PATRIMONIO ESPIRITUAL MARISTA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TALLER DE MEDITACION

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CEPAM

 

 

H. Aureliano Brambila de la Mora

 

2006

 


 

INDICE

 

 

Contenido

pag

 

 

Previos

03

Naturaleza de la Oración

04

Características de la Oración

05

Modalidades de la Oración:

07

Tipos de Oración

09

Meditación

10

Meditación y Patrimonio Marista

11

Esquema para la meditación

12

Bibliografía para la oración

14

“Lectio Divina”

15

Bibliografía para la Lectio

16

Algunos Extractos del Libro

17

Proceso Tipo Lectio

28

 

 


REFLEXIONES VARIAS SOBRE LA ORACION

DESDE LA POSTURA DE CREYENTE.

 

 

 

Previos:

 

·     El ser hombre de oración, desde el mensaje evangélico, no es privilegio de ningún estamento eclesial, sino vocación universal del cristiano; algo así como la santidad.

 

·     Oración y Acción no son ni excluyentes ni intercambiables, son complementarias: dos expresiones necesarias, íntimamente interrelacionadas, del amor cristiano.

 

·     Esencial, pues, no vivir por debajo de la capacidad orante.

 

·     La gran cuestión: ¿Cuál es la medida, la hondura de mi personal “capacidad orante”?


NATURALEZA DE LA ORACION

 

Lo que ciertamente no es la oración:

·     Evasión de la vida.

·     Descargo de nuestras responsabilidades de hombre

·     Sustituto de conocimiento.

·     Mera repetición mecánica de fórmulas.

Lo que probablemente sí es la oración.

·     Más una actitud que “rezos” concretos, aunque sin estos se esfuma.

·     Las “oraciones” manifiestan la Oración, pero no la agotan.

·     Está hecha de amor, escucha, azoro, contemplación, capacidad de maravillarse,...

·     Una nueva cosmovisión nacida al contacto de la fe: manera de entender las relaciones fundamentales desde Dios.

·     Depende en mucho de nuestra idea acerca de Dios. Es por ello que supone reflexión de lo revelado. Imposible montarla sobre el sentimientalismo.

·     Un hallar a Dios en las cosas que conocemos: “Más allá de las cosas”, buscando lo que significan, como palabras de un diálogo.

Algunas definiciones descriptivas tentativas

·     Pensar en Dios amándolo

·     Balbuceos de un diálogo que se hará eterno

·     Nuestra vigilia en espera de la luz.

·     Amor que se vuelve diálogo: escuchar a Dios y responderle

·     Explicitación cara a Dios de la motivación de mi actuar


CARACTERÍSTICAS DE LA ORACIÓN

Sólo algunas, a título de muestreo:

Necesaria:

·     Mecanismo de expresión. El amor tiende a expresarse so pena de morirse.

·     Se expresa a través de todos los registros de comunicación personal disponibles: palabra, canto, postura, gesto...

·     No es, sin embargo, la necesidad psicológica lo que sostiene a la oración. Si fuese su motivo único, se convertiría en su límite.

·     La oración explicita la tendencia innata hacia Dios

·     Actualiza la conciencia bautismal: nuestra condición de hijos del Padre, porque hermanos de Jesús.

Gratuita:

·     Evita la mentalidad mercantilista de “dando y dando”.

·     No condicionada a la respuesta o silencio aparentes de Dios.

·     No hace “uso” de Dios como de un “genio”, en beneficio de nuestros intereses, más bien parte del deseo de intimar con Dios, como con un amigo, con un padre: (cuando se empieza a amar por nada, es cuando realmente se ama.)

Verídica:

·     Oración que se traduce en vida y vida que se expresa en oración.

·     La oración: búsqueda de autenticidad:

·     Relacionarnos con Dios nos humaniza.

·     No por decreto extrínseco, sino por la lógica interna de nuestro ser.

·     Empezaremos a ser lo que somos, cuando aceptemos que él sea Dios para nosotros.

·     Sin embargo, la oración siempre será mayor que las realizaciones de nuestra vida concreta. No es inautenticidad pedir ser lo que aún no se es, pero se desea ser.

·     Una oración verídica nos vuelve atentos a Dios, a los demás, al cosmos y a nosotros mismos.

Crística

·     Explicita la lógica del bautismo: la inserción vivencial en Jesús.

·     Vivir de, con y como Cristo. (La vid y los sarmientos: alimentados con la misma savia).

·     Jesús y nosotros de cara al Padre.

·     Oramos con él con sus mismos sentimientos y sus mismas intenciones.

·     Querer vivir la vida humana “a lo Jesús”: tema medular de nuestra petición al Padre.

·     Supone un empezar a apasionarse por Jesús. “Queremos ver a Jesús”

Mariana:

·     En situación perenne de escucha.

·     Confiada: cree en “misiones imposibles”

·     Dócil al Espíritu.

·     Sufriente en la oscuridad de la fe.

·     De cordial recurso a la intercesión de María

Eclesial:

·     Con el sentido de ser pueblo de Dios.

·     Nos duele la humanidad: sus alegrías y sus pesares son también los nuestros.


 

MODALIDADES DE LA ORACION:

 

Adoración y alabanza:

·     Esencial para nosotros, no para Dios.

·     Proviene de la sed de ser.

·     La presencia de Dios. una atmósfera de alabanza.

·     Implica la presencia de lo real.

·     Las cosas son “palabra” pronunciada por Dios para mí.

·     Orar es entonces caer en la cuenta de Él esta “ahí”.

 

Acción de gracias:

·     Somos sacerdotes de la creación: los labios del universo.

·     Conciencia: esfuerzo cósmico ascensional que se abre paso para gritar un “te damos gracias por tu inmensa gloria’’.

 

Petición:

·     Arranca de nuestra constitución ontológica: seres en proceso.

·     Seres cuyas relaciones constitutivas no se entablan sin conflicto.

·     Nuestra realización no es automática se da en la libertad y mediante ella.

·     La oración de petición símbolo tangible de nuestra pobreza radical.

·     Nos declaramos con ella los necesitados de Dios.

·     Pedimos por los demás: Comunidad de pobres porque suma de indigentes radicales.

·     Pedimos cosas materiales y hasta pequeñeces a manera de símbolo.

·     No sustituye nuestro esfuerzo: lo supone y lo produce.

·     Dialogo de un señor con el Señor:

·     Grito de esperanza, pues la salvación no ha llegado a su plenitud.

·     La verdadera gran petición:

·     La de querer hacer la voluntad de Dios: “hágase tu voluntad...”

·     Ponerse a orar es exponerse a entrar en los planes de Dios. (Nos va haciendo dóciles al Espíritu)

·     El significado del “venga a nos tu reino” no es tanto que Dios se acerque a mi barca, sino que yo lleve a Dios mi barca.

·     Muestra de fe,

·     No es objeto de nuestra fe el que obtendremos lo que pedimos, sino el afirmar que Dios nos ama a pesar de las apariencias.

·     Callar cuando no comprendo: “ que mi salvador vive”.


TIPOS DE ORACION

 

Grupal: La litúrgica, la comunitaria y la “en común”.

Individual: La personal

 

Litúrgica:

·     Característica esencial: pública.

·     En nombre y en beneficio de todos

·     Expresión del Pueblo de Dios en cuanto tal, estructurado,

·     En ella se participa mediante la presencia activa, asumiendo actitudes inducidas.

·     La trampa de los monopolios reales o asignados: “La Eucaristía es para el Clero; el Oficio es para los monjes”

 

Comunitaria:

·     Se caracteriza por su espontaneidad.

·     Es el alma colectiva que se expresa ante el Señor.

·     Es un respiro de sus propios problemas, afanes y anhelos.

·     Se organiza alrededor de un texto, de un acontecimiento..

 

“En común”:

·     Se caracteriza por su estructuración prefijada.

·     Habla de una motivación común.

·     Tiene como elementos: presencia, ritmo, voz, posturas, espíritu, fórmulas hechas.

·     Con dinámica similar a la de un banquete: Hora, lugar, platillos prefijados. Importa menos lo que se come que el estar juntos en homenaje a alguien.

Personal: La meditación, una de sus formas fundamentales

 

La meditación no es simplemente:

·     reflexión intelectual,

·     lectura espiritual,

·     degustación del yo,

·     sesión de respiración profunda.

 

La meditación es:

 

·     Conciencia dialógica de mi relación con Dios:

·     entender lo que soy,

·     captar los sentimientos que en mí eso evoca

·     sacarle las consecuencias para mi vida

·     aceptar amorosamente su plan sobre mí.

 

·     Irme acostumbrando a una vida nueva: pertenencia de Dios desde mi consagración bautismal:

·     filiación divina

·     fraternidad universal,

·     señorío del cosmos

 

·     Camino que no me permite vivir por debajo de mis posibilidades.

 

·     Revisión ante Dios de mis actitudes reales de cara a lo concreto de la vida.


 

ALGUNAS REFERENCIAS DEL PATRIMONIO MARISTA

SOBRE LA MEDITACION

 

Þ“Procure hacer bien la meditación; es un factor muy importante en la vida de un religioso [y de todo cristiano] Puedo decirle que respondo de su salvación si es exacto en hacer bien la meditación.” (Carta del P. Champagnat al H. Eutimio, PS 102, 1837-03-19).

 

Þ“Nuestra relación de amor con Cristo, Dueño y Señor de nuestras vidas, ha de ser cultivada a diario. Asimismo, la eficacia de nuestra acción apostólica exige que estemos íntimamente unidos a aquel que nos envía. Constituciones 071,01.-

 

Þ“En la meditación, encuentro personal con el Señor, aprendemos poco a poco a contemplar con mirada de fe nuestra vida, las personas y los acontecimientos. Encontramos en ella inspiración y aliento para continuar la acción a la que Jesús nos llama. A su vez, la acción nos lleva de nuevo a la oración, que recoge así las penas y alegrías, las angustias y esperanzas de quienes pone Dios en nuestro camino. Constituciones 071,02

 

Þ“Seguros de la ternura del Padre, perseveramos en la meditación con fe y entereza, a pesar de las dificultades que podamos encontrar en ella; le dedicamos diariamente media hora, por lo menos, y la prolongamos durante el día por el ejercicio de la presencia de Dios.” Constituciones 071,03

 

Þ“Corresponde a cada comunidad crear las condiciones que ayuden a sus miembros a aprovechar bien el tiempo de la meditación.” Constituciones 071.01

 

Þ“A lo largo del día dedicamos tiempos gratuitos de recogimiento, preferentemente ante el Santísimo, para reavivar nuestro amor a Cristo e intimidad con él.” Constituciones 071.02

 


 ESQUEMA PARA LA MEDITACIÓN

 

PREVIOS

·     Fíjate un tiempo (en tu proyecto personal de vida)

·     Búscate un lugar (de preferencia siempre el mismo)

·     Toma tu postura (que te mantega cómodamente alerta)

 

·     INGRESO

·     Autoconciencia (desde tu cuerpo, encuéntrate a ti mismo, mediante suma de sensaciones: táctiles, auditivas,...

·     Conciencia de una Gran presencia (la de Dios), tres niveles de alabanza: creatural, redencional, vocacional

·     Invocación al Espíritu Santo

·     CONTENIDO

·     Con algún objeto físico

·     Texto (tipo lectio divina)

·     Figura

·     Realidad

·     Sin ningún objeto físico

·     Estados de ánimo

·     Recuerdos que interpelan

·     Oración de Jesús

·     Cualidades y Logros

·     Memoria de vida

·     Puntos de crecimiento

·     SALIDA

·     Gracias

·     Perdón

·     Renovación de pertenencia


 

*    Estados de ánimo

*    Descubrir mi estado de ánimo actual (alegría, tristeza, perplejidad,...)

*    Presentar a Dios tal sentimiento dominante

*    Orar sobre mi sentimiento, pidiendo auxilio, dando gracias,

*    Recuerdos que interpelan

*    Descubrir lo que me ha impactado recientemente (acontecimientos, encuentros,...)

*    Dialogar con Dios la impresión que me ha causado

*    Formular la actitud a tomar ante tal asunto

*    Oración de Jesús

*    Al inhalar decir interiormente: “Jesús misericordioso, Hijo de Dios vivo”

*    Al expirar decir interiormente: “Ten compasión de mí, pobre pecador”

*    Acompasar la respiración, repitiendo incesantemente dichas frases

*    Cualidades y Logros

*    Descubrir mis cualidades (físicas, psicológicas, espirituales,...)

*    Dar rendidas gracias por esos dones

*    Enumerar mis aciertos en la vida (Certificados, triunfos, superaciones...)

*    Dar rendidas gracias al Señor por ellos

*    Memoria de vida

*    Contemplar trozos de mi vida, según se presenten

*    O bien la totalidad de mi vida o un período determinado (año, mes)

*    Observar la reacción emotiva que en mí eso evoca

*    Dialogar todo ello con el Señor

*    Puntos de crecimiento

*    Descubrir los desafíos que se me presentaron en la vida

*    Buscar los resultados positivos obtenidos

*    Dialogar el todo con el Señor


 


ALGUNOS LIBROS SOBRE LA ORACIÓN

 

APARICIO

“Los salmos, oración de la comunidad”

Inst. Teol. de V.R.

ARIAS

"Oración desnuda"

Sígueme

BALLESTER

“Oración profunda”

PPC

BEAUCAMP

"La oración del pueblo de Israel"

Nova Terra

BENAVIDES

“Para una meditación más vivificante

Progreso

BRO

"Enséñanos a orar"

Sígueme

CABALLERO

"El camino de la libertad

EDICEP

CAFFAREL

"Cinq soirées sur la prière"

Du Feu Nouveau

CAFFAREL

"Nouvelles lettres sur la prière"

Du Feu Nouveau

CAFFAREL

"Présence de Dieu"

Du Feu Nouveau

CARRETO

"Más allá de las cosas"

Paulinas

CARRETO

"Padre, me pongo en tus manos"

Paulinas

CASTILLO

“Oración y existencia cristiana"

Sígueme

CHECA

“Orar es amar”

Paulinas

D'ARC

"Un corazón que escucha"

Fax

DE MELLO

"Sadhana"

Sal Terrae

ESQUERDA

"Testigos del encuentro"

Sígueme

ESTRADE

"En torno a la oración"

Narcea

FARNES

"Moniciones y oraciones sálmicas”

Buena Prensa

GALOT

"Eucaristía y vida"

Desclée

GALOT

“La oración intimidad filial"

Desclée

GAUVIN

"Relatos de un peregrino ruso"

Parroquial

GUARDINI

"Introducción a la vida de oración"

Diner

GUERRA-GARCIA

"Oración en un mundo secularizado"

Paulinas

GUICHOU

“Los salmos comentados por la Biblia"

Sígueme

HINNEBUSCH

"La oración, búsqueda de autenticidad"

Sal Terrae

JACQUEMONT

"La audacia de orar"

Sal Terrae

JOHNSTON

"La música callada"

Paulinas

KELLY

"Mon expérience de Dieu”

Du Feu Nouveau

LAFRANCE

"La oración del corazón"

Narcea

LARRAÑAGA

"Muéstrame tu rostro"

Parroquial

LOEW

"En la escuela de los grandes orantes

Narcea

LOUF

"El Espíritu ora en nosotros"

Narcea

LOUF

"Seigneur, Apprends-nous à prier”

Foyer Notre Dame

MAROTO

"Dinámica de la oración"

Ed. de Esp.

PRONZATO

"Fuerza para gritar"

Sígueme

RUSCH

"El arte de meditar"

Herder

SEVE

"Trente minutes pour prier”

 

SOPHRONY

"Sa vie est la mienne"

Du Cerf

TUGWELL

“Orar, hacer compañía a Dios”

Narcea

VANDENBROUCKE

"Los salmos y Cristo"

Sígueme.

VOILLAUME

"La contemplación hoy"

Sígueme

VOILLAUME

"Oración en el desierto"

Paulinas

VOILLAUME

"Relaciones interpersonales con Dios y vida”

 

 


 

 

 

LA LECTURA DE DIOS

 

 

 

 

APROXIMACION A LA LECTIO DIVINA

 

 

(Extractos)

 

 

 

 

GARCIA M. COLOMBÁS, M.B.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDICIONES MONTE CASINO

 

ZAMORA, ESPAÑA

 

1980

 


 

 

BIBLIOGRAFIA

 

 

 

ARANGUREN, I.

“Realización humana de una vida exclusiva para la oración”, en Surge 30 (1972) 254-262

 

 

EMERY, P.

“La méditation de l’Ecriture” (Vie monastique, 5), Bellefontaine, 1975

 

 

GORCE, D.

“La ‘lectio divina’ des origines du cénobitisme à saint Benoît et à Cassiodore, Paris, 1925

 

 

LECLERCQ, J.

“La lecture divine”, en La Maison-Dieu, 5, (1946), 21-33

 

“Caracteres tradicionales de la ‘lectio divina’, en La liturgia y las paradojas cristianas, Bilbao, 1966, 227-240

 

“Lectio divina”, en Diozionario degli istituti di perfezione, t.5 (1978) 561-566

 

 

ROUSSE, J.; SIEBEN, H.; BOLAND, A.

“Lectio divina et lecture spirituelle”, en Dictionnaire de spiritualité, t.9. (1975) 470-510

 

 

RUPPERT, F.

“Meditatio-Ruminatio. Une méthode traditionnelle de méditation”, en Collectanea cisterciensia 39, (1977), 81-93

 

 

SOUTHEY, A.

“La lectio divina”, en Cistercium 31 (1979), 3-8

 

 

STANLEY, D.

“A Suggested Approach to Lectio Divina”, en The American Benedictine Review 23, (1972), 439-445

 


 

Preliminares

 

entre DIOS  y el hombre

 


"Adán, ¿dónde estás?". La voz del Todopoderoso resonó en el paraíso.  Dios buscaba al hombre, que había plasmado a su  imagen y semejanza. Quería hablar con él, como todos  los días, cuando "se paseaba  por el jardín tomando el fresco". Adán  - el hombre- había desobedecido a su Creador y se había escondido. El pecado del hombre destruyó brutalmente la familiaridad con  Dios en que había sido creado. Esto es lo que quiere decirnos el Génesis en sus primeras páginas.

 

El hombre  perdió la parrhesía, esa dulce  y entera libertad que le permitía hablar a Dios como un hijo habla a su padre o un amigo habla con su amigo. El hombre perdió a Dios, su creador y padre, y Dios perdió al hombre, su imagen, su interlocutor. Y desde  entonces  Dios buscó al hombre, y el hombre tiene que buscar a Dios. "Buscar  a Dios"  es una ocupación absorbente. Abarca toda la vida y  toda la persona. Es como el amor a Dios: "Escucha,  Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,  con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas" (Mc 12, 29-30). ¿Acaso no es el amor, el deseo que tiene su origen en el amor, el móvil de nuestra búsqueda? ¿Tal vez no son amor y búsqueda de Dios dos conceptos tan próximos uno del otro que se compenetran? Hay que buscar a Dios donde está: en los hombres, en los acontecimientos, en  la Eucaristía, en lo intimo de nuestro propio ser...  ¿Dónde no está Dios? Hay  que buscarle, evidentemente, en el cumplimiento de su voluntad:

 

Dichoso el que, con vida intachable,

camina en la voluntad del Señor;

dichoso el que, guardando sus preceptos,

lo busca de todo corazón (Sal. 118, 1-2)

 

Pero la búsqueda personal de Dios y el encuentro personal con Dios se verifica en el diálogo. El dialogo - lo ha acentuado con gran energía Martín Buber - es el lugar privilegiado donde convergen los deseos del "verdadero Dios" y del "verdadero hombre". El "verdadero Dios", el "Dios vivo", que habla y a quien se puede hablar; el Dios personal que quiere comunicarnos la plenitud de la existencia personal y se abaja para elevarnos a su mismo nivel. El "verdadero hombre", "imagen de Dios", aparición de Dios, que hace visible a Dios invisible y quiere encontrar al Creador, del que se había apartado. Así convergen la sed de Dios de encarnarse en el hombre y la sed de infinito que atormenta el corazón humano, el “Deus desiderans” y el “Deus desideratus”, como decían los autores medievales; el Dios que nos acosa porque nos desea, y el hombre que busca ansiosamente al Dios que necesita.

 

Para la tradición cristiana primitiva el diálogo con Dios tiene dos tiempos: la lectura y la oración. Ya san Cipriano de Cartago aconsejaba a Donato: "Sé asiduo a la oración como a la lectura. Ora, habla tu con Dios, ora Dios contigo" (Ad Donatum,15). San Jerónimo dice del anacoreta Bonoso: "Ora oye a Dios cuando recorre por la lectura los libros sagrados, ora habla con Dios cuando hace oración al Señor" (Ep. 3,4). San Ambrosio de Milán escribe: "A Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras" (De officiis ministrorum,1,20,88). San Agustín, comentando el salmo 85, dice: "Tu oración es una locución con Dios. Cuando lees, te habla Dios; cuando oras, tú hablas a Dios" (Enarr. in psi 85,7). Pero la formulación más hermosa del diálogo entre Dios y el hombre es la de san Jerónimo cuando escribe a su discípula Eustoquia, la noble virgen romana: "Sea tu custodia tu secreto de tu aposento y allá dentro recréese contigo tu Esposo. Cuando oras, hablas a tu Esposo; cuando lees, él te habla a ti" (Ep. 22,25).

 

Los mismos conceptos se hallan repetidos innumerables veces en los autores antiguos y medievales. Así, por ejemplo, en una carta sobre la vocación monástica: “Habla a Dios orando, escucha leyendo a Dios que te habla". Y Bernardo Aygler, abad de Montecasino: "Así como hablamos con Dios cuando oramos, así Dios habla con nosotros cuando leemos la Sagrada Escritura. Por eso San Benito no sólo nos exhorta a entregarnos a la oración, sino que quiere que nos ocupemos asiduamente en la lectura". En nuestros días, el Concilio Vaticano II citaba el texto de san Ambrosio: "Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’" (Dei Verbum, 25). Y el Congreso de abades benedictinos de 1967 expresaba la misma idea, aunque más profusamente y menos poéticamente que san Jerónimo: "Como todos los bautizados, pero de modo muy especial, el monje está siempre atento a la palabra de Dios, para recibirla, guardarla, prestarle obediencia y vivirla, y entrar así en la salvación que ella ofrece. El monje hace retornar a Dios esta palabra en su oración, tanto secreta como conventual".

 

En realidad, ¿qué hacen los monjes según la Regla de san Benito y la tradición? Tres cosas: orar, leer y trabajar. Trabajan por varias razones: porque es voluntad del Creador que el hombre trabaje, para ejercitar el cuerpo; porque son pobres, voluntariamente pobres, y deben ganarse el sustento; para conservar un prudente equilibrio entre las ocupaciones de cada día y evitar la ociosidad y sus consecuencias; para aliviar las necesidades de los que son más pobres que ellos... Pero, evidentemente, para trabajar no es preciso ingresar en un monasterio o hacerse ermitaño. Lo característico —aunque no exclusivo— del monje son la lectura y la oración, es decir, el mantenimiento del diálogo con Dios, que ni siquiera el trabajo debe interrumpir. "A la oración sucedía la lectura; a la lectura, la oración" escribe san Jerónimo refiriéndose a Orígenes y sus discípulos. Algo parecido acontecía en los desiertos y cenobios. Uno de los grandes elogios que se hicieron del primer monje-obispo de occidente, san Martín de Tours, es éste: "No pasó hora ni momento alguno que no dedicara a la oración o a la lectura; aunque, incluso mientras leía o hacía otra cosa, nunca dejaba de orar". Un monje de observancia cluniaquense afirmaba: "En nuestra orden, de la lectura se pasa a la oración, de la oración a la lectura".

 

La lectura se complementaba y prolongaba mediante un ejercicio muy característico que se llamó en griego "melete" y en latín "meditatio", que normalmente era asimismo una oración, como veremos más adelante; y la lectura y la oración se convertían a ratos en contemplación de Dios y de las cosas divinas. Siguiendo las huellas de San Víctor, Guido II, prior de la Gran Cartuja, construyó con estos elementos una escala de cuatro peldaños, la famosa "scala claustralium":

 

1.- Lectio

2.- Meditatio

3.- Oratio

4.- Contemplatio.

 

Enseña Guido II que la lectio, "estudio atento de las Escrituras", busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea. La escala obtuvo gran éxito entre los espirituales. Muchos autores aluden a ello o la comentan. Otros se quedan sólo con los tres primeros peldaños. Así, un anónimo de la abadía cisterciense de Salem escribe: "La lectura es buena, la meditación, mejor; la oración, óptima. La lectura ilumina la mente, la meditación fortalece el ánimo, la oración alienta y sacia. Esta es la cuerda triple que, según Salomón, se rompe con dificultad. En estas tres cosas consiste la vida del espíritu. Sin estas tres alas espirituales, nadie llega a ser verdaderamente espiritual".

 

Hace bien el monje anónimo al no considerar la lectura, la meditación y la oración como grados sucesivos, sino como tres ramales de una misma cuerda. En realidad, la escala de Guido, como tantas otras escalas espirituales, es una escala ficticia. Sus grados no se suceden uno después del otro; son elementos que coexisten pacíficamente. Y no sólo coexisten, sino que se interfieren y presentan características tan semejantes que con frecuencia es muy difícil distinguirlos entre sí. La íntima unión que existe entre lectio, meditatio y oratio se puede comprobar en los autores medievales, cuyos escritos están esmaltados de textos y reminiscencias de la Biblia. Es el fruto lógico de cierto concepto de oración entonces predominante. Para orar no hay que hacer otra cosa que leer, escuchar, rumiar y luego volver a decir a Dios todo lo que él nos ha dicho antes, después de haber volcado en estas palabras todo nuestro pensamiento, todo nuestro amor, toda nuestra vida. De este modo la Palabra de Dios se convierte en el lugar y el medio del encuentro con él. Lectio, meditatio y oratio más que actos distintos, son diversas actitudes de un mismo gesto: el del hombre que habla con su Dios teniendo ante la vista - o al menos en la mente - la Palabra de Dios escrita.

 

El problema de la "lectura divina"

 

En 1973, con admirable optimismo, el entonces abad primado de la Confederación benedictina, Rembert Weakland, decía a los superiores benedictinos de todo el mundo reunidos en congreso: "¿Qué leen los monjes en su “lectio divina”? La respuesta es invariable: la Biblia. Entre nosotros se ha acrecentado un verdadero amor a la Sagrada Escritura"; "la ganancia adquirida por la frecuentación de la Sagrada Escritura es positiva". Y Jean Leclercq concluía el artículo “lectio divina”, recientemente publicado en el dizionario degli Istituti de Perfezione, con estas afirmaciones esperanzadoras: la "lectura divina" es más fácil de practicar, para la psicología moderna, que los métodos de oración excogitados a fines de la Edad Media; corresponde mejor al interés que hoy se tiene por las "fuentes cristianas": la Biblia, los Padres, la liturgia, que constituyen el patrimonio común de todas las Iglesias; la Constitución dogmática Dei Verbum, del Vaticano II, está repleta de ideas y vocablos de la tradición de la “lectio divina” y puede afirmarse que toda la parte final de la misma Constitución no es más que una recomendación de la lectio, a la que recientes reglas religiosas conceden un lugar preeminente...



 

CAPITULO 03

 

EL LIBRO DE LOS BUSCADORES DE DIOS

 

 


Objeto de la “lectura divina”

 

Abordemos ya el concepto mismo de “lectio divina”, su objeto, su naturaleza, sus características más notables.

 

Lectio, como “lectura”, su traducción literal al castellano, es un nombre sustantivo ambiguo; puede designar tanto la acción de leer como el escrito que se lee. Divina es un adjetivo que califica el vocablo lectio, y significa “divina”,  “de Dios”. Es decir, significa una lectura que tiene a Dios por objeto. Se le a Cervantes, se lee a Marx: en la “lectio divina” se lee a Dios. Porque Dios es autor de un libro, más exactamente, de una Biblioteca: la colección de escritos de índole diversa que forman el  Antiguo y el Nuevo Testamento. San Gregorio Magno  llama a la Escritura scripta Dei (los escritos de Dios), scripta Redemtoris nostri (los escritos de nuestro Redentor), y la considera como una carta que Dios nos ha  enviado.

 

La Biblia contiene la Palabra de Dios escrita. Por tanto, la materia propia, inmediata, de la “lectio divina” no puede ser otra que la Escritura. Sólo por tener por objeto la Palabra de Dios contenida en la Biblia puede llamarse “lectura divina”, “lectura de Dios”.

 

Por ser la Biblia su objeto propio, tomó la “lectio divina” su forma específica, ya que no se puede leer a Dios como se lee un autor cualquiera. La “lectura de Dios” no puede ser como las demás lecturas. Y así, a medida que se fueron acumulando experiencias personales de ese contacto con la Palabra de Dios, a medida que se conocieron las maneras de comportarse los hombres a vueltas con la Palabra para penetrar en sus profundidades insondables, para saborearla, para apropiársela y ponerla en práctica, fueron perfilándose los diversos rasgos característicos que configuran la “lectura divina”.

 

Dios está en la Biblia

 

Pelagio y la Regla de los Cuatro Padres no usan la expresión “lectio divina”, sino que se sirven de otra fórmula equivalente: “vacare Deo”, “dedicarse a Dios”. Porque, como comenta A. de Vogué, “abrir la Biblia es encontrar a Dios”. Es una frase feliz como lo es también la de G. Bessière cuando llama a la Escritura “el libro de los buscadores de Dios”. Si Dios se encuentra en la Biblia, la meta de la “lectio divina” no puede ser otra que “la búsqueda de Dios en su Palabra escrita”,  como dice Yeomans con un  juego de palabras, la “reverente, piadosa búsqueda de la Palabra en la palabra”.

 

Como “abrir la Biblia es encontrar a Dios”, se comprende que los buscadores de Dios se lanzaran sobre la Biblia con verdadera pasión. Así sucedió con los monjes, considerados como los profesionales de la búsqueda de Dios. Desde los  orígenes hasta fines de la Edad Media, cuando se produjo la gran decadencia de los monasterios y la lectio fue abandonada y luego desplazada por la “lectura espiritual”, la Biblia gozó entre ellos un prestigio incomparable. La lectura y la “meditación” de la Escritura constituyó para generaciones y generaciones de monjes una ocupación asidua y de las más esenciales y estimadas. La Biblia era para ellos no sólo la suprema regla de vida, un espejo donde contemplarse, el  libro de edificación por excelencia, el alimento del alma - un manjar tan nutritivo que, según san Juan Crisóstomo, a veces basta una sola palabra de la Escritura “como alimento para todo el camino de la vida”

 

No son piadosas hipérboles. Dios, personalmente, habla, se manifiesta en la  Biblia. La palabra es la forma plenaria de comunicación humana. Podemos comunicarnos de muchas maneras: una mirada, un signo... Pero sólo la palabra puede expresar con precisión, con pormenor, por extenso todo lo que se puede expresar. En el lenguaje se cumple la suprema revelación humana. Ahora bien, Dios escoge también este modo de comunicación para manifestarse al hombre. Y en esto consiste formalmente la revelación sobrenatural. En la creación y gobierno del universo hay una revelación natural: Dios se manifiesta como objeto cognoscible mediatamente. Por el contrario, en la revelación sobrenatural, Dios manifiesta su mente, como una persona comunica sus pensamientos a otra persona: mediante el lenguaje propiamente dicho.

 

La Biblia es “el libro de los buscadores de Dios”. ”En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (Dei Verbum, 21). “Abrir la Biblia es encontrar a Dios”.

 

Cristo está en la Biblia

 

Abrir la Biblia - podría decirse igualmente - es encontrar a Cristo. Los Padres estaban persuadidos de ello. Y el Vaticano II enseña que Cristo “está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada  Escritura, es él quien habla” (Sacrosanctum Concilium, 7)

 

San Jerónimo tiene una frase famosa: “Ignoratio scripturarum, ignoratio Christi est” (In Is., pról., 1); desconocer la Biblia es desconocer a Cristo. Cristo está en la Biblia. Paul Evdokimov escribe: “Se podría afirmar que para los Padres la Biblia es Cristo, pues cada una de sus palabras nos conduce hacia el que las ha pronunciado y nos pone en su presencia... Se consume “eucarísticamente” la “palabra misteriosamente partida” con miras a la comunión con Cristo”. Todos los antiguos señalan la íntima relación existente entre Biblia y Eucaristía: Clemente, Orígenes, san Agustín, san Juan Crisóstomo, san Jerónimo.. “Al leer la Biblia los Padres no leían los textos, sino a Cristo vivo, y Cristo les hablaba; consumían la palabra como el pan y el vino eucarísticos, y la palabra se ofrecía con la profundidad de Cristo”.

 

La comparación Escritura-Eucaristía, es, como se ve, constante en la tradición cristiana. Ambas contienen el Verbo de Dios. El P. Congar ha notado que, si el  hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, la Biblia es, como la  Eucaristía, el pan de vida bajado del cielo, y que si Dios actúa para unirnos a él  en los sacramentos de la Iglesia, actúa también, y  no con menor eficacia, en el  sacramento de su Palabra. La  celebración eucarística consta de dos partes: Eucaristía y Palabra de Dios, que forman un sacramento completo. En la Biblia, como en la Eucaristía,  encontramos el verdadero pan de vida eterna,  aquel del que deben alimentarse los que  han sido llamados a  vivir más allá de este mundo, la  vida misma de Dios. Y el Vaticano II  ha subrayado y, en cierto modo, consagrado esta relación  íntima entre  Escritura y Eucaristía cuando declara: “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo, pues sobre todo en  la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del cuerpo de Cristo” (Dei Verbum, 21). Y también: “Como por la asidua frecuentación del misterio eucarístico se incrementa la vida de la  Iglesia, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la crecida veneración de la Palabra de Dios que permanece para siempre” (nº 26).

 

La esencia de la “lectio divina”

 

Dios habló directamente a hombres escogidos, privilegiados. Y a través de ellos a todo su  pueblo, a la humanidad entera. Estos hombres fueron, en el sentido lato del término, los profetas. Tuvieron los profetas clara conciencia de que Dios se les comunicaba.  De diversos modos, según los casos. Cuando quería y como quería. Tenían la sensación de que la Palabra de Dios se apoderaba de ellos, hasta hacerles violencia. En otros casos - el  caso de los sabios de Israel, especialmente -, la Palabra de Dios se manifestaba por víías aparentemente más próximas a la psicología normal. Profetas y sabios, en comunicación directa con el  Dios vivo, nos transmitieron un mensaje divino. Dios habló a través de sus intermediarios. A través de profetas y sabios, Dios fue manifestando su voluntad, revelando  el  sentido de las cosas y de la vida, prometiendo y anunciando el porvenir. Dios se  fue revelando a sí mismo. Esta revelación alcanzó su cenit en Jesucristo. “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios  antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa  final, nos ha hablado por  su Hijo, al que nombró heredero de todo, lo mismo que  por él había creado los mundos y las edades” (Heb 1, 1-2). Poder que opera, luz que revela, Jesús en cuanto  Hijo se identifica con la Palabra de Dios es él mismo la Palabra de Dios.

 

En la divina Biblioteca encontramos la Palabra de Dios. Los buscadores de Dios tienen su Libro: La Sagrada Escritura. En la Biblia encuentran a Dios. Porque la Biblia es el lugar que Dios mismo ha elegido para su encuentro con el hombre. Dietrich Bonhöffer tiene a este propósito unas líneas preciosas: “Si fuera siempre a un Dios que está  de acuerdo con mi manera de ser. Pero si es Dios quien establece el lugar de encuentro, en tal caso no será un lugar para halagar a la humana naturaleza, un lugar conforme a mi gusto. Este lugar es la cruz de  Cristo, y todo aquel que quiere hallarlo debe acudir al pie de la cruz, como lo exigen el Sermón de la Montaña. Esto no complace en nada a nuestra naturaleza, sino que le es enteramente contrario. Pero tal es el mensaje bíblico, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. Y quisiera haceros una confidencia personal: desde que considero la Biblia como el lugar de encuentro con Dios, ‘el lugar que Dios me ofrece para encontrarlo’, todos los días voy de maravilla en maravilla. La leo mañana y tarde, y con frecuencia, a lo largo del día, medito un texto que he escogido para la semana y procuro sumergirme en él profundamente para poder entender de verdad lo que en él se nos dice. Estoy convencido de que sin esto no podría vivir verdaderamente y ciertamente ya no podría creer....

 

Esta es,  formulada en términos de nuestros días, la “lectura de Dios”. Porque, evidentemente, cualquier lectura de la Biblia no puede calificarse de “lectio divina”. Así, recorrer sus páginas superficialmente, por mera curiosidad, in interesarse de verdad en ella, no es “lectura divina”. No lo es tampoco escudriñarla con finalidades de estudio. Leer, escuchar, retener, profundizar, vivir la Palabra de Dios contenida en la Escritura, sumergirse en ella con fe y amor: en esto consiste, esencialmente, la “lectio divina”.


 

CAPITULO 04

 

DIOS HA HABLADO, DIOS ME HABLA.

 


La característica primera fundamental de la “lectio divina” es la fe que la anima. Sin una fe viva, radical, en que Dios ha escrito la Biblia, en que el autor último, principal y verdadero de la Escritura es el propio Dios, ¿cómo sería posible “leer a Dios”?

 

Pero no basta estar persuadido de que Dios ha escrito, de que Dios ha hablado. Es preciso hacer un acto de fe en que Dios sigue hablando. No se leen sus palabras como se leen las de un autor de otros tiempos. Dios no está muerto. Es el “Dios vivo”. Su palabra está viva. “La Palabra de Dios es viva y enérgica”, dice la Carta a los Hebreos (4,12). Sin creer firmemente que “abrir la Biblia es encontrar a Dios”, que “en los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” que  “Cristo está presente en su palabra”, la verdadera “lectura de Dios” resulta completamente imposible.

 

Dios está presente en la Escritura, Cristo está presente en la Escritura. Por eso escribía Pablo Giustiniani, reformador de los camaldulenses: “El monje debe acercarse a la Palabra,  no para entretenerse, no para estudiar, sino como si subiera al altar de Dios, con grandes preparativos de alma y cuerpo, con un profundísimo respeto”.

 

 

Lectura personal

 

Dios ha hablado; Dios habla; Dios me habla. Se dirige a mí, personalmente, aquí y  ahora. Así pensaban los monjes antiguos, profesionales de la “lectura divina”. Estaban convencidos de que cada uno de los vocablos contenidos en la Escritura es una palabra que Dios dirige a cada uno de los lectores para su salvación y santificación; siendo la Biblia “ciencia de salvación”, creían sin la menor vacilación que todo tiene en ella un valor personal, actual, para la vida presente y con vistas a la vida eterna.

 

Dios dirige a cada uno de sus lectores un mensaje personal y único. Este mensaje personal está contenido en el gran mensaje universal, enderezado a la comunidad de los hombres.

 

Claro que Dios no se ha  quedado aprisionado en la Biblia. Dios es un Dios vivo que habla “ora por la Escritura, ora por una inspiración secreta”. Pero la norma de toda “inspiración secreta” es la Biblia.

 

La “lectura de Dios” intenta individualizar e interiorizar el gran mensaje dirigido  a todos los hombres. Con mucha precisión ha escrito David Stanley: “Por medio de mi reacción de fe, amor  y esperanza, el misterio se  convierte en  un acontecimiento para mí. Me sucede a mí”.

 

Sigue diciendo el P.Stanley:” Por consiguientes (y este es el segundo paso), se debe reflexionar con fe sobre el sentido literal ya descubierto, para escuchar lo que Cristo resucitado  me dice a través de su Espíritu cuando leo un pasaje en un momento dado”. Se trata de escuchar a Cristo para prestarle la “obediencia de la fe” (Rom 1,5). La lectio  divina es enfrentarse con Dios en Cristo. ¿Qué me dice hoy Dios en este pasaje de la Biblia? “Abierto nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que a diario nos amonesta la voz divina que clama” (RB, pról. 9)

 

Un ejemplo: Santa Teresa del Niño Jesús. “Soy demasiado pequeña” - escribe - “para subir la ruda escalera de la perfección... He buscado en los libros santos y he leído estas palabras salidas dela Sabiduría eterna: “Si alguno es pequeño, que venga a mí”... Había descubierto lo que buscaba... Continué buscando y encontré esta frase: “Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré sobre mi seno y os meceré sobre mis rodillas”. Nunca palabras más tiernas, más melodiosas han alegrado mi alma. El ascensor que debe elevarme hasta el cielo son tus brazos, oh Jesús. Por tanto, no tengo necesidad de crecer; al contrario, lo que necesito es seguir siendo pequeña, esforzarme en serlo cada vez más”. Las palabras de Isaías, como se ve, fueron la inspiración y la base de la definición perfecta de la “infancia espiritual”, tal como santa Teresa la entiende y Cristo la exige: “Ser niño es reconocer su nada, esperarlo todo de Dios, como un niño pequeño espera todo de su padre”. Teresa del Niño Jesús supo individualizar e interiorizar el mensaje de la Escritura. Descubrió que la voz de Dios se dirigía personalmente a ella. Y así nació su doctrina de la “infancia espiritual”, que ella fue la primera en vivir y que tanto bien hizo y sigue haciendo en la Iglesia.


 


 

CAPITULO 05

 

UN COLOQUIO ENTRAÑABLE

 


Lectura sapiencial

 

La "lectura divina" no persigue un fin científico,  no se propone alcanzar una meta puramente - ni acaso principalmente - de tipo intelectual. La Biblia no es un tratado de teología, un estudio sobre Dios. Es mucho más: es el gran mensaje que Dios ha dejado. La lectio consiste, por consiguiente, en escuchar y saborear este mensaje. Es sentarse, como María, a los pies de Jesús y no dejar perder ni una sola de las palabras salidas de sus labios.

 

De ordinario, solemos leer, no por leer, sino por haber leído. Es decir, buscamos en nuestras lecturas un fin práctico, utilitario: ampliar nuestros conocimientos, sea por la razón que sea. La "lectura divina"  es, en este sentido, una lectura completamente  desinteresada, gratuita. De ella podría decirse lo que del amor dice san Bernardo: “El amor no busca su justificación fuera de sí mismo. El amor es suficiente en sí mismo, es agradable en sí mismo y para sí mismo. El amor es su propio mérito y su propia recompensa; no busca una causa fuera de sí mismo ni otro resultado que el amor mismo. El fruto del amor es el amor”. Y agrega que este carácter autosuficiente del amor se explica porque tiene a Dios por origen y vuelve a él como a su fin, porque Dios es el Amor. Lo mismo ocurre con la "lectura divina" . Se lee a Dios simplemente para estar con él, para escuchar su  voz. Es leer por leer.

 

De ahí que la "lectio divina" sea una lectura pausada, ajena a toda prisa. Lo que se pretende es saborear más que saber; admirar y no especular o cuestionar. Existe una notable diferencia entre “ciencia” y “sabiduría”; los monjes antiguos lo pusieron de relieve. Hay una diferencia entre un saber de tipo académico y universitario, y  un saber de tipo monástico, entre un saber nocional y un saber que Newman llamaba “real”, entre un saber impersonal, del orden del “haber”, y un saber existencial del orden del “ser”. La "lectio divina" sobrepasa la información meramente humana, el trabajo puramente científico, teológico o pastoral, como reconocía el Congreso de abades benedictinos de 1967.  Hoy día los monjes que mejor han penetrado en la realidad de la "lectio divina" y más convencidos están de la conveniencia urgente de su plena restauración en los monasterios, insisten en ideas como la siguiente: la "lectura divina" y el estudio son dos realidades distintas, pero se completan y se sostienen mutuamente; el objetivo de la formación debería ser procurar que cada monje, según sus posibilidades y necesidades personales, encuentre el método apropiado para dedicarse a la "lectio divina" y aplicarse al estudio; "lectio divina" y estudio deberían considerarse como dos caminos complementarios de una misma búsqueda de Dios, en la que se encuentra comprometida la persona entera, inteligencia y corazón. Los hay que van mucho más lejos y no dudan en afirmar que la Biblia debería ocupar en el saber monástico, no sólo el primer lugar, sino todo el lugar, en el  sentido de que cualquier otro estudio debe referírsele de alguna manera como preparación, ilustración o comentario. De este modo todo el estudio del monje estará al servicio de su "lectio divina". Hay que advertir asimismo que no todo estudio es apto para facilitar y alentar esta "lectio divina", sino sólo aquel que se realiza en las mismas condiciones y en las mismas disposiciones interiores. "Lectio divina" y estudio no deben ser nunca actividades opuestas, reservando el estudio al monopolio de la inteligencia y la "lectio divina"  al de la voluntad. El estudio del monje debería ser en cierta manera "lectura divina" , puesto que  ya es un encuentro personal con Dios. Un estudio realizado  como "lectio divina"  resulta profundamente unificante. De ordinario se despliega en oración y alabanza, como la "lectio divina" propiamente dicha. La "lectura divina"  - no se insistirá nunca bastante en ello - es una lectura gustosa y gustada, paladeada. Es saborear al Verbo, saborear a Dios, en el Espíritu Santo, que vivifica la letra y suscita en el lector un gusto secreto para que se ponga en armonía  con lo leído y responda  con su oración y toda su  vida a la Palabra del Padre. Es una experiencia  de Dios, pues en ella se  verifica una comunicación de vida, una participación, una comunión.

 

Lectura íntima

 

La "lectura divina" apunta no tanto a obtener un conocimiento tan exhaustivo como sea posible de la verdad - tarea propia de la teología especulativa -, como llegar a un contacto directo con Dios, a un estar con Dios, a un escuchar a Dios que habla personalmente, aquí y ahora, a cada uno de los hombres que abre con fe las Escrituras.

 

En efecto, Dios nos habla. Más aún: Dios nos abre su corazón y nos invita a penetrar en él, a escudriñarlo, a conocerlo. San Juan Crisóstomo nos describe a los monjes de Antioquía “clavados en sus libros”, completamente embebidos en el mundo de la Biblia: “Unos toman a Isaías, y con él conversan; otros hablan con los apóstoles”. Y en otro lugar: “El monje tiene literalmente trato con los profetas, y engalana su alma con la sabiduría de Pablo,  a cada paso puede saltar de Moisés a Isaías, y de éste a Juan y a cualquier otro”. Pero el mismo Juan Crisóstomo dice en otro lugar: “Considere cada uno que por la lengua de los profetas escuchamos a Dios al habla con nosotros”. Esto es lo importante, lo que interesa de verdad, lo que se desea sobre toda otra cosa. Según san Gregorio Magno, la oración de los salmos - uno de los modos de practicar la "lectio divina" - es el lugar de encuentro íntimo entre nosotros, que vamos hacia Dios, y Dios, que viene a nosotros. Porque, ¿hacia dónde se dirigen las palabras de Dios sino al corazón de los hombres?” Y ¿qué se hace al leer las Escrituras sino estudiar el corazón de Dios? Gregorio revela certeramente uno de los aspectos esenciales de la "lectio divina" cuando escribe: “Disce cor Dei in verbis Dei”; expresión que, sin duda alguna, refleja una experiencia personal.

 

La Escritura, carta de Dios, nos permite conocer el corazón de Dios. Y este conocimiento nos hace desear conocerlo más y más, hasta poseerlo en “los goces celestiales”. El corazón del hombre no debe darse reposo alguno” hasta poseer el corazón de Dios. El camino de profundización es infinito. Nunca agotaremos el corazón de Dios.

 

Volvamos a Santa Teresa del Niño Jesús. Sin tener la abundancia de medios de que se dispone actualmente, la santa carmelita vivió y murió en íntima unión con la Escritura, en un diálogo continuo con la Palabra de Dios. Las expresiones y los matices de este diálogo son infinitamente delicados. Así, por ejemplo: “Vuelvo al santo Evangelio, donde el Señor” - no san Mateo, ni san Marcos, ni san Lucas, ni san Juan: el  Señor - “me explica en qué consiste su mandamiento nuevo”. Jesús ayuda a Sor Teresa a mantener toda su existencia en contacto vivo con la escritura. La carmelita acaba de vencer, a duras pensa, su mal humor; su imperfección la tenía acongojada. “Me estaba preguntando qué pensaría Jesús de mí, cuando me he acordado de las palabras que él dirigió un día a la mujer adúltera: ‘¿Nadie te ha condenado?’ Y yo le he respondido, llorando: ‘Nadie, Señor’. ¿Por qué es Jesús tan dulce conmigo?” Y en otro lugar: “No tengo más que fijar los ojos en el santo Evangelio; enseguida aspiro el perfume de la vida de Jesús y sé por qué camino correr”...

 

Lectura orante

 

Enseñan los Padres que la oración debe interrumpir la lectura. Así, san Jerónimo, san Agustín, Casiano, san Isidoro de Sevilla... Este último da una razón: “Muchas veces una lectura prolongada fatiga la memoria; por eso es mejor leer un párrafo, cerrar el libro y repasar dentro del alma la verdad que se acaba de leer.  De esta manera se leerá sin fatiga, y la doctrina no resbalará por la superficie del espíritu”. Orígenes da otra razón: Cuando no se halla lo que se busca, cuando no se entiende el texto que se lee, hay que recurrir a Dios, pedirle que nos lo dé a conocer; de este modo la lectura se convierte en oración, pues “es absolutamente necesario orar para comprender las cosas divina”. Hay que orar, en primer lugar - dice san Basilio -, porque sólo el  Espíritu Santo nos permite descubrir el sentido de las palabras de la Escritura. Un medieval, Guillermo de Saint-Thierry, asegura que las interrupciones dedicadas a la oración, que recomienda vivamente, lejos de molestar al alma, le comunican una lucidez que la ayudan a comprender lo que lee.

 

En realidad, no sería preciso que los Padres y otros maestros espirituales aconsejaran asociar la oración a la lectura. Cuando la "lectio divina" se practica como enseña la tradición, es decir, cuando la "lectura divina" es verdaderamente "lectura divina"  y no mera “lectura espiritual” ni está dominada por preocupaciones intelectuales o utilitarias; cuando la "lectio divina" es atención a Dios y contacto personal e íntimo con su Palabra, la oración brota espontánea e irresistiblemente. Es más, la oración forma parte de la "lectio divina". En efecto, a Dios no se le lee como se lee un autor cualquiera. Se ha insistido mucho en que leer es ponerse en íntima comunicación con el autor, y es cierto. Para leer bien para que un autor nos comunique de verdad su pensamiento y conteste a nuestras interrogaciones, es preciso que consideremos que estamos conversando con él. Claro que esto es una ficción, porque ni el autor nos conocer ni está presente, y por tanto no puede responder a nuestra preguntas sino en cuanto las respuestas están ya escritas en su texto. Con la Biblia es diferente. Dios, que está presente en ella, es un Dios vivo, un Dios que no sólo habló, sino que habla, que me habla. Por eso, "lectura divina" equivale a “conversación con Dios”.

 


 


 

FORMA SUGERIDA DE HACER ORACION TIPO LECTIO DIVINA

 

Ø    Profundo acto de fe de estar ante la palabra de Dios (se aconseja exteriorizar dicha fe besando el libro, por ejemplo)

Ø    Iniciar la lectura, deteniéndose apenas se presente una moción orante

Ø    Continuar de inmediato una vez aprovechada tal moción

Ø    Una vez llegado al final del texto volver a iniciar la lectura, esperando una nueva moción, y así sucesivamente...

Ø    Es sorprendente que a cada vuelta pueden ir apareciendo nuevas y diferentes mociones

Ø    De no haber mociones orantes, humillarse ante el Señor suplicándole me haga sensible a su inspiración… Y volver a la lectura.

 

ETAPAS DEL PROCESO

 

Ø    lectio: lectura;

Ø    meditatio: reflexión dialógica;

Ø    oratio: plegaria;

Ø    contemplatio: mirada interior detenida;

Ø    eructatio: eco en voz alta del texto;

Ø    collatio: comunicación en voz alta de lo percibido

 

Estas etapas no son cronológicas, sino lógicas


MENSAJE DE SS BENEDICTO XVI A LOS JÓVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN DE

LA XXI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

9 DE ABRIL DE 2006

 

“Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero”

(Sal 118[119],105)

 

 

“Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto: «El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo» (PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25). Una vía muy probada para profundizar y gustar la palabra de Dios es la lectio divina, que constituye un verdadero y apropiado itinerario espiritual en etapas. De la lectio, que consiste en leer y volver a leer un pasaje de la Sagrada Escritura tomando los elementos principales, se pasa a la meditatio, que es como una parada interior, en la que el alma se dirige hacia Dios intentando comprender lo que su palabra dice hoy para la vida concreta. A continuación sigue la oratio, que hace que nos entretengamos con Dios en el coloquio directo, y finalmente se llega a la contemplatio, que nos ayuda a mantener el corazón atento a la presencia de Cristo, cuya palabra es «lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana» (2 Pe 1,19). La lectura, el estudio y la meditación de la Palabra tienen que desembocar después en una vida de coherente adhesión a Cristo y a su doctrina. Construir la vida sobre Cristo, acogiendo con alegría la palabra y poniendo en práctica la doctrina: ¡he aquí, jóvenes del tercer milenio, cuál debe ser vuestro programa! Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mundo —aun sin saberlo— espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de seguirlo en la vida consagrada [religiosa] o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos de Él y no quedaréis decepcionados.”

 

 

Desde el Vaticano, 22 de febrero de 2006,

Fiesta de la Cátedra de San Pedro Apóstol.

 

 

BENEDICTUS PP. XVI