Hermano Francisco (Gabriel Rivat) 1808-1881
Nace Gabriel el sábado 12 de marzo
de 1808, en Maisonnette, aldea de La Valla. Familia de 7 hijos (3 niñas, 4
niños). El padre, Juan Bautista muere a los 65 años 1762-1827). La madre,
Francisca a los 79 (1765-1844). Hogar modesto. La granja también. Media docena
de vacas pueden caber en la cuadra. Debajo de la vivienda, hay pequeñas grutas
para cabras, ovejas, cerdos, y no falta la piedra para fabricar clavos.
El Hermano Gabriel Michel en un
libro reciente : “Frère François, Gabriel Rivat, 60 ans d’histoire mariste” nos
bosqueja la fisonomía humana y espiritual del sucesor del Fundador en unas 392
páginas repartidas en 51 capítulos, a base de documentos : circulares, cartas,
diario... Es una obra que se lee fácilmente y que habría que traducir al
español.
El Hermano Francisco, al recibir
el retrato del Padre Champagnat pintado por Ravery, apunta en su diario :
“Recepción del retrato del Padre Champagnat. Ser su retrato vivo.” Al
Fundador “le agradaba sobre todo escuchar al querido hermano Francisco, y le
consolaba tenerlo a su lado. En las conversaciones frecuentes que mantenían, le
abría su corazón y le manifestaba todas sus aspiraciones”. (Vida, edición del
Bicentenario, 1989, p. 239)
El hermano Juan Bautista escribe,
más adelante : “Totalmente identificado con el piadoso Fundador, y deseoso de
imitarlo en el modo de dirigir a los Hermanos y hacer el bien, el Hermano
Francisco no cambió nada de lo que estaba establecido, y continuó actuando en
todo como antes. Este sensato proceder le ganó el aprecio de todos, hizo amable
su gobierno y le dio plena autoridad sobre los Hermanos : todos vieron con gran
satisfacción que la nueva situación no había supuesto cambio alguno en la
administración y que el Padre
Champagnat seguía vivo, actuando por medio de su sucesor.” (Id., p.260)
En su obra “Biografías de algunos
Hermanos”, publicada en 1868, el mismo Hermano Juan Bautista dice: “El hermano
Francisco ha sido siempre un enamorado de la vida oculta ; le embelesa rezar y
unirse a los misterios de nuestro Salvador. Así ha podido elevarse a la altura
de virtud que todos admiramos en él, y prestar servicios tan importantes al
Instituto. Elegido superior, deja los estorbos administrativos en mano de los asistentes;
les encarga que traten los negocios temporales con los hombres, mientrás él,
alzando las manos al cielo, los trata con Dios y alcanza las bendiciones que
han sido la causa principal del desarrollo y progreso extraordinario de la
congregación.” (Crónicas Maristas II, Biografías, p.43/44)
El hermano, Aníbal Cañón,
traductor, pone en nota, n° 29: “Es el único elogio de un hermano aún vivo que
hallamos en las Biografías. Y es que ya no podía impedirlo el interesado...”
Escribe también en “Enseñanzas
espirituales” (Sentences, Leçons, Avis, 1868) : “El Hermano Francisco, casi
siempre enfermo y en la imposibilidad de obrar, se vio forzosamente obligado a
declinar el peso de la administración en los Asistentes, quienes se repartieron
el trabajo, trataron los negocios, dirigieron a los Hermanos, arreglaron y
dispusieron todas las cosas con un espíritu de unión tan perfecto y tal
abnegación de sí mismos, que la autoridad del Hermano Francisco, lejos de
menguar, fue siempre creciendo, y apenas se dieron cuenta los Hermanos de que
él nada hacía ni deshacía sino por medio de los Asistentes.” (p. 298)
El Hermano Avit, autor de los
Anales, empezados en 1884, después de relatar la muerte del Fundador, añade :
“La mayoría de los Hermanos se preguntaban cómo la Congregación podría
funcionar con los que iban a dirigirla en adelante... El Hermano Francisco, a
pesar de ser muy estimado de todos, no tenía el carácter, la iniciativa, la
energía y el ardor del Padre Champagnat. No poseía los corazones y no dominaba las
voluntades como lo hacía tan admirablemente el difunto Padre.
Se apreciaba poco su índole frío,
lento y sentencioso en sus instrucciones. Se le achacaba de meticuloso, dando a
veces demasiada importancia a leves faltas, aceptando difícilmente las excusas
y temiendo demasiado las observaciones. Sus dos Asistentes estaban capacitados,
pero no tenían todavía la práctica del gobierno...
La posición de los nuevos jefes
del Instituto no era ciertamente fácil, tanto más cuanto que el H. Juan Bautista
estaba aún en el Norte sin poder volver antes de varios meses.
A ejemplo del difunto Fundador,
los otros dos y el H. Juan-María contaban con la Providencia y ponían con
determinación manos a la obra.” (Abrégé des Annales du Frère Avit, p.327. Rome,
1972)
Tres meses después de la muerte
del Fundador, el Hermano Francisco convoca a los Hermanos al retiro espiritual.
Nuestra
Señora del Hermitage, a 8 de diciembre de 1840
Muy
queridos Hermanos,
El
pensamiento más querido en el corazón de nuestro buen Padre en los últimos
momentos de su vida ha sido ver siempre a los Hermanos de María reunidos en los
sentimientos de un mismo corazón y un mismo espíritu, formando todos una misma
familia e imitando entre ellos la santa caridad de los primeros cristianos.
(Test. Esp., p.2)
Muy
queridos Hermanos, al llamarles, como los años anteriores, a venir a pasar
algunos instantes en el silencio y el descanso de la soledad, esperamos que
cumplan más que nunca este deseo tan ardiente de nuestro piadoso y buen
fundador.Una fraterna cordialidad reinará en nuestra reunión. Estrecharemos de
nuevo los lazos tan suaves y ya tan fuertes que nos unen en los Santos
Corazones de Jesús y de María y verificaremos estas palabras del Profeta real:
“Ved qué ventajoso y agradable es vivir juntos como hermanos en las dulzuras de
una santa misión.” (S. 132, 1)
Muy
queridos Hermanos, no podremos gozar como antes de la presencia sensible del
que fue tanto tiempo nuestro pastor y nuestro padre ; pero lo encontraremos de
nuevo en los monumentos de su celo y de su abnegación para con nosotros, en el
recuerdo de sus piadosas lecciones, en el mutuo relato de sus virtudes y de sus
santos ejemplos. Estará entre nosotros por su espíritu y, nos atrevemos a
esperarlo, por la eficacia de su crédito ante nuestra buena y común Madre.
(Circular I, p.43)
Escribe el 17 de noviembre de
1852:
“Cuando
tengáis a un niño que no va bien, confiadlo a la santísima Virgen; Ella, bien
sabrá enderezarlo y corregirlo.” (Frère François, Gabriel Michel, p. 342)
Durante su enfermedad de 1844,
apunta: “San José, nuestro querido
patrono y poderoso protector, me ha socorrido maravillosamente.” Cita a
la madre Rivier, fundadora de las Hermanas de la Presentación de María, que proponía
a san José como modelo de sus comunidades. “Conducíos con vuestros alumnos como san José con el niño Jesús.”
(Id., p. 346)
Pierre Zind, hermano marista
contemporáneo nuestro, resume en unas páginas conmovedoras el itinerario del
Hermano Francisco, verdadero hijo de Champagnat, uno de sus primeros hermanos y
sucesor suyo.
1)
Una
mañana de primavera en La Valla.
2)
Miércoles 6 de mayo de 1818.
“El coadjutor de la Valla sube a
la aldea de Maisonnette.
No lo llama su ministerio
sacerdotal, ni menos aún sube a dar un paseo en medio de la retama en flor.
Pero está floreciendo el lirio de los valles al otro lado del barranco y su
perfume encanta el corazón del bienaventurado Champagnat que entra en la casa
de los Rivat y manda venir a Gabriel, el menor de los hijos.
En sus ojos de niño, un poco
tímido, brilla el candor de su alma mariana. Su madre, Francisca Boiron, - toda
una mujer como muchas que viven en el campo que hasta el día de su boda lleva
un cilicio en su cintura de doncella, con el cual pide se la entierre en 1844 -
lo había consagrado en agosto de 1813 a Nuestra Señora de Valfleury y le había
impuesto su hábito azul. Según la costumbre, el beato Champagnat lo bendice en
la frente con la señal de la cruz. El niño se ruboriza ; sabe el motivo de la
visita : ha sido admitido a hacer la primera comunión. Fácilmente se llega con
sus padres a un acuerdo : mañana mismo, Gabriel irá a La Valla para ponerse
bajo la dirección del fundador de los hermanos maristas.
Al día siguiente, muy de mañana,
la madre y el niño con sus trajes de fiesta franquean el Ban, escalan la falda
derecha y entran en La Valla. En una capilla de la iglesia, sobre el altar,
está colocado un cuadro de Nuestra Señora del Rosario. Ravery, un modesto
pintor de Saint Chamond, lo pintó recientemente a petición de una mujer que
quería agradecer a Nuestra Señora el regreso, sanos y salvos, de sus dos hijos
mayores, movilizados en los ejércitos del Emperador. Esta mujer es la madre de
Gabriel. Delante de su exvoto, Francisca renueva la consagración que hizo a
Nuestra Señora de Valfleury.
Pero hoy, el hijo es consciente de
la promesa de su madre. “Entregado por mi madre a María, a los pies del altar
de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, en la iglesia de La Valla, dejé
el mundo, el miércoles 6 de mayo de
1818”, escribirá en la primera página de su diario. Acaba de cumplir diez años.
En adelante, Gabriel ya no es hijo de Francisca, es hijo de María. He aquí por
qué, al confiarlo unos minutos después en las manos del beato, ella pronunció
simplemente estas palabras : “Tome este niño, haga de él lo que quiera :
pertenece a la Santísima Virgen a quien se lo he entregado y consagrado muchas
veces.” Una mujer sola deja La Valla, atraviesa nuevamente el Ban, escala el
lado izquierdo, vuelve a Maisonnette: ha consumado su sacrificio.
3)
Una
noche de otoño en Nuestra Señora del Hermitage.
4)
Sábado 12 de octubre de 1839.
Esta noche de otoño, tercera de
los ejercicios espirituales, una ventana permanece iluminada en Nuestra Señora
del Hermitage: el hermano Francisco está en vela.
Se vuelve a ver de niño,
acompañando a su madre en aquella clara mañana de primavera de 1818. Recuerda
su toma de hábito a los once años, 8 de septiembre de 1819, y aquel joven
cocinero de trece años, a quien el hermano director de la escuela de Marlhes se
ve obligado a llevar sobre sus hombros, y aquel hermanito que se alza sobre una
gran piedra, para parecer más alto en la clase, que enseña a leer y a escribir
a los niños de Vanosc, de Boulieu, sí, también es él. Reaviva en su corazón la
alegría de su profesión perpetua con el ímpetu generoso de sus dieciocho años,
el 11 de octubre de 1826, aquí, en Nuestra Señora del Hermitage. Y luego, los
trece años de contacto constante, de colaboración directa con el beato fundador
en la soledad de los Gauds...
La jornada de hoy ha sido pesada:
noventa y dos hermanos profesos perpetuos han elegido al sucesor del beato
Champagnat. La ceremonia estaba presidida por el venerable padre Colin,
superior general de la Sociedad de María; el beato había recogido los votos:
ochenta y siete votos eligieron al hermano Francisco. Sólo tiene treinta y un
años.
En su habitación, el nuevo
superior vuelve a oír las felicitaciones de los Padres maristas, de los
hermanos, de los novicios, de los postulantes; aún siente la mirada de alegría
intensa del Fundador. Pero la pluma, detenida un momento, reanuda su curso
sobre el papel: “¿Qué haré yo, que sinceramente reconozco que no poseo buena
salud y mucho menos virtud? La voluntad de Dios se ha manifestado; me resigno a
ella con la firme confianza de que Él, que con una mano me impone esta carga,
sabrá con la otra sostener su peso... Tendré que combinar en todo momento la
firmeza con la dulzura, la severidad con la clemencia. Tendré que animar,
fortalecer, advertir, reprender, corregir... ¡Oh qué grandes son estas
obligaciones y qué difíciles son...!
La lámpara se apaga, la noche
recobra todo su poder y, en la calma de sus pliegues violeta, sólo los castaños
siguen cuchicheando con el Gier.
5)
Una
mañana de verano en Saint-Genis-Laval.
6)
Domingo, 19 de agosto de 1860.
Gran alegría en Saint-Genis-Laval:
veintiséis postulantes visten el hábito de María. En medio de los suyos, el
hermano Francisco exulta de felicidad, como un abuelo en medio de sus nietos. Y
se siente aún más feliz porque en el último capítulo general, celebrado hace un
mes, ha logrado ser descargado de las abrumadoras responsabilidades de la
administración general, en favor de su primer consejero, el hermano Luis María.
Su salud no ha sido nunca
brillante y los trabajos de superior no han hecho más que aumentar sus dolores
de cabeza. Se había dedicado enteramente a su tarea: en 1842 llevaba a cabo la
fusión con los hermanos de Saint-Paul-Trois-Châteaux; en 1844, con los de
Viviers. Siete años después, el 20 de junio de 1851, el gobierno francés
cumplía al pie de la letra la profecía del beato Champagnat aprobando el
Instituto; desde 1789 era el primero de su género en el que Francia reconocía
oficialmente con un decreto el carácter religioso de la Congregación. El
antiguo campesino de La Valla había sido recibido en audiencia por el
Presidente de la República, futuro Napoleón III, y varias veces por el Papa de
Roma. Y desde hacía tres años, en el cerro de Saint-Genis-Laval, una nueva casa
generalicia desplegaba ya dos inmensos pabellones blancos bajo los ardores del
sol canicular, centelleando en sus cristales de granito.
En 1840, cuando murió el beato
Fundador, el Instituto contaba cuarenta y ocho escuelas y doscientos ochenta
hermanos. En 1860, cuando el venerado hermano Francisco presentó su dimisión,
contaba trescientas setenta y nueve casas y alrededor de dos mil hermanos.
El hermano Francisco sube a su
habitación : en frente, la majestuosa cadena de los Alpes ; a sus pies, en el
fondo del valle, el Ródano tumultuoso y poderoso ; a la izquierda, Fourvière,
el antiguo santuario lionés, erguido sobre su promontorio ; muy cerca, el canto
monótono de las cigarras y de los saltamontes ; en un rincón, los baúles
preparados para trasladarse a el Hermitage ; sobre su mesa de despacho, el
cuaderno de notas : “Tuve veinte años para prepararme a ser superior, otros
veinte años para serlo : ¿ tendré ahora veinte años para repararlo?
7)
Un día
de invierno junto al relicario del Padre Champagnat.
8)
Sábado 22 de enero de 1881.
Le quedarán, en efecto, casi
veinte años de vida, no tanto para reparar sino para dar un último ejemplo de
vida oculta en Dios: con Jesús, María y José de Nazaret. Por la salvación de
las almas, ora como Moisés en la montaña, se mortifica como Juan Bautista en el
desierto.
Su mayor felicidad: cuidar y
consolar a los enfermos y lisiados; él también lo está; ¡cómo los comprende!
Pensando en ellos, cuida personalmente un huertecillo de plantas medicinales y
cada mañana recorre los dormitorios para asegurarse de que nadie sufre.
Pero sabe que el verdadero mal es
el pecado. Por eso, ha dedicado su vida entera a luchar encarnizadamente contra
“el enemigo”. Su correspondencia está llena de consejos para vencer las
tentaciones; tiene un don especial para animar a los que están tentados, para
inspirar a los demás el amor a la pureza. Y ahora, como a un nuevo cura de Ars,
el “enemigo” le atormenta.”Vete, demonio, no tengo nada que ver contigo”.
A ejemplo de su modelo, el beato
Champagnat, ha tenido también numerosos problemas; ha encontrado en su camino
oposiciones y ha sufrido. “Es bueno tener a veces personas que nos contradigan.
Debemos llevar nuestra cruz con Jesús; es decir, sufrir por todo el mundo y no
hacer sufrir a nadie.”
Siempre le han gustado los niños.
Continuamente ha recordado a los hermanos que la santidad debe ser el objetivo
de todos sus esfuerzos; que sean santos para que sus alumnos sean santos y,
además, santos felices.
Se siente a gusto en medio de los
juniores que revolotean a su alrededor. Su alma, siempre fresca y sencilla,
como aquella mañana de mayo de 1818, se siente en armonía con su alegría. “No
os dejéis llevar nunca por la tristeza ni por el aburrimiento; dejad esa
costumbre desgraciada a los que sirven al demonio; vosotros, que servís a Dios,
que sois los hijos de la Santísima Virgen, tratad de manteneros siempre
alegres, contentos, risueños”.
Pero hoy, con asombro de la
comunidad, el hermano Francisco falta a la visita al Santísimo que precede a la
comida de mediodía. Van a buscarlo, lo encuentran de rodillas, con la cabeza
apoyada en su cama, víctima de apoplejía.
“Para el verdadero cristiano, para
el buen religioso, la muerte es el principio de la vida. Una muerte súbita no
es de temer cuando siempre se está preparado, pero la buena muerte es como una
obra maestra: necesita muchos ensayos para conseguir el éxito; por eso la vida
sólo se nos da para que nos preparemos a bien morir”. (febrero de 1843)
Vino a este mundo un sábado y lo
dejó un sábado.
Mientras la noche fría vela las
cimas inmaculadas de los montes e impone silencio al murmullo del Gier, la
campana del Hermitage toca tristemente a muerto: son las seis de la tarde.”
Hermano Pierre Zind
Por el H. Alain Delorme