Pierre
Grappeloup nace en Charlieu (Loira), en 1803. Es admitido como novicio el 28 de
abril de 1829, sin saber leer ni escribir. Fue empleado siempre en trabajos
manuales y murió de accidente, el 3 de febrero de 1850.
En
la “Vida” (edición de 1989), el hermano Juan Bautista habla de este hermano
(Cf. p. 478-481). “Quería volver a casa, disgustado de su vocación. Fue, pues,
a ver al piadoso Fundador para exponerle su intención, pedirle el dinero que
tenía en depósito y despedirse.
El
Padre, profundamente afligido de perder un candidato en el que había puesto
tantas ilusiones... mandó llamar a un hermano piadoso e inteligente, encargado
de la cocina, y le dijo : “Le voy a
enviar a un postulante a quien aprecio mucho y que posee todas las cualidades
para ser un excelente hermano. La conversación con un novicio le ha desanimado;
pero estoy seguro de que, cuando vea buenos ejemplos, recuperará sus primeras
disposiciones. Se lo voy a enviar a la cocina; téngalo ocupado, trate de ganar
su confianza y conseguir que persevere en su vocación.”
El
postulante fue a la cocina; pero, a pesar de los buenos ejemplos, consejos y
ánimos del hermano a quien le habían confiado, aumentaron tanto sus tentaciones
y hastío que llegó a caer enfermo. Varias veces fue a ver al Padre Champagnat
para que le permitiera retirarse. Pero él se arreglaba de tal manera que
siempre conseguía aplazar su partida.
Entretanto, el demonio, que
siempre busca pretexto para engañar a las almas, le tendió una nueva trampa. El
Padre dio una instrucción a los hermanos sobre las ventajas y obligaciones de
la vida religiosa. El postulante en cuestión asistía también a ella, y en vez
de entusiasmarse por los elogios que oía de tan santo estado, quedó, por el
contrario, totalmente desanimado.
“No sé
nada – decía –, no tengo memoria;
¿cómo quiere que retenga tantas cosas? Además, siento inclinaciones tan
opuestas a las virtudes religiosas que, indudablemente, no estoy hecho para una
vocación tan santa.”
Sacó
la conclusión de que debía retirarse inmediatamente sin esperar al día
siguiente. Con esta idea, después de la oración de la noche, subió al despacho
del Padre para despedirse. Pero al ver que estaba rezando el rosario, se
impresionó tanto que no se atrevió a distraerlo.
A la mañana siguiente, cuando se
disponía a marchar, el hermano cocinero le dijo con voz decidida :
– En vez de disponerse a volver al mundo,
donde ya estuvo demasiado tiempo, vaya a pedir el hábito religioso. Ya sabe que
dentro de ocho días va a tener lugar una ceremonia de vestición, usted debe ser
uno de los candidatos.
–
¿Qué me dice? – repuso
el postulante –. ¿Para qué quiero el
hábito religioso si no siento ganas de ser hermano, ni poseo las cualidades
necesarias para esta vocación?
–
–
Si no tuviese
deseos de hacerse hermano, no hubiera venido aquí. Respecto a las cualidades,
ya las irá adquiriendo. Olvide, pues, esos pensamientos, y vaya inmediatamente
a pedir el hábito : le aseguro que no se arrepentirá.
–
Al
oír estas palabras, el postulante sintió que sus fantasías se disolvieron y,
después de un momento de reflexión, fue a pedir el hábito. El Padre, aunque
algo sorprendido por esta decisión, le contestó :
“Me parece estupendo; pero creo que tendrá
que pensárselo mejor, pues no debiera vestir el hábito si no está dispuesto a
llevarlo hasta la muerte.”
Como
el postulante insistía, añadió : “Vaya
al hermano sastre y dígale que le haga una linda sotana.”
Desde
aquel día, la paz de su alma nunca se vio alterada con el pensamiento del
mundo. Sin embargo, para darle tiempo a consolidar sus buenos propósitos, le
aplazó la toma de hábito algunas semanas. Tomó, por fin, el hábito el quince de
agosto de 1829, e hizo la profesión poco después, siendo modelo de todas las
virtudes religiosas a lo largo de los veintidós años que vivió. Su nombre :
hermano Jerónimo.
El
padre Champagnat decía de él que servía para todo. Fue, sucesivamente,
cocinero, panadero, hortelano y bodeguero. Cumplió satisfactoriamente estos
oficios, sobresaliendo siempre en habilidad, limpieza, ahorro, amor al trabajo,
y entrega al Instituto.
“Ese
buen hermano – decía el padre Champagnat – apenas tiene instrucción; pero por su
carácter y sus virtudes, vale lo que pesa en oro. Es uno de esos hombres
excepcionales y preciosos que difícilmente pueden reemplazarse cuando Dios se
los lleva.”
Al
Padre le gustaba contar que varias veces lo sorprendió haciendo la ronda
nocturna por la casa para comprobar que todo estaba en orden, las ventanas
aseguradas y que no había peligro de incendio. Cuando oía que alguien andaba
con cuidado para no hacer ruido por los pasillos y las habitaciones, a pesar de
saber quién era, decía a veces :
–¿Quién
anda por ahí?
–Soy
yo, Padre.
–Yo,
yo... ¿Quién es ese yo?
–El
hermano Jerónimo, Padre.
–¡Ah!
¿Así que es usted, hermano Jerónimo? Pues no tenía por qué molestarse. ¿Qué
hace aquí solo a estas horas?
–Pensé
que a lo mejor se habían olvidado de cerrar alguna ventana y el viento podía
romper los cristales, o que podía prender el fuego en algún sitio... y vine a
dar una vuelta.
–Está
bien, hermano Jerónimo. Todo está en orden, así que vuelva a acostarse.
Nada
agradaba tanto al Padre como esa solicitud y abnegación. “¡Ahí tienen – decía – un hermano que ama de verdad al
Instituto! Y no otros que sólo piensan en sí mismos y se contentan con hacer lo
menos posible.”
Los últimos años de su vida tuvo
el buen hermano el empleo de cochero y recadero, y su virtud jamás se vio desmentida
: era tan humilde, honrado y caritativo, cuando se le presentaba ocasión de
servir al prójimo, que se ganó el cariño de todos y le tenían por santo...
Rezaba piadosamente el rosario y demás ejercicios de piedad mientras guiaba el
caballo...
Este excelente hermano murió
víctima de su abnegación. Pasando por el centro de la ciudad de Saint-Chamond,
se le desbocó el caballo, y él se lanzó para detenerlo, porque un poco más
adelante la calle estaba llena de niños que salían del asilo. Pero se cayó con
tan mala suerte que la rueda del coche le pasó por encima de la pierna y se la
rompió. Dios quiso recompensar, sin duda, su heroica caridad, ya que el caballo
se detuvo a unos pasos de la puerta del asilo de donde salían los niños, de
modo que no corrieron peligro alguno. El hermano Jerónimo fue atendido y
llevado al hospital por las personas que presenciaron el desgraciado
accidente...
Durante
los ocho días que sobrevivió... su paciencia y conformidad fueron tan
excepcionales que las personas que le atendían o visitaban se quedaban
admiradas. Decían las hermanas del hospital : “Nunca hemos visto tanta virtud
en un enfermo. Este hermano no sólo es ejemplar, es sublime.” († 3.02.1850)
Este
último hecho nos indicará su rectitud, sencillez y pureza. Cuando lo llevaron
al hospital, acudió un sacerdote que, ante la gravedad de su estado, le dijo :
“Hermano, no quiero ocultarle que está en grave peligro. Si necesita
confesarse, estoy a su disposición. Piénselo; vuelvo dentro de unos minutos.”
Al cabo de media hora, volvió el sacerdote. El hermano le dijo : “Padre, hace poco que me he confesado,
incluso he tenido la suerte de comulgar esta misma mañana. Acabo de examinarme
y, gracias a Dios, no encuentro en mi conciencia nada que me inquiete.”
Por el
H. Alain Delorme