Hermano Estanislao (1800-1853)

 

La perla del Instituto

 

 

        Claudio Fayol nace en 1800 en Saint Médard (Loira). Llega a La Valla en febrero de 1822. Muere en Nuestra Señora del Hermitage el 2 de noviembre de 1853.

 

        El hermano Juan Bautista escribe: “Estábamos a principios de 1822. Apenas si nuestra congregación era entonces conocida y teníamos muy pocos hermanos. El padre Champagnat, apenado por esta penuria de vocaciones, rezaba asidua y fervorosamente a la Virgen, para que le mandara postulantes. El 12 de febrero fue a celebrar a la capilla de la Dolorosa. Terminada la misa, prolongó la acción de gracias y repitió muchas veces esta súplica: “Recuerda, Madre divina, que eres la fundadora de este humilde instituto. A nadie interesa más que a ti bendecirlo y hacerlo prosperar. Si tú nos abandonas, pereceremos. Nos iremos apagando cual lámpara sin aceite. Pero si esta empresa se arruina, no se extinguirá nuestra obra, sino la tuya. No ha de ocurrirnos tal desgracia, tierna Madre. En ti estriba nuestra fe y no se dirá que en balde hemos contado contigo”.

 

        Al regresar a casa, ya le estaba esperando Claudio Fayol, mozo de veintidós años... Traía unas letras de recomendación del párroco que, entre otras cosas, decía: “El portador de la presente es un joven bueno y piadoso, que desea abandonar el mundo. Tiene escasa instrucción, pero es inteligente y logrará formarse. Si quiere que le diga en pocas palabras mi opinión acerca de él, le creo apto para todo y estoy convencido de que será un tesoro para su comunidad.” (Biografías, p. 67)

 

        El padre Champagnat apreciaba mucho al hermano Estanislao. “Un día, visitaba una escuela, y el hermano director pidió al fundador nuevas de la casa general. El padre le contestó:

 

      – La muerte ha descargado un golpe terrible en nuestra casa y nos ha arrebatado a uno de los mejores religiosos que teníamos.

 

                   ¿No habrá sido el hermano Estanislao?

                    

                   ¡Por Dios! – exclamó el padre –. ¿Qué sería de nosotros, si la muerte nos llevara a ese hermano tan bueno? Es uno de los pilares más sólidos del instituto. Tenemos todavía demasiada necesidad de él, para que Dios nos lo quite. Ese hermano es una alhaja y espero que la Virgen nos lo conserve mucho tiempo.” (Id. p. 68)

                    

 

 

        El hermano Francisco, Superior General, en la Circular del 24 de febrero de 1854, unos meses después de la muerte del hermano Estanislao, escribe que “Fue copia viva del buen Padre” (Cir. Vol. II, p. 179. ) y cita una frase que repetía el hermano : “El buen Dios y la Santísima Virgen nos han ayudado siempre; tengamos confianza, no nos abandonarán”. (Id.) Añade: “Nadie podía defenderse de su elocuencia natural que le daban su amor al instituto y su deseo del bien. A pesar de ser sin instrucción, sabiendo leer apenas, encontraba siempre en los sentimientos de su corazón, en la energía de su voluntad y en la rectitud de su espíritu, todo lo más agradable que había que decir, lo más conmovedor que presentar, cuando se trataba de interesar a alguien por las necesidades de la Congregación”. (Id. p. 183) “¡Cuántos hermanos, cuántos postulantes deben a su ardor y al ímpetu de sus consejos y exhortaciones el haber podido salvar los primeros disgustos del noviciado y perseverar en su vocación!” (Id.)

 

 

 

        El hermano Silvestre, que fue ayudante del hermano Estanislao durante casi un año, afirma en sus Memorias: “Sé por él mismo que, en momentos de expansión íntima, nuestro fundador le reveló asuntos confidenciales, o relativos a su familia, y otros, muy particulares, relativos a la Congregación, de los que sólo él ha tenido conocimiento.” (Memorias, p. 12)

 

 

 

        El hermano Juan Bautista, en la Vida, señala varias conversaciones del fundador con el hermano Estanislao (Cf. p. 233; 238; 354). Le dice en su lecho de muerte: “Hermano, ¡cuántas molestias le estoy ocasionando! De veras que lo siento, pero me consuela saber que Dios le devolverá centuplicado cuanto está haciendo por mí... Procure ayudar a los hermanos cuanto pueda. Le recomiendo especialmente que anime a los novicios y se acerque a los recién llegados para que se vayan acostumbrando...” (Vida, p. 249, edición de 1989)

 

 

 

        “El hermano Estanislao tenía todas las dotes de un alma ideal, privilegiada : juicio recto, tacto seguro, corazón generoso, tierno y sensible; carácter franco, dúctil, alegre, afable y constante; voluntad a la vez recia y dócil; conciencia recta y timorata; habilidad no común y don de gentes. Y ese caudal de dotes naturales estaba realzado, enriquecido por la piedad sólida y por todas virtudes de un religioso excelente. El hermano Estanislao fue un tesoro para los superiores y para todos los hermanos, por los servicios que les prestó. Al acabar éste el noviciado, pensó el padre Champagnat que le gustaría ir a dar clase, y le nombró para una escuela. Pero quedó gratamente sorprendido, al pedirle el hermano la gracia de dejarle seguir junto a él para servirle (Cf. Biografías, p.68) y cuidar de las temporalidades de la casa. A lo que el padre accedió tanto más gustoso, cuanto que no tenía entonces quien pudiera aliviarle tal peso. Cargó el hermano con él y desempeñó sus funciones con celo y entrega incomparables. Valía para todo; lo hacía todo con arte y en todo tenía acierto: la cocina, el arreglo de las habitaciones, el cuidado de la ropa, la adquisición y guarda de los víveres, la elaboración del pan, el trabajo de la huerta, el servicio de los enfermos; en una palabra, la prestación personal como doméstico de todos los hermanos, ésa fue la ocupación, ésa la vida del hermano Estanislao.

 

        Mas no le bastaban las horas del día para labor tan ardua, y le dedicaba también parte de la noche. La caridad le urgía a salir al encuentro de cualquier necesidad. ¿Legaba alguno de viaje? Ya estaba él allí para hacerle tomar un refrigerio, ofrecerle repuesto de ropa, si la necesitaba, proporcionarle cuanto hubiera menester. ¿Sentía otro una indisposición súbita? Venía él volando a presentarle algún arrope u ojimiel, mandarle descansar, darle lo que necesitara. ¿Estaba alguien abrumado, sin poder dar abasto a su tarea? El hermano Estanislao se le ofrecía para compartir la labor o rematarla en su lugar. Nadie sufría, nadie se hallaba en apuro, sin que la caridad industriosa de aquel buen religioso lo adivinara y socorriera...

 

        Ahora bien, si era el siervo de todos, lo era en especial del fundador. Nadie puede darse cuenta del número y variedad de los servicios que le prestó durante los veinte años que vivieron juntos.

 

        Él, y sólo él, le cuidó durante la enfermedad tan grave que le aquejó durante el curso del año 1825. Pasó a su cabecera, sin acostarse, mes y medio; y gracias a los cuidados continuos que le prodigó con entrega sin límites y habilidad extraordinaria, el padre Champagnat salvó la vida y recobró la salud. En la última enfermedad de éste, el hermano Estanislao tuvo con él las mismas atenciones, le prestó idénticos servicios. Con toda certeza, se debe a sus cuidados la prolongación de la vida del piadoso fundador. Sin ellos, hubiera fallecido mucho antes...

 

        Esa vida de afán y sacrificio perpetuo hizo que contrajera una enfermedad nerviosa que le martirizó; pero no pudo nunca ésta turbar la alegría y la paz de su alma, ni el gozo santo, la amabilidad y gracia de su carácter que eran su patrimonio. Nadie le oyó quejarse de sus dolores, nunca pidió el menor alivio ni ayuda en sus faenas. Su ambición era morir de pie, con la mano en la mancera, agotar sus energías en bien de los hermanos y servicio del instituto. Por eso fue el fámulo de todos hasta la muerte. Fue también su tesoro.

 

        El hermano Estanislao fue la perla de la congregación, aun desde el punto de vista material. Fue un regalo de la Providencia, precisamente en el momento en que el instituto se dio a crecer y, por eso mismo, pasaba apuros graves. La comunidad no tenía casa de noviciado y se hallaba sin fondos. Esta situación engorrosa enardecía el celo de aquel hermano óptimo, y solicitó licencia para limosnear. En cuanto se la dieron, puso manos a la obra. Su modestia, sencillez, humildad, cortesía, la habilidad y tacto exquisito que animaban todos sus pasos, todas sus palabras, le merecieron pronto la estima y confianza de toda la gente. Recibían con gusto sus visitas y le entregaban donativos. Consta que proporcionó al instituto socorros considerables y limosnas pingües. Durante la enfermedad del padre fundador, en 1825, fue él quien se dirigió al párroco de Saint-Chamond, para confiarle en qué estado se hallaba la comunidad y, con sus ruegos y lágrimas, moverle a que cargara con las deudas... Él, finalmente, se las arregló para que las familias más pudientes de la villa de Saint-Chamond miraran con simpatía el instituto. Éstas aportaron su contribución generosa a las empresas del padre Champagnat y le socorrieron cada vez que anduvo apurado.

 

        ¡Caso admirable! Aquel hermano sin letras, que no iba por las calles más que a pedir, era acogido en todas partes no sólo con agrado, sino además con respeto y reverencia. Gustaban de verle, se sentían honrados con su visita y, si por casualidad no llegaba en las épocas corrientes, sentían cierta pesadumbre, que luego le comunicaban con reproches cariñosos. Así eran de encantadoras la virtud y la piedad de aquel religioso...

 

        El hermano Estanislao fue la perla del instituto por las vocaciones que logró promover o consolidar... No bien un joven había puesto los pies en el noviciado, ya le había cobrado él un cariño irresistible... Se le partía el corazón cada vez que veía marchar a un hermano. ¡A cuántos postulantes ayudó, con sus ejemplos y palabras elocuentes, a vencer los primeros trances del noviciado! Son también incontables los hermanos que le deben la perseverancia en la vocación...

 

        Pasaba ordinariamente el recreo con los postulants o los hermanos jóvenes, y siempre se las arreglaba para hallarse en compañía de los que andaban algo perplejos o necesitaban su ayuda. Su celo ingenioso le hacía dar con mil industrias para divertir a los que se aburrían, fortalecer a los débiles, disipar las ilusiones de los que soñaban con proyectos peligrosos para la vocación. Ocupaba en la sacristía u otro empleo agradable al que estaba aburrido de estudiar. Se llevaba de socio en sus correrías a un postulante necesitado de distracción y al que deseaba dar algún consejo...

 

        Fue también perla del instituto por el ejemplo de todas las virtudes que dio siempre. Y aunque en todas sobresalió, señalaremos particularmente algunas:

 

        1 – El amor y el apego a la vocación

 

        “Nada tengo más querido ni precioso – decía –; mil imperios daría para conservarla.”

 

Diariamente daba gracias a Dios por haberle traído a la sociedad de María, y rezaba una oración especial para alcanzar la gracia de morir en ella.

 

Estaba un día terriblemente fatigado, víctima de una fiebre convulsiva y nerviosa. Alguien le preguntó cuál podría ser la causa de un dolor tan grave y súbito. “No diga nada, hermano, pero mire, la única causa es la salida de Fulano y el temor de que pueda ocurrirme desgracia semejante. ¡Dios mío!, cuando pienso en la vocación perdida, el pavor se apodera de mí y el corazón se me oprime de miedo y angustia.”

 

        2 – La piedad

 

        ...La oración era para él necesidad y a ella se daba con tal fervor que, con sólo verle, uno sentía inclinación a la piedad. Ni sus menudeadas correrías a Saint-Chamond y otros lugares, en busca de provisiones o por razón de las colectas, ni los muchos engorros de la cocina y de las temporalidades, ni ocupación alguna hicieron nunca que dejara la oración mental, el rosario, la misa, las comuniones y visitas al santísimo Sacramento, ni ejercicio alguno reglar...

 

        Durante la enfermedad última, cuando materialmente ya no podía consigo y era apenas capaz de dar dos pasos sin pararse, aún seguía yendo a todos los ejercicios comunes; iba renqueando, apoyándose en las paredes o en el brazo de algún hermano caritativo... “La piedad – dice san Pablo – es útil para todo” (1 Tm 4,8). Ella hizo del hermano Estanislao la perla del instituto, porque le dio aptitud para todo.

 

        3 – La mortificación

 

        Esta virtud brilló en él sobre todo por la minuciosa fidelidad a la regla, la puntualidad a cualquier ejercicio común y por la sobriedad. A pesar de todas sus correrías y trabajos, nunca tomaba nada entre horas, nunca comía aparte, siempre en comunidad.

 

Duro consigo mismo, todo le venía bien: siempre tomaba lo peor para sí, con miras a hacer aceptar a los otros lo mejor y reservarse lo que podía mortificar la naturaleza. En el lecho de muerte, cuando ya no podía ingerir alimentos, se dolía del azúcar que tenían que echarle en las tisanas.

 

        4 – El amor a Jesucristo y a la Virgen

 

        Bastaba verle rezar, postrado ante el Santísimo o a los pies de la Madre de Dios, para ver que su corazón era un horno de amor a Jesús y a María. Fue sacristán durante cinco lustros. La frecuencia de sus visitas a la iglesia nunca dieron lugar a la rutina, ni alteraron el respeto profundo, la modestia y recato de su porte, de su ir y venir por delante del altar. “Con una visita breve al Santísimo – decía –, olvido todas las penas; una visita al Santísimo me da solaz y me devuelve todas las energías.”

 

Su confianza en Jesús y la Virgen era tal, que alcanzaba cuanto quería... “¿Qué razón hay para temer o preocuparse – exclamaba –, cuando uno tiene consigo a Jesús y María? ... Cuando uno está con Jesús y María, puede exclamar con Pedro: ¡Qué bien estamos aquí! (Mt 17,4; Mc 9,4; Lc 9,33). Nada nos falta.”

 

        5 – La constancia

 

        Esa virtud es una de las notas más excelsas de este hermano. Fue constante siempre y en todo. Constante en la vocación, en la fidelidad a la regla, en la piedad, en las obras de caridad, en la obediencia... Todas las noches iba a la habitación del venerado padre y, tras el fallecimiento de éste, a la del sucesor, para entregar las cuentas y recibir órdenes para el día siguiente. A ejemplo de Jesucristo, fue “obediente hasta la muerte” (Flp 2,8).

 

       

 

        Habiendo compartido desde los comienzos todas las penas y labores de nuestro bendito padre, fue en todo momento imitador fiel de sus virtudes, vivió su espíritu, llegó a ser copia viva y exacta del fundador hasta el último suspiro. Murió de su misma edad, de la misma dolencia, en circunstancias iguales, y dio a todos los hermanos los mismos ejemplos de paciencia, conformidad y fervor. (Biografías, p. 76)

 

Por el H.  Alain Delorme