Hermano Doroteo (1810-1837)
Juan
Luis Villelonge vino al mundo en
Saint-Genest-Malifaux (Loira) en 1810. Ingresa en La Valla en 1823. Fue un
religioso distinguido por la piedad, la sencillez y la obediencia. Humilde realmente...
pidió con insistencia le confiaran el cuidado del ganado y la limpieza de la
cuadra.
En
sus labores no perdía de vista la presencia de Dios, y poseía el secreto de
hacer de sus faenas una oración continua, por medio de la pureza de intención y
las frecuentes oraciones jaculatorias.
Un
día, un sacerdote, conocedor de su virtud, le halló guardando las vacas. Se
entabló entre los dos este diálogo :
–
¿Qué está usted
haciendo, hermano?
–
–
La voluntad de
Dios, padre.
–
–
¿Qué gana con su
oficio de pastor?
–
–
El paraíso.
–
–
¡Ganar
un pastor el paraíso! ¿Está usted seguro de ello?
–
–
Segurísimo. ¿No ha
dicho Jesús, “el que hace la voluntad de mi Padre entrará en el reino de los
cielos?” (Mt 7, 21).
–
–
Pero, ¿cómo sabe
usted que cumple la voluntad del Padre eterno?
–
–
Muy sencillo : cumplo la voluntad del
superior.
–
–
Está bien. Pero
dígame, ¿está contento de veras con su oficio?
–
–
Más contento que si
fuera rey.
–
–
¿No desea otro
empleo?
–
–
No, padre.
–
–
Entonces, ¿qué
desea?
–
–
Sólo quiero ser
obediente y amar a Dios de todo corazón.
–
–
¿Dónde se puede
hallar el amor de Dios?
–
–
En el corazón de
Jesús.
–
–
¿Cuál es la puerta
de ese corazán sagrado?
–
–
La fe, la
confianza, la pureza y el amor.
–
–
¡Vaya, vaya! Está
desembuchando más teología que un doctor.
–
–
No sé lo que es un
doctor, padre. Sólo sé que mi ciencia es poco más que la de un niño que se sabe
la doctrina.
–
–
¿Cuántas horas al
día pasa usted en el corazón de Jesús?
–
–
Las más que puedo;
nunca tantas como desearía.
–
En
efecto, el tema corriente de las meditaciones de aquel hermano eran los
sufrimientos de Jesús y su infinito amor a los hombres. Una vez, después de la
comida, habiéndole pedido el padre Champagnat cuenta de la lectura, no fue
capaz de decir nada. Ante la sorpresa del padre, el hermano respondió tímidamente :
–
Perdone, padre; el
versículo del Kempis que acaban de leer me ha hecho
olvidar todo lo demás.
–
–
¿Qué es lo que le
ha extrañado en la Imitación de Cristo?
–
–
Que “toda la vida
de Jesús no fue más que cruz y martirio” (Imitación II, 12, 7).
Estas palabras me han producido una impresión tan honda, que no soy capaz de
expresar lo que siento.
–
Como
el Apóstol de las gentes, el hermano Doroteo no conocía sino a Jesús, y éste crucificado (1Co 2,2).
Su pensamiento no se apartaba de Jesús...
El
vía crucis era práctica suya casi cotidiana. Como no usaba libro, le dijo un
día el fundador :
–
¿Cómo se las arregla para seguir los pasos del vía crucis? Tal vez
malgaste el tiempo.
–
Padre, en cada
estación miro el cuadro que está a la vista y contemplo a Jesús en ese paso. Le
digo que le amo de todo corazón, y ofrezco sus dolores y su sangre preciosísima
al Padre, en reparación de mis pecados, por la conversión de los pecadores y
para alivio de las ánimas del purgatorio. Después, dejo que el corazón diga a
Jesús todo lo que siente.
–
Nuestro
bendito padre, edificado y conmovido por tal respuesta, le declaró
:
–
Su método es
excelente. Siga con él.
–
En
el capítulo de culpas, fue acusado una vez, por un hermano joven, de
distracción durante el santo sacrificio de la misa, de divertirse en mirar una
estampa que tenía en el libro. “Tan
distraído está – dijo el celoso monitor –, que aún no le he visto una sola vez volver la hoja.” Presidía
el capítulo el padre Champagnat. Al concluirlo, llamó al hermano Doroteo a su
cuarto y le pidió la estampa, que el acusado entregó inmediatamente. Era una
imagen de Jesús crucificado y estaba desteñida de los besos que el hermano le
daba. Su método de oír misa era meditar la pasión de Jesús, y realizar continua
y mentalmente actos de contrición, confianza y amor.
El
hermano Doroteo, maduro ya para la gloria y que, además de llevar vida de
asperezas y mortificación, no cuidaba mucho la salud, fue presa de un catarro
grave, que degeneró en tisis y le llevó pronto a la tumba. El padre Champagnat
gustaba de visitarle y mantenía con él largas conversaciones. Un día, le
sorprendió de charla con otros hermanos no muy enfermos, y le dijo :
–
¿De qué estaban
hablando?
–
–
Padre, discutíamos
una cuestión muy seria.
–
–
¿Cuál?
–
–
Nos preguntábamos
cuál sería la más grave de nuestras preocupaciones en el momento de la
muerte...
–
–
Y usted, hermano
Doroteo, ¿qué es lo que le preocupa?
–
–
Confieso, padre,
que la muerte me infunde temor. Mi gran desconsuelo sería no haber amado
bastante a Jesús. ¡No puede comprender cómo me agobia esa pena! Por eso, pido a
Dios, por intercesión de la Virgen, que me conceda un año más de vida, para
acabar de aprender a amar a Jesús y prepararme a bien morir.
–
–
¡Un año! –
exclamó el padre –. Pero, ¿no sabe usted
que su tuberculosis es del grado tercero? Los tísicos que se hallan en ese
estado, mueren cuando menos lo esperan... Mas anímese, hermano; si Dios no le
concede doce meses en la tierra, puede darle la eternidad para que le ame en el
cielo...
–
El
hermano Doroteo murió el 2 de septiembre de 1837, tres días después de esta
plática del padre Champagnat. No perdió el conocimiento hasta el último
suspiro. Durmióse en el santo ejercicio del amor,
contemplando el crucifijo e invocando los dulces nombres de Jesús y de María.
(Biografías, p. 61/66)
En
la carta circular dirigida a los hermanos, el 4 de septiembre de 1837, escribe
el padre Champagnat :
“ Carísimos Hermanos :
El
Señor acabe de llamar a su seno a nuestro querido hermano Doroteo. Desde hace
largo tiempo una afección de pecho ejercitaba su paciencia y aumentaba sus
méritos, cuando una hemoptisis de las más violentas le obligó a guardar cama.
Veía la disolución de su cuerpo sin inquietud y manifestando un ardiente deseo
de ir a celebrar la Asunción de la Virgen con los ángeles y los santos en el
cielo. Desde esta augusta solemnidad, los vómitos de sangre cesaron
completamente. Nuestro santo hermano aprovechó el descanso de la enfermedad
para prepararse mejor a su última hora. ¡Qué dulzura!, ¡qué
calma!, ¡qué alegría! ha
demostrado durante este intervalo y, sobre todo, el último día de su vida. Fue
un sábado, el 2 de septiembre. Por la mañana recibió los últimos sacramentos.
Nunca se le había visto tan alegre, totalmente entregado a Dios; se puede decir
que su alma sólo esperaba las últimas oraciones de la Iglesia para emprender el
vuelo. Hacia las tres de la tarde, se le aplican las indulgencias y durante la
recomendación del alma se duerme tranquilamente en el Señor. Todos los testigos
de su muerte le envidian. Se disputan el honor de permanecer junto a él.
Hoy, 4
de septiembre, lo hemos enterrado con todas las ceremonias prescritas para un
hermano profeso y os exhortamos a hacer por él lo que está indicado en la
Regla, en el cap. XI, art. 3, n.°2 y 3. Por primera
vez cumpliréis, sin duda con gozo, este deber en favor de un hermano que tanto
queremos y que podemos contar entre el número de intercesores cerca de nuestra
Madre común...
A la
espera del gozo de verlos llegar, los abrazo muy afectuosamente en los Sagrados
Corazones de Jesús y de María.”
Champagnat.
Por el H. Alain Delorme