La Batalla de Lepanto

Andrea Doria en apuros

Habían transcurrido casi dos horas desde el comienzo del combate y los turcos habían sido batidos en el centro y en la izquierda, pero en la derecha todavía conservaban su ventaja inicial. En este sector, mar abierto, el astuto renegado Uluch Alí había logrado su propósito de envolver el ala cristiana mandada por Andrea Doria. El almirante Doria había procurado estorbar la maniobra abriéndose a su vez, pero sólo había conseguido separarse excesivamente del cuerpo de la batalla. En manifiesta inferioridad de condiciones, dada la abrumadora superioridad turca (93 galeras contra unas 20), no pudo impedir que algunas naves otomanas lo rebasaran por la retaguardia. Diez galeras venecianas, dos del Papa, una de Saboya y otra de los Caballeros de Malta sucumbieron y fueron capturadas por los turcos, que pasaron a cuchillo a todos sus hombres. Así estaban las cosas cuando Alvaro de Bazán, después de haber actuado brillantemente en el socorro del ala izquierda y luego en el del centro, apareció con sus naves en defensa del ala derecha. A buenas horas, mangas verdes, pensarían los difuntos que sangraban sobre las cubiertas de las galeras conquistadas. Uluch Ah que tan brillantemente había rodeado a las naves de Doria se vio ahora cogido en su propia trampa, con las de Álvaro de Bazán por un lado y las ocho galeras de Juan de Cardona por otro. Además, a lo lejos acudían las de don Juan de Austria que ya habían vencido en el centro. Prudentemente, el renegado optó por huir abandonando las ocho galeras capturadas que llevaba a remolque. Cortó las amarras y puso pies en polvorosa perseguido por Bazán que, al final, hubo de desistir porque sus remeros estaban agotados. En cualquier caso Uluch Ahí tampoco escapaba indemne: había entrado en combate con 93 naves y sólo pudo salvar dieciséis. Y un trofeo: el estandarte de los caballeros de Malta, que había conquistado en la galera de la Orden.

Eran las cuatro de la tarde cuando dejó de tronar la pólvora y renació la calma. La batalla había durado poco más de cuatro horas. Sobre el escenario sólo quedaban la victoriosa escuadra de la Liga y las 130 galeras turcas capturadas. Otras 94 se habían ido a pique y 33 galeras y galeotas habían huido. Casi todas se refugiaron en el puerto de Lepanto y allí fueron incendiadas por el propio Uluch Alí para evitar que cayeran en manos cristianas. Los cristianos, por su parte, habían perdido quince galeras y otras veinte o treinta (la Real entre ellas) habían sufrido tales desperfectos que no compensaba repararlas y fueron desguazadas en sus puertos.