Hermano Luis (1801-1847)

 

Amor a Dios

 

        El hermano Luis (Jean-Baptiste Audras) nace en La Valla el 21 de junio de 1802; fallece en Nuestra Señora del Hermitage, el 3 de agosto de 1847.

 

        Después de leer el Piénsalo bien decide ingresar en la congregación de los hermanos de las Escuelas Cristianas. Se presenta al hermano Director de la escuela de Saint Chamond el domingo 27 de octubre de 1816. Éste le invita a esperar un año para ir al noviciado. El sábado siguiente va a confesarse con el coadjutor de La Valla. Le da a conocer sus intenciones, lo que había tramitado a escondidas de sus padres y la contestación recibida. El padre se contenta con animarle a perseverar en el propósito de abandonar el mundo y le alienta a rezar fervorosamente para llegar a conocer la voluntad de Dios. Al ver que el joven le escuchaba muy atento, se concentra un instante, y en lo más íntimo del alma siente como una voz interior que le dice : “He preparado este chico, te lo envío para que de él hagas el cimiento de la Sociedad que debes fundar”. (Cf Biografías, p. 26 o Vida, p. 62, edición de 1989)

 

        Poco tiempo después, el venerado padre, tras haber manifestado su proyecto al nuevo discípulo, le pregunta : “¿Estarías dispuesto a ingresar en el nuevo instituto?” El joven postulante, una de cuyas cualidades era la total docilidad a su director espiritual, le responde : “Desde que tengo la dicha de estar bajo su dirección, sólo pido a Dios la obediencia y la gracia de renunciar a mi propio criterio. Haga, pues, conmigo lo que quiera, con tal que llegue a ser religioso.”

 

        2 de enero de 1817 : los dos novicios toman posesión de la casa comprada al señor Bonner.

 

        Llega la primavera (1817). Los padres de Juan Bautista le apremian para que regrese a casa por medio de un hermano mayor, Juan Claudio. Conocemos lo que ocurrió (Cf Vida, p. 65/66).

 

        “...Sobresalía el hermano Luis por su apacibilidad, su fervor y obediencia. Sus dotes intelectuales y suma discreción, de todos conocidos y estimados, le dieron gran influencia y verdadera autoridad entre los hermanos. El padre Champagnat, que los formaba a todos con esmero, dándose cuenta del bien que éste haría al instituto, le explicaba lecciones aparte y no perdía ocasión de desarrollarle las facultades del alma. El hermano Luis correspondió admirablemente a esta solicitud... Fue también el promotor del aviso fraterno... E iniciativas suyas fueron la catequesis y, más tarde, la escuela en los barrios dispersos de La Valla... Conmovían estas dispocisiones al venerado padre y le hacían alabar a Dios.” (Biografías, p. 28)

 

El hermano Juan Bautista relata la lección del Fundador para formar al hermano Luis en la huída de los más leves pecados, mientras van a visitar a un enfermo. (Id.)

 

        Maravillosamente aprovechado salió el hermano Luis. Fue labor constante de él trabajar hasta la muerte en ser fiel a la gracia, huir del pecado venial y combatir los defectos. Y el biógrafo va citando unos pensamientos hallados en la libreta de notas espirituales del hermano. (Id.)

 

        ... El padre Champagnat tenía en mucho aprecio al hermano Luis y le consideraba como uno de los pilares del instituto...

 

        A fines de 1818, el padre propone a sus hermanos, después de veinticuatro meses de noviciado, hacer a Dios promesa de fidelidad. Con ella, se comprometían los hermanos a buscar la santificación, educar a los niños, especialmente a los pobres, obedecer al superior, guardar castidad y vida común. El hermano Luis, de conciencia timorata, se asustó ante las obligaciones que iba a contraer y rehusó firmar. Al hermano Juan María que se escandaliza el padre declara : “Conozco al hermano Luis. Es hombre sólido y fijo en la vocación. Firmará más adelante y entretanto no dejará de cumplir fielmente el compromiso que encierra la fórmula.” Y agregó, repitiéndole dos veces : “El hermano Luis es un joven excelente; todavía guarda la inocencia bautismal; tiene alma enérgica y, al tratarse del deber, nunca transige; salgo fiador de él y de su perseverancia en la vida religiosa”.

 

        “Elogio espléndido”, añade el biógrafo... Treinta años más tarde, decía del hermano Luis el padre Cholleton : “¡Qué alma encantadora! ¡Jamás ha conocido el pecado!”

 

        En noviembre de 1818, el hermano Luis abre la escuela de Marlhes con el hermano Antoine Couturier. Conocemos las conversaciones del coadjutor y del párroco (Allirot) que dudaban de las capacidades de los hermanos. (Cf. Biografías, p. 32) También sabemos la determinación de los hermanos y el resultado : “El éxito fue clamoroso. Antes de un mes, los colegiales estaban desconocidos. Parecía que la piedad, el recato y modestia de aquellos maestros principiantes habían pasado a los discípulos. Padres, autoridades, la población entera quedó encantada de su docilidad, buena conducta, afán de estudio y apego a los hermanos...” (Id. p. 33)

 

        “El hermano Luis, con sentido cabal de sus funciones, comprendía la excelencia de la misón que había recibido y no daba la clase como simple maestro, sino cual religioso apóstol. Naturalmente, no descuidaba la instrucción elemental, pues entendía que su deber era darla, ya que es una forma de atraer a los niños y llevarlos a Dios. Pero su fin y su ambición no era conseguir sabios; deseaba ante todo hacer de los niños cristianos ejemplares.

 

        Decía con frecuencia al compañero : “ Hermano, tenemos cien niños en la escuela. Pues bien, son cien almas cuya inocencia se nos ha confiado y cuya salvación depende en gran parte de nosotros...Los padres generalmente nos confían sus hijos para que se los desasnemos; pero Dios nos los trae para que les infundamos piedad y virtud. Tal es nuestra misión; afanémonos por cumplirla, sin olvidar el otro aspecto”. (Id.)

 

        “Siempre ocupaba el primer puesto el catecismo. Los alumnos, cualquiera que fuese su edad, lo decoraban dos veces al día. El hermano Luis acertaba a dar tal interés a las explicaciones, que los rapaces no le quitaban ojo, y estas prácticas religiosas eran el aliciente y causa principal de su apego a la escuela...

 

Por la noche, cada alumno repetía en casa lo que había oído al profesor... de modo que aquellas instrucciones eran de tanto provecho para los padres como para los hijos.

 

        Antes de terminar el primer curso, ya todos dominaban la lectura, la escritura, las cuatro operaciones y – algo mejor que todo esto – se sabían al dedillo la doctrina y eran, por su piedad y buena conducta, el gozo de sus padres y el ejemplo de toda la feligresía.” (Id. p. 34)

 

        El padre Champagnat declaraba : “El hermano Luis tiene el verdadero espíritu de su estado; el espíritu religioso informa y da carácter a todas sus acciones; sus virtudes son cabalmente las de un hermanito de María”. (Id.)

 

        Conocemos las dificultades encontradas por el Fundador para que el párroco remediase a una situación inaceptable para los niños y maestros por falta de espacio, de ventilación y de luz. Tuvo que retirar a los hermanos en 1822 y la escuela quedó cerrada durante diez años.

 

        Antes, había cambiado al hermano Luis (sustituído por su hermano, Lorenzo, en noviembre de 1820), lo que dió lugar a una admirable conversación entre el párroco y el hermano, relatada por el hermano Juan Bautista (Biografías, p. 35/36).

 

        Al señor Allirot que había declarado, hablando del padre Champagnat : “El superior es hombre de muy poca experiencia; carece de capacidad y dotes intelectuales. Prueba evidente de ello es esta decisión de trasladarle a usted, a pesar de mis advertencias”, contesta el hermano Luis : “No es eso precisamente lo que piensan de él en La Valla. Todo el mundo le tiene por hombre de gran prudencia y sabiduría. Para nosotros, los hermanos, que vivimos con él y le vemos de cerca, es además un santo”.

 

        La primera recompensa que Dios otorgó al hermano Luis por su noble conducta, fue la prosperidad de aquel centro que tantos sacrificios y sudores le había costado.

 

        En cuanto a él, fue a La Valla, para sustituir al hermano Juan María, recién nombrado director de la escuela de Bourg-Argental.

 

        Al ver mayor docilidad y más espíritu religioso en el hermano Luis que en el hermano Juan María, el Fundador pensó con razón que era más apto para dirigir la casa de noviciado y dar el espíritu del instituto a los hermanos jóvenes... Al confiarle este cargo, le dijo: “Hermano Luis, tenemos pocos postulantes. Hay que formarlos bien y merecer que Dios nos envíe muchos más... Precisa formarlos debidamente en la piedad y las virtudes propias de su estado, como son: la obediencia, el amor a Jesús, la caridad para con el prójimo”.

 

        Eran esas tres virtudes temas favoritos del hermano Luis. Además, decía con razón a sus discípulos : “La virtud no es asunto de imaginación o teoría, sino de práctica y afecto. En el corazón y las obras consiste la virtud...” No se contentaba el hermano Luis con dar tales consejos; entendía que fueran norma de conducta... Nunca en el noviciado hubo tal fervor ni tal fidelidad a todos los ejercicios espirituales; la caridad, la unión, la paz y concordia eran entonces tan perfectas, que todos los postulantes no tenían sino un solo corazón y una sola alma.

 

        Al hermano Luis le encantaba su oficio y el vivir en el noviciado... Eran sus delicias la meditación de la vida de Jesucristo, la visita al santísimo Sacramentp y la comunión frecuente. Pidió un día al padre Champagnat un libro que tratara especialmnete del amor de Dios. “Aquí tengo uno excelente”, le dijo. Y habiendo tomado de su biblioteca el Tratado del amor de Dios de san Francisco de Sales, agregó: “Tome, lea pausadamente y medite esta obra: le enseñará a amar a Dios”(Id. p39).        A continuación, el padre señala al hermano Luis los tres heraldos del amor divino: la santísima Virgen, la cruz y el campanario, que recuerdan las tres señales más notables del amor de Dios al hombre, a saber : el misterio de la encarnación, el de la redención y el de la eucaristía...

 

        Utilísima resultó al hermano Luis esa enseñanza del venerado padre.  (Biografías, p.41)

 

        El hermano Luis pensó en hacerse sacerdote, para unirse más a menudo a Jesucristo, amarle de un modo más completo y dar más gloria a Dios. El padre Champagnat, a quien abrió de par en par el alma, le dijo: “Es lazo del demonio, quien, por dentera contra su virtud, quiere engañarle con la ilusión de una vida más perfecta, para dar al traste con el bien que está haciendo... No se le ofrecerá labor más excelente que dirigir por la senda de la perfección a los hermanos jóvenes que se le confían o enseñar la doctrina a los niños...”

 

        Como arreciaba la tentación del hermano, el padre le llamó a su despacho y le dijo: “Hermano Luis, estoy convencido de que ésta es su vocación y Dios le pide que persevere en ella. Así pues, le prohibo pensar en estudiar latín”. Para precaverse contra cualquier nueva embestida de semejante tentación y cerrar el paso a cualquier otra veleidad, pidió y le fue concedido hacer la profesión.

 

        El hermano Luis fue hasta la muerte modelo de los hermanos por su humildad, mortificación, cumplimiento exacto de la regla, apego al instituto y, sobre todo, por su encendido amor a Dios...

 

        Cuando planteó a sus padres el problema de la vocación, le preguntó la madre por qué se decidía a separarse de ella. “Para entregar el corazón entero a Dios”, fue su réplica inmediata. Más tarde, cuando aquella mujer tan buena venía a verle al convento, nunca dejaba de recordarle: “Hijo mío, por lo menos supongo que amarás a Dios.” Varias veces declaró el hermano Luis que esas palabras eran para él dardo encendido que le infundía un ardor nuevo y le espoleaba a seguir siempre en ese camino del amor. (Id. p. 44/45)

 

        Al padre Champagnat, que vigilaba atentamente los progresos de todos los hermanos en la virtud, le encantaban las disposiciones del hermano Luis. No perdía ocasión de fomentar aquel ardor celeste que le consumía.

 

        “Hermano Luis – le dijo –, ¿ama usted a Jesús de todo corazón?.. ¿Ama usted a Jesús con la conciencia?... ¿Ama usted a Jesús con la mente?... ¿Ama usted a Jesús con todas las veras de su alma?... ¿Ama usted a Jesús de palabra?  ¿Habla de él con frecuencia? ¿Multiplica los actos de amor en la oración y los rezos?...Hermano Luis, ¿está usted contento y siente la dicha de su santa vocación?... Hermano Luis, ¿siente celo por la gloria de Dios? ¿Es usted portador del amor divino? ¿Lo irradia cabalmente a su alrededor?

 

        Hermano Luis, hermano Luis, si Jesús le preguntase como a Pedro: “¿Me amas?, ¿qué contestaría? ¿Podría con verdad responde: Sí, Señor, tú sabes que te amo (Jn 21, 15-17)?

 

        Esta serie de preguntas conmovió al hermano Luis y le enterneció hasta hacerle derramar lágrimas. El mismo padre Champagnat estaba luego totalmente abrasado en amor. Lo que dio lugar a los admirables consejos que siguen:

 

        “Padre, exclamó el hermano tras la última interrogación, no me atrevería a protestar ante Jesús que le amo; pero me parece que deseo amarle de todo corazón. Y quisiera que me enseñara usted cómo puedo amarle más y más...” Y el padre le dió cuatro medios para adquirir el amor de Jesús. (Cf. Biografías, p. 50) El hermano Juan Bautista añade : “No sin motivo, consideró deber suyo especial poner en práctica los medios que acababan de darle para el progreso en el amor de Dios, y lo hizo con tal constancia, que sus adelantos fueron admirables.

 

        Su vida no fue más que un ejercicio de amor.”

 

        Poco antes de morir, decía a un hermano para el que no tenía secretos :

 

        – Hermano, ¡cuán suave es el amor, cuán fuerte es el amor! ¡Si pudiera usted ver cómo me asedia!... Bástame estudiar, contemplar y amar a Jesús, mi Salvador, mi amor, mi bienaventuranza.

 

Tales han sido los sentimientos del hermano Luis durante toda la vida y hasta la hora de la muerte. Vino ésta por él el 3 de agosto de 1847, tras larga enfermedad, durante la cual tuvo la dicha de no perder ni una sola comunión. (Id. p. 53)

 

        Su tumba está al lado de la gran cruz del cementerio, a la izquierda, junto a la de su hermano.

 

 

 

        El hermano Luis fue maestro de novicios de 1821 a 1831, con algunas interrupciones (Bourg-Argental; fundación en Charlieu 1824, dirección de Saint Paul-en-Jarret en 1827). El 8 de septiembre de 1828 hace secretamente la profesión perpetua. En 1831 vuelve a Charlieu. A partir de 1836 y hasta su muerte permanece en Nuestra Señora del Hermitage encargado de la librería y asuntos administrativos. Miembro de la Sociedad Civil constituída por el padre Champagnat ante el notario de Saint Chamond el 22 de  marzo de 1839, escrutador en el Capítulo General de octubre del mismo año, pertenece al consejo que decide la fusión de los Hermanos de la Instrucción Cristiana de Saint Paul-trois-Châteaux con nuestra congregación el 20 de octubre de 1841, fusión realizada en 1842.

 

Por el H.  Alain Delorme