.

Es así que una verdadera expedición de sacerdotes y de laicos, hombres y mujeres, logró convencer y llevar a París, el 15 de Octubre de 1604, fiesta de Teresa de Ávila, a seis carmelitas españoles. Dos sobre todo eran ya conocidos como grandes amigos de la fundadora: Anne de Jesús, la “reina de las prioras” a quien Juan de la Cruz había dedicado el Cántico Espiritual, y Anne de Saint. Barthélémy, la enfermera de la Madre.

Esta fecha del 15 de octubre de 1604 es el punto de partida del Carmelo Teresiano en Francia. Esos inicios han comprendido muchas luces y algunas sombras y la personalidad de Bérulle allí tendrá mucho qué ver, tanto para unas, como para las otras.

La llegada de los Carmelitas y las numerosas fundaciones que se siguieron (de 1604 a 1660, sesenta y dos Carmelos nacerán en Francia, sin hablar de los Flandes…) respondían a una necesidad y a un deseo de renovación de la vida religiosa.

En la misma época en Saboya, Francisco de Sales presentaba a Teresa de Ávila como la reformadora – tipo que era preciso imitar… en el gran movimiento de reforma de los religiosos en esta época (Port–Royal en 1609, los Benedictinos de Saint–Vanne en 1604 y de Saint–Maur en 1618, entre otros…), el Carmelo ha jugado un grandísimo papel. Y Bérulle ha sido el iniciador de esto.

 

 

4 P. COCHOIS, ob. Cit. P. 17

 

Pero esas luces vas acompañadas de algunas sombras. Los postulantes franceses formados por la Señora Acarie  tenían una piedad intelectual que extrañaba a los españoles. Anne de Jesús, entre otras, no apreciaba casi lo que le parecía ser un olvido de la humanidad de Jesús. Ella no se hizo casi comprender de Bérulle...quien, en cambio, admiraba mucho a la humilde Anna de Saint-Berthélémy. Esas divergencias bastante fundamentales unidas a múltiples incomprensiones (cocina, prácticas de piedad, pronunciación del latín, etc...) no facilitaron la tares de unos y de otros. Después será todavía más difícil, Bérulle convirtiéndose, con Gallemant y Duval en superior de los   Carmelitas, con gran  riesgo  de los padres Carmelitas españoles, que como consecuencia de una prohibición del rey no llegaron si no hasta 1610… El asunto  de los votos de servidumbre impuesto por Bérulle  a los Carmelitas en 1615 suscitará controversias sin fin.5

Sea lo que sea  de esas sombras, el mérito de Bérulle es indiscutible. Él tendrá, por otra parte, la alegría de ver a su propia madre entrar al Convento de  la Encarnación en París el 14 de Agosto de 1605, las  tres hijas de la Señora Acarie, luego, ella misma después de su viudez, entraron, igualmente en el Carmelo. La señora Acarie, convertida en María de la Encarnación morirá en el Carmelo de Pontoise el 18 de Abril de 1618, asistida por André Duval, el teólogo, el superior y el amigo de los primeros días.

 

La gracia de 1607 – Desarrollo del cristianismo místico.

 

El retiro de Verdun, en 1602, había atraído la mirada de Bérulle en la persona de Jesús, Verbo Encarnado. Al menos, no permanecerá marcado por la mística abstracta de los espirituales del norte y su evolución hacia un auténtico Cristocentrismo, no se hará más que progresivamente. Es probable que tanto las Carmelitas, como algún jesuita como el Padre Coton, su amigo, ha influenciado ese camino. En 1607, una verdadera gracia mística va a cristalizar esas tendencias y orientar su porvenir de manera irreversible. Se ha comparado esta gracia a la noche de iluminación de Descartes o a la de Pascal. Invitado a aceptar el preceptorado del delfín  Bérulle lo rechaza, bajo la influencia probable de las Carmelitas y del Círculo Acarie.

Él Percibe entonces su verdadera vocación con una luz que no le deja ninguna duda:  no está destinada a la corte del rey Enrique IV, sino a la de Jesucristo para “anunciar a las naciones y a los pueblos los consejos de Dios y sus designio”. El calificará más tarde esta gracia como “una de las cosas más notables que le  habían ocurrido  en su vida”.

La persona del Verbo Encarnado va desde ahora a estar en el centro de su existencia, de su pensamiento y de su enseñanza, y todos sus escritos lo van a testimoniar, él se convertirá así, según las palabras del Papa Urbano VIII,  en“el apóstol del  Verbo encarnado”. 

Estamos ya aquí, en el centro de la experiencia espiritual de Bérulle y de su enseñanza propiamente mística. El hombre no se realiza más que uniéndose a Dios en la adoración y el amar. Pero sólo JESUS por la unión en su persona de las dos naturalezas, es por estado, el adorador perfecto. No será más que en el Discurso del Estado y de las grandezas de Jesús, en 1623, que el pensamiento de Bérulle encontrará “uno de los puntos de equilibrio y una de sus mejores expresiones” (L. Cognet). Pero todo está ya contenido en germen en este año de 1607. Lo que se ha llamado “la mística de las esencias” va poco a poco  a   ceder   el

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5 P. Cochois, ob. Cit. Págs 34 – 41; 102 – 110. Ver también H. Peltier, Historia del Carmelo, París, Sevil, 1958, Págs. 170 – 193.

lugar a  una contemplación adorante y amorosa de JESUS, pero sin que Bérulle olvide su teología, en el “Discurso…”, en medio de elevaciones líricas abundan consideraciones de orden metafísico:

“Si la persona del Verbo está unida a esta humanidad la esencia y la subsistencia (sic) del verbo allí está unida. Y esta humanidad de Jesucristo Nuestro Señor lleva y recibe en ella misma, no solamente el ser personal, sino también el ser esencial de Dios; por que el Verbo es Dios, Dios es hombre, y el hombre es Dios, según las nociones más familiares y comunes de la fe; y el Verbo es Dios por esta esencia divina y Dios es hombre por esta humanidad” (Grandezas VIII, 6).

Bérulle adora en JESUS a la humanidad divinizada “Como la persona del Verbo es divina e infinita,  ella tiene también una muy extraordinaria e inexplicable aplicación a la naturaleza humana que, estando privada de subsistencia, tiene necesidad de la del Verbo eterno, la cual, por decirlo así, es actuante y penetrante es esta humanidad, y en su esencia, y en sus potencias, y en todos sus partes”. (Grandezas IV, 5).

A partir de esa mirada sobre JESUS, Bérulle hablará largamente de los “estados y misterios” del Verbo Encarnado. “Cada circunstancia de la vida del Hijo de Dios es un misterio y a cada misterio corresponde un estado del Verbo Encarnado, que toma su valor en la Encarnación…

El estado, tal al menos como Bérulle lo investigará a  partir de 1615, es la actitud interior  de Jesús en cada una de las circunstancias de su vida terrestre  o gloriosa, considerada como una realización interna en la medida en que esta vida es asumida por una divina” (L. Cognet). Y Bérulle pondrá en el mismo plano “el estado, la virtud, el mérito del misterio”. Esos misterios permanecen eternamente. Fuente de gracia: “pasados en  cuanto a la ejecución, son presentes en cuanto a su virtud, que no pasa jamás”. La vida cristiana consistirá entonces a la vez en adorar a Jesús en sus estado y misterios y en afiliarse a él en sus actitudes interiores, lo que llamará una abnegación radical de su propio yo.

Entre los misterios mayores que Bérulle propondrá, el de la Encarnación estará en el centro de su contemplación… Será igual para el de la infancia de Jesús. El estado de infancia es para él la cumbre del aniquilamiento: el Verbo, la palabra convertida en muda (infas). Y es allí además que se enraíza la devoción tan profunda de Bérulle respecto al Santísimo Sacramento y a la Virgen María. Lo que se ha publicado bajo el título de Vida de Jesús es una larga meditación sobre el misterio de la Encarnación. Ella contiene admirables páginas sobre la Anunciación. Otras meditaciones nos hacen contemplar la actitud de María en el tiempo del nacimiento y de la infancia de Jesús. Es aún en la línea de ese recentramiento cristológico de orden místico que es preciso comprender el voto de  esclavitud a Jesús y el Oficio en honor de Jesús. Toda una pedagogía será así propuesta, que será retomada más tarde y de otra forma por J. J. Olier y por Juan Eudes; el método de oración de uno y el ejercicio de medio día del otro, por ejemplo, estarán centrados exclusivamente en la persona de Jesús. Ellos nos proponen adorarlo, atraer su espíritu a nosotros para comulgar con sus disposiciones y  para actuar en ese mismo espíritu…

 

La fundación del Oratorio

 

Es en la luz de esta gracia de 1607 que se sitúa la fundación del Oratorio en 1611. Bérulle, como todos los verdaderos cristianos de su tiempo, sufría ver la situación deplorable del clero. En este año de 1611, el nuncio Ubaldini deplora que “los eclesiásticos duermen y no se les puede despertar”.Estimulado por el ejemplo de ciertas familias religiosas (benedictinos, carmelitas, capuchinos) que conocen una verdadera renovación, ciertos sacerdotes desean una reforma del clero; “¡y, qué!” ¿Sería posible que Nuestro Señor hubiera deseado una tan grande perfección de las Órdenes Religiosas y que no la hubiera exigido de su propia Orden que es el Orden Sacerdotal?”6

En Italia, con Carlos Borromeo en Milán y Felipe Neri en Roma, el movimiento ha sido dado. Juan de Ávila ha trabajado en el mismo sentido en España. Francisco de Sales no tiene en ese dominio más que un poco de éxito en Saboya, pero él ha empujado a Bérulle en ese sentido y le ha hecho conocer el Oratorio de San Felipe Neri. Finalmente, bajo las instancias del Obispo, Henri de Gondi, Bérulle va a lanzar un movimiento encaminado a renovar “el estado de perfección en el estado del clero… sin separación del cuerpo eclesiástico”. Si las ordenes religiosas se han reformado, con más fuerte razón la Orden de Jesucristo, los sacerdotes, se deben renovar, en la línea de los decretos del Concilio de Trento, pero más fundamentalmente aún, para corresponder a la intención  misma de Jesús, “fundador” del orden sacerdotal.

A fin de vivir él mismo este ideal del sacerdocio y para dar un auténtico testimonio de él, Bérulle, el 11 de noviembre de 1611, fiesta de la San Martín, se estableció en comunidad con cinco compañeros, en una casa de la calle Saint-Jacques, no lejos del Carmelo. Ellos celebran el Oficio en coro y atraen allí mucha gente (“los padres del bello canto”). Pasan largas horas en oración y se entregan a la vez al ministerio pastoral y al estudio de la Biblia, de los Padres de la Iglesia y de la Teología.

Llevando la vida común, los Oratorianos,  se quieren totalmente sacerdotes diocesanos; Bérulle había aún considerado imponer a sus sacerdotes un voto de obediencia al obispo. La Bula de aprobación de la fundación (10 de Mayo de 1613) no contuvo ese punto. Pero el Papa pide al Oratorio aceptar la carga de la educación en los colegios.

En 1615 harán voto de esclavitud a Jesús reconociendo en él su primero y último superior. Es en este mismo año de 1615 que la Asamblea del Clero “recibirá” los decretos del Concilio de Trento. Ya a partir de 1611, el Oratorio se había desarrollado en Francia. Si ellos no aceptan “beneficios eclesiásticos”, de los cuales rechazan la ambigüedad, los Oratorios se entregan a todos los ministerios de predicación, de confesión, de catecismo, y a las misiones; Más tarde, muchos de entre ellos se consagrarán a la enseñanza en los Colegios o en la Sorbona. Muy naturalmente ellos serán invitados a ocuparse de la formación de los sacerdotes.El ilustre obispo de Langres, Sebastien Zamet les confiará su seminario en 1619. En París, ellos se encargarán del seminario Saint–Magloire en 1624. Esos seminarios consistían sobre todo en tiempos de retiro y de formación espiritual y pastoral que debían preparar a los  futuros sacerdotes a sus ordenaciones. El mismo San Vicente de Paúl, dirigido a Bérulle durante algunos años, organizará igual esos “Ejercicios de los ordenados” en San Lázaro a partir de 1631. Si el seminario Saint -Magloire no debía contar más que pocos alumnos (no más de catorce en 1642), el de Langres tendrá más éxito; pero el impulso estaba dado: Bérulle y su primer Oratorio ha sido el punto de partida efectivo de todo ese movimiento de renovación de los sacerdotes, no solamente con un deseo de organización, sino sobre todo a partir de una convicción de orden místico y eclesial relativa a la grandeza y a la dignidad de los “sacerdotes de Jesús”…

 

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6 Fragmento IV, Meigne col. 1618

 

 

 

Bérulle, el Oratorio y las Carmelitas

 

Bérulle continúa dirigiendo sus comunidades del Oratorio iniciándolos en una vida propiamente mística. Él les hace hacer, el 8 de Septiembre de 1614, el voto de servidumbre a la Virgen; después, el 28 de febrero de 1615, el voto de servidumbre a Jesús y a su humanidad divinizada, durante una “solemnidad de Jesús”.

En 1614, el Papa Paulo V, a pesar de las demandas  de los primeros Carmelitas venidos de Italia en 1610, nombra a Bérulle visitador perpetuo del Carmelo. Él era ya desde los inicios su superior, con Duval, teólogo en la Sorbona, y Gallemant, cura de Aumale. Pero a partir de 1614 se descubre una verdadera vocación de iniciador místico de los Carmelitas. Sus intuiciones y su Psicología no correspondían completamente a la  de la fundadora y aún  menos a las ideas de los Carmelitas. El asunto del voto de servidumbre a la Virgen que él propone en junio de 1615 a los Carmelitas de Chalon–Sur –Saône es el punto de partida de tensiones dolorosas entre Bérulle y Duval y aún con la señora Acarie, convertida en María de la Encarnación.

De 1619 a 1623, las tormentas se van a suceder. Si desde la llegada de  los Carmelitas en 1610 las primeras dificultades habían aparecido, el Breve pontificio de 1614 avivó  su rencilla. El padre Carmelita Denis de la Madre de Dios particularmente fomentó una oposición feroz de algunos Carmelitas de Bordeaux y de Saintes. El P. Coton escribirá a ese sujeto: “Fuera de la herejía yo no he visto nada de parecido en acariatrize”, Paulo V en 1620, Gregorio XV en 1621, después Urbano VIII en 1623, confirmaron a Bérulle en su cargo.

Pero en 1620 una copia desgraciadamente errónea de los formularios de los votos de servidumbre, había sido sometida por los enemigos de Bérulle a las Universidades de Louvain y de Dovai. En un primer tiempo, Lessius, célebre teólogo jesuita, se dejo engañar, después él aconsejará a Bérulle justificarse.  Una verdadera guerra de libelos anónimos se desencadenó entonces.

Todo esto que nos parece hoy poco honorable, nos ha valido  la obra maestra de Bérulle: El Discurso del Estado y de las Grandezas de Jesús, que aparecerá en 1623. Bérulle la ha preparado con cuidado, para justificar de manera detallada y fundamental la intención propiamente teológica que había presidido a la redacción  de los votos de servidumbre, en la línea exacta de los compromisos del Bautismo.

Esta obra difícil, cuya lectura pide una atención constante, no es solamente un escrito de polémica en respuesta a los libelos de sus parientes, él constituye una obra maestra de teología y de fervor místico.

Para la preparación  de su Discurso, Bérulle se había hecho ayudar por Jean Duvergier de Hauranne, abad de Saint–Cyran, cuya erudición patriótica y escolástica era reconocida por todos, y que debía algunos años más tarde sostener el Agustines de Jansenio y unirse al movimiento Jansenista.

 

Bérulle diplomático

 

En diversas ocasiones, Bérulle va a intervenir en misiones diplomáticas delicadas. Él facilitará entre otras, la reconciliación del Rey Luis XIII y de María de Médicis en 1619. Él intervendrá activamente en 1624 y 1625 en las negociaciones que prepararán el matrimonio de Enriqueta de Francia, hermana de Luis XIII, con Carlos Stuart  heredero de la corono de Inglaterra. Las riquezas  políticas y religiosas eran importantes: por una parte, España proponía otra pretendiente y por otra, la unión de una francesa católica a su rey protestante, podía ser una garantía para los católicos ingleses  perseguidos.

Bérulle no se contenta con llevar a buen término los trámites en Roma y en Paris, él va a Inglaterra con veinticinco sacerdotes, de los cuales doce eran oratorianos, para acompañar a la nueva Reina. Allí predica ante Enriqueta sobre santa Madeleine  –esa plática dará origen a la grandeza de Santa Madelaine, uno de sus mejores escritos. A pesar de muchos dificultades y el fracaso relativo a sus esfuerzos, continuará, no obstante, animando en París a la joven reina.

Bérulle estuvo mezclado en muchas otras negociaciones particularmente para preparar el tratado de 1626 con España.

Se ha podido comparar la actitud de Bérulle a la de Richelieu en el campo de la diplomacia y de la política. Si Bérulle se muestra frecuentemente ingenuo y obstinado, poco a propósito de las astucias de la política, se propone siempre un fin religioso y  su idealismo fuerza el respeto. Las relaciones entre los dos hombres han conocido toda una historia: después de la estima recíproca de los  inicios, las oposiciones de temperamento  y de miras, se manifestarán progresivamente hasta que Richelieu obtenga  la desgracia de Bérulle, el 15 de septiembre de 1692, dos semanas antes de su muerte, un año antes que Richelieu reciba los plenos poderes.

 

Bérulle Cardenal (1627) – Su muerte (1629).

 

Es a  petición de Luis XIII, motivada posiblemente por los servicios rendidos, que Urbano VIII nombra a Bérulle cardenal en el consistorio del 30 de agosto de 1627. La púrpura no añade nada a su volar, pero manifiesta a todo la confianza del Santo Padre.

Si su humildad sufre por esta promoción, acepta gustosamente las nuevas misiones, propiamente religiosas que, esta vez, le confía el Papa. Trabaja así la unión de los Benedictinos de Bretaña a la Congregación de Saint–Maur, a la reforma de los Prémontrés de la Abadía d’Ardenne, después a la del convento de los Grandes Agustinos, en París…

Fatigado por esas labores, sufriendo por una enfermedad en los ojos que le molesta mucho, Bérulle va a morir prematuramente el 2 de octubre de 1619, celebrando la Misa. 

Su herencia espiritual y apostólica no se limita  a sus libros – que no serán muy leídos – ni a la sola congregación del Oratorio. Se extenderá mucho más lejos y sus discípulos directos, Condren y Juan Eudes, o indirectos como Olier y otros, propagarán su espíritu…

Y el H. Bourgoing, en su prefacio a las Obras Completas de Bérulle no duda en hablar de una renovación operada por él en la Iglesia:

“(Lo) que nuestro muy honorable Padre ha renovado en la Iglesia, en la medida en que Dios le ha dado los medios para ello, es el espíritu de religión,  el culto supremo de adoración y de reverencia debida a Dios… Es este espíritu que él ha deseado fuertemente establecer entre nosotros, aquél del cual él estaba poseído y todo transportado, aquél que aparece en todos sus escritos… Porque él no habla allí más que de honrar,  de adorar y que… (De las) obligaciones indispensables del hombre hacia la  majestad divina (…) Muchos, en efecto, se dirigen a Dios debido a su bondad, pocos por la adoración de su grandeza y de su santidad. Se forma más a las almas tiernas por las dulzuras de la devoción, y en una cierta libertad y familiaridad con Dios, que en un abajamiento  y un santo terror (= respeto, religión) ante él… Aquí  (en la escuela de Bérulle), somos enseñados a ser verdaderos cristianos, a ser religiosos de la primitiva religión que profesamos en el bautismo; aprendemos a adorar las grandezas, las perfecciones divinas, los designios, las voluntades, los juicios de Dios, y los misterios de su Hijo: lo que estaba menos en uso anteriormente et no se tomaba en cuenta”. 

Ese sentido de Dios, ese sentido de la adoración y el “Cristocentrismo Místico” de Bérulle embellecido con una tierna devoción a María, constituyeron con el cuidado por la santidad de los sacerdotes, lo esencial de la herencia beruliana.

 

                                                   CAPITULO 4

                                 CHARLES DE CONDREN (1588 – 1641).

 

DISCRETO E INFLUYENTE

 

Primer sucesor de Bérulle al frente del Oratorio, Condren ha tenido sobre todo el mérito de ser un gran maestro espiritual y un autentico iniciador místico cuya influencia fue determinante en la Iglesia de Francia en su época. Esta influencia se ejerció principalmente por sus conferencias espirituales y junto a sus numerosos dirigidos: “El dirige, entre 1630 y 1640, todo lo que hay de Santo en París”. (J. Delumeau). Es él quien orientó a Olier hacia la fundación de los seminarios, y la doctrina espiritual del fundador de Saint-Sulpice debe mucho a Condren quien fue su director y su maestro. A diferencia de Bérulle, él ha escrito muy poco. Sus cartas, sin embargo, para las cuáles disponemos de una buena edición crítica1 nos lo revelan a la vez como director espiritual y como cabeza de comunidad. Su vida nos es conocida sobre todo por una verdadera “biografía psicológica” debida a Denis Amelote, su discípulo preferido. Amelote que no debía entrar al Oratoria sino hasta en 1650, después de haber formado parte por mucho tiempo del grupo de sacerdotes que gravitó alrededor de Condren publicó desde 1643, en París, LA VIDA DEL PADRE CHARLES DE CONDREN… Pero el valor histórico de esta obra entusiasta pide ser verificada en más de un lugar, tanto más que la segunda edición de 1657 difiere un poco de la de 1643.

Numerosos testimonios de sus contemporáneos exaltan a cual más sus cualidades humanas, su penetración teológica y la calidad de su dirección espiritual.

Se le ha podido presentar como “el más hermosos espíritu de hombre que Dios haya creado después de San Agustín”. Bremond, hablará a la vez de “genio sutil y de conciencia refinada” y de “la curiosa psicología de Condren2.

Él fue a la vez excelente teólogo y pobre administrador, lento a decidirse, pero místico entusiasta. Si Amelote lo presenta como “la más grande maravilla que yo pudiera comprender… una viva imagen  de Jesucristo” (Vida II, 403), el Padre Luis Quinet, cura de Barbery, escribiendo del colegio de Bernardins, en París, una aprobación para la obra de Amelote, resume en tres palabras lo que él piensa de Condren:

“Un verdadero cristiano,… Un hombre Apostólico… Y un perfecto sacerdote de Jesucristo”. Todo es dicho en esas tres palabras.

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1 P. Auvray y Jouffrey, Cartas del Padre Carlos de Confíen, París, Cerf, 1943.

2 H. Bremond, Historia literaria… Ob. Cit. P. 423

 

PRIMEROS AÑOS –ORDENACIÓN –PRIMERAS ACTIVIDADES

 

Charles de Condren nació cerca de Soissons, en Vaubuin , el 15 de diciembre de 1588 en una familia de la pequeña nobleza. Su padre, convertido del protestantismo, era gobernador del castillo real de Monceaux, cerca de Meaux. Charles estaba destinado a la carrera militar, pero su gusto le llevaba más al estudio y a la oración. Después de buenos estudios en el Colegio de Harcourt en París, obtiene de su padre hacerse eclesiástico. Estudia en la sorbona bajo andré Duval y Philippe de Gamaches, teólogos célebres. Enseña filosofía un año y se prepara largamente a la ordenación sacerdotal que recibe el 14 de septiembre de 1614. Fue en esta época que renunció no solamente a su derecho de primogenitura, sino también a los bienes familiares. En 1615se recibe como doctor en la Sorbona y, en el curso del año 1614-1615, predica en el adviento en Saint-Nicolas du Chardonnet, donde Bourdoise (1584-1655) comenzaba su ministerio sacerdotal ( acababa de ser ordenado sacerdote en 1613) en la cuaresma , en Saint-Honoré, iglesia unida sal Oratorio y la octava del Santísimo Sacramento en Saint-Médard. Como muchos de sus contemporáneos, se siente atraído por la vida de los cartujos y por la de los discípulos de San Francisco, probablemente por los capuchinos, tan activos en esta época. A pesar de las esperanzas que Duval tenía en él para hacerlo profesor, él va a orientarse hacia el Oratorio, donde entrará en 1617.

A propósito de este primer período de su vida, Amelote subraya no solamente sus “frecuentes enfermedades”, sino sobre todo la precocidad de su genio y su prodigiosa memoria; él pretendía, según parece “no haber olvidado nada desde la edad de diez y ocho meses” y saber “un gran número de cosas que no había tenido nunca el propósito de retener”.  Tenía para la filosofía “el entendimiento muy abierto y una facilidad de inteligencia muy extraordinaria, así como un “deseo tan insaciable, que en eso pasaba los días y las noches. Se interesaba en todo el saber humano: ciencias, matemáticas, química astrología, historia, poesía...Memorias admirable, cultura universal, gran facilidad de expresión y gusto por las relaciones cordiales.

Más aún que de esas cualidades excepcionales, que sus contemporáneos señalan frecuentemente, Amelote nos habla de la experiencia espiritual aparentemente decisiva que vivió el joven Carlos a la edad de doce años: “Él se encontró repentinamente con el espíritu envuelto de una admirable luz en la claridad de la que la divina Majestad le pareció tan inmensa y tan infinita que le parecía no haber allí más que ese puro ser que pudiera subsistir y que todo el universo debía ser destruido ante su gloria.” ( Vida, I, 41).Este pasaje merece toda nuestra atención.. Es probable que Denis Amelote ha aumentado a la luz de la doctrina de su maestro, la presentación de ese verdadero “relato de vocación” análogo a alguno de los textos bíblicos. Pero esta frase contiene como en germen lo  esencial de la experiencia espiritual y de la enseñanza de Condren: la grandeza de Dios que no puede ser glorificado más que por destrucción de las criatura...

Una tal afirmación tan abrupta, que podría dar lugar a interpretaciones simplistas, se debe comprender en la línea de la totalidad del sacrificio que conduce a la unión de Dios y a su gloria, pasando por “la muerte y muerte en cruz”.

Pero la continuación del texto de Amelote no es menos revelador y él nos decubre desde el principio lo que estará en el centro de la vida y de la misión de Condren, que se muestra aquí, antes de tiempo, verdadero discípulo de Bérulle: “En esta evidencia y en este amor de la belleza del sacrificio de Jesucristo, Dios puso en su espíritu dos disposiciones muy diferentes, pero de las cuales una prevalece por encima de la otra. La primeras fue una estima incomparable del sacerdocio, con un sentimiento de su indignidad al ser elevado a él; y la segunda fue una clara luz, por la cual él conoció, evidentemente que Dios le quería hacer la gracia de esto. Él escuchó entonces una poderosa palabra que le dijo en su inteligencia: yo quiero que tú seas sacerdote, y que me sirvas en mi Iglesia. Esta voz espiritual más notable y más convincente, que si una palabra humana hubiera golpeado sus oídos, le llenó de tanta dulzura y amor  hacia el sacerdocio y la Iglesia, que toda su humildad, aunque muy grande, fue ahogada en la abundancia de su alegría y vencida por la eficacia manifiesta de la voluntad de Dios. Él se postra por tierra en el mismo instante y se ofrece a Dios con tanta resolución de obedecer a su voluntad, que después, él no ha dudado jamás”.

 

     PRIMEROS MINISTERIO ORATORIANOS  1617-1629

 

Bérulle tenía por Condren una grande admiración –lo tomará en 1625 como confesor, y Amelote nos dice que “cuando él pasaba ante su cuarto, se postraba en tierra para besar las huellas de sus pasos”...El fundador lo encargó en primer lugar de asegurar predicaciones y conferencias contra los “herejes”. Condren se dedica también a la dirección, entre otras cosas, de algunas carmelitas que Bérulle le confía. Él será confesor de Gaston de Orleáns, hermano del rey ( esta última tarea le será muchas veces pesada, pero obtuvo la reconciliación del Señor con el Rey: ella tendrá lugar en Troyes, el 18 de abril de 1630). Él dirigirá a Gaston de Renty con quien trabaja en desarrollar la la Compañía del Santísimo Sacramento. La lista es larga de los que le consultan y que él ayuda: El S. Bernard, que se llamaba el Pobre Sacerdote, el Padre de Bassancourt Baltasar Brandon, quien se asociará un tiempo al S. Olier, el Padre de Saint-pé y tantos otros. Él jugará igualmente un papel importante en la conversión de numerosos protestantes.

Bérulle lo envió desde 1618 para fundar la casa Oratoriana de Nevres, después la de Langres en 1619, de Poitiers en 1621. En 1624 dirigirá el seminario de Saint-Magliore, antes de ser llamado a la casa madre de la calle de Saint-Honoré en1625.

 

                         CONDREN SUPERIOR GENERAL

 

A lamuerte de Bérulle el 2 de octubre de 1629, Condren estaba con Gaston d’Orléans en Nancy. La elección del sucesor de Bérulle tuvo lugar muy rápido –desde el 30 de octubre- sin duda para evitar una intervención de Richelieu. Condren no aceptó más que tardíamente ( el 21 de noviembre) y casi contra su voluntad esta nueva responsabilidad. Comenzó por rechazar el cargo de visitador de los Carmelitas, en parte porque estaba convencido de que la vocación del Oratorio “era la de trabajar en restablecer en el clero el espíritu eclesiástico”. Por otra parte, se esforzó en descargar a sus sacerdotes de la dirección de las religiosas para que estuvieran más disponibles para las misiones y para los seminarios.

En 1631, queriendo renunciar a su cargo, convocó una nueva asamblea de las setenta y un casas. Su elección fue confirmada y las características del Oratorio fueron recordadas: Los Padres no están “ligados por los votos ordinarios de la religión”, eso sería “una congregación puramente eclesiástica y sacerdotal”. Ellos se quieren “religiosos de Dios” como lo precisa Condren en un texto comentando la Bula de Institución del Oratorio.

Condren toma como vicario general al Padre Bourgoing ( el más antiguo oratoriano, él había presidido la asamblea de octubre de 1629), que debía más tarde publicar las Obras de Bérulle, que él hizo preceder de un admirable prefacio.

En 1634 y 1638, nuevas asambleas generales, en el curso de las cuáles él quiere dimitir, con riesgo de huir en 1634 y no aceptar en 1638 más que bajo la amenaza de su confesor de negarle la absolución...

A pesar de sus protestas de humildad, él sirvió al Oratorio con todas sus fuerzas, precisó el espíritu y la organización de él y tomó en cargo nueve residencias nuevas, dos parroquias y seis colegios, entre los que estaba el de Juilly en 1639. Tuvo constantemente la preocupación por las misiones y mantuvo una correspondencia abundante.

El 7 de enero de 1641, murió de una manera cristiana y sacerdotal, de la que los contemporáneos han dejado conmovedores testimonios. 

 

                                      CONDREN Y OLIER

 

Poco tiempo antes de su muerte, y como una especie de testamento, él había dejado entender a Olier y a sus compañeros, que ellos habrían de fundar un seminario. Condren dirigía a Olier desde 1634, bajo el deseo e influencia de la Madre Agnès de Langeac. Fue él quien alejó a Olier y a Du Ferrier del episcopado, “ Habiendo resuelto Nuestro Señor , servirse de ellos para un gran propósito”. Condren, además, había insistido ante San Vicente de Paúl para que su Congregación de la Misión, se ocupara también de los seminarios. Pero el General del Oratorio, se había mostrado muy discreto sobre “el gran proyecto”. Los asuntos de Dios, se conservan en el secreto de su Espíritu”. Un tiempo de maduración espiritual y apostólica debía parecerle necesario antes de hablar de ello. De hecho, Condren ejerció primero una profunda influencia espiritual sobre el futuro fundador de Saint-Sulpice. Es él quien lo inició en el espíritu beruliano, y en particular, en la devoción al Santísimo Sacramento. Él le dio su pequeña oración: “Ven, Señor Jesús y habita en tu siervo”. Se sabe cómo Olier la amaba y cómo él la modificó (cf. página 68). Por otra parte, Condren enviaba a Olier a misionar en ciertas parroquias rurales, pero siempre pensando en los seminarios: “Es preciso aún continuar las misiones y después haremos alguna cosa que valdrá más”. Pero las misiones continuaban, a veces con discípulos de Vicente de Paúl y sin que Condren manifestara claramente su proyecto.

Era necesario esperar los últimos días de su vida terrestre para que Condren se sienta con deseos de hablar de la fundación de los seminarios, como en testimonio del Ferrier en sus Memorias (págs. 134 a 137). Era, en un sentido, su verdadero testamento de Apóstol : Olier y Saint-Sulpice reconocen el en Padre  Condren el animador y el padre del seminario.

 

UNA DOCTRINA ESPIRITUAL

 

Pero la herencia de Condren comprendía también todo un cuerpo de doctrina espiritual correspondiendo a la vez a su propia experiencia mística y a sus enseñanzas. Los escritos de Juan Eudes y de Olier, retomarán y vulgarizarán esta doctrina. Se conocen dos pasajes de la Vida y el Reino de Jesús de Juan Eudes que reproducen en parte una carta dirigida por Condren al futuro fundador de los Euditas3.

 

3 Un estudio comparativo se encuentra en Auvray y Jouffrey, Cartas de Charles de Codren...págs. 547-567.

 

 

 

 

Aparte de las Cartas, no tenemos de Condren más que la obra donde el Padre Quesnal, en 1677, luego en 1697, ha expuesto las ideas y algunos textos de Condren sobre la idea del sacerdocio y del Sacrificio de Jesucristo. Otras ediciones han publicado tardíamente Consideraciones sobre los Misterios de Jesucristo y algunas conferencias. Un cierto número de textos o de copias, han permanecido inéditos.

Esta situación hace difícil un conocimiento preciso de los elementos de su pensamiento teológico y de su doctrina espiritual.

No obstante, es posible extraer algunos puntos importantes que, por otra parte, no han sido siempre bien comprendidos.

El teocentrismo de Bérulle se encuentra en Condren: Dios es el Santísimo, infinitamente trascendente al mundo que él ha creado y a la humanidad pecadora. Pero la adoración por él se expresa por el sacrificio, la inmolación, el estado de hostia. Él hablas frecuentemente de aniquilamiento. Si Bérulle proponía “Elevaciones” y embellecía la adoración con alabanzas entusiastas, Condren propone el sacrificio total de adoraqción, la consumación.

De la misma manera, el cristocentrismo místico beruliano, insiste con Condren sobre el estado de hostia. Nadie es digno de Dios más que el único sacrificio de Jesús .Es por lo que, más que Bérulle, Condren habla frecuentemente de la misa. Jesús allí encuentra “el medio de continuar en todos los siglos, el mismo sacrificio y de multiplicar cada día su ofrenda sobre los altares”. La doctrina Condreniana sobre el sacerdocio y el sacrificio de Jesús, ha sido extendida hasta el vigésimo siglo en numerosas obras de teología y de espiritualidad. ( de la Taille, Mersch, Giraud, Grimal).

Frecuentemente se ha tachado la doctrina Condrenaiana de pesimismo. No basta con querer relativizar el vocabulario: Condren habla de muerte y de abajamiento. Pero parece que a semejanza de Juan de la Cruz y de otros místicos, Condren es tan consciente de la grandeza de Dios y de la dependencia absoluta de la criatura, que ésta no encuentra su verdadero sentido más que ofreciéndose completamente en sacrificio  de amor y de alabanza, en hostia viva. Si ciertas fórmulas nos chocan: Tenga la intención de despojarse de su naturaleza, de negarse; nuestra ocupación debe ser toda por Dios”, nosotros estamos en realidad muy cerca del Todo y nada  de Juan de la Cruz.

Su pedagogía está centrada sobre la adoración y sobre la comunión a Jesucristo: “Es preciso que busque y encuentre en Jesucristo el espíritu y la gracia que Dios le quiere dar, para cumplirla...adore a Jesucristo, dese a él completamente...Tenga intención de renunciar a todo lo que tenga entre manos, de salir de su propio espíritu, para vivir en el suyo, de su voluntad, de todas vuestras intenciones e inclinaciones, para entrar con disposiciones divinas y adorables”4. Es conmovedor reconocer aquí lo que escribirá más tarde el S. Olier cuando hable de la oración.

Cuando él hable del examen de conciencia, que desea ver practicar tres veces por día, centra este ejercicio sobre la adoración de Jesús como juez, como jefe, como sacerdote, como príncipe de nuestra vida y de nuestras acciones...Es preciso, escribe él “primeramente darse al Hijo de Dios y consagrarle nuestros pequeños ejercicios...”( Carta 166).

 

 

4 Carta 56, Auvray, págs. 178...182.

 

 

 

Pero sobre todo, teniendo, después de Bérulle y antes de Olier y Juan Eudes, una idea muy profunda de lo que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, él insiste mucho, se  ha visto, sobre la comunión a los misterios de Cristo, a sus intenciones. Eso vale para todos los ristianos y con mayor razón par4a los sacerdotes, en particular, cuando celebren el santo sacrificio de la Misa.

Contemporáneos de condren, algunos grandes oratorianos como Francisco Bourgoing (1585-1662) y Guillermo Gibieuf (1591-1650), Metezeu y muchos otros como Louis Thomassin (1619-1695), han difundido el pensamiento Beruliano con acentos ligeramente difertentes. Igual ocurre un poco más tarde, con Nicolás Malebranche (1638-1715) que no fue solamente un filósofo, sino también un autor espiritual.

Pero la mayor parte de los historiadores ven en Jean-Jacques Olier y Jean Eudes los auténticos herederos de Charles Condren. Mientras que el Oaratorio se inclinaba hacia los estudios teológicos, bíblicos u otros y hacia la enseñanza en los colegios, Olier contribuirá a realizar el sueño de Bérulle y de Condren: “restaurar el estado sacerdotal”.

 

CAPITULO 5

MISIONERO, MÍSTICO, PASTOR Y REFORMADOR: OLIER

 

¿ES BIEN CONOCIDO?

 

   Jean-Jacques Olier (1608-1657) es más conocido que Condren; su obra habla por él, particularmente el seminario de Saint-Sulpice y la Compañía de sacerdotes que él hay fundado y que forma sacerdotes desde hace más de tres siglos.Por otra parte, sus escritos permiten conocerle bien, principalmente sus Cartas y sus Memorias, que nos entregan “con una precisión extraordinaria su experiencia personal” ( S. Dupuy). Pero, algunas nubes impiden apreciar convenientemente ha este hombre que ha sido a la vez un misionero, un pastor, un fundador y un maestro espiritual cuya influencia ha sido muy considerable.

   Sus escritos impresos –cuatro pequeños libros publicados en los tres años que han precedido la muerte- estaban destinado a los parroquianos de Saint-Sulpice; a pesar de su profundidad espiritual, tienen dos inconvenientes: el estilo es con frecuencia bastante pesado y sobre todo, la doctrina espiritual, parece impregnada de un pesimismo excesivo. Esos dos límites son mucho menos notables en su Cartas, desgraciadamente muy poco conocidas, y que nos revelan un Olier excelente director espiritual...

   En cuanto al Tratado de las Sagradas Órdenes, que ha sido leído y meditado por numerosas generaciones de futuros sacerdotes, y que ha ejercicio así una grande influencia, nosotros sabemos ahora cómo ha sido compuesto: Louis Tronson, dieciocho años después de la muerte de su maestro y retomando algunos escritos de Olier, ha publicado un texto seguido donde algunos de los aspectos principales del pensamiento del fundador parecen haber sido deformados o truncados.

   A pesar de esos límites, Olier permanece como uno de los mejores representantes de la Escuela Francesa; su influencia ha sido considerable, tanto cerca de los laicos y de los religiosos, como de los sacerdotes  y los seminaristas.

   Se puede abordar el estudio del S. Olier de muchas maneras. Después del tercer centenario de su muerte, en 1957, los obispos han hablado largamente de Olier, cura de St-Sulpice (Card. Feltin), fundador del Seminario ( Monsr. Lallier), y maestro espiritual (Monsr. Chapooulieu)...1 Él ha sido todo eso y además, otras muchas  cosas: misionero, reformador de comunidades religiosas, director espiritual, iniciador de la evangelización de Canadá...Se ha podido recientemente, gracias a sus  Memorias ( 8 volúmenes totalizan cerca de tres mil páginas) describir su propio itinerario espiritual2.

   Si él no es el más teólogo –es Bérulle-, el más místico –es Condren-, si su lenguaje no es tan claro como el de Juan Eudes, es sin duda alguna, el mejor propagador del Berulismo. Bremond no ha dudado en consagrar un capítulo entero a “la excelencia de Ollier”. “Sólo, escribe él, él nos presenta la común doctrina en toda la extensión de sus principios y de sus aplicaciones”.

   Olier ha quedado marcado por el pensamiento de Bérulle, sobre todo a través del Padre de Condren que fue su director espiritual de 1635 a 1641 y a quien él profesaba una grande admiración. No obstante, él ha tomado de su propia experiencia personal, espiritual y apostólica, así como de la meditación continua de la Escritura –alimento particularmente de San Pablo y de San Juan- , las convicciones vivas y dinámicas que lo han guiado a lo largo de su existencia sacerdotal, breve, pero muy fecunda.

 

PRIMEROS AÑOS

 

   Jean-Jacques Olier nació en París, en la calle Rey de Sicilia, en el Marisma, el 20 de septiembre de 1608, y fue bautizado el mismo día en la iglesia de San Pablo. Era el cuarto de los ocho hijos de un consejero del Parlamento de París. 1608 era el mismo año en que Francisco de Sales de 41 años de edad, publicaba la Introducción a la Vida Devota y en que Champlain fundaba Québec. Esta doble coincidencia corresponde a dos de los aspectos de la existencia de Olier; siempre, en efecto, él tendrá una grande devoción por el obispo de Genève: éste frecuentará a los Olier en Lyon, entre 1618 y 1622 y Jean-Jacques tendrá a su persona una grande devoción. Por otra parte, La Nueva Francia ocupará un lugar de primer plano en las preocupaciones misioneras del fundador de Sn. Sulpicio, hasta la víspera de su muerte.

   La familia habita en Lyon de 1617 a 1624, al ser allí nombrado el padre intendente de justicia. El joven Jean-Jacques hace sus estudios allí, en el Colegio de los jesuitas.

   Sus padres soñaban con una “carrera” eclesiástica para él: fue tonsurado a los once años y recibió como primer beneficio el priorato de Bazainville, en la Diócesis de Chartres. .Recibirá otros beneficios en el curso de los años siguientes (Clission, Pébrac, etc...).

   Habiendo sido nombrado Consejero de Estado su padre, la familia regresa a París y Jean-Jacques sigue los cursos de Filosofía en el Colegio de Harcourt, después de Teología en la sorbona, hasta el bachillerato en Teología (1630).

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1 Boletín Trimestral de los Antiguos Alumnos de San Sulpicio no 228, mayo de 1957.

2 S. DUPUY, Abandonarse al Espíritu, Itinerario Espiritual de Jean-Jacques Olier, Partís, Cerf, 1982, Premiado por la Academia Francesa.

 

Habiendo regresado a Roma, va en peregrinación a Loreto donde es curado de una enfermedad en los ojos y experimenta “un gran deseo de oración”: eso será siemp’re para él un recuerdo muy vivo; hablará de esto como de una verdadera “conversión”, esperando otras etapas...

En 1631 es llamado a París por la muerte de su padre; a pesar de la oposición de su madre que quiere hacerlo nombrar capellán del rey, él se orienta hacia el ministerio de la predicación popular. En diciembre de 1632, sigue los “Ejercicios de los ordenados”y se pone bajo la dirección del S. Vicente. Será ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1633 y celebrará su primera misa en el Carmelo del barrio Saint-Jacques. Igual que Bérulle, pensará en la vida religiosa  , pero comprenderá bastante pronto que su verdasdera vocación es la de sacerdote diocesano.

 

LOS PRIMEROS AÑOS DE MINISTERIO – LAS MISIONES ( 1634-1641)

 

Desde antes de su ordenación, Olier había frecuentado las “Conferencias del martes” (cf. p. 25) donde encontraba a los sacerdotes más apostólicos de París. Se agregó muy aprisa al grupo de misioneros enviados por San Vicente de Paúl a toda Francia.

De1634 a 1641, consagrará una buena parte de su tiempo a esas misiones, que le marcarán profundamente: allí verá siempre el gran medio de renovar el espíritu cristiano, y el ministerio más necesario en esos años que siguen a las guerras de religión.

Olier misiona primero en Auvergne y comienza por las pareroquias que dependen de su abadía de Pébrac,, cerca de Brioude ( departamento actual de Haute-Loire, dependiente entonces del obispo de Saint-Flour). Intenta reformar l comunidad de Pébrac y, después de gestiones ante Alain de Solminihac, lo unió a los Canónigos regulares que charles Fauré estaba en tren de reorganizar alrededor de Sainte Geneviève en París.

Es en el curso de estas misiones en Auvergne que J.J. Olier encontró en Langeac a la Madre Agnès de Jesús (1602-1634), priora de un monasterio de dominicas contemplativas. Las pocas horas que pasó con ella en el recibidor de ese monasterio, fueron decisivas, según parece, para su orientación espiritual y apostólica. Fue ella quien no solamente lo orientó hacia el Padre de Condren, sino que le reveló que “Dios lo había destinado a lanzar los primeros fundamentos de los Seminarios del Reino de Francia”3. Ella tuvo sobre él igualmente una profunda influencia espiritual, invitándolo a una verdadera intimidad con Jesús. Se ha podido hablar respecto a esto, de una  real “iniciación mística”. Por lo demás, esos encuentros fueron poco numerosos, Agnès de Jesús debiendo morir, a los 32 años, el 19 de octubre de 1634.

 

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3 Madre Agnès de Langeac y su tiempo. Actas del Coloquio del Puy, El Puy, Dominicas de la Madre Agnès, 1986, 243 páginas, particularmente págns. 75 a 90: C. Bouchaud, Madre Agnès, madre espiritual de los Seminario de Francia.

 

Olier , sin por eso romper sus lazos con Vicente de Paúl (misiones rurales, reencuentros en la Compañía del Santísimo Sacramento), toma entonces al Padre de Condren como director espiritual. Toda su vida guardará por él una inmensa veneración; es sobre todo por él, que será hincado en profundidad al pensamiento de Bérulle, con algunos matices que él integrará a su manera. Es sobre todo, gracias a él, que se orientará en 1641 hacia la fundación de un seminario.

Condren comienza por disuadir a su penitente de aceptar la sucesión de Zamet al obispado de Langres, después él lo anima a continuar participando en las misiones: Olier misionará de nuevo en Auvergne, de mayo de 1636 a septiembre de 1637. Más tarde, de julio de 1638 a febrero de 1639, él predicará en la región de Nantes, no lejos de su comunidad de Clisson y trabajará en la reforma de los religiosos fontevristes de la Regrippière. Por otra parte, permanecerá muy unido a esta comunidad: Muchas de sus cartas de dirección espiritual son dirigidas a diferentes hermanas de la Regrippière, como al resto de varias visitandinas de Nantes.Olier será siempre un director sagaz y escuchado.

En junio de 1639, predica una misión en Picardie, en Montdidier. De diciembre de 1639 a abril de 1641, Olier toma parte en las misiones en la diócesis de Chartres. Es en ese momento que se sitúa su grande prueba interior que marcará de manera decisiva su evolución espiritual. Durante meses experimenta una verdadera noche, experimenta una incapacidad total a predicar y a participar en el trabajo de los misioneros; asaltado de escrúpulos, no ve más que su amor propio, su “soberbia”...que dios mismo le reprocha...él se cree réprobo. Se hablado, respecto a esto,  de neurosis de angustia, de desequilibrio profundo. Parece evidente que el aspecto propiamente psicológico, incluso neurótico, de esta prueba, ha sido real. No se trata menos, por lo tanto, de una verdadera purificación interior que él mismo describe con precisión en sus Memorias. Los análisis del S. Dupuy, son a este respecto, muy iluminadores.

El mismo Olier, después de su curación, reconoce en él la acción del Espíritu Santo en la transformación interior y exterior que él vivió entonces:

“Yo no tomaba allí ninguna parte, al contrario, me extrañaba de tantos cambios repentinos, tanta luz por ( = en lugar) de tinieblas, tanta claridad en mis pensamientos por tanta confusión, tanta libertad de hablar por tantos tartamudeos, tantos buenos efectos de la palabra por tanta sequedad que yo experimentaba en mí y  que yo causaba en los otros; tantos sentimientos de amor y de elevación hacia Dios por esta maldita ocupación sobre mí mismo; que yo estaba obligado a confesar: Es el divino Espíritu”. (Memorias, 2, 143).

Esta experiencia dolorosa y la luz que le ha seguido, marcarán su pensamiento y su pedagogía espiritual. Olier da al Espíritu Santo el primer lugar en la vida cristiana. Si el cristiano es “el que tiene en í el Espíritu de Jesucristo”, “nos es necesario confiar completamente en el Espíritu Santo y dejarlo actuar en nosotros”.

Fue en Chartres, según parece, donde fue liberado de su prueba, cuando los misioneros, bajo la dirección de Denis Amelote, intentaban fundar un seminario.

Es igualmente en esos años –más precisamente a partir de 1638- que Olier se ha encontrado en profunda comunión espiritual con Marie Rousseau. Esta verdadera mística, que Condren estimaba mucho y que estaba en relación con gran número de sacerdotes y de laicos cristianos, permanecía en el barrio de Saint-Germain en París. Ella ayudó mucho a Olier en los años que siguieron, particularmente en los inicios del Seminario. La amistad que J.J. Olier le tenía ha sido a veces mal interpretada. Ella ha ocupado ciertamente “un gran lugar en su universo religioso”. (I. Noye); por otra parte, este lugar se esfumará en los últimos años de su vida.

 

VILLA MARÍA Y LA NUEVA FRANCIA.

 

Jean-Jacques Olier, misionero de corazón, ha estado siempre preocupado por llevar el Evangelio a los pueblos alejados. Se hablaba mucho entonces en Francia de la evangelización del Canadá, que habían comenzado los Recoletos y los Jesuitas. Las “Relaciones” de estos últimos, eran muy leídas a principios del Siglo XVII. Ellas encendían las imaginaciones y suscitaban numerosas vocaciones misioneras. Olier, el 2 de febrero de 1636, orando en Nuestra Señora, experimenta al canto del “Lumen ad revelationem gentium, un gran deseo de ir a llevar el Evangelio a lugares apartados. El año precedente, según parece, había encontrado un laico de la Flèche, Jérôme Le Royer de la Dauversière, que soñaba con fundar un hospital en Montréal4. El encuentro llevó a la decisión de fundar la Sociedad de los Asociados de Nuestra Señora de Montreal, a la que los dos nuevos amigos iban a dar mucho de u tiempo y de su dinero. Ellos se asociaron otros muchos miembros de los cuales, el más célebre fue Gaston de Renty, superior de la Compañía del Santísimo Sacramento. Los asociados compran la isla de Montreal  a la antigua “Compañía de la Nueva Francia”.Al paso de los años, los proyectos se precisan, el objetivo principal de los Asociados era “favorecer la instrucción de los pobres salvajes en el conocimiento de Dios y atraerlos a una vida civilizada”. Para eso, se debía fundar una escuela y un hospital que sería confiado a los Hospitalarios de San José, fundados en 1636 en la Flèche. El 27 de febrero, en Nuestra Señora de París, los Asociados reunidos, darán al establecimiento proyectado el nombre de Villa María.

Desde el verano de 1641 el primer grupo partió de La Rochelle, bajo el mando del Sr. De Maisonneuve; una mujer, Jeanne Mance, originaria de Langres formaba parte de él5. Después de una breve temporada en Québec, no fue sino hasta el 18 de mayo de 1642 que tuvo lugar el desembarco en Villa María y la celebración de la primera misa.

Hasta su muerte, Jean Jacques Olier guardará el deseo por Canadá.. Establecerá relaciones continuas con Jeanne Mance, quien lo visitará frecuentemente, cuando va a  Francia  y quien tendrá para él una grande veneración...Él mismo designará antes de morir cuatro sacerdotes de su comunidad que debían partir para Montreal un poco más tarde,, en mayo de 1657. Olier y la Compañía de Saint-Sulpice son siempre contados entre los “fundadores” de Villa María, con Jeanne Mance y Santa Marguerite Bourgeoys, tanto como Marie de l’Incarnation y Catherine de Saint-Augustin lo han sido de Québec con Monsr. François de Montmorency Laval, primer obispo de esta ciudad.

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4 Compañía de los Asociados Amigos de Montreal, De la Flèche a Montreal. La Extraordinaria empresa del S. De lsa Dauversière, Chambray-les-Tours, C.L.D., 1985.

5 G.-M. Oury, Jeanne Mance y el Sueño del S. De la Dauversière, Chambray-lès-Tours, C.L.D., 1983

 

      EL SEMINARIO. LA PARROQUIA DE SAINT-SULPICE  1641- 1651

 

En esta época, en Francia, por todas partes había muchos sacerdotes. Muy numerosos, faltos de formación, sin verdadera vida espiritual, frecuentemente codiciosos...el cuadro eras sombrío. Tentativas de reforma, habían tenido poco éxito por falta de preparación o de concertación. Una de las soluciones debía ser la institución de los seminarios. Pero antes de llegar a la organización de centros de formación sacerdotal, muchas etapas debían ser franqueadas. Adrien Bourdoise (1584-1655) fue, en París y en Beauvais, uno de los iniciadores. Él estableció  en la parroquia de Saint- Nicolas du Chardonnet una comunidad de sacerdotes que llegó a ser, desde 1631, una especie de seminario donde los nuevos sacerdotes de la diócesis de Paría venían a aprender, con las “rúbricas y las ceremonias”, el sentido de su misión pastoral y un estilo de vida comunitaria y orante. Desgraciadamente, las originalidades de Bourdoise no permitieron a esta institución prolongarse mucho tiempo.

Por su parte, Vicente de Paúl, con sus “Ejercicios de los Ordenados” ( retiros preparatorios a la recepción de las Órdenes y que fueron poco a poco impuestos a los que querían llegar a ser sacerdotes), después por las “Conferencias del Martes”, especie de formación permanente antes del ministerio, había preparado el terreno en profundidad. Por otra parte, él mismo fundará en 1642 el Seminario de los Niños Buenos. Los Oratorianos habían intentado varias experiencias desde 1613, pero con un éxito relativo.

Estas realizaciones permiten situar la obra de Olier y comprender el sentido de ella. Él mismo da la explicación más fundamental de ello, nacida de su propia experiencia de misionero:

“Nos hemos reunido desde hace algunos años varios sujetos que, después de haber trabajado con las gentes en las misiones y parroquias, reconociendo que inútilmente se trabajaba con ellos si no se trabajaba antes en purificar la fuente de su santificación que son los sacerdotes, de allí viene que ellos se han retirado después para cultivar nuevas plantas que se les han caído de las manos, que han parecido ser llamados al sacerdocio”( Div. Escrit, I, 71).

Pero es necesario no olvidar lo que había dicho la Madre Agn`¡es de Langeac en 1643 y los últimos deseos del Padre de Condren poco tiempo antes de su muerte (7 de enero de 1641).

Los acontecimientos van a precipitarse puesto que el 29 de diciembre de 1641, Olier, Cauley y du Ferrier se instalan en Vaugirard –entonces aldea al sudoeste de la capital- para comenzar un verdadero “Seminario” donde son reunidos por algunos discípulos. Bourdoise los anima, así como Richelieu, que, por otra parte, quería anexarlos.

“El destino de esta pequeña comunidad de Vaugirard toma bruscamente un giro nuevo, cuando Jean Jacques Olier obtiene ( por transacción personal, no por nominación) el curato de Saint-Sulpice (25 de junio de 1642): en los días siguientes, ella se dirige a esta parroquia parisina y se convierte así en “el Seminario de Saint-Sulpice”. Olier va a dirigir todo por su cuenta: adquisición de inmuebloe para instalar el seminario cerca del curato; formación espiritual de los seminaristas; planes de renovación de la vida paerroquial; planes para el engrandecimiento e su iglesia; reforma de la numerosa comunidad de sacerdotes que allí son empleados. Al mismo tiempo, él es el más activo sostén de la muy reciente fundación de Montréal, querida como puesto de avanzada misionera, bajo el nombre de Villa María”6.

6 Noye, en Dupuy. Ob. Cit. 9. 175.

 

Entre tanto y ligado a una actividad apostólica desbordante, Olier continúa entregándose a la acción de Dios. Si la muerte de Condren, en enero de 1641 lo había obligado a dirigirse a dos benedictinos de Saint-Germain des Prés, Dom Tarrisse, después Dom Bataille, su impulso espiritual se consolidó:  el 11 de enero de 1642 hace voto de servidumbre a Jesús y un año y algunos meses después de su instalación como cura (11 de enero de 1643) voto de servidumbre a las almas. Esos compromisos, en la línea del Bautismo y de la misión apostólica que Dios le confía, son coronados por el voto de hostia, el 31 de marzo de 1644.El estudio atento de esta progresión muestra a qué punto Olier se esfuerza por corresponder a las luces recibidas, a la misión confiada, en la línea de sus deseos profundos y de las prácticas propuestas por Bérulle.

De 1642 a 1652, Olier será a la vez un cura ejemplar, renovando al interior su parroquia, y un fundador de seminario. En la parroquia, organiza la oración litúrgica –particularmente la devoción eucarística, la enseñanza catequética y la caridad. De esta inmensa parroquia casi muerta, él hará en diez años un centro de vida cristiana y apostólica, famosa en todo París.

Olier debió hacer frente a numerosas oposiciones, comprendido aquí un verdadero motín al cual escapó gracias a Vicente de Paúl ( en 1645) y a la protección de la regente Ana de Austria. Libertinos, hugonotes y más tarde jansenistas, estimularán su celo, lejos de disminuirlo. Esos diez años de ministerio pastoral de olier, permanecerán ejemplares en la historia religiosa de París.

 Al mismo tiempo que él renovaba al clero de su parroquia ( cerca de cincuenta sacerdotes para una parroquia que cubría 6 o 7 parroquias actuales) permanecía muy atento al desarrollo del seminario.

Este seminario, “casa apostólica”, era comprendido por él como una comunidad de sacerdotes y de futuros sacerdotes, compartiendo la misma vida y preparándose a recibir o a renovar en ellos el  Espíritu apostólico.

“El seminario de Saint-Sulpice(...)se ha consagrado y dedicado a Jesucristo Nuestro Señor para honrarlo no solamente como Soberano Sacerdote y como el gran Apóstol de su Padre, sino , además, para respetarlo viviente en el colegio de los Apóstoles, invocando todos los días el Espíritu apostólico sobre sí y sobre toda la Iglesia para renovar en ella el amor a Jesucristo y a la religión hacia su Padre, sobre todo en el clero, como la fuente de la santidad que se debe derramar después por él sobre la mesa de los pueblos”. (DE I, 67).

Si los seminaristas iban a seguir los curso de Teología en la Sorbona, donde Olier los ve llevar el espíritu del Evangelio, ellos reciben en el Seminario una formación espiritual profunda, especialmente gracias a la dirección de conciencia (los discípulos de J.J. Olier son en primer lugar “directores”) y a una verdadera enseñanza espiritual.. La duración de la estancia no pasaba de uno o dos años. Para los sacerdotes que venían a pasar allí algún tiempo, Olier desearía que vengan “a conocer lo que son en la Iglesia de DIOS y cuál es la gracia de su estado...para ir a aplicarse con fidelidad en su santo ministerio”.

Este último texto es extracto del “Proyecto del Establecimiento de un Seminario para una Diócesis” que el S. Olier presentó en 1651 a la asamblea del clero de Francia.7. 

 

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7 Proyecto para el Establecimiento de un Seminario en una Diócesis (1651). reed. en la Tradición Sacerdotal, El Puy, Mappus, 1959, págs. 213-232, p. 231.

 

Este texto, por lo demás, incompleto, presenta mucho interés. Se revela allí, entre otras cosas una Teología del obispo, padre de su pueblo y particularmente de su clero, una concepción del seminario como “casa apostólica” donde viven juntos los seminaristas, sus directores, “ministros de la dirección”, de los sacerdotes venidos a fortalecerse espiritualmente y de los “misioneros”, disponibles entre las manos del obispo. Es interesante notar que el momento mismo en que Olier presentaba ese Proyecto a la Asamblea del Clero, San Juan Eudes predicaba una grande misión en la parroquia de Saint-Sulpice...Ninguna duda que los problemas de la formación de los sacerdotes, no habían hecho el objeto de sus conversaciones: Juan Eudes había fundado el Seminario de Caen en 1643 y propuesto a la Asamblea del clero en 1648 ponerse al servicio de la formación de los sacerdotes de Francia. Ellos tenían en común una muy alta idea de la Iglesia y de la gracia apostólica.

 

De hecho J.-J. Olier aceptó enviar – temporal o  definitivamente-  algunos  de sus sacerdotes al servicio de tal o cual obispo para la fundación de un Seminario o para misiones: Nantes (1649), Saint–Flour (1651), Magnac (1651), Le Puy (1652), Clernont (1656), Amiens (1657)… El movimiento debía continuarse, hasta nuestros días, por la Compañía de los Padres de Saint–Sulpice, cuya misión principal permanece, en todo el mundo, “el servicio de los que son ordenados al ministerio presbiteral,… con el cuidado de educar en la “vida interior” y de formar “el espíritu apostólico”. (Constituciones, de 1982 Art. 1).

 

PRUEBAS DE SALUD – ULTIMAS ACTIVIDADES – MUERTE DE J. J. OLIER 1652 – 1657

 

En junio de 1652, gravemente enfermo, Olier, había renunciado a  su curato  y confiado la parroquia a su discípulo A. de Bretonvilliers. No obstante sus últimos años serán muy plenos:  en 1653 conferencias con Charles III de Inglaterra en vista de su conversión al catolicismo; el mismo año  reencontró al P. Alexandre de Rhodes, misionero en Tankin, a quien él se ofreció para trabajar en el Extremo Oriente. En 1654, establecimiento  de la Comunidad de las Hijas del Interior de la Virgen… pero sobre todo, a pesar de una parálisis parcial, continuaba trabajando por el Seminario y consagraba mucho tiempo a la dirección espiritual. Es en sus últimos años que hizo publicar algunas obras de espiritualidad donde se encuentra lo esencial de su pensamiento sobre la vida cristina:  La Jornada Cristiana (1655), El Catecismo Cristiano para la Vida Interior (1656) y la Introducción a la Vida y a las Virtudes Cristianas, así como la Explicación de las Ceremonias de la Misa Mayor de la Parroquia (1657).

Uno de sus últimos actos fue designar los cuatro sacerdotes de su comunidad que él quería enviar a Montreal. Ellos dejaran Francia después de su muerte y llegaron a Canadá el 29 de Julio de 1657. J. J. Olier había muerto el lunes de Pascua 2 de Abril de 1657, reconfortado por una última visita de Vicente de Paúl.

Dejaba después de él no solamente una parroquia completamente renovada, un seminario floreciente y una “Compañía” de sacerdotes comprometidos en varios diócesis, sino también un testimonio personal y una doctrina espiritual del primer valor y que debía expandirse y llevar fruto a través de múltiples influencias: seminarios, comunidades religiosos… La unión en él del místico, hombre de oración totalmente entregado a Dios, y del misionero, “hombre de fuego” entregado al Espíritu apostólico, hace de J. J. Olier uno de los mejores servidores de la Iglesia en el siglo XVII.

 

                                             CAPITULO 6

 

             “UN NORMANDO QUE NO HA DICHO MAS QUE SÍ”

                               JUAN EUDES (1601) – 1680).

 

 

                        EL MÁS LEGIBLE DE LOS BERULIANOS

 

Juan Eudes es sin duda el más abordable de los “cuatro grandes”. El  único en haber sido canonizado, es bastante conocido, gracias a sus obras y gracias a las familias religiosas que se valen  de él y que continúan su acción de misionero, de formador de sacerdotes y de servidor de los pobres: Euditas, Religiosas de Nuestra Señora de la Claridad y del Buen Pastor, Pequeños Hermanas de los Pobres, Religiosas  de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, de Paramé, etc…

Su existencia cubre la mayor parte del siglo XVII: Nacido en 1601 en Normadie, en Ri, cerca de Argentan, morirá en Caen en 1680, “a las tres  horas después del mediodía”, el lunes 19 de  agosto. Pero como Bérulle y como Olier, viajará y misionará mucho en el curso de esos años: estancia en París en provincia y aún en la corte real.

Su itinerario espiritual y apostólico nos es bastante bien conocido, gracias a sus primeros discípulos y gracias también a sus propios escritos, particularmente su Memorial de los beneficios de Dios, especie de diario espiritual que él ha redactado hacia el fin de su vida para guardar al recuerdo de las gracias recibidas. Sus cartas – más de 250 han sido conservadas- nos ayudan igualmente  a conocerlo bien, en su personalidad de hombre de acción, muy sensible, fácilmente autoritario, inmerso en los problemas, pero totalmente centrado en la voluntad de Dios y desbordante de verdadera caridad. Si no tenemos, como para Jean – Jacques Olier, abundantes Memorias que permitan seguir a la perfección su evolución espiritual, es posible, no obstante, señalar algunas etapas mayores de ese caminar espiritual y apostólico.

 

INFANCIA Y JUVENTUD

 

Su infancia y su juventud han estado marcadas por su familia, muy cristiana y de  posición desahogada, y por sus primeros educadores: un sacerdote que lo inicia en el latín, los jesuitas de Caen en el Colegio del Monte donde estudia  humanidades y comienza estudios de filosofía. De una manera comparable a Teresa de Ávila y a Teresa de Lisieux, él evoca sus primeros años en su Memorial: “A la edad de doce años más o menos, (yo comenzaba) a conocer a Dios, por una  gracia especial de su divina bondad y a comulgar todos los meses, después de haber hecho una confesión general… Dios me hizo también la gracia… de consagrarle mi cuerpo por el voto  de castidad ,del cual él sea para siempre bendito. Entre sus maestros jesuitas, él no duda en nombrar “al Padre Robin… quien nos hablaba frecuentemente de Dios y con un fervor  extraordinario, lo que me ayudó mucho más de lo que yo puedo decir para las cosas de la salvación”. A los diez y siete años, en 1618, entra en la Congregación de Nuestra Señora “en la cual Nuestro Señor me hizo muy grandes gracias por la mediación de su Santísima Madre”.

En 1620, recibe en Sées, la tonsura y las órdenes menores en vista del sacerdocio. La llegada en 1622 de los Oratorianos a Caen, le  abre perspectivas nuevas. Posiblemente había ya oído hablar del Padre de Bérulle y del Oratorio, por la Señora de Sacy, admiradora de Bérulle. Seducido en todo caso por el proyecto reformador del Oratorio y a pesar de los aposiciones familiares, él parte para París, donde es recibido por el mismo Bérulle el 25 de marzo de 1623 “en la Congregación del Oratorio, en la casa de Saint –Honoré en París”. Toda su vida, su pensamiento y sus escritos estarán impregnados de la espiritualidad de Bérulle y de Condren; se le constata en casi todas las páginas de su obra maestra  la Vida y el Reino de Jesús en las Almas Cristianas.

 

EN EL ORATORIO (1623 – 1643)

 

Juan entra en el Oratorio el año mismo en que Bérulle publica el Discurso del Estado y  las Grandezas de Jesús. El fundador, de 47 años, ha realizado ya sus obras mayores: introducción en Francia del Carmelo teresiano en 1604 (Juan Eudes había podido oír hablar de la fundación del Carmelo de Caen en 1616),  fundación del Oratorio, en 1611, y él ha debido precisar su pensamiento y sus actitudes en diversas ocasiones, frente a numerosas oposiciones. El  Oratorio es ampliamente conocido en Francia: en 1623, cuando Juan Eudes entra allí, más de 25 casas han sido fundadas San Luis de los Franceses ha sido confiada al Oratorio en 1618 y las casas del Oratorio de Provence se han unido al de París en 1619. Es en ese clima de renovación, de entusiasmo y de dificultades también, que Juan Eudes se prepara al sacerdocio, cerca de Bérulle y de Charles de Condren, entrando al Oratorio  en 1617.  Juan será ordenado sacerdote el 20 de diciembre de 1625 en París, y allí celebrará su primera misa del día de Navidad. Sus dos primeros años de sacerdote estarán marcadas por una “enfermedad corporal” que le impide “trabajar exteriormente”. Pero ese tiempo prolongado será  consagrado al “retiro, (dándose) a la  oración, a la lectura de libros de piedad y otros ejercicios espirituales: lo que (le es) una gracia muy particular, de la cual (él debe) bendecir y agradecer eternamente la bondad  de Dios”, escribe él en su Memorial.

Desde el mes de agosto de 1627 y bajo sus instancias reiteradas, es enviado al Oratorio de Caen, pero bajo su deseo y con el permiso de sus superiores, es para ir a atender y asistir espiritualmente a los apestados de  Argentan; allí él desplegará una actividad prodigiosa. En 1631 renueva ese servicio de  caridad en Caen, viviendo en un tonel en medio de un prado.  La partida de su ministerio es dada. A partir de 1632 comienza a ser empleado en las “misiones”. Desde entonces y casi sin interrupción hasta 1676, predicará dos o tres de ellas por año, en total  más de cien. Cada una duraba de cuatro a ocho semanas  y reunía multitudes considerables, varios miles muchas veces. Ellas tenían por fin la instrucción cristiana de esos bautizados y la reconciliación por el Sacramento de la Penitencia, en vista de una vida cristiana renovada. Numerosos confesores allí participaban, doce o quince por lo regular y algunos veces hasta cien...

Juan Eudes ha misionado sobre todo en Normandía.Él ha dado misiones igualmente en Bretaña ( 7 u 8 ), en Bourgogne (4), en París, en tres ocasiones, en el Corazón...

La historia de esas misiones de Juan Eudes forma parte de la historia de3 la Iglesia en Francia del Siglo XVII. El Padre Berthelot du Chesnay ha hecho de ellas un estudio profundo, al cual no se puede más que remitir aquí.1. Jesuitas, Capuchinos, discípulos de Condren y de Vicente de Paúl: en casi todas las Provincias y ciudades de Francia, las misiones se multiplican. Y como se ha señalado justamente, esta “invasión misionera” no puede ser separada de la “Invasión Mística”: estos son “como los dos aspectos complementarios del movimiento de renovación religiosa en la Iglesia de Francia”.  Y se puede pensar que la renovación de la vida religiosa y de la vida sacerdotal ha estado preparada y favorecida por la renovación de la vida cristiana en numerosas familias.

Para Juan Eudes como para otros apóstoles de su tiempo, esta actividad misionera en la que sobresalía “ese gran predicador...la rareza de su siglo” (Olier) –gracias, entre otros, a dones extraordinarios de orador-, se duplicaba con un servicio más discreto de acompañamiento espiritual. Laicos, hombres o mujeres, sacerdotes probablemente, muchos religiosos, seguramente se dirigen a él. Sin dudar y desde el inicio de su ministerio, da consejos a mujeres, tales como la Señora de Budos, la grande Abadesa reformadora de la Abadía de las Damas de Caen...Tanto en París, como en Caen, aconseja y anima comunidades de monjas: Benedictinas, Carmelitas, Ursulinas, Vistandinas...

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1 C. Berthelot du Chesnay, Las Misiones de San Juan Eudes, Contribución a la Historia de las Misiones en Francia en el Siglo XVII, Procura de los Euditas, 1967.

 

Ese doble ministerio de misiones y de dirección espiritual va a conducir a Juan Eudes a escribir numerosos libros. En su pensamiento, se trata de prolongar la acción de su predicación o de sus consejos orales. La lista de textos que él ha publicado, es muy larga...algunos , además, han desaparecido...Otros, han sido impresos después de su muerte. No se señalarán aquí más que algunos de ellos, correspondientes a los años pasados en el Oratorio ( 1623-1643 ):

-         En 1636: El Ejercicio de Piedad, manual para la vida cristiana de todos los días, varias reediciones;

-         En 1637: La Vida y el Reino de Jesús en las almas Cristianas. Esta obra, muy frecuentemente reeditada ( una veintena de ediciones en el Siglo XVII, siendo considerada la de 1670 como “definitiva”) entrega lo esencial del mensaje de Juan Eudes. Dedicada a la Sra. De Budos, se dirige a todos los cristianos que desean servir a Dios en espíritu y en verdad...”ser cristiano y ser santo, no es más que una misma cosa”. Este libro puede ser considerado como el correspondiente Eudista de los dos libros maestros de Francisco de Sales: La Introducción a la vida Devota (1607) y El Tratado del Amor de Dios (1616). Más abundante y menos bien estructurado, la obra de Juan Eudes es más explícitamente bíblico y teológico, más centrado sobre la comunión en Jesús: la vida cristiana es “continuación y cumplimiento de la vida de Jesús en nosotros”. Jesús viene a vivir y reinar en las almas cristianas. En la línea exacta de Bérulle y de Condren, Juan Eudes invita a todos los cristianos a “hacer profesión de Jesucristo”, a “continuar y cumplir los misterios de Jesús” y a “pedir que él los consuma y cumpla en nosotros y en toda la Iglesia”.

-         En 1642: La Vida del Cristiano o el Catecismo de la Misión ,que conoció numerosas reediciones, retomaba para sus cohermanos  misioneros y para otras personas, la enseñanza que él daba a los niños y a los adultos durante sus misiones. Esta obra era un verdadero catecismo, procediendo por medio de preguntas y respuestas.

Es aún en estos años “oratorianos” que Juan Eudes comenzó a ocuparse, a petición del Obispo de Coutances, Leonor de Matignon, de Marie des Vallées (1590-1656). De 1641 a 1656, Juan Eudes le ayudó  y fue ayudado por ella. Esta mujer, muy poco cultivada humanamente, estaba dotada de gracias extraordinarias y daba prueba de una grande sabiduría. Al mismo tiempo se hablaba de fenómenos raros que marcaban su existencia. Juan Eudes se interesó mucho por ella, en sus estados místicos y en sus revelaciones. Por otra parte, él ha escrito la Vida Admirable de Marie des Vallées y de las Cosas Admirables que han Ocurrido en Ella, así como otra obra más breve, desgraciadamente inéditas. Es interesante señalar que este gran misionero se ha inclinado con mucha atención  -“una atención apasionada” escribe L. Cognet- sobre fenómenos místicos en los cuales él encontraba una parte de su propia experiencia espiritual; su propia mística era, por supuesto, diferente de la de Marie des Vallées, influenciada por el misticismo abstracto de Canfeld y por Catherine de Gênes, y él era más explícitamente cristocéntrico , a ejemplo de Bérulle y de Condren; no obstante, él no podía ser insensible a la verdad de una auténtica vida espiritual. Por otras parte, se sabe cómo las malas lenguas se han desencadenado sobre él, a causa de su admiración por Marie des Vallées.

La fundación de Nuestra Señora del Refugio, que se convirtió en el Instituto de Nuestra Señora de la Caridad, se sitúa igualmente en 1641. Él había reencontrado en el curso de sus misiones, un cierto número de niñas y de mujeres que se habían entregado a la prostitución. ¿ Cómo ayudarlas a “levantarse” y a llevar una vida cristiana? Varias cosas habían sido ya intentadas aquí y allá: en Nancy, en París, en Marsella, se habían creado “refugios”. Los equipos de la Compañía del Santísimo Sacramento se ocupaban de ellos. El mismo Juan Eudes  estaba preocupado por esto, alertado  ya desde 1634 por Jean Bernières. Se conoce la famosa interpelación que una mujer le dirige cuando pasaba con algunos amigos en un suburbio de Caen en 1641: ¿ “A dónde van todos ustedes? Sin duda a las iglesias para comer allí imágenes; después de lo cual, pensarán ser muy devotos. No es allí donde se consigue, sino más bien en trabajar por fundar una casa para esas pobres niñas que se pierden, por falta de medios y de educación.”2 . Juan Eudes ha escuchado este llamado...Con una energía y una obstinación asombrosas ( ¿no es él a la vez normando y cristiano?), no parará a pesar de mil dificultades, hasta que sea establecido, aprobado por Roma, y dotado de sólidas Constituciones, el Instituto de Nuestra Señora de Caridad del Buen Pastor, gracias a santa Marie-Euphrasie Pelletier (1796-1868) que reunió en 1835 los monasterios de la Orden de Nuestra Señora de la Caridad fundados por la Casa del Buen Pastor de Angers.

 

1643: RUPTURA Y CONTINUIDAD

 

A los cuarenta y un años, Juan Eudes va a dejar el Oratorio. Si todos los detalles de esta ruptura no son claramente conocidos, no obstante, se puede afirmar que es por una especie de fidelidad profunda a las intuiciones de Bérulle que ella se hará; es, en efecto, para fundar un seminario que va a dejar seguramente a disgusto su casa y su familia del Oratorio en 1643.

“Restaurar el estado sacerdotal”, tal era el deseo de Bérulle. Predicando sus misiones, Juan Eudes como el Señor Vincent  y Jean-Jacques Olier, percibe con claridad que el fruto de las misiones no se puede mantener más que si, en el lugar, sacerdotes formados, hombres de celo y de oración, toman el relevo de los misioneros. Ahora bien, si los sacerdotes son muy numerosos, ellos carecen cruelmente de formación. A pesar de los deseos y las decisiones del Concilio de Trento, los seminarios no existen y son poco numerosos los sacerdotes verdaderamente “apostólicos”.

Como los otros misioneros oratorianos, Juan Eudes, desde 1641 había tomado la costumbre, en el caso de sus misiones, de reunir varias veces a los sacerdotes que trabajaban con él. No sólo era para ellos la ocasión, de un compartir y de una oración común, sino también de una verdadera formación. De allí nacerán más tarde los libros tales como Las Advertencias a los Confesores Misioneros (1644), El Buen Confesor (1666),así como las obras póstumas El Memorial de la Vida Eclesiástica (1681) y El Predicador Apostólico(1685).

Pero eso no basta. Centros de formación se imponían. Se comenzó por abrir “seminarios” para niños y jóvenes como lo pedí el Concilio de Trento y según la fórmula realizada por Charles Borromée. Los resultados fueron frustrantes. Poco a poco se organizaron retiros de ordenados aquí y allá, después. Comunidades un poco más estables.

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2 Ver P. Milcent, San Juan Eudes,, París, Cerf,1985, p. 103

Se había comprendido, como lo debía escribir Vicente de Paúl que si “la disposición del Concilio se debe respetar como venida del Espíritu Santo, la experiencia hace ver, no obstante, que de la manera de la cual se le ejecuta con respecto de la edad de los seminaristas, la cosa no tiene éxito...Es diferente, tomarlos de edad de veinte, hasta veinticinco y treinta años”.

Es en ese sentido que después de los retiros de los ordenados, van a nacer en poco tiempo, casi simultáneamente y con acentos ligeramente diferentes, comunidades de formación: 1641: J.J. Olier en Vaugirard, 1642: El S. Vicente en los Buenos Niños, y 1643: Juan Eudes en Caen. Este último , igual que el S. Olier había sido marcado por el Padre de Condren, muy preocupado por ver establecerse seminarios en Francia,, pero muy prudente y lento en sus decisiones. Condren muere en 1641 y es reemplazado por Bourgoing. Éste no acepta el proyecto de Juan Eudes por razones aún mal conocidas. Lo cierto es que el 25 de marzo de 1643,con algunos sacerdotes seculares, va en peregrinación a Nuestra Señora de la Délivrande, cerca de Caen, para confiar a María esta nueva empresa. En una nueva casa (llamada en Caen la “Misión”) reunió algunos candidatos al sacerdocio y a algunos sacerdotes. Ellos allí pasan juntos algunas semanas o algunos meses. Nada de compromiso teórico, sino de tiempos de retiro espiritual, particularmente para la preparación a las ordenaciones y a sesiones de formación pastoral (predicación, celebración de los Sacramentos, estudios de casos de conciencia, etc...) Los sacerdotes venían allí a renovarse en el espíritu de su ordenación y en la práctica de su ministerio. Ese 25 de marzo de 1643 había nacido la Congregación de Jesús y María (los Euditas) fundada en  primer lugar en vista de los seminarios y también para toda actividad misionera, particularmente la de las “misiones”. El mismo Juan Eudes firmará frecuentemente sus cartas : “sacerdote misionero”.

Después de haber así fundado un seminario en Caen en 1634, él se encargará con sus hermanos “Euditas”, de los seminarios de Coutances (1650), Lisieux (1653), Rouen (1659), Evreux (1667) y Rennes (1670). Igual que los padres el Oratorio y los de Saint-Sulpice, los miembros de la Congregación de Jesús y María, no se querían religiosos. : “Su estado es eclesiástico y su propósito es de permanecer siempre en el orden de la jerarquía eclesiástica”.(Constituciones). Su fundador es Jesucristo y su espíritu “no es otro que el espíritu del soberano Sacerdote, Jesucristo Nuestro Señor, que los eclesiásticos deben poseer en plenitud, a fin de derramarlo en los otros”.

 

UNA PEDAGOGÍA ESPIRITUAL Y LITÚRGICA.

 

A TRAVÉS DE SUS ACTIVIDADES Y SUS SUFRIMIENTOS DE MISIONERO Y DE FUNDADOR, Juan Eudes ha sido siempre, al mismo tiempo, un gran espiritual marcado por el cristocentrismo místico de Bérulle y de Condren y por la “devoción” de Francisco de Salles. Él ha vivido en una intimidad habitual y cordial con Jesús y con María.

Él estaba consumido de un amor que le hacía desear el martirio y que le había hecho firmar con su sangre, a los 36 años, un “voto a Jesús para ofrecerse a él en calidad de hostia y de víctima, que debía ser sacrificada a su gloria y a su puro amor”. (O.C. 12, págs. 135 ss). Su propia experiencia espiritual, todo lo que él había vivido en el Oratorio, particularmente cerca de Bérulle y de Condren, le llevó no solamente a redactar oraciones, como el “Ave Cor”, saludo al Corazón de Jesús y de María (hacia 1640), sino también oficios litúrgicos. Bérulle había compuesto y hecho celebrar en el Oratorio la solemnidad de Jesús. A su vez, Juan Eudes compuso un oficio en honor de Jesús Soberano Sacerdote y de los santos sacerdotes y levitas. Este oficio, aprobado desde 1649, se celebraba el 13 de noviembre, de tal suerte que la Octava se acababa el 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de la Virgen, en la que se renovaban las promesas clericales. Pero anteriormente, él había compuesto un primer Oficio  en honor del Corazón de María. Fue celebrado por primera vez en público, el 8 de febrero de 1648, en Autun, con la autorización del obispo. Si una tal fiesta podía parecer nueva, -y ella encontrará oposiciones- la realidaad era familiar a Juan eudes. En el Oratorio él había aprendido a decir –y él mismo citará esta “elevación”- “¡Oh Corazón de Jesús viviente en María y por María! ¡Oh corazón de María viviente en Jesús y por Jesús!” Lo que Jean-Jacques Olier llamará “El interior de María” o “El interior de Jesús”, Juan Eudes lo invocará bajo el vocablo del Corazón.

La devoción al Corazón de María se extendió en muchos monasterios y conventos, así como en ciertas diócesis; algunas cofradías de laicos organizadas con Juan Eudes con ocasión de sus misiones, favorecieron su expansión. Un poco más tarde, sin duda, animado por el éxito del Oficio al Corazón de María, él compondrá otro, en honor del Sagrado Corazón de Jesús. La celebración “oficial” después de su aprobación, no comenzó sino hasta 1672, pero el Oficio y la Misa habían sido compuestos algunos años antes. Esta liturgia ha sido adoptada no solamente por los religiosos de Nuestra Señora de l Caridad y la Congregación de Jesús y María, sino también por muchas comunidades religiosas con las cuales Juan Eudes estaba en relación. Es así que desde 1674, los Benedictinos de Montmartre celebran una fiesta solemne del Sagrado Corazón.

El 29 de julio de 1672, Juan Eudes escribe a sus cohermanos una carta desbordante de alegría para invitarlos a celebrar en sus casas la fiesta del Corazón de Jesús, el 20 de octubre siguiente.

No es e lugar de escribir aquí la historia de la devoción al Sagrado Corazón y las inflexiones debidas a Santa Margarita María Alacoque y a los predicadores que han extendido esta devoción.  Pero es preciso subrayar que Juan Eudes ha sido, según las palabras de Pío XI, el “Padre, el Doctor y el Apóstol del culto litúrgico de los Sagrados corazones de Jesús y María”.  Por otra parte, importa señalar que Juan Eudes insistía sobre la unidad del Corazón de Jesús y de María...Así como Olier pedirá a sus discípulos invocar a “Jesús viviente en María”. Pero Juan Eudes habrá tenido la gracia y la misión de cristalizar su oración y la oración de los suyos en el Corazón de Jesús y de María, utilizando una palabra y un signo aptos a despertar el amor de los cristianos por la contemplación del amor de Jesús y de María.

En la línea de la “pedagogía espiritual” de San Juan Eudes, es necesario también señalar las oraciones de antes del mediodía, que son pequeños textos destinados a guiar un breve momento de oración a la mitad de la jornada. Él propone a los discípulos un misterio de Cristo o una de sus virtudes. El interés de esos textos es que ellos permiten centrar la atención sobre Dios y sobre Jesús y no sobre sí mismo. No se trata en primer lugar de examinarse para corregirse, sino de mirar a Jesús, de adorarlo, de agradecerle, de pedirle su perdón y de darse a él para entrar en sus sentimientos...Es el esquema de la oración según el S. Olier, es el centro de toda vida cristiana, según la Escuela Francesa.

Juan Eudes, tanto como Francisco de Sales, propone también otras “pequeñas prácticas” para mostrar “el camino que es necesario seguir para caminar siempre ante Dios y para vivir en el Espíritu de Jesús”. Él sugiere como ejemplo, elevar con instancia nuestro corazón hacia Jesús al inicio de nuestras acciones para decirle “1. que renunciamos a nosotros mismos, a nuestro amor propio y a nuestro propio espíritu, es decdir, a todas nuestras disposiciones e intenciones propias; 2. que ustedes se den a él, a su santo amor y a su divino Espíritu, y que decidan hacer sus acciones en las disposiciones e intenciones en las cuales él ha hecho las suyas”. Él recuerda en seguida con vehemencia, que es necesario no apegarse a esas prácticas en sí mismas3.

 

PURIFICACIONES, ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE ( 1660-1680)

 

La acción apostólica de Juan Eudes ha conocido grandes oposiciones. Activo y muy sensible, él ha experimentado tanto el entusiasmo, como terribles decepciones. Los Oratorianos que le consideraban como un tránsfuga, se han opuesto vivamente a él y a sus empresas. Los jansenistas le reprochaban su devoción al Corazón de María y sobre todo su admiración por Marie des Vallées. Ya en 1650, la oficialidad de Caen había hecho poner sellos en la puerta de la capilla del seminario. A partir de 1660 libelos difamatorios fueron propagados contra él. Más tarde, cundo él consideraba el establecimiento de la Congregación en París, otra campaña aún más violenta desembocó en una carta lacrada, expulsándolo de París y amenazando indirectamente su obra. La desgracia real duró hasta 1679. Ella no le impidió continuar predicando y terminar el voluminoso libro que preparaba desde hacía mucho tiempo, El Corazón Admirable de la Sacratísima Madre de Dios .Él muere el 19 de agosto de 1680, dejando la conducción de su Congregación a uno de sus más queridos discípulos, Jean Jacques Blouet de Camilly (1632-1711). Él había cumplido su voto de martirio.

Los textos propuestos permiten presentir un poco la riqueza teológica de su doctrina espiritual. Ellos no permiten más que indirectamente encontrar el corazón y el alma de ese gran misionero que proponía a los otros la divisa que él mismo había vivido: servir a Dios y a los otros “corde magno et animo volenti” (cf. 2 Mac. 113 ) “con un grande corazón y un grande amor”.

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3 O.C. I,

 

CAPÍTULO  7.

¿ HAY UNA TEOLOGÍA DE LA ESCUELA FRANCESA?

UNA DOCTRINA ESPIRITUAL.

 

El conocimiento, aún rápido de los cuatro maestros de la Escuela Beruliana ya ha permitido reconocer algunas constantes, algunos acentos mayores de una verdadera doctrina espiritual muy estructurada: podemos hablar de una “escuela de espiritualidad” en el sentido preciso de la expresión. Antes aún de presentar algunos de los temas mayores de la Escuela Francesa, importa subrayar que esta enseñanza, tan fuertemente enraizada en la Escritura y en el pensamiento de los Padres de La Iglesia, se dirigía a todos los cristianos: laicos, religiosos y religiosas, lo mismo que a los sacerdotes. Se ha reducido muchas veces la doctrina de los berulianos a su pensamiento sobre los sacerdotes. En realidad, lo mismo Bérulle que Olier y Juan Eudes ( estos dos últimos por las numerosas misiones que han predicado y por sus escritos, nacidos de sus enseñanzas),  pretendían renovar la vida cristiana de todos los fieles. Lo que ellos han dicho a los sacerdotes, era primero la aplicación de los grandes principios de la vida cristiana, las “santas órdenes suponen un cristiano  en su perfección” (Olier). Por otra parte el “Pietas Seminarii...” especie de Diccionario espiritual dedicado a los directores y seminaristas de Saint-Sulpice, no lleva ninguna nota clerical y puede servir de principio y fundamento a toda existencia cristiana.

Se ve ya que si se habla de teología a propósito de esos maestros, se trata más precisamente de una doctrina espiritual que apunta a alimentar una vida cristiana auténtica. La frecuencia entre ellos de este adjetivo “cristiano”1 indica la coloración mayor, pero lo que se ha llamado el cristocentrismo místico de los berulianos se sitúa en un conjunto doctrinal muy coherente y muy sólido. Sin ser teólogos de profesión, todos habían recibido una excelente formación teológica en la Sorbona y frecuentaban asiduamente la Biblia y los Padres de la Iglesia. Es por lo que los diferentes elementos de su pensamiento se articulan estrechamente y constituyen una síntesis de teología espiritual.

 

DIOS ES DIOS

 

Se sabe que la completa conversión de Maurice Clavel es debida al reencuentro de Bérulle y que el sentido de lo absoluto de Dios que descansaba en él ha sido despertado por la lectura del libro de Paul Cochois2. El primer aspecto de la experiencia y del mensaje de Bérulle y de sus discípulos es el de la grandeza y de la santidad de Dios. La respuesta del hombre es la actitud de adoración, la virtud de religión hasta la consagración total de sí mismo: “Es preciso en primer lugar mirar a Dios y no a sí mismo, y no obrar por esa mirada y búsqueda de sí mismo, sino por la mirada pura de Dios”3. Es preciso no olvidar que las palabras “mirada”, “mirar”, tiene un sentido muy fuerte en Bérulle. Ellas no expresan solamente una simple atención ni aún la contemplación: mirar significa “consentir a Dios como a su fin y aspirar hacia él” (P. Cochois). Es una actitud de mor y de consentimiento, tanto como de respeto. Bérulle habría susrito la admirable definición de la adoración que da Elizabeth de la Trinidad: “El éxtasis del amor”.

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1 Olier publicará  una Jornada Cristiana, un Catecismo Cristiano para la Vida Interior, una Introducción a la Vida y a las Virtudes Cristianas, y la obra maestra de Juan Eudes será La Vida y el Reino de Jesús en las Almas Cristianas. Este últimi título es todo un programa.

2H. Caffarel, Clavel, Adorador, en “La Cruz” del 18 de mayo de 1979.

3 Bérulle, Obras dePiedad, XI, col. 1245, ed. Migne.

 

Pero si la actitud fundamental de la criatura es la adoración amante, es porque “no hay nada más grande que Dios y lo que rinde homenaje a Dios”4.

Tales afirmaciones han tocado mucho a los discípulos de Bérulle  que veían en ellos una reacción contra una cierta forma de humanismo que amenazaba con hacer olvidar la grandeza, la trascendencia y la santidad de Dios. Denis Amelote escribirá al respecto : “Es él (Bérulle) quien ha suscitado en nuestros días esta virtud olvidada y que ha movido a nuestro siglo a acordarse del más antiguo de sus deberes...En este siglo...nosotros vemos en las almas más de familiaridad que de reverencia, y se encuentran muchos cristianos que aman a Dios, pero hay pocos que lo respeten”5 .

Para Bérulle, el hombre, criatura, es de Dios  y para Dios; por naturaleza él está en una  condición de pertenencia y de servidumbre. La adoración consiste en ratificar  esta servidumbre. “EL servir queriendo y complaciéndose en esta servidumbre, es felicidad suprema”6

El alma debe entonces olvidarse, perderse, abatirse y llegar a ser “pura capacidad de Dios” y ser así saciada por él. Condren y Olier hablarán de sacrificio  “para reconocer a Dios” y rendirle homenaje “según todos sus perfecciones.

Para Bérulle, no se trata, solamente de actos puntuales de adoración o de ofrenda de sí, sino también y sobre todo de adoración “por estado”, ofrenda  y abandono de la crestura para honrar a Dios en el  fondo del Ser., consentimiento a la influencia del creador… la perfección de la criatura es de consentir con la intención divina, “y puesto que él nos eligió, nos prepara, nos eleva a sí, nos hace dignos de sí, no desconocemos su vocación (= su llamado), no resistimos a su gracia, no nos apegamos a nosotros mismos, no hacemos obras perecederas, sino hacemos obras eternas”.7

Condren, Olier y Juan Eudes, cada uno a su manera, insistirán a la vez  sobre la grandeza de Dios y sobre la importancia  de la adoración  de la virtud de religión.

Se explica entonces la importancia que ellos atribuían a la dignidad y a la verdad de la oración litúrgica: en la Eucaristía y en el Oficio Divino, la Iglesia entera rinde al Padre el honor que le viene, ofreciéndole el sacrificio de Jesús y uniéndose a su oración filial y sacerdotal.

 

EL CRISTO VIVE EN NOSOTROS

 

Lo que se llama el cristocentrismo de la Escuela Francesa pide ser bien comprendido. Por definición, el cristianismo está centrado  en Jesucristo. Pero cada escuela de espiritualidad tiene su manera particular de contemplar al señor Jesús e insiste sobre tal o cual aspecto  de su misterio; cada uno también propone una manera de seguirle, de escucharlo y de unirse a él.

Bérulle y sus discípulos se han unido a la contemplación del verbo encarnado. En la humanidad divinizada, ellos adoran al “servidor” perfecto, verdadero religioso de Dios, perfecto adorador. Más allá de sus actos puntuales de oración o de sus gestos de salvación, la unión de su humanidad a su divinidad es un “estado” permanente. Es también el único mediador de religión por quien y en quien la criatura puede  rendir gloria al Padre.

La contemplación amorosa de los cristianos se llevará, entonces, sobre los misterios de la vida de Jesús; esos misterios son portadores de gracia. Las devociones a la infancia de Jesús, a su vida oculta, a su Pasión, a su Resurrección y  Ascención a la Eucaristía no serán marginales ni secundarias: ellas llevan siempre al misterio mismo de Jesús. “en sus dos naturalezas, en su persona divina, en todos sus grandezas”.8 La obra maestra de Bérulle   publicada en 1623, ¿No es el Discurso del Estado y de las Grandezas de Jesús?

 

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6 Bérulle, obras de Piedad, CXXII, éd. Migne, Col. 1150.

7 Bérulle, Obras de Piedad, CXI, éd. Migne, col. 1129. Las líneas que preceden se inspiran en un artículo de I’ Naye, publicado en el Dizionario degli, Institutidi perfezione, art. “spiritualita”, Toma Ed. Paoline.

8 Bérulle, obras de piedad, LXXXVII, éd. Migne, col. 1070.

 

 

Más allá de los acontecimientos exteriores de la vida de Cristo, Bérulle quiere que nosotros contemplemos “las acciones interiores y espirituales del alma de Jesús tratando con Dios su Padre”9. Olier hablará del “interior de Jesús” o de sus “sentimientos” y “disposiciones”. El Hno.. Bourgoing evocará las “tres miradas” de Jesús: “hacia Dios su Padre para glorificarlo, hacia sí mismo para sacrificarse y hacia nuestras almas para santificarlas y reconciliarlas con Dios”.10

 Pero la adoración beruliana se convierte en amor, en deseo y en “comunión”. La vida cristiana, la vida en Cristo es finalmente la vida de Jesús en nosotros. La frase de San Pablo “no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive “en mí” (Gál.. 2, 20) es como el tema de toda su doctrina  espiritual. Y su oración esencial, que retoma el Maranatha de los primeros cristianos completándolo e interiorizándolo, es un llamado para que él “venga y viva en nosotros”, como  vivió  en María. Hablando de de Jesús, Olier escribe: “Tú me haz dado siempre ese deseo de no ser solamente tu imagen, sino  otro tú mismo, como tú pretendes hacerlo de todos los corazones de tus fieles” (Memorias, II, 268).

Para los Berulianos, esta venida y esta vida  de Jesús van hasta  el corazón y transforman totalmente la existencia. Esos maestros toman a la letra las palabras de San Pablo: “Cristo vive en mí”… “Tengan en ustedes los sentimientos que estaban en Cristo” (Fil. 2, 3); que el Cristo habite por el la fe en sus corazones” (Ef. 3,17). Todos los espirituales, a continuación de los Padres de la Iglesia, habían comentado esos textos. La  Escuela  Fancesa allí ha visto, el centro y la cumbre de toda la vida cristiana. Esta no es solamente adhesión del espíritu, ni simple conformidad a ejemplo de Jesús, ella es más profundamente adhesión, “adherencia”, comunión con su vida, a sus estados y misterios, a sus sentimientos interiores y a sus disposiciones. San Juan Eudes escribe que la “vida cristiana” es  continuación y cumplimiento de la vida de Jesucristo:

“Usted ve lo que es la vida cristiana: una continuación y un cumplimiento de la vida de Jesús; que nosotros debemos ser semejantes a   Jesús sobre la tierra, para continuar aquí su vida y sus obras, y para hacer y  sufrir todo lo que hacemos y sufrimos, santa y divinamente, en el espíritu de Jesús, es decir, en las disposiciones e intenciones santas divinas con los cuales Jesús se comportaba en sus acciones y sufrimientos…”11

Esta concepción de la vida cristiana se encuentra además  tanto en Dom Marmion como con Elisabeth de la Trinité.

Como María ha sido la primera y la más perfecta cristiana, “viviente en Jesús, por Jesús y para Jesús” , la oración se dirigirá a “Jesús viviente en María”. La devoción mariana se derivará así naturalmente  de la contemplación de Jesús y formará parte de nuestro cariño a él. Olier, Juan Eudes y más tarde   Grignion de Montfort desarrollarán a su manera  la devoción a María, pero siempre en la línea profundamente teológica y cristológica de Bérulle.

 

 

 

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9  Bérulle, vida de Jesús c. 29, ed. Migne col 500

10 F. Bourgoing, prefacio a las Obras de Bérulle, p. 103 en Migne.

11 Juan Eudes, la vida y el reino de Jesús, 2ª parte, 2. O. C. p. 166.

 

 

La comunión eucarística es el “medio” por excelencia de la comunión a Jesús. “Cristo, en efecto, no vive en ese Sacramento más que para dar en alimento todos sus maravillas y  para extender su vida y su virtud, principalmente en religión soberana hacia Dios, su caridad muy dulce hacia el prójimo, su profundo  anonadamiento hacia sí mismo, su oposición vehemente hacia el mundo y el pecado”12

La oración  silenciosa estará centrada en Jesús: ante los ojos, en el corazón en las manos; adoración, comunión y cooperación… Todo mira a dejar a Jesús  venir a vivir y actuar en nosotros por su Espíritu.

 

EL ESPIRITU DE JESÚS

 

Si la vida cristiana no es otra que la vida misma de Jesús en nosotros, ella es producida en nosotros por el Espíritu Santo. El cristiano es “el que tiene en sí el Espíritu de Jesucristo” (Olier). “Dejarse, es el secreto de los secretos, la devoción de las devociones” dirá Juan Eudes.

En su vida de Jesús, Bérulle multiplica las consideraciones sobre la acción del Espíritu Santo en la realización de la Encarnación. Es también el mismo Espíritu quien forma a Jesús  en nosotros: “Nosotros estamos en las manos del Espíritu Santo que nos saca del pecado, nos une a Jesús como espíritu de Jesús emanado de él, adquirido por el enviado por él.” 13 El escribirá también: “Yo quiero que el Espíritu de Jesucristo sea el Espíritu de mi espíritu y la vida de mi vida”14.

Jean–Jacques Olier que nos dice haber “pedido mucho el Espíritu Santo” y haber sentido la presencia y la influencia en su vida personal y apostólica, habla sin cesar este Espíritu de Jesucristo. No es por casualidad que  todo el primer capítulo de su Catecismo  Cristiano para la Vida Interior le esté consagrado.

Pero esta no es solamente una doctrina que Jean_Jacques Olier  propone a la fe de sus parroquianos, él mismo insiste a tiempo y a contratiempo sobre la actitud interior y concreta de docilidad al Espíritu, que corresponde a las exhortaciones de San Pablo a los Gálatas ( c. 4 y 5) y a los Romanos ( c. 8): “Déjense conducir por el Espíritu”. Sus consejos se resumen en una simple frase: “Nos es necesario completamente dejar al Espíritu Santo y dejarlo actuar en nosotros” (Memorias VII, 241). Su propio itinerario espiritual y apostólico ilustra esta docilidad al Espíritu pedido con insistencia y vivido en la fidelidad, bajo la mirada de María, templo del Espíritu.

San Juan Eudes, discípulo de Bérulle y de Condren y amigo de Olier, los junto en su devoción y en sus consejos15.

Esta grande devoción de los Berulianos al Espíritu Santo explica la importancia que ellos atribuían a la fiesta de Pentecostés. Para Condren es la principal, la más útil de todos las fiestas…16

 

 

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12 Olier, Pietas N° 4, Amito, 1954, p. 165.

13 Bérulle, obras de Piedad, Migne, col. 1181

14 Bérulle, Grandezas de Jesús, col. 181

15 E. Roldan, el Espíritu santo con san Juan Eudes, en cuadernos eudistas 1977, No 3, Págs. 13 – 42

16.  La carta n° 154, ed. Auvray – Jouffrey, Págs.  457 – 460

 

Olier pedirá  al pintor Le Brun un gran cuadro representando la escena de Pentecostés. Esta pintura estaba colocada encima del altar mayor,  recordando a todos que la fuente de todo espíritu cristiano y de todo “espíritu apostólico”, no es otro que el Espíritu de Jesús recibido en la oración de la iglesia: oración de los discípulos con María.

 

LA IGLESIA, JESUCRISTO DIFUNDIDO Y COMUNICADO

 

Desde el Padre Merch17, sabemos cómo la Escuela Francesa   había valorado  la visión  mística de la Iglesia que los Padres de la Iglesia habían desarrollado a partir de las Epístolas de la Cautividad. La teología contemporánea del Cuerpo Místico le debe mucho y muchas páginas de la Constitución conciliar sobre la Iglesia ha retomado esos temas.

No es necesario  insistir mucho sobre este aspecto de su doctrina y de su contemplación. Es necesario, no obstante, subrayar el contraste sorprendente entre la concepción extrinsequista,  demasiado en exclusiva  jurídica y centralizada de la Iglesia,  que parecían tener mucho “hombres de iglesia” de la época, y la visión amplia, profundamente mística, que era la suya. Ellos  eran por supuesto realistas y reconocían en la Iglesia “nubes y arrugas”, pero contemplaban en ella a la Esposa de Cristo, y finalmente al mismo Cristo. Ellos insistían igualmente sobre la “construcción” de ese cuerpo: “Todo lo que nosotros  hacemos en este mundo, es la composición de este Cristo. Todos los santos trabajan en esto…”(¿Condren o Amelote?). Pero ellos recuerdan que la Iglesia, no es nada por ella misma, ella no puede nada más que en Jesús…

Jesús continúa su vida en la Iglesia, nuestros Berulianos insisten mucho sobre dos aspectos del misterio de la Iglesia: la oración litúrgica y la misión. Para ellos, el año litúrgico nos hace revivir los estados y misterios de Jesús18 y la palabra y el compromiso de los misioneros, animados por el Espíritu apostólico de Jesús, continúan y completan la misión del verbo encarnado.19

 

LOS SACERDOTES DE JESÚS

 

Según la opinión común, la espiritualidad beruliana está toda centrada en el sacerdocio, a causa de la influencia de los seminarios, y de lo que han repetido la mayor parte de esos maestros respecto de la dignidad y de la responsabilidad de los sacerdotes. Es verdad que la  vasta corriente de reforma pastoral y espiritual de la que ellos han sido los principales artífices ha tenido como objetivo prioritario  la “santificación del clero”… y que uno de los resultados más notables de su acción ha sido el  establecimiento de los seminarios mayores; ellos han así contribuido a modelar un cierto tipo de sacerdote. Todos han estado animados por el cuidado grande por  la dignidad de los sacerdotes, de su santidad y de su formación: “la preocupación por la perfección sacerdotal ha obsesionado intensamente a Bérulle” (L. Cognet); J. J. Olier tiene conciencia de haber recibido de Jesús  la consigna de “introducir la contemplación, en el sacerdocio” (Memorias VII, 290).

 

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17  E. Merch, EL cuerpo místico de Cristo, parís – Bruselas, Declée de Boruwer y la edición universal, 1932, 2 vol.

18 J. Dagens, Bérulle…, París, Desclée de Brouwer, 1952, Págs. 373 – 375.

19 R. Deville, Escuela francesa y misión, en “Misión y tradiciones espirituales”, Sesión C.S.M. París, 1985, Págs. 77 – 85.

Todos estarán comprometidos en la fundación de seminarios. Ellos percibían a la vez la importancia decisiva de la misión del sacerdote, la urgencia de una coherencia profunda entre su vida y su ministerio y el llamado a la santidad que implican su vocación y su misión. Esta urgencia era percibida de manera grave por todos los reformadores de la época: la situación lamentable del clero, su ignorancia y la incuria  de muchos sacerdotes y de obispos pedían una renovación espiritual auténtica y una sólida formación al mismo tiempo que un verdadero discernimiento de las “vocaciones”. Olier proponían así como objetivos a los “sujetos que venían a formarse” en su seminario ideal: venir a “conocer lo que ellos son en la iglesia de Dios y cuál es la gracia de su estado”.20

Pero es necesario  mirar allí de más cerca:

1. La mayor parte de sus escritos se dirigen a todos los cristianos: así es respecto del Discurso sobre el Estado y las Grandezas de Jesús, de la Vida y el Reino de Jesús, del catecismo cristiano para la vida Interior, de La Introducción a la Vida  y a lasVirtudes Cristianas… y Bérulle J. J. Olier y Jean Eudes han trabajado tanto por los “pueblos” y por  los religiosos (Ver, por ejemplo, los  destinatarios de sus cartas) como por los sacerdotes. Todos han sido misioneros y actuaban por la renovación de la Iglesia; su actividad apostólica no se ha “especializado” jamás ni limitado a una sola categoría de cristianos, aún si por motivos tanto estratégicos (la santificación del clero era el mejor medio de asegurar una verdadera evangelización de los pueblos) como teológicos  y místicos (el Verbo encarnado continuando su vida  y su misión en el centro del mundo de una manera particular por los sacerdotes que él anima con su propio Espíritu), ellos han consagrado mucho de su tiempo y de sus esfuerzos al servicio de los sacerdotes. Pero todos percibían claramente que el sacerdocio ministerial estaba al servicio del sacerdocio bautismal de todos los cristianos. Su insistencia sobre el aspecto sacerdotal de la vida cristiana (presentado por san Pablo en el capítulo 12 de la Epístola a los Romanos – y retomada en Vaticano”) los preservaba de toda forma de mal clericalismo.

2. Ellos no eran teólogos “de oficio” y ciertos historiadores estiman que el pensamiento de Bérulle respecto al sacerdocio no es siempre coherente.21 Con respecto a esto, es igual para Juan Eudes.22 No obstante, su pensamiento  y su enseñanza sobre el ministerio de los obispos y de los sacerdotes, fundamentados sobre los escritos  del Nuevo Testamento y de los Padres de la Iglesia, que ellos leían sin cesar, son en conjunto, muy sólidos. Su eclesiología y su sentido del espíritu apostólico les hacían evitar todo individualismo pietista. Situaban el ministerio de los sacerdotes al servicio de toda la Iglesia, pero veían en ellos  a los representantes de Jesús,  “Verdaderos pastores en el Cristo pastor”. ¿En que medida han estado ellos marcados por las ideas del Pseudo–Denys sobre las jerarquías místicas y por su concepción discutible de la gracia “derivada” de los obispos a los sacerdotes, hasta los fieles?

 

 

 

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20 Proyecto para el establecimiento de su seminario, loc. Cit. P. 231

21 M. Dupuy, Bérulle y el sacerdocio, Paris, Lethielleux, 1969, p. ex. P. 103, 245…

22 P. Milcent, S. Juan Eudes, ob. Cit. pp. 423 – 233, particularmente p. 428.

 

 

Es necesario todavía hacer estudios en este campo,  después de las investigaciones del S. Dupuy, de P. Chopois y de G. Chaillot, pero es fácil superar este límite de su pensamiento: éste, se explicaba por la convicción -común en su época- según la cual Saint – Denys era el discípulo de San Pablo y el primer obispo de París al mismo tiempo que un gran teólogo místico. En realidad los escritos de este “pseudo–Denys” datan del siglo VI.23

3. Pero lo esencial de su gracia, de su mensaje y de la herencia que ellos nos han transmitido se sitúa al nivel de una convicción espiritual relativa a la misión, a la dignidad,y  a la santidad de los sacerdotes. Es la vida espiritual de los sacerdotes, unida a su consagración y a su misión en la Iglesia que es su mayor preocupación24

Esta herencia y este mensaje que reúnen ciertas orientaciones del Vaticano II  -el Concilio que más ha hablado de la Iglesia y del ministerio apostólico-  parecen poderse resumir así:

- un gran deseo, inspirado por el Espíritu, de trabajar en la renovación de la Iglesia por medio de la renovación espiritual de los sacerdotes: preocupación por favorecer una interioridad verdadera y de suscitar ‘hombres apostólicos’ movidos por el Espíritu más que por deseos o intereses  materiales.

- El sentido  de la santidad sacerdotal ligada la  unión personal del sacerdote a Jesús, a sus intenciones a sus deseos, a su oración, finalmente a su espíritu: “nosotros no debemos actuar más que por el espíritu de JESUS” (Bérulle).

- Una profunda experiencia espiritual y eclesial, personal y colectiva: Todos esos hombres han sido tocados por Dios, han hecho la experiencia y la han compartido y han recibido del Espíritu un sentido de Iglesia a la vez místico, muy  fundado en teología y al mismo tiempo muy realista. Hay que subrayar entre ellos el sentido del Obispo como padre de su Iglesia y de sus sacerdotes y la grande devoción a la Eucaristía y a María. Finalmente, ellos mismos han sido verdaderos sacerdotes de Jesús.

 

MARIA, MADRE DE JESÚS

 

En las páginas precedentes, el gran lugar ocupado por María en la doctrina berualiana ha sido ya subrayado. María se encuentra en el centro del misterio cristiano, puesto que es en ella que el Verbo se ha encarnado, puesto que ella  ha sido perfectamente dócil al Espíritu Santo y porque ella es desde ahora, soberana maternal de todos los hombres.

En su Vida  de Jesús, Bérulle nos ofrece un notable relato teológico y místico sobre la Anunciación. Nada puede reemplazar la lectura de esas páginas. María  “es en la Iglesia lo que la aurora en el firmamento, ella precede la salida del sol...pero, Ella es más que la aurora,  porque ella no le precede solamente, ella lo debe llevar y dar a luz al mundo” (Vida ed. Migne, col. 430)

La santidad de María es contada por Bérulle en “páginas de una frescura exquisita” (P. Cochois): “Santificada desde el primer momento de  se ser,… ella nace sin mucho ruido sin que el mundo hable de ella… Aunque la tierra no piense en ella… la primera y la más dulce mirada de Dios en la tierra es hacia esta humilde Virgen que el mundo conoce: es entonces el más alto pensamiento que el Altísimo haya tenido sobre todo lo creado “(Vida, 430)…“Dios es y hace en ella, másque ella misma…”  (id., 431)… “Ella entra en el amor y la adoración que Jesús rinde a Dios su Padre…

 

23 P. Cochois, Bérulle, ob. Cit. Págs. 131 – 133.

24 P. Pourrat, el sacerdocio, doctrina de la Escuela Francesa, París, Blond y Gay, 1931.

Ella pierde el disfrute de su vida propia e interior en el abismo de la vida interior y nueva de su Hijo… y ella lleva la impresión y la comunicación de sus acciones divinas” (Vida, 501).

Y María es desde ahora soberana de todos los  hombres, ella tiene un “derecho y poder de dar a Jesús a las almas” (Corresp., ed. Dagens,  11, 345). El voto  de servidumbre a María que practicaron Bérulle y sus discípulos descansa sobre  este fundamento. Este voto “no es pues devoción supererogatoria  sino voto derivado del lugar  reservado a la Madre del Verbo Encarnado en el designio de Dios” (P. Cochois, Bérulle, ob. Cit. P. 108)

La “devoción” mariana de Bérulle, a la vez muy teológica y muy afectiva, se vuelve a encontrar con sus discípulos. Cada uno a su manera tendrá, con respecto a Nuestra Señora, Madre de Jesús y Soberana de la Iglesia y del mundo, un tierno afecto que expresa de diferentes maneras: peregrinaciones, oraciones, voto de servidumbre o de esclavitud. Se  sabe cómo Olier ha transformado la pequeña oración de Condren haciendo una oración a “Jesús viviente en María” (Ver página 68). Juan Eudes ha escrito páginas admirables sobre el Corazón de María”: “Jesús está de tal manera viviente y reinante en María, que es el alma de su alma, el espíritu de su espíritu, el corazón de su corazón; de suerte que se puede bien decir que el  Corazón de María, es Jesús” (O.C. VIII, p. 130). Para él, María era verdaderamente el icono de Jesús.25

Con J. J. Olier, hay que subrayar una nota en particular. Si él mismo es muy conciente de la presencia de la Virgen en su existencia cotidiana, y si él extiende la devoción mariana  en su parroquia, él insiste, sobre todo en el seminario, sobre María, Reina de los sacerdotes, después de Bourgoing. María es para él modelo del clero. La fiesta de la Presentación de la Virgen, el 21 de noviembre, será para él esencial en la liturgia del  seminario y será la ocasión para los sacerdotes y los seminaristas de renovar sus  compromisos al servicio de Dios de la Iglesia. El  21 de noviembre será también celebrado solemnemente por los otros Berulianos y por los Carmelitas de Francia: estos, hasta el Concilio, renovarán sus votos el día de la Presentación de María.26

Ya han sido publicados estudios sobre María y el Sacerdocio.27 Pero otras investigaciones deben aún ser hechos. La cualidad  y la verdad  teológicos de la devoción beruliana a María  siempre en referencia a Jesús son los mejores garantías de su autenticidad. Esta devoción encontrará en Grignion de  Mortfort un apóstol incomparable (Ver C. 9).

 

UNA PEDAGOGÍA ACTIVA

 

Al servicio de su doctrina espiritual, Bérulle y sus discípulos han dado prueba de un grandísimo sentido pedagógico. Todos ellos  han sido auténticos “maestros espirituales”. Se ha podido  escribir de Bérulle que él no ha tenido “más que una pasión en su vida: descubrir a las almas para hacerles vivir las riquezas insoldables del misterio del Verbo encarnado”. (P. Cochois, ob. Cit. P. 4). Como las otras “escuelas” de espiritualidad, la escuela beruliana ha querido iniciar a sus discípulos en la unión a Jesús, enseñándoles a “vivir totalmente para Dios en Jesucristo”. _____

 

25  R. de Pas, María icono de Jesús, textos de San Juan Eudes, París, Procura de los Euditas, 1980.

26 La oración de Elizabeth de la Trinidad ha sido escrita por ella la tarde del 21 de Noviembre de 1904… “Yo me entrego a ti”.

 

Ellos desearían que Jesús “fuera formado en ellos”( cf. Gál. 4,19). Para contribuir a esta formación, ellos han preconizado la utilización de cierto número de medios prácticos y no han dudado en crear nuevas fórmulas pedagógicas. El estudio detallado merecería ser hecho; se  contentará aquí con indicar rápidamente algunos de estos medios, que se podrían comparar con los propuestos por San Francisco de Sales, que muchos habían  encontrado y que todos admiraban.

- La oración de la Iglesia era para todos ellos el lugar de la adoración, del sacrificio, de la oración de la Iglesia, unida a la de Jesús, y un  gran medio de formación. Ellos  han hablado y escrito mucho sobre los misterios de  Jesús celebrados en a la liturgia; en función de su visión de la vida cristiana ellos insistían en las solemnidades del Verbo Encarnado: La Anunciación, Navidad, Jesús Niño, la Semana Santa, el Tiempo Pascual y Pentecostés. La fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo (2 de Febrero), fiesta de la luz de Cristo “Que ilumina las naciones”, ha sido para varios de entre ellos la ocasión de gracias   particulares….

Ellos no han dudado en crear oficios propios: oficios de Jesús (Bérulle), del Corazón de María, del Corazón de Jesús (Juan Eudes); de la vida interior de Jesús, de María (Olier); ellos han solemnizado alguna fiesta ya existente, como la Presentación de María en el Templo el 21 de noviembre (Olier)… Todo eso estaba destinado a formar verdaderos cristianos animados del Espíritu mismo  de Jesús, viviente en el corazón de la Iglesia.

-                     La iniciación a la oración ha sido para los maestros de la Escuela Francesa un cuidado permanente. Condren, Olier, Juan Eudes, y más tarde Juan Bautista de la Salle propondrán “métodos” de oración, incluso textos de meditación. Los sucesores de esos maestros se esforzarán por adoptar y divulgar esos métodos, con un éxito relativo… Pero las grandes líneas de la oración sulpiciana por ejemplo (Jesús ante los ojos, en el corazón, en las manos) formarán en la oración a generaciones de sacerdotes. Las oraciones de antes del medio día de Juan Eudes son mucho menos “exámenes particulares” que verdaderos momentos de oración de Jesús y de comunión a sus sentimientos: es toda la oración beruliana. Al servicio de esta oración, ellos han redactado admirables oraciones o elevaciones: a la Trinidad, a JESÚS, a María…

- El culto por la Palabra y por la Eucaristía. La Biblia no era para ellos solamente la fuente principal de su doctrina, ella era también libro de oración. Ellos insistían mucho sobre la lectura orante de la Escritura. Olier en particular nos ha dejado páginas espléndidas sobre el gran respeto que se debe tener por la Escritura santa en la casa de Saint Sulpice. Cada tarde él comentaba a los seminaristas un pasaje bíblico en la “Conferencia de la Escritura”. Para él, la devoción a la Biblia va al par con la devoción al Santísimo Sacramento que él desarrolló mucho, tanto en el seminario, como en la parroquia de Saint Sulpice.28

 - La dirección espiritual ha sido el objeto de todos sus cuidados; sus cartas son los mejores testimonios de la alta idea que ellos se hacían de las mismas: “dirigir un alma es dirigir un mundo” (Bérulle).Más aún, la lectura atenta de las cartas de Corden, de Olier o de Jean Eudes, son para nosotros la mejor manera de conocerlos y de entrar en su pensamiento.

 

 

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28 G. Chaillot “la pedagogía espiritual del sr.Olier según sus memorias,”en Boletín de Saint-Sulpice 2, 976 Págs.27-67.

 

- Los votos  de servidumbre a Jesús y a María a los cuales él ha hecho ya alusión, han sido objeto de vivísimas controversias. Si Bérulle ha cometido  probablemente alguna equivocación pedagógica queriendo imponer a los Carmelitas el voto de servidumbre a María en 1615, voto que practicaban ya los sacerdotes del Oratorio, es preciso reconocer, como el “P. Cochois la ha mostrado, que tales  compromisos van en el sentido del Bautismo, así ratificado y renovado. Hay allí  una pista de búsqueda muy importante que sale a la vez de la historia de la espiritualidad y de la pedagogía  espiritual. Muchos santos en efecto,  han propuesto semejantes “ofrendas de sí”. Que se piense en el “Suscipe” de San Ignacio, en tal oración de Teresa de Ávila: “Vuestra soy yo, para ti yo he nacido, ¿qué quieres hacer de mí?”. O el texto admirable de Santa Teresa de Couderc: entregarse” (26 dejunio de 1864). Y cuando el P. Voillaume habla del “Segundo Llamado”, él reúne , me parece, ese movimiento.

        Todas las “devociones” de la Escuela Francesa, no son finalmente, más que                  medios al servicio de una sola finalidad: ayudar a los hombres y a las mujeres que lo desean a responder al llamado del Señor.

Esos medios pedagógicos corresponderán a esta finalidad: “abandonarse al Espíritu” de Jesús, “Adherirse” a sus sentimientos, “entrar en su oración” y entonces renunciarse a sí mismo para dejar el lugar al Espíritu de Jesús, ejercitarse en comulgar con las  disposiciones de Jesús, a sus “moradas” hacia su Padre, en la adoración y la alabanza, hacia  los hermanos en el amor y el servicio, hacia sí mismo en el olvido y el anonadamiento.

Es así que la vida de cristo  resucitado invadirá el corazón y la existencia de esos cristianos renovados por el Espíritu.

 

                                      CAPITULO 8

 

                      JUAN BAUTISTA DE LA SALLE (1651 – 1719).

 

                                  DOS GRANDES HEREDEROS

 

Entre los numerosos herederos de la Escuela Beruliana, dos santos merecen una atención particular: Juan Bautista de la Salle (1651–1719) y Luis María Grignion de Montfort (1673–1716). En efecto, sus compromisos  apostólicos y su doctrina espiritual se inscriben en la línea misma de los fundadores de la Escuela Francesa; por otra parte, ambos  han sido formados en el seminario de Saint–Sulpice y allí han recibido una influencia decisiva  de sus directores: Louis Tronson (1622–1700) y François Leschassier (1641– 1725).

Además, la proyección ejercida por J. Bta, de la Salle y L. M. Grignion de Montfort y por sus familias religiosas ha contribuido mucho y contribuye siempre a difundir algunos de los  grandes temas Berulianos.

 

UN EDUCADOR Y UN SANTO

 

El fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es bastante conocido por su obra pedagógica y particularmente por las innovaciones que ha aportado en la educación popular: enseñanza simultánea, gratuidad, supresión del latín… Es igualmente conocido en el mundo entero por el Instituto que él ha fundado y al cual ha dado principios y una estructura del  todo nuevos para la época: religiosos y educadores, laicos, viviendo en comunidad y compartiendo la vida de sus alumnos, influyendo en su espíritu y de fe, alimentado por la oración asidua, la fuente de su celo apostólico. Pero fuera de su Instituto o de algunos historiadores de la espiritualidad, su experiencia espiritual personal y su enseñanza sobre la oración y sobre la grandeza del  ministerio de los educadores cristianos son prácticamente ignoradas. De la Salle ha sido, por tanto, un grandísimo maestro espiritual que se vincula estrechamente a la Escuela Beruliana. Él no ha sido educado  en Saint–Sulpice más que diez y ocho meses, habiéndolo obligado la muerte de su padre a asegurar la tutela de seis hermanos y hermanas de los que él era el mayor. Por otra parte, él ha recibido la influencia de otras corrientes espirituales: Francisco de Sales y Teresa de Ávila particularmente, de los que él ha sido un lector asiduo… Pero la marca beruliana permanece preponderante; una de las señales de esto es la invocación que sus hermanos han repetido veinte veces por día desde hace tres siglos: “Viva JESUS en nuestro corazones” y que es el eco vibrante de la oración de Condren y de Olier: “Oh Jesús viviente en María…” y de las afirmaciones fundamentales de Juan Eudes en la Vida y el Reino de Jesús en las almas cristianas.

 

UNA EXISTENCIA DÓCIL AL MOVIMIENTO DEL ESPIRITU

 

Sobre su lecho de muerte, el Viernes Santo 7 de abril de 1719, Juan Bautista de la Salle resumió en una sola frase  la actitud fundamental de su vida cristiana: “Yo adoro en todos las cosas la conducta de Dios en mi persona”.

Toda su existencia no había sido más que una larga respuesta, cada vez más fiel y total, a las llamadas del Espíritu Santo a través de las circunstancias frecuentemente imprevistas; día tras día, él ha correspondido a los invitaciones de Dios percibidas en las necesidades de  la  formación de sus hermanos, con la ayuda de tal o cual consejero. La voluntad de Dios su “conducto hacia su persona” ha sido la luz y la regla de su vida, en cada momento, en cada etapa,  a pesar de los sufrimientos, los desgarramientos, las rupturas, las contradicciones y las noches de toda clase.

Al inicio de su vida  sacerdotal, él se había impuesto algunas reglas que ha guardado hasta su muerte. La tercera de esas reglas ayuda a conocerlo bien:

“Buena regla de conducta de no hacer nada de distinción entre los asuntos propios  de su estado, y el asunto de su salvación y de su perfección, y asegurarse de  que  no habrá jamás  mejor modo de lograr su salvación, y que no adquirirá jamás más perfección más que  haciendo las tareas de su cargo, con tal que las cumpla  en vista de la orden de Dios.Es preciso tratar de tener siempre eso en vista”.1

Juan Bautista de Salle nació en Reims, el 30 de Abril de 1651, de una familia muy acomodada, de negociantes y de magistrados. El debía ser el mayor de once hijos  de los que siete solamente sobrevivieron. El medio familiar era profundamente cristiano, bastante austero, sin duda con un punto de rigorismo: uno de sus hermanos y varios primos y sobrinos fueron jansenistas.

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1 Citado en S. Sauvage y S. Campos, Juan Bautista de la Salle, Paris

 

El comenzó sus estudios clásicos en Reims en el colegio de los Buenos niños. Tonsurado a los once años, se orienta resueltamente  hacia el estado eclesiástico y llega a ser en 1661 canónigo de la catedral de Reims.

Prosigue sus estudios de filosofía, después de Teología en Reims y en París. Una estancia de un año y medio en el seminario de  San Sulpicio lo marcará para siempre (otoño de 1670 – Primavera de 1672). Conservará relaciones continuas con el S. Tronson y el S. Leschassier. Amaba hablar  a sus hermanos de la “Santa Casa”… semillero de obreros apostólicos… que le dio el espíritu de Dios”. Su camino espiritual y su enseñanza sobre la oración y sobre el celo apostólico llevan la huella de esta formación.

Vuelto a Reims después de  la muerte de su padre, en 1672, para asegurar la tutela de sus hermanos y hermanas, cumple sus responsabilidades con una conciencia y un   afecto raros. Los “cuentas de tutela”, recientemente publicados, son un testimonio conmovedor de esto.

Después de su ordenación en Reims, el 9 de abril de 1678, por el arzobispo Charles – Maurice le Tellier, él comienza un ministerio sacerdotal aparentemente imprevisto, pero que va como a prologar al servicio de los niños su  primavera tarea de educador, desempeñada cerca  de sus hermanos y hermanas… Desde 1679, participa en la apertura de dos, después de tres  escuelas de muchachos en Reims. Allí se compromete financieramente, después se  implica de más en más totalmente. Percibiendo con agudeza que la condición primera que aseguraba la estabilidad y la eficacia de la escuela cristiana era la formación de los maestros, se entregó a ella completamente. El 24 de  junio de 1681 (fiesta de San Juan Bautista, su patrón, precursor del Señor), él invita ocho o diez maestros a vivir en su casa… donde ellos, tomaban ya sus comidas. El año siguiente, en la misma fecha deja el techo familiar para ir a vivir con ellos, pobremente, en una casa cercana. Es el mismo años (1682) en que Luis XIV se instala definitivamente en Versalles…

Lo que él propone así a esos maestros, compartiendo totalmente su vida, no es una simple existencia de enseñantes asalariados, sino el ideal de una vida consagrada vivida en comunidad, al servicio de la educación cristiana de los niños pobres.

Poco a poco, sin prisa,  pero sin retraso ni vuelta, él deja todo, renuncia a su canonicato, a su patrimonio, y ve venir a él después de algunos defecciones, un gran número  de voluntarios.

Esto le permite enviar maestros a los escuelas de Rethel y de Chateau Porcien en 1682, después a Guise y a Laon en 1685. En 1687, él habrá creado en Reims un “seminario de maestros” para el campo, escuela normal adelantándose a su época. Al lado de ese centro  se abre  un noviciado para los jóvenes que quieren unirse a la comunidad. Toda su vida estará desde ahora guiada por la preocupación de “formar educadores”.

En febrero de 1688, el S. de la Salle deja Reims, con dos de sus hermanos y va a tomar cargo de la escuela de caridad, de muchachos de la parroquia de Saint – Sulpice en París. Él permanecerá doce años en la capital, trabajando allí con perseverancia a pesar de las oposiciones de todas las órdenes, particularmente la de los “maestros escribanos” y aún de tal o cual cura de Saint–Sulpice.

No obstante, lo que se convertiría el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, se organiza y se reestructura.  Después de la Asamblea de Reims (Pentecostés de 1686), etapas importantes son franqueadas: el 21 de noviembre de 1691 (fecha muy querida a este exalumno de Saint–Sulpice), él se compromete definitivamente con dos de sus más antiguos hermanos, por votos de asociación, de obediencia y de estabilidad.

En 1692, comienza  un noviciado en Vangirard, entonces en las afueras de  París, hacia el sur. El 6 de junio de 1694, fiesta de Pentecostés, apertura en Vangirard  de un  retiro marcado por su elección como superior del Instituto (el 7 de Junio) y por los votos perpetuos de varios Hermanos. La misma fecha de Pentecostés se  reencontrará en 1716 para la asamblea de Saint – Yon (Rouen) que elegirá al hermano Borthélémy como sucesor de Juan Bautista.

Las primeras “Reglas  comunes del Instituto… “datan probablemente de la asamblea de 1694.

Desde ahora las fundaciones y la toma de cargo se van a diversificar y a multiplicar a través de Francia y hasta Roma. El período que 1699 a 1711 estará marcado por numerosas fundaciones.

Juan Bautista de la Salle encontrará casi por todas partes dificultades y contradicciones. Él creerá un  momento deber retirarse, pero regresará a París en 1714 y se instalará definitivamente en Rouen en 1715. En 1717, reemplazado por  el hermano  Barthélémy, permanece sencillamente en la discreción como capellán de su  comunidad de Saint – Yon; él redacta entonces un cierto  número de textos espirituales y muere el 7 de abril de 1719.

Uno de sus hermanos de  hoy ha podido resumir su acción y su misión de la manera siguiente:

“Juan Bautista de la Salle ha tenido el genio de la escuela, la intuición fecunda de sus necesidades; él ha creado, para responder a ello, los tipos más diversos  de enseñanza: de las escuelas de caridad a las escuelas profesionales, pasando por las academias dominicales, la pensión  libre y la casa de corrección. No obstante, su primera misión fue la formación de los discípulos convidados a uno de los apostolados más esclavizantes que haya”.2

Detrás de todos esas realizaciones, importa percibir  cual idea – cual ideal – él se hacía de la misión y de la vida de sus hermanos…

 

LOS EDUCADORES CRISTIANOS, SUCESORES DE LOS APÓSTOLES EN SU MINISTERIO

 

Si Juan Bautista de la Salle ha organizado de manera muy precisa sus escuelas y su Instituto, si él ha dado a sus hermanos consignas sobre la Conducta de las Escuelas Cristianas y de las Reglas de la Decencia y de la Urbanidad Cristiana, él les ha dejado sobre todo grandes textos espirituales.

Marcados por una claridad y un rigor impresionante, como el  Compendio de Diferentes Tratados al uso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (1711), esos textos apuntan a  alimentar y a renovar las dos actitudes fundamentales de espíritu de fe y de celo apostólico; es allí que él ve lo esencial de su vida espiritual, en el centro de su servicio eclesial de educadores cristianos.

Pero parece que una de las ideas mayores de Juan Bautista de la Salle, una de sus gracias, ha sido considerar y repetir sin cesar a sus hermanos – que él quería laicos – que su ministerio de educadores cristianos continuaba el mismo ministerio de los Apóstoles. “Los que instruyen a la juventud son los cooperadores de Jesucristo en la salvación de las almas”…

 

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2 Hermano Mauricio – Auguste, en catolicismo, t. VI; Art. “J. B. de la Salle”, col. 640.

 

“Lo que Jesucristo dice a sus santos Apóstoles él se lo dice también a ustedes mismos”… “Ustedes han sucedido a los Apóstoles en su empleo de catequizar y de instruir a los pobres”… Agradeced a Dios la gracia que os ha hecho en su empleo, de participar en el ministerio de los santos Apóstoles, y de los principales obispos y pastores de la Iglesia, y honrad vuestro ministerio, (Rom. 11, 13), convirtiéndose, como dice San Pablo, en dignos ministros  del Nuevo Testamento (2 Cor. 3,6).” Se podrían multiplicar tales citas. Una lectura atenta de la obra maestra espiritual que constituyen las Meditaciones Para el Tiempo del Retiro, donde el fundador ha dejado sin duda lo esencial de su corazón, permite percibir su convicción fundamental; los hermanos han sido llamados a ejercer y a vivir el ministerio apostólico, a continuar la misión de los Apóstoles. Las citas extremadamente numerosas de San Pablo, particularmente de la segunda Epístola a los Corintios, donde el apóstol expresa ampliamente el sentido de su ministerio, van en el sentido de lo que se podría llamar la identificación apostólica de los hermanos.

Juan Bautista de la Salle había sido formado en Saint–Sulpice, que se quería una casa apostólica, según el deseo de J. J. Olier. Él allí había orado cada día antes al cuadro de Le Brun representando la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Su devoción al Espíritu Santo y a la fiesta de Pentecostés se explica en parte por esta dimensión inseparablemente espiritual y apostólica de su formación. Olier no había escrito: “El seminario de Saint–Sulpice (…) Se ha consagrado y dedicado a Jesucristo Nuestro Señor para honrarlo no solamente como Soberano Sacerdote y como el gran Apóstol de su Padre, sino aun para respetarlo viviente en el colegio de los Apóstoles, invocando todos los días el Espíritu apostólico sobre sí  y sobre toda la Iglesia para renovar en ella el amor de Jesucristo y la religión hacia su Padre”.3

El genio de la Salle ha sido comprender en la fe y repetir sin cesar a sus hermanos, que su “empleo”, unido a su “estado” era totalmente  apostólico; él debía pues ser vivido bajo la  movilización, “por el movimiento” del Espíritu Santo, Espíritu  que no es otro, según los Berulianos, que el espíritu de JESUS, a la vez filial y apostólico.

 

¡VIVE JESUS EN NUESTROS CORAZONES!

 

El cristocentrismo místico de la escuela beruliana se expresaba en numerosas oraciones:

Oficio de JESUS de los Oratorianos, Pequeñas Oraciones del Padre de Condren, que se ha desarrollado con Olier en. “Oh Jesús viviente en María…”“Ave Cor” de Juan Eudes… Juan Bautista de la Salle no ha propuesto solamente oraciones cotidianas “en honor y unión…” de tal o  cual misterio de Jesús, él ha dado también a sus hermanos una oración breve, que ellos repiten varias veces al día y que ha cantado y  canta aún en el corazón y en los labios de sus discípulos… Ese Jesús que él contemplaba,  que él adoraba con acentos líricos que nos sorprenden en este rudo asceta, él le pedía, en la línea de la oración oleriana venir  a vivir. “en nuestros corazones” para que toda la existencia  - actitudes profundas y comportamientos cotidianos – sean transformados en esto.

 

 

 

 

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3 Olier, Diversos Escritos, I, 67

 

Esta oración breve, grito de amor y de deseo, se debe comprender como el resumen viviente de todo un conjunto de enseñanzas sobre la oración y de textos de meditación que el fundador ha dejado a sus hermanos. Iniciado en Saint–Sulpice primero, después con la ayuda de sus directores sucesivos como Nicolás Roland y Nicolás Barré, él consagraba a   la oración mental cada día,   largas horas. La oración  fue el crisol de su vida espiritual y apostólica. A través de ella hizo una experiencia profunda de Dios, de la Cruz, de Jesús y del misterio  de la Iglesia.

 Esta experiencia transparenta en las doscientas ocho meditaciones que él ha dejado  a sus hermanos y en esta admirable Explicación del método de oración que desarrollaba lo que él había previamente expuesto  en su Recopilación... y que él debía repetir  incansablemente a sus discípulos en Reims, en Vaugirard y en Saint – Yon.

Sin poder entrar en el detalle de esta enseñanza sobre la oración, conviene señalar algunas características importantes:

- La insistencia muy grande sobre la presencia de Dios. No es para él un simple previo para la oración, es ya la oración misma. En el limite, y esto traduce ciertamente su propia experiencia, “la oración de simple atención” - o de simple  mirada – no es más que un acto muy sencillo y prolongado de presencia de Dios. La Salle había frecuentado el convento de los Padres Carmelitas, calle Vaugirard; él había encontrado allí sin duda al hermano Laurant de la Resurrección que ha vivido allí  hasta 1691. Ese hermano converso atraía muchos cristianos deseosos de vivir a fondo el Evangelio, pero de una  manera simple; él no hacia más que enseñarle la práctica de la presencia de Dios…

- Las etapas  de toda vida espiritual se encuentran en diversas formas de oración presentadas: pláticas por reflexiones multiplicadas, por reflexiones escasas y mucho tiempo continuadas y finalmente por simple atención. Diversos métodos son propuestos según que se apliquen sobre un misterio, sobre una virtud o sobre una máxima.

- La orientación resueltamente práctica de las “meditaciones” del fundador; a cada consideración corresponden una o dos preguntas y tal o cual exhortación: “¿No habéis estado alguna vez, o no estás en esta miserable disposición? Si esto es, gemid ante Dios, y rogadle insistentemente  que os saque de esto lo más pronto posible, porque el remedio a ese mal debe ser aplicado prontamente”. El realismo de Juan Bautista de la Salle no aparece menos cuando invita a meditar sobre las exigencias de la vida comunitaria; él allí vuelve frecuentemente, particularmente en una meditación justamente célebre sobre “la obligación que tienen las personas en Comunidad de soportar los defectos de sus hermanos”. Pero ese realismo psicológico es en primer lugar un realismo espiritual iluminado por la fe. Lo que él escribe  sobre la presencia de Jesús en medio de los hermanos es una excelente ilustración de esto: “¿No es una gran dicha, cuando se está reunido con sus hermanos, sea para hacer oración, sea para  algún otro ejercicio, de estar seguro que se está en la compañía de Nuestro Señor y que está en medio de sus hermanos? Él está en medio de ellos, para darles su santo  Espíritu, y para dirigirlos por él en todos sus acciones y en toda su conducta; él está en medio de ellos, para unirlos en armonía (…) Jesucristo está en medio de los hermanos en sus ejercicios, a fin de que, todas sus acciones tiendan a Jesucristo como a su centro, sean uno en él por la unión que  tendrán de Jesucristo actuando en ellos y por ellos”.

La vida, la obra y el mensaje de un hombre como Juan Bautista de la Salle se explican en gran parte por sus propias convicciones y por su experiencia espiritual y apostólica. Las etapas de su propio caminar y el análisis de las influencias recibidas no han sido aquí más que evocadas… el fundador, por otra parte, no ha sido  un innovador bajo todos los planos. Su genio  ha sido sin duda el adoptar de manera magistral, perfectamente  adaptado a su época, algunas de las grandes orientaciones apostólicas y espirituales del siglo XVII francés. Él no ha sido más que beruliano, pero es preciso insistir sobre este aspecto de su doctrina espiritual que lo convierte en  un verdadero representante de la Escuela Francesa. Nadie, en definitiva, puede reemplazar el contacto directo con sus escritos ni el encuentro con sus hermanos. Lo que escribía Luis de León a propósito de Teresa de Ávila, se aplica bien a él: “Yo no he encontrado jamás a la madre durante su vida mortal, pero yo creo conocerla un poco a través de sus escritos y por sus hijas”.

 

                                             CAPITULO 9

 

                            Louis Marie Grignion de Montfort (1673 – 1716)

 

         “EL ULTIMO DE LOS GRANDES BERULIANOS” 

 

¿Quién no conoce el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen o El Secreto de María? y por tanto, si el gran título de gloria de Grignion de Montfort es  el de apóstol de María, su misión y su gracia desbordan la dimensión mariana – esencial – de su experiencia y de su mensaje.

Él ha sido primero un misionero, apasionado del Evangelio, enamorado de la Sabiduría eterna y testigo de Jesús crucificado cerca de los pobres: el calvario de Pon –Chateu forma parte integrante de su mensaje, lo mismo que el voto de esclavitud a Jesús por María.

Por muchos de los aspectos de su pensamiento y de su enseñanza, Monfort permanece como uno de los mejores testigos de la espiritualidad de la Escuela Francesa; Bremord no duda en hablar de él como del “último de los grandes Berulianos”.

De hecho, pero con sus acentos particulares, particularmente respecto a la sabiduría eterna, él permanece en la grande línea beruliana; no obstante, él la matiza  y la enriquece en alguna manera con su larga y amorosa contemplación de esta Sabiduría de Dios que no es otra que la persona del Verbo encarnado.

Sin querer entrar en los detalles de una existencia muy plena y variada, ni pretender exponer el conjunto de su doctrina, es necesario recordar algunas de las etapas de su caminar.

Louis–Marie Grignion nació el 31 de enero de 1673, en Montfort–La–Cane, hoy Montfort–sur–Meu, a veinte kilómetros al oeste de Rennes. La   familia era bastante desahogada económicamente, pero conocerá reveses de fortuna. Luis María será el mayor de numerosos hermanos y hermanas. En 1675, sus padres se instalaron en Bois-Marquer Municipio de Iffendic, muy próximo a Montfort.

Los historiadores de Loui –Marie, retomando el testimonio de uno de sus tíos maternos, Alain Robert, vicario en Saint–Sauveur de Rennes subrayan a porfía su piedad y su seriedad desde  sus primeros años.

En 1684, él fue enviado a Rennes, al Colegio St. Thomas Becket dirigido por los Jesuitas. Ese colegio era muy floreciente y contaba con cerca de tres mil  alumnos, todos externos y de condiciones  sociales diferentes, la enseñanza era allí gratuita. La escolaridad iba del sexto hasta el inicio de los estudios de Teología y comprendía el estudio del Latín y del Griego.

 

Viviendo, al menos los primeros años, con su tío Alain Robert, Louis–Marie estudiará ocho años con los Jesuitas: Humanidades Clásicas, Filosofía y aún un poco de Teología. Se nos dice que  él “ganaba todos los premios, al final del año” y que pasaba una parte de sus recreos “en  hacer miniaturas y pequeños cuadros de piedad”. Él se  conservaba apartado de los otros alumnos y hoy nos parecería  un poco serio… Él manifestaba ya, nos dicen sus contemporáneos, una devoción particular hacia la Santísima Virgen María.

En 1686, sus padres vienen a vivir a Rennes. Las relaciones de Louis–María con su padre no serán siempre fáciles: este padre era muy irascible y no parece haber tenido en su persona la comprensión y el afecto del cual la madre rodeaba a su hijo mayor…

Durante sus estudios, éste frecuentaba a un vicario de la catedral, Julien Bellier; este sacerdote reunía a algunos jóvenes que aspiraban al sacerdocio y los enviaba a visitar a los enfermos en los hospitales. Louis–Marie se comprometió con todo su corazón en ese servicio y tomó aún muchas veces la iniciativa  de colectar dinero para ayudar a los pobres…

Uno de sus camaradas del colegio, convertido en su amigo en Saint–Sulpice, después su biógrafo, Jean–Baptiste Blain, nos ha dejado numerosos recuerdos relativos a este período de la vida  de Louis–Marie Grignion. Por otra parte, es  el mismo Blain quien escribirá una de las primeras biografías de su contemporáneo Juan Bautista de la Salle, en 1733.

 

EN SAINT SULPICE EN PARIS, 1692 – 1700

 

Gracias a una benefactora, la Señora de Montigny, reaparece residiendo en el barrio Saint–Germain des Prés, en París, Louis–Marie tomó  el camino de la capital en noviembre de 1692 en vista de prepararse al sacerdocio en Saint–Sulpice. Él frecuentó sucesivamente tres de las cuatro comunidades que giraban entonces alrededor de la iglesia de Saint– Sulpice.

Él ha vivido muy pobremente llevando una vida mortificada, consagrando varias horas  cada día a la oración, estudiando con empeño, frecuentemente siendo objeto de burla por parte de sus condiscípulos, y formado por sus directores de una manera a la vez respetuosa y ruda.

Las casas de Saint–Sulpice de los cuales se venteaba el fervor espiritual eran también escuelas  de ascesis y regularidad. Nada era tan reprimido como la singularidad. Ahora bien el señor Grignion presentaba al lado de una santidad y de una piedad indiscutibles, algunas señales de originalidad. Allí aún los historiadores son para nosotros buenos testigos, probablemente por debajo de la verdad, cuando nos hablan de sus comportamientos “extraordinarios… singulares”.

Los estudios del joven Grignion sea primero en la Sorbona sea después en el seminario mismo, parecen haber sido sólidos. Es preciso  aquí añadir  que el cargo de bibliotecario que le fue confiado lo llevó a leer enormemente: Padres de la iglesia, teólogos, autores espirituales antiguos o contemporáneos, particularmente tal o cual escrito de Bérulle y los libros del arcediano dé Evreux Henri–Marie Boudon (1624 – 1702). El trabajo en hacer el  catálogo de la biblioteca del seminario (conservado en la biblioteca Mazarine en Paris). Él había igualmente trascrito sobre  un grueso cuaderno numerosos textos sobre todo relativos a la Virgen María. Él llevará ese cuaderno con él durante sus misiones.

Las actividades intelectuales y los tiempos de oración se acompañaban igualmente de compromisos apostólicos: catequesis en el barrio Saint–Germain, servicio a los pobres, intervenciones diversas…

 Sin entrar más en el detalle de lo que ha vivido Louis–Marie entre 1692 y 1700, año de su ordenación, importa señalar en  qué parece que estuvo  más marcado por esos años pasados en Saint–Sulpice.

El clima de oración, el acento puesto en la vida espiritual no podían más que enraizarlo  en lo que él ya vivía. Las enseñanzas de los Directores  y sus lecturas personales, muy numerosas, lo han formado para siempre: el teocentrismo beruliano sacado en Saint– Sulpice se encontraba en el “Sólo Dios” de H. M. Boudon, retomado por Grignion. La contemplación de los estados y de los misterios de  Jesús, Verbo Encarnado, revendrá sin cesar en su enseñanza y en sus oraciones; el lugar eminente de Maria  en la fe, y en la vida cristiana, era uno de los temas querido de todos los Berulianos; la “vida de Jesús en María” era objeto de admiración y de oración; Grignion que había dicho cada día en Saint– Sulpice la oración “O Jesús Viviente en María” la incluirá en la oración de la tarde que él propone a sus discípulos (Obras completas, p. 849).

El insistirá también sobre la oración del Rosario: Para él el Rosario es a la vez una oración a María y una oración a Jesús, Hijo de María, para honrarlo en sus misterios y los estados de su vida y atraer en nosotros las gracias de esos misterios.

Es preciso subrayar la influencia preponderante de sus directores espirituales, principalmente del Señor François, Leschassier, (1641 – 1725), con quien  permanecerá en relaciones después  de su ordenación y que continuará orientándolo tanto en el plan apostólico como en el espiritual. Se debe al señor Louis Tronson (1622 – 1799) entonces superior y retirado en Issy el mérito de haber hecho precisar la fórmula propuesta por  Grignion “esclavos de María” en “esclavos de Jesús en María”.

Grignion escribirá más tarde páginas admirables sobre la devoción al “gran misterio de la Encarnación”, pero subrayando de él especialmente el lazo entre Jesús y María  y particularmente “la dependencia inefable que Dios el Hijo ha querido tener de María… dependencia que aparece particularmente en ese misterio en que Jesucristo es cautivo y esclavo en el seno de la divina María y donde él depende de ella para todas los cosas”. (VD. 243).

Finalmente – y este no es menor – el espíritu apostólico y misionero       que animaba ya al joven Louis–Marie en Bretagne y que se ejercitaba en  diferentes actividades catequistas y caritativas en París, no podía más que profundizarse y desarrollarse en el seminario. Jean- Jacques Olier,  se  ha visto, quería hacer de su casa una casa apostólica… donde se invocaría “Todos los días el Espíritu apostólico sobre sí y sobre toda la iglesia “(Div. Escritos 1, 67). El fundador, no pudiendo ir a Canadá ni a Tonkin, había designado él mismo a los primeros sulpicianos destinados a la Nueva Francia…

A pesar del estilo aparentemente, afectado de sus sucesores, el espíritu misionero de Olier permanecería presente y no se extrañe de ver a Grignion de Montfort ofrecerse para Canadá…

Pero todos esos aspectos Berulianos  u olerianos: primado de Dios, contemplación de Jesús en sus misterios, principalmente el de la Encarnación y el de la Cruz, unión a María y espíritu apostólico eran retomados de una manera muy personal por Louis–Marie. Su devoción a María particularmente la había hecho notar; es por lo que se le confío el cuidado de la capilla de la Santísima Virgen en el ábside de la iglesia de Saint–Sulpice: por otra parte, es  allí, que él celebró su primera misa. En 1699, él había sido designado, con otro seminarista, para la peregrinación tradicional a Nuestra Señora de Chartres.

María estará desde ahora y definitivamente en el centro de su vida y de su ministerio de misionero.

PRIMEROS MINISTERIOS

 

Louis–Marie, animado de grandes deseos apostólicos, comienza su ministerio  en Nantes, en la comunidad de Saint–Clément. Este fue, si no un fracaso, al menos una grande decepción. Conservamos de esta época una carta magnífica, dirigida el 6 de diciembre de 1700 al  Señor Leschassier. Grignion allí expresa ya casi todo lo que será su  ministerio y su misión. Ese texto es un verdadero programa apostólico  que  nos revela el corazón de Louis–Marie. Por mediación de la Señora de Montespan, que ve en Fontevrault donde se  encontraba su hermana, él es en seguida orientado hacia Poitiers. Él se entrega en cuerpo y alma al servicio de los enfermos del Hospital general, del que él llega a ser capellán. Es allí que se funda, gracias a algunos enfermos y sobre todo gracias a Marie–Louise Trichet, la primera comunidad de la Sabiduría, el 2 de Febrero de 1703, día en que Marie–Louise toma él habito gris de los pensionados del hospital pobre entre los pobres y para ellos.  Después de una breve estancia en París, Grignion regresa a Poitiers, reclamado por los pobres. Toda su vida, guardará un amor de predilección por los enfermos y por los pobres. Escribiendo a su madre el 28 de agosto de 1704, él le declara haber renunciado a todo y haber “casado con la Sabiduría y la Cruz”. La sabiduría del Verbo Encarnado se realiza en la locura del Evangelio, en la Cruz. La Cruz de la Sabiduría de Poitiers permanece como testigo austero y conmovedor de esto.

Desde ahora este tema de la Sabiduría va a estar al centro de su oración y de su enseñanza.

 

EL AMOR DE LA SABIDURIA ETERNA

 

Es en esta época – posiblemente luego de su estancia en París en 1703 y 1704 – que él compone su primer libro: El Amor de la Sabiduría Eterna. Esta obra, menos conocida que el Tratado “Nos entrega en su conjunto la espiritualidad Montfotiana… y puede darnos una idea más exacta y más comprensible de la verdadera devoción a María”. Afirma uno de los mejores conocedores de Montfort (H. Huré, s. m. m.). Posiblemente destinado a los seminaristas de Poullart des Places, que organizaba entonces el seminario del Espíritu Santo es el fruto de los reflexiones y de las numerosas lecturas de Grignion, pero sobre todo de su oración prolongada.

Aunque Bérulle gustaba hablar de la sapiencia divina, ninguno de los grandes Berulianos ha percibido y expresado mejor que Grignion este aspecto del misterio del Verbo Encarnado. La meditación de los libros de la Sabiduría ha sido para él la ocasión de una verdadera admiración.

La Sabiduría de Dios se ha manifestado en Jesús. Pero Grignion insiste sobre dos  aspectos esenciales: 1) La ternura de Dios, “la amistad de la Sabiduría para el hombre… esta belleza que tiene tantos deseos de la amistad de los hombres… ella tiene necesidad del hombre para ser dichosa”…

2) esta Sabiduría, que es el Verbo Encarnado, nos invita a seguir sus huellas en la sumisión y dependencia con respecto a María y en el amor de la Cruz.

El amor de la sabiduría eterna debe ser leído antes de toda otra obra si se quiere entrar en el pensamiento de Grignion de Monfort.

 

 

 

EL MISIONERO APOSTÓLICO

 

En el curso de los años siguientes, Louis–Marie va a recorrer las diócesis del Oeste de Francia predicando misiones y  retiros. En 1706, él se dirige en peregrinación a Loreto y Roma. El Papa Clemente XI, a quien comunica sus deseos de anunciar el Evangelio  en lugares lejanos, lo confirma en su vocación de misionero en Francia: “Usted tiene, señor, un campo muy amplio en Francia para ejercer su celo, no quiera ir a otras partes y trabaje siempre con una perfecta sumisión a los obispos…” y  le da el título de “misionero apostólico”.

Durante los dieciséis años en que se ejercerá su ministerio, recorrerá millares de kilómetros, frecuentemente a pie. Dará cerca de doscientas misiones o retiros principalmente en las diócesis de Saint–Malo, Saint–Brieuc Rennes, Nantes, Poitiers, Luçon, La Rochelle… En 1710 se sitúa el drama del Calvario de Pont–Chateau que el obispo de Nantes le prohibió bendecir. El permanecerá en varias ocasiones en París. En Rouen, a donde se dirigirá entre julio y octubre de 1714, encontrará a J. B. Blain su antiguo condiscípulo y amigo en Rennes y en Saint–Sulpice. No contento con haber reunido a las primeras Hijas de la Sabiduría alrededor de Marie–Louise Trichet  -convertida en Marie– Louise de Jesús-  él se adjuntará algunos hermanos y sacerdotes. Morirá el 28 de abril de 1716 en el curso de una misión predicada en Saint–Laurent–sur Sèvre; no tenía más que 43 años y había cumplido el sueño de sus primeros meses de sacerdocio tal como la carta dirigida a su director el S. Leschassier nos lo había hecho conocer.

 

EL APÓSTOL DE MARIA

 

Un aspecto esencial de la experiencia espiritual y del mensaje del “misionero apostólico” Grignion de Montfort, se encuentra contenido en el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen (Citado VD), así como en el Secreto de María, que es una especie de resumen del anterior.. Grignion no había dado posiblemente título a lo que se ha llamado el “Tratado…” El manuscrito, editado por primera vez en 1843, no lo llevaba (pero le faltaba los primeros páginas). El mismo autor había propuesto una especie de definición, presentándolo como una “Preparación al Reino de Jesucristo” (V. D. 227).

Era como el resultado de su trabajo de misionero: “Yo he puesto la pluma en  mano para escribir… lo que he enseñado con fruto en público y en privado en mis misiones, durante muchos años “(VD 110). En el curso de esas misiones, él preparaba a sus auditores a renovar en ellos el espíritu del cristianismo.El exigía de ellos, antes de darles la absolución y la comunión, que renovaran sus promesas del Bautismo su “contrato de alianza con Dios”. La fórmula propuesta llevaba entre otras la frase siguiente: “Yo me doy todo entero a JESUCRISTO, por manos de MARIA, para llevar mi Cruz en su seguimiento todos los días de mi vida”. Era la versión Montforniana de la Vida y Reino de Jesús de Juan Eudes.

Esa renovación se situaba en una grande paraliturgia que le daba toda la solemnidad deseada. La pedagogía de Grignion, aquí como en sus célebres Cánticos de misión, se mostraba perfectamente adoptada a sus auditores populares.

Pero el aspecto mejor de esta pedagogía era la insistencia puesta sobre la devoción a María y la proposición de la Santa esclavitud. El Tratado, redactado con cuidado hacia el fin de su actividad misionera, se apoya en la tradición patrística y en la enseñanza de los grandes espirituales de la Escuela Francesa.

El vocabulario mismo  lo muestra abundantemente: “lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar… ¿Quién  es el que allí estará por estado? Sólo aquél a quien el Espíritu de Jesucristo revelará el secreto” (VD 119). Se reconocen allí expresiones de Bérulle o de Olier.

El fin último sigue siendo el Reino de Jesús en el mundo y en las almas, pero el camino, es María: “Es por la Santísima Virgen María que Jesucristo ha venido al mundo, y es también por ella que él debe reinar en el mundo” (VD 1). Como los teólogos y después de Olier,  Grignion insiste mucho sobre el papel del Espíritu Santo y sobre la unión entre este Espíritu de Dios y la Virgen María: “María ha producido, con el Espíritu Santo, la más grande cosa que haya sido y será jamás, que es un Dios Hombre, y ella producirá consecuentemente las más grandes cosas que serán en los últimos tiempos. La formación y la educación de los grandes santos que serán al fin del mundo, le está reservada; porque sólo esta Virgen singular y milagrosa  puede producir, en unión del Espíritu Santo, las cosas singulares y extraordinarias.

“Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la ha encontrado en un alma, él allí vuelve, allí entra  plenamente, él se comunica a esta alma abundantemente y tanto como ella da lugar a su esposo; y una de los grandes razones por qué el Espíritu Santo no hace ahora maravillas clamorosas en las almas, es que él no encuentra una grande unión con su fiel e indisoluble Esposa”. (VD 35 y 36).

Pero siempre, a tiempo y a destiempo, él recuerda la primacía absolutamente de JESUS en la fe y  la vida cristiana: “Primera verdad. – Jesucristo nuestro Salvador, verdadero Dios y verdadero hombre, debe ser el fin último de todos nuestras devociones; de otra forma  ellas serían falsas y engañosas. Jesucristo es el alfa y  el omega el principio y el fin de todas las cosas. Nosotros no trabajamos, como dice el Apóstol, más que para hacer a todo hombre perfecto en Jesucristo, puesto que es sólo en él que habita(an) toda la plenitud de la Divinidad y todas las otras plenitudes de gracias, de virtudes y de perfecciones(…) Si, pues, nosotros establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, esto no es más que para establecer más perfectamente la de Jesucristo, no es más que para dar un medio fácil y seguro para  encontrar a Jesucristo. Si la devoción a la Santísima Virgen alejara de Jesucristo, sería necesario rechazarla como una ilusión del diablo; pero tanto hace falta,  que al contrario, como ya he hecho ver y haré ver aún en seguida: esta devoción  nos es necesaria más que para encontrar a Jesucristo perfectamente y amarlo tiernamente y servirlo fielmente”. (VD 61 …62).

En un plan práctico, el secreto que él revela: la esclavitud a Jesús en María, retoma unificándolos al extremo los votos de servidumbre a María y a Jesús, que han practicado y aconsejado Bérulle y Olier. Pero él detalla largamente las ventajas de esta práctica y las modalidades concretas que pueden en esto, asegurar la autenticad y el fruto. El Secreto de María saca así para un grande público esta forma de consagración a María; pero el Tratado permanece como el libro clásico de la devoción mariana.

 

Entre los santos de este período y posiblemente de todos los tiempos, Grignion de Montfort ha sido probablemente quien fue más lejos en la profundización teológica de la devoción de María al servicio de la vida cristiana de  las personas más sencillas. Juan Pablo II, gran lector del Tratado de la Verdadera Devoción ha podido decir: “Grignion de Montfort nos introduce en la disposición misma de los misterios de los que vive nuestra fe, que la hacen crecer y la vuelven fecunda”.1

 

La gracia de tocar los corazones

 

Nosotros estamos sin duda aquí en la fuente de toda la proyección misionera y mística de Louis–Marie: su propio corazón desbordante de amor por Jesús, por María y por los pobres. Tres de sus cánticos intitulados el Enamorado de Jesús nos entregan el eco de esto:

 

    “Jesús es mi amor,

    Jesús es mi riqueza,

    Y noche y día

    Yo repito sin cesar:

    El amor.

    Jesús es mi amor

    Y la noche y día”.

 

Esas dos últimas líneas forman el estribillo de cuatro coplas… La esclavitud que propone Louis–Marie es un camino de Libertad y de amor que conduce a la unión total a Dios en Jesús por María.

Como para Bérulle y Olier, la austeridad exigente de la Cruz y el aniquilamiento es iluminado y como suavizado por el amor y por la presencia maternal de María. Él quiere ver multiplicarse “… esclavos amorosos que, por efecto de un gran amor, se den y se entreguen a servirle en calidad de esclavos, por el solo honor de pertenecerle”.

La unidad de la existencia de la irradiación de Louis–Marie Grignion de Montfort corresponde al “nudo inefable formado por tres que se aman: Jesús, María, Louis, en un corazón convertido, en una dimensión desconocida de la común experiencia, templo del Espíritu”.2

 

CAPÍTULO  10

¿LA ESCUELA FRANCESA HOY?

 

Al término de este sobrevuelo rápido una pregunta fundamental se hace a propósito de la  Escuela Francesa: fuera de un interés histórico -que es esencial- ¿esos maestros espirituales del  pasado nos pueden aportar alguna cosa hoy? ¿Su lectura y su estudio presentan un real interés para nuestros contemporáneos? ¿En qué medida los grandes Berulianos pueden alimentar la actual renovación de la  oración, del espíritu apostólico, del sentido de la Iglesia, de los ministerios, cuando la distancia cultural que nos separa de  ellos es tan grande?.

 

 

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1 A. Frossard, “no tengan miedo”: André Frossard dialoga con Juan Pablo II, París, Robert Laffont, 1982, p. 186.

2 A. Papasogli, El hombre venido del viento, Montreal, Bellarmin 1984, p. 333

 

UNA TRADICIÓN VIVA

 

Una primera constatación se impone: Igual que otras tradiciones espirituales, la espiritualidad beruliana se prolonga vitalmente en varias familias sacerdotales o religiosas: Oratorianos, Sulpicianos, Euditas, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hijas de la Sabiduría y Montfornianos, etc… Otras numerosas congregaciones masculinas o femeninas  se llaman Escuelas Francesas: Spiritains de Libermann, Oblatos de María Inmaculada de Mazenod, numerosas congregaciones femeninas nacidas en el siglo XVII o más tarde… como las tradiciones benedictina, dominica, franciscana, ignaciana, carmelita y salesiana, la tradición beruliana – o “de la Escuela Francesa” – es así representada por comunidades sacerdotes o religiosos que están  extendidos  en todas las partes del mundo.

Después del Concilio Vaticano II,  esas familias berulianas  han hecho un enorme trabajo de renovación que ha traído un “volver a las fuentes”. Lo que los textos conciliares pedían respecto al estudio  y a la renovación del “carisma” de los fundadores han sido en todas partes puestos en marcha .Si el fruto cuantitativo no se ha hecho  sentir aún en Europa como consecuencia de la crisis actual de las vocaciones, que nosotros conocemos, la renovación espiritual apostólica y comunitaria es evidente. Esta renovación y la vuelta a las fuentes que la acompañaba se expresan en nuevos textos de Constituciones o Reglas de vida, redactadas con mucho cuidado. Su lectura es muy reveladora de la primera inspiración que animaba a los fundadores y fundadoras y que se reactualiza hoy.

Esa vuelta a las fuentes se extiende frecuentemente a grupos de laicos, reuniendo así la irradiación de los maestros del siglo XVII; en Europa y en Canadá, diversos grupos de espiritualidad se inclinan a textos de Bérulle, de Jean Eudes, de Grignion de Monfort… Encontrando allí una luz y una inspiración para hoy.

Pero al lado de esas familias nacidas  directa o indirectamente de la Escuela Francesa es posible reconocer algunas de las aportaciones importantes de la tradición beruliana que la Iglesia en su conjunto ha “integrado” y que han llegado a ser el patrimonio común de los cristianos:

- Vida espiritual fundada  en las grandes realidades de la fe tal como  San Juan y San Pablo las presentan: Cristo Vida del Alma, de Dom Marmion (1858 - 1923),  exactamente como el mensaje de Elizabeth de la Trinidad (1880 – 1906) que reúnen los grandes orientaciones berulianas.

- Vida litúrgica interiorizada: El Cristo en sus Misterios de Dom Marmion puede ser releído a la luz de Bérulle de Olier y de Jean Eudes; los textos conciliares relativos a la liturgia cristiana que continúa y actualiza la alabanza y la intercesión de Jesús, hacen pensar en tal o cual página de nuestros maestros Berulianos.

- Sentido de la Iglesia como Misterio:  Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu y Pueblo de Dios, que se realiza en una sociedad jerarquizada.

- Llamado de todos los cristianos a la santidad: laicos, religiosos religiosas y sacerdotes, en la unión personal en Jesús, en el corazón de la Iglesia y en el testimonio apostólico.

- Grandeza y responsabilidad de los obispos y de los sacerdotes, llamados a la perfección de su ministerio y de su estado, en la comunión en la oración y en la  caridad de Cristo. Allí todavía, los textos conciliares sobre la Iglesia y sobre el ministerio de los obispos y de los sacerdotes, aparecen como impregnados de las ideas de Bérulle, de Olier y de Juan Eudes.

Es preciso subrayar finalmente que ciertos elementos de esta tradición espiritual se han extendido profusamente en la Iglesia por medio de los sacerdotes formados en los seminarios sulpicianos y Euditas, desde el siglo XVII hasta nuestros días; esta influencia se extiende a casi todas las partes del mundo además a las dos Américas como el extremo Oriente al Vietnam y al Japón especialmente. Los grandes temas Berulianos allí son siempre muy vivos, no solamente por prácticas pedagógicas, sino por toda una formación espiritual inspirándose en San Juan y en San Pablo, tales como Olier y Jean Eudes las han meditado y vivido después de Bérulle.1

 

¿UN MENSAJE PARA NOSOTROS?

 

Aún si la lectura de los maestros de la Escuela Francesa sigue siendo difícil y supone ciertas condiciones, su frecuentación parece deber ser muy benéfica hoy, cualquiera que sean nuestra situación y nuestra vocación en la Iglesia. No se trata de hacer “una lectura arqueológica, sino una lectura en diálogo con nuestro hoy” como lo ha escrito el S. Sauvage a propósito de las meditaciones de Jean–Baptiste de la Salle (ed. 1982, p. 7).

Un primer aspecto de su mensaje, muchas veces pasado por el silencio, es el del testimonio de su propia existencia que transparenta a través de sus escritos. Se les pude aplicar lo que Francisco de Sales escribía a Monsr. Frémyot, joven arzobispo de Bourges, que le pedía consejos para la predicación. Animándolo a hablar de los santos, Francisco no duda en escribir: “no hay tampoco diferencia entre el Evangelio escrito y la vida de los santos como, tampoco la hay entre una música notada y una música cantada”.2

Lo que Pío XI decía de Teresa de Lisieux, llamándola una “palabra de Dios para nuestro tiempo” se puede igualmente aplicar a nuestros maestros Berulianos. Su misma existencia, su caminar espiritual y apostólico constituyen para nosotros un llamado, según la palabra de Bergson. Pero su doctrina misma y muchos de sus escritos pueden ser para nosotros un alimento hoy. Lo que el Padre Congar escribía a propósito de los Pobres de la Iglesia se aplica a ellos:“los Padres no son los hombres de un pasado caduco: esta no es su posición cronológica en la historia de la Iglesia que los cualifica y les da ese carácter de paternidad que sirve para designarlos; es mucho más su posición espiritual…”3

Lo que el Padre A. M. Besnard ha podido decir a propósito de San Juan de la Cruz expresa bien el sentido de nuestra cuestión respecto a los Berulianos:”…¿Podemos nosotros encontrar en San Juan de la Cruz elementos de comprensión, y, pues también algunos luces prácticas, para el destino de la fe que es comúnmente el nuestro hoy?... Yo quisiera mostrar que se puede secar algunas luces cerca de San Juan de la Cruz. Yo no digo que él tenga las respuestas. Yo  pretendo que su doctrina, fruto de una experiencia muy radical y muy pura, pueda ofrecernos algunas  tomas sólidas gracias a las cuales nosotros, cuadricularemos mejor el terreno incierto que no es preciso explorar”4

 

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1 La compañía de Saint – Sulpice ha así publicado recientemente un folleto intitulado; “prácticas pedagógicas y tradiciones espirituales “(París, 6, calle, Regard, 1985).

2 Carta del 5 de Octubre de 1604. Ed d’ Annecy, t. XII p. 306.

3 Y Congar, “El espíritu de los pobres  según Moehler”, en Esbozos del misterio de la iglesia, París, Cert, Col. “UNAM Santam” 8, ed. 1941, Apéndice p. 130.

4 Lucien – Marie Jacques Marie Petut, Actualidad de San Juan de la Cruz, París, Desclée de Brouwer, 1970, pp. 111, 113.

Esos “algunas tomas sólidas” han sido presentados ya más arriba; Parece útil recordarlas una vez más poniéndolas en comparación con algunos de los aspectos de la renovación cristiana contemporánea: ¿El P. Cochois no ha escrito que sobre muchos puntos “La escuela Francesa se sitúa en el centro de nuestras necesidades o de nuestros debates”?

- El sentido de Dios, la religión adorante y amante que caracterizan a la Escuela Beruliana, invitan a la vez a una interioridad verdadera en el recogimiento en presencia de la Trinidad y a una participación consciente y activa a la oración litúrgica. Para una época como la nuestra que conoce una verdadera renovación de la oración, la lectura de tal o cual texto de Bérulle, de Olier o de Juan Eudes es igual para nutrir una oración verdaderamente teológica y eclesial.

- La relación personal con JESÚS, sobre todo comprendida y vivida por esos místicos como comunión a sus sentimientos, a sus estados y a sus misterios, y centrada en la Eucaristía como fuente de esta comunión profundamente “espiritual”, puede permitir depasar una concepción extrincesiste de nuestra vida cristiana. Jesús no es solamente un maestro que se escucha y que se sigue, ni solamente un rey que se sirve, ní aún solamente un amigo; él es todo eso, pero también  es nuestro principio vital: él vive en nosotros, ora en nosotros, ama en nosotros. Como lo ha escrito Teresa de Lisieux “Cuando yo amo a mis hermanas, es JESUS que los ama en mí.” Nuestra época conoce un renuevo de interés para los estudios de Cristología. Lo que un teólogo ha escrito sobre la actualidad de Bérulle en ese campo, es también válido para el conjunto de escritos de sus discípulos.

- El Espíritu Santo es para ellos el Espíritu de Jesús resucitado, derramando sobre los cristianos el día de Pentecostés y que nosotros  hemos recibido en el bautismo.Él continúa “trabajando” en nosotros para conformarnos a JESUS, poniendo en nosotros su oración, su amor Su paciencia, su humanidad. Todo lo que San Pablo había escrito en la Epístola a los Gálatas y a los Romanos sobre la vida cristiana animada por el Espíritu es retomada y orquestada por la Escuela Francesa, para quien “el cristiano es el que tiene en sí al Espíritu de Jesucristo” (Olier).

La renovación carismática bajo todas sus formas implica para nosotros hoy una invitación a profundizar esta teología del Espíritu Santo. La experiencia del Espíritu que  un Olier por ejemplo ha hecho con una grande intensidad, le ha permitido hablar de él frecuente y claramente. Su testimonio merece una grandísima atención.

- De una manera particular su insistencia sobre el espíritu apostólico “que no s otro que el Espíritu de JESUCRISTO”, como lo escribían Olier y Marie de l’ Incarnation, nos ayuda a comprender mejor la idea que ellos se hacían de La Iglesia, en su misterio y en su misión, así como sus comunicaciones relativos a los “hombres apostólicos” y a los “Sacerdotes de Jesús”. Ellos no han sido solamente hombres de oración y  de los místicos,  ellos han sido todos  misioneros. Y ellos nos proporcionan los elementos fundamentales de una  teología y de una espiritualidad dela Iglesia y de la misión.

- Para ellos, JESUS, primer enviado del Padre está en la fuente de toda misión y “Como él está en el origen de la misión evangélica, él ha querido ser también la ley y la regla de perfección” (Condren).

El celo de los apóstoles hoy su espíritu apostólico no es otro que el Espíritu mismo de Jesús al cual nosotros comulgamos. Los misioneros, los hombres apostólicos no hacen más que imitar a Jesús, ellos son a la vez portadores de Jesucristo y llevados por su Espíritu. Ellos son “como sacramentos que le llevan, a fin que bajo ellos y por ellos él proclame la gloria de su Padre” (J. J. Olier).

 

Los sacerdotes son a la vez e indisociablemente los religiosos de Dios y los sucesores de los Apóstoles; animados del espíritu de JESUS, ellos lo llevan por todas partes.

Lo que los Hechos de los Apóstoles presentaban como la doble misión de los Apóstoles “consagrados a la oración y al servicio de la Palabra” correspondía a la conciencia apostólica de Pablo “Liturgia de Jesucristo cerca de las paganas, consagrado al ministerio del Evangelio de Dios, a fin de que los paganos vengan a ser una ofrenda que,  santificada por el Espíritu Santo, sea agradable de Dios”. (Rom 15, 16). Esta teología paulina del ministerio apostólico a la vez místico y evangelizador  animado por el Espíritu de Jesús, se encuentra, desarrollado y a veces entorpecido, con los maestros de la Escuela Francesa. En todo caso, la articulación es esencial entre su espíritu de religión y este espíritu apostólico. Para ellos, la vida espiritual y mística auténtica no se  puede separar de un compromiso apostólico total e incondicional, esas dos dimensiones se originan en el único Espíritu de JESUS; Hijo y enviado. Esta teología del Espíritu de JESUS, de la Iglesia y de la misión apostólica parece estar perfectamente adaptada a nuestra época, que conoce, a través de las crisis y de las dificultades, una verdadera renovación carismática y una preocupación por suscitar nuevos tipos de ministerios al servicio del Evangelio y de a caridad.

- Su devoción a María, profundamente teológica y mística, no separando jamás a María de Jesús, pero contemplando en ella el reflejo de la santidad de su Hijo “que vive en ella”, es de naturaleza a equilibrar ciertas manifestaciones a veces excesivas, y a facilitar indirectamente el diálogo ecuménico.  Su cariño a la Madre de Jesús, completamente enraizado en la tradición bíblica y patrística, es al mismo tiempo frecuentemente muy afectivo y hace pensar en San Bernardo. Esto, además de la renovación actual de la devoción mariana (Lourdes, la rue du Bac…) no puede sino ganar a la frecuetación de Bérulle, Olier, Juan Eudes y Grignion de Montfort.

 

¿EN QUÉ CONDICIONES?

 

El conocimiento y frecuentación de los maestros de la Escuela Francesa tropieza con grandes dificultades; la primera está constituida  por la distancia cultural que separa nuestra época de la suya. Si “Montfort es de tal manera de su tiempo que él no puede ser del maestro en todo (M. Gendrot  s. m. m), eso vale para todo los Berulianos.

Es imposible proponer su mensaje tal cual, sin cumplir un cierto número de condiciones. Su lenguaje pide frecuentemente ser  “descifrado”… pero sobre todo la problemática del Siglo XVII era muy diferente de la nuestra. Nuestra época, por ejemplo, está fuertemente marcada – en Europa por lo menos – por la indiferencia  y el relativismo, mientras que el siglo XVII era un siglo de fe, a pesar de algunos ateos y  libertinos. Importa pues conocer, al menos a grandes líneas, la situación de la sociedad y de la Iglesia de su tiempo y esforzarse por comprender un poco la mentalidad. Pero además de este conocimiento del medio humano, social y cristiano en el cual han vivido nuestros maestros, otras condiciones deber ser cumplidas para que su lectura sea fructífera:

1. El recurso a los textos mismos. Cualquiera que sea la utilidad de las introducciones y de los comentarios, nada reemplaza el contacto directo con los textos. Pero  estos no son siempre editados de una manera práctica. Ocurre aún que ciertos escritos han sido deforma dos: la reciente publicación de los textos de Olier utilizados por L. Tronson para la composición del tratado de las Sagradas Órdenes ha puesto en evidencia un cierto número de desvíos hechos al pensamiento del fundador…

A pesar de esas dificultades es preciso reconocer que disponemos actualmente, excelentes variedades de textos que permiten un contacto directo con esos maestros.

2. La atención a ciertas palabras cuyo significado se ha podido modificar o empobrecer desde hace tres siglos. Las palabras, de  elevación, de mirada, de adherencia, de espíritu de religión de espíritu apostólico, de aniquilamiento, de hostia… por ejemplo piden, para ser bien comprendidas, ser  resituadas, incluso traducidas; esos términos tienen mucho de armónico y  hay el peligro de no darse cuenta. Algunos editores proponen un “léxico” que se revela muy útil.5

3. De una manera más particular las fórmulas de oración, como para toda la escuela de espiritualidad, requieren una gran atención. Igual que “los Salmos contienen toda la Biblia bajo forma de alabanza” (Suma Teol. IIIa qu. 83, Art. 4), las fórmulas de oración y los métodos de oración que ellos proponen son muy reveladores del conjunto de su pensamiento y de su experiencia. Lao – Tseu no decía: “Si tú quieres conocer a un  hombre, mírale orar”.

4. Las citas de la Escritura; especialmente las del Nuevo Testamento, llaman igualmente una atención particular. Cada tradición espiritual tiene “sus textos preferidos”: las numerosas páginas de San Juan y de San Pablo que citan los grandes Berulianos nos lo hacen conocer bien… A cambio, esos maestros nos ayudan a comprender mejor ciertos aspectos del mensaje bíblico.

Señalar las citas bíblicas y esforzarse por reunir la lectura que hacían de ellas nuestros maestros… nos ayudas pues  a comprenderlas mejor y a entender mejor la palabra de Dios. Como lo escribe G. Gaucher,  a propósito de Teresa de Lisieux, nosotros podemos “leer la Biblia por encima de su hombro”… y esta lectura común nos abre a una mejor comprensión de la Escritura: Grignion de Montfort por ejemplo, puede ayudarnos a leer mejor los libros sapienciales gracias a su Amor de la Sabiduría Eterna (Ver anexo 1).

5. Pero la condición más importante es continuar el surco comenzado. Montaigne decía que  “Para conocer a alguno, es necesario seguir larga y curiosamente su huella”. El conocimiento de la historia del cristianismo, la frecuentación asidua de los grandes testigos del Evangelio exige fidelidad, seriedad y rigor. A este precio, los mieses serán abundantes y llenos de alegría.

Es bueno terminar este capítulo y esta obra por el testimonio de uno de los mejores conocedores de la historia de la espiritualidad, muy pronto elevado a nuestra  amistad, quien ha animado la redacción de este libro:

“No hay duda de  que el período que pasamos actualmente es de los que nos obligan a buscar una nueva fidelidad a los orígenes. En todos los dominios, estamos en un tiempo en el que las expresiones cristianas heredadas de un pasado reciente no son más vivificantes y deben ser reconsideradas. Esto es cierto tanto respecto al discurso teológico como a  la organización eclesial;   es más cierto todavía el acoger existencialmente la Palabra de Dios, que  se llama  espiritualidad.6

 

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5 P. Cochois, en su Bérulle y la escuela francesa, explica un cierto número de las palabras. Los editores de la edición crítica del tratado de las sagradas órdenes han tendido proporcionar un léxico detallado.

6 J. CL. Guy, “San Benito 480 – 1980”, en estudios,  tomo 352/3, Marzo 1980, pp. 365 – 378, aquí p. 373.

 

                                                                   ANEXO I

 

ALGUNOS TEXTOS DEL NUEVO TESTAMENTO

PARTICULARMENTE MEDITADOS POR BÉRULLE

Y SUS DISCIPULOS.

 

Todo el Evangelio de San Juan era constantemente meditado por Bérulle, por Olier y por Jean Eudes. Éste amaba por ejemplo reagrupar las frases del 4° Evangelio relativas a la vida: “Yo soy la vida… Yo vivo y ustedes vivirán…

Yo estoy en mi  Padre, y ustedes en mí y yo en  ustedes” (Juan 14, 6; 10, 10; 14, 19 – 20 etc.). Igual para la petición de Jesús: “Permaneced en mí… y  yo en ustedes” (Juan 15).

Se sabe que liberamann (1802 – 1853) ha compuesto un comentario importante sobre el Evangelio de San Juan. Este comentario se sitúa en la línea beruliana, habiendo Libermann frecuentado ampliamente los escritos de Olier y de San Juan Eudes.

San Pablo es frecuentemente citado. Nuestros maestros insisten sobre dos series de textos:

 Vivir para Dios:

Rom. 6, 11, “Considerarse muertos al pecado y vivos par Dios en Cristo Jesús”.

Rom. 12,1 “Ofrézcanse a Dios como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: ese será vuestro culto espiritual”.

Rom. 14, 7 -8 “Ninguno de ustedes vive para sí mismo, como ninguno muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor…”

2 cor. 5, 14 – 15 “El amor de Cristo nos urge, al considerar que uno solo ha muerto por todos a fin de que lo vivos no vivan más para ellos mismo, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.

… en Jesucristo:

Ef. 1,10 “Dios ha querido recapirtual todos las cosas en Cristo”.

Ef. 1,13 “Fue Jesús sea todo en todas las cosas”.

Ef. 5,30 “Nosotros somos sus miembros y su cuerpo”.

Rom. 8, 29 “Dios nos ha predestinado a ser conformes a la imagen de su Hijo”.

Gál. 2, 20 “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.

Gál 4, 19 “Hijitos míos por quienes sufro dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en ustedes”.

Ef 3, 17 “Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones”

Fil. 1, 21 “Para mi, la vida es Cristo”.

Fil. 2, 5 “Tengan en ustedes los sentimientos de Jesucristo”.

Fil. 3, 10 – 11 “A fin de conocerle a él y la eficacia de su resurrección, y participar de sus penas, asemejándome a su muerte, por si puedo arribar a la resurrección de los muertos”.

Col. 1, 14 “Yo completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, por su cuerpo, la Iglesia”.

Col. 3, 1-4 “Ahora bien, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Cuando aparezca Cristo que es vida, entonces apareceréis también vosotros y gloriosos con él”.

N.B. I. Muchos otros textos de San Juan, de San Pablo, de los Evangelio Sinópticos y otros escritos del N. T. son citados por nuestros autores. Pasajes de la Epístola a los Hebreos con Condren y con Olier se repiten a propósito del sacerdocio y del sacrificio de Jesús.

2 – Los exégetas contemporáneos precisan el  sentido que se puede descubrir en tal o cual de esos textos, interpretación científica que  junta los intuiciones Berulianas. A propósito de Fil. 2, 5 (Tengan en ustedes los sentimientos de Cristo), la T. O. B. Comenta: “Las disposiciones de Cristo a las que Pablo se refiere permanecen presentes y eficaces”.

A propósito de Filip. 3, 10: “Conocer a Cristo…ser encontrado en Cristo,es ser introdicido en los acontecimientos  del pasado cuya presencia permanece activa”. Bérulle había escrito, a propósito de los “misterios de Jesús”: ellos son pasados… pero duran y están presentes y perpetuos… ellos son pasados en cuanto a la ejecución, pero son presentes en cuanto a su virtud y su virtud no pasa jamás ni el amor pasará jamás con lo cual, ellos han sido cumplidos” (Ob. De Piedad 77, ed. Rotureau 54).

Respecto de Gal. 2, 20 la edición minor de la Biblia de Jerusalén lleva la nota siguiente: “Por la fe, Cristo de vuelve de alguna manera el sujeto de las acciones del cristiano”.

3. Entre los Berulianos, Olier (y más tarde María de la Encarnación) habla frecuentemente de gracias particulares, de “luces” recibidas de Dios para la comprensión de la Escritura.

 

                                                                   ANEXOS 2

 

EL PESIMISMO DE LA ESCUELA FRANCESA

 

Uno de los reproches más frecuentemente dirigido a la Escuela Francesa es el del pesimismo excesivo del que sus maestros darían prueba con respecto a la naturaleza humana. Condren y Olier sobre todo, con su insistencia sobre la condición pecadora del hombre y sobre su poco valar como criatura, parecen oponerse a ciertas afirmaciones bíblicas relativas a la “bondad” de la creación así como a ciertas páginas del Concilio Vaticano II.

 Por otra parte, se encontraría  con Bérulle y con Juan Eudes, textos al  menos tan fuertes y aparentemente  sumamente negativos sobre la condición limitada y pecadora de hombre.

No solamente nuestros autores comentan los pasajes del Evangelio relativos a la renuncia, a la necesidad de llevar su cruz, para poder seguir a Jesús, sino que dan una justificación teológica a esa renuncia: en Jesús, Verbo encarnado la naturaleza humana, “es despojada de su propia subsistencia o persona humana para ser establecida en la persona divina del Verbo, así en la gracia  que resuelta de esta Encarnación adorable como de una viva fuente, hay una especie de aniquilamiento en Jesús” (Bérulle, ob. Piedad CXXXIII, ed. Migne, col. 1166) Nosotros estamos lejos del humanismo devoto.

Los discípulos de Bérulle serán muy prolijos a este respecto, insistiendo sobre todo en la debilidad, la nada de la naturaleza humana… “Cloaca de iniquidad”. En su “Catecismo Cristiano (1656), Olier consagra numerosos capítulos al pecado, a la gran malignidad de la carne, al amor de la cruz, cuando las capítulos que hablan  de la vida nueva son  mucho menos numerosos…

A la lectura de tal o cual páginas, experimentamos un molestar y estamos extrañados de encontrar bajo la pluma de un benedictino americano contemporáneo animaciones como esta:

“La enseñanza de Bérulle es tan optimista, tan abierta (exhilarating) y tan llena de esperanza que nos llega como una verdadera buena nueva, a nosotros, hombres de hoy temerosos y muchos veces desanimados” (The American benedictine Review, 27: I March 1976, pp. 126 – 139).

Para comprender mejor a los Berulianos, importa tener en cuenta algunos elementos; sin querer defenderlos – ellos tienen sus límites ligados a su época – ellos merecen ser leídos  con atención; su concepción de la naturaleza humana y del renunciamiento cristiano constituyen para nosotros hoy un reto, al menos una invitación a leer mejor los textos del Nuevo Testamento, a releer mejor también nuestra propia experiencia.

 

1. Es preciso primero distinguir el problema de su visión de la naturaleza humana y el de su insistencia sobre el aniquilamiento, la muerte de si mismo, como condición de vida… Aún si las dos realidades están unidas. Con respecto a la dialéctica muerte–vida, Bérulle, Olier y Jean Eudes tiene afirmaciones categóricas: es necesario morir pero lo esencial es la vida: “Nos es necesario pedir a Dios este estado y este espíritu de muerte, puesto que él es necesario para dar lugar a la vida de Jesús que no se establecerá más que a condición de que estemos muertos a nosotros mismos. La devoción a la muerte de Jesús es el  más grande medio para obtener esta gracia; porque su muerte es fuente de este espíritu de muerte, y ella es merecedora y operante de esta gracia (…) Después del alejamiento de  nosotros mismos, como del más  grande impedimento  que la vida de Jesús pudiera tener en nosotros, él nos hace atender a las fuentes de la vida del mismo Jesús porque es de ellas que debemos esperar este efecto de vida (…) He allí pues los efectos a los cuales nosotros debemos tender con todas nuestras fuerzas; primeramente, la muerte de nosotros mismos en nosotros mismos; en segundo lugar, la vida de Jesús en nosotros; porque esta muerte no tiende mas que a esta vida y ella no puede ser operada y establecida perfectamente más que por esta misma vida; en tercer lugar, Jesucristo Nuestro Señor, viviendo así en nosotros, se quiere apropiar de todo lo que es nuestro, el cuerpo y el alma; y, apropiándoselo así, no sufre, de ninguna manera, que ninguna cosa de nosotros tenga vida más que en su espíritu, fuera de lo que nosotros debemos sufrir por paciencia y sin adherencia voluntaria, de la vida miserable de Adán y de nosotros que Dios quiere destruir con él” (Bérulle, ob. De Piedad CXLIV, ed. Migne, col. 1183 – 1184).

El S. Olier, después de haber recordado, que es preciso, en el seguimiento de Jesús “Morir e inmolarse a Dios… aniquilarse completamente por aquél que se  ama… Lo que comprende la muerte universal… no basta estar muerto a una cosa solamente, sino a todas”… continúa: “El amor de la cruz y la muerte de sí mismo no son la religión cristiana. No son más que principios y fundamentos. No son más que alejamientos de cosas que impiden llegar a la religión y entrar en ella (…) aunque el fondo de la religión es comprendido en estas palabras;:“Sequere me”, “Sígueme”.  Y aún San Jerónimo lo señala, que no es en el despojamiento de todas las cosas que consiste la perfección cristiana y religiosa, porque los filósofos lo han hecho. Sino que la perfección de  la religión cristiana consiste en seguir a Nuestro Señor en su vida interior y en sus caminos santos y divinos” (Memorias IV, 12 – 122).

En otra parte el escribirá: “Para ser hostia viva según San Pablo, no basta solamente con llevar un exterior de muerte, es necesario además tener en sí una vida interior como la  santa hostia del altar (… en quien) hoy una vida divina, una vida santa, una vida religiosa de Dios… (Div. Escritos 1, 19).

Se sabe además en qué medida Olier estaba centrado en los misterios de la Resurrección de Jesús, aún si Tronson ha “borrado” un poco este aspecto en la edición de escritos olerianos que ha desembocado en el Tratado de las Sagradas Órdenes.

 

2. Pero la insistencia sobre la debilidad radical de la naturaleza humana, sobre la condición fundamentalmente pecadora del hombre nos puede parecer excesiva. Es exacto que en muchos pasajes nuestros autores insisten más sobre la distancia que nos separa de Dios que sobre “la imagen y semejanza” que afirman las narraciones bíblicas de la creación”. No obstante, es necesario  leer todos los textos para matizar esas palabras…

Olier llega a ser casi franciscano “escuchando cantar a los pájaros” o mirando el fuego…

a) Para comprender un poco su mentalidad pesimista importa acordarse de que la época estaba impregnada de agustinismo y frecuentemente de rigorismo… Los excesos de Port– Royal lo mostrarán; aún es necesario a este respecto reconocer que el desprecio del mundo en Port–Royal y en el Jansenismo se oponía al compromiso “en el mundo” de los Berulianos, sacerdotes o laicos: la posición de un Gaston de Renty lo muestra claramente.

b) Pero el pesimismo de un Condren o de un Olier  -que leían mucho a San Agustín y que meditaba constantemente a San Pablo (Romanos C. 7) y San Juan (El “mundo”, la oposición Luz–tinieblas)-  se enraizaba también e igualmente en una experiencia humana y espiritual que fue, particularmente en el caso de Olier, extremadamente difícil. Lo trágico de la condición humana y las posturas propiamente dramáticas de la vida cristiana han sido experimentadas por él con una rara intensidad; esto parece debido en parte a un temperamento muy sensible y a pruebas interiores que lo han “reducido a nada” después de su crisis y de 1639–1644. Él ha salido libre de ella, feliz y lleno de celo apostólico, pero no olvidará jamás ese paso por la noche. 

 

3. Además, importa no olvidar jamás que nuestros maestros de la Escuela Francesa eran verdaderos místicos. Nosotros  estamos lejos de su experiencia radical de Dios y de nuestra nada. Pero  importa escuchar su testimonio: así Juan de la Cruz nos habla del: “Más grande y más alto estado que se pueda alcanzar en esta vida. No cosiste en recreaciones, ni en gustos, ni en sentimientos espirituales, si no en una viva muerte para el interior y para el exterior” (Subida del Carmelo II, 7, 8).

Y uno de sus mejores comentaristas Baruzi, no duda en escribir: si nosotros queremos  “comprender a Juan de la Cruz  en su paso viviente, es necesario descubrirlo, transportando en sí  a Jesucristo crucificado. No la cruz alentándonos  solamente a un sufrimiento ascético. Sino la cruz figura del anonadamiento absoluto” (J. Baruzi, San Juan, de la cruz, y el Problema de la Experiencia Mística, París, F. Alcan, 1924, pp. 565 -566).

 

4. Finalmente, y es posiblemente el mensaje esencial de la Escuela Francesa es sólo en JESUS que la humanidad es a la vez reconciliada y recreada. El fin es la comunión total a JESÚS, pero el camino no puede ser más que el aniquilamiento total de sí mismo. El camino de la cruz de Jesús es un paso obligado, porque, “sin él, nosotros no podemos hacer nada”.

 

 



[i] A. Dodin, St. Vicent de Paul et la charité, Paris, sevil, Maítres spirituels, 1960, p. 5.