“No se extraña uno
suficientemente…”
Son palabras del hermano Teodosio, extractas de su testimonio citado en el volumen I
de la encuesta diocesana abierta con motivo de la beatificación de Marcelino
Champagnat (octubre 1888-diciembre 1889). Declara: “…los
primeros Hermanos acogidos al noviciado por el servidor de Dios apenas sabían
leer y escribir. No nos extrañamos suficientemente de su rápida transformación
en buenos religiosos, en maestros capaces.”
Volviendo a leer la historia de
nuestros orígenes, tendríamos que ser asombrados de lo que Dios realizó en la
vida de Marcelino Champagnat y de sus primeros hermanos. ¡Ojalá, nuestro
asombro se transforme en un Magníficat de admiración!
La fundación del Instituto es obra
de Dios y de María
Marcelino está convencido de ello.
No puede prevalecerse de su familia, de su ciencia, de su fortuna ni de sus
relaciones. Por eso, se considera como un instrumento entre las manos de la
Providencia. Sufrió de la brutalidad de su primer maestro y tuvo que trabajar
mucho para compensar su retraso escolar y seguir estudiando en vista del
sacerdocio. Su caridad pastoral se fijó principalmente en los niños a quienes
amaba con amor especial. Fundó el Instituto para que hacer de ellos “buenos
cristianos y buenos ciudadanos”. Escribe el hermano Juan Bautista
: “En una de sus frecuentes visitas a la Santísima Virgen tuvo la
inspiración de fundar una congregación de maestros piadosos y darles el nombre
de la que le había inspirado dicho proyecto”. (Vida, edición 1989, p. 343) No
se conocen el lugar ni la fecha de esta inspiración, pero bien sabemos que
María es la iniciadora de nuestra familia religiosa. El hermano Lorenzo dice en
su testimonio, escrito en 1842, que Marcelino repetía: “Si la Sociedad hace
algún bien, si el número de individuos aumenta, es a la Santísima Virgen a
quien lo debemos. Es a esta buena Madre a quien somos deudores de todos los
progresos que la Sociedad ha hecho desde el principio :
sin ella no hubiéramos podido acertar.”
Por el H. Alain Delorme