PATRIMONIO ESPIRITUAL MARISTA

CEPAM/H. A.Brambila

ELEMENTOS DOCUMENTARIOS SOBRE

 

LA EUCARISTIA EN LA ESPIRITUALIDAD DE MARCELINO

 

 

BIOGRAFIA

 

(JBF, VPC: 01,02,014): Sin embargo, la aplicación al estudio no le hizo olvidar el cuidado de su vida espiritual. Tenía, sin duda, gran empeño en instruirse, porque sabía que la ciencia le era indispensable, pero deseaba con mayor ahínco conseguir la virtud. La vida reglamentada del seminario, los ejercicios de piedad, los avisos, la sabia orientación de los superiores, los buenos ejemplos que veía, fueron medios que supo aprovechar. Los ejercicios de piedad tenían atractivo especial para él. Asistía a ellos con tal fervor y modestia que superiores y condiscípulos se fijaron en él. No satisfecho con los ejercicios reglamentados, solicitaba con frecuencia orar en particular, y, sobre todo, hacer visitas al Santísimo Sacramento durante los recreos. Su devoción a la Santísima Virgen, a san Luis Gonzaga, a san Francisco Regis se incrementó con las instrucciones que recibía y las prácticas del seminario en honor de la Madre de Dios y de esos dos grandes santos. Hasta entonces se acercaba a los sacramentos mensualmente. En el seminario solicitó comulgar primero cada quince días, y luego todos los domingos. Las ceremonias litúrgicas, que en el seminario se desarrollaban con mucha solemnidad, elevaban su espíritu despertando en su corazón sentimientos tan tiernos que difícilmente podía contener. Muchas veces, algunas canciones le hacían verter lágrimas, en especial aquella de santa Teresa que habla de la comunión y de las ansias de morir.

 

(JBF, VPC: 01,02,019): 8. Haré una visita al Santísimo Sacramento después de la clase o de la conferencia, para examinarme ante el Señor y ver si cumplí estas resoluciones y también para pedirle humildad.

 

(JBF, VPC: 01,02,019): Deseos tan vehementes de corregir sus defectos y adquirir las virtudes, voluntad tan decidida y tenaz en tomar todos los medios, le hicieron progresar a pasos agigantados en el camino de la perfección. Pronto llegó a ser uno de los más fervorosos y regulares del numeroso grupo de jóvenes seminaristas que por entonces llenaban el seminario mayor. Había distribuido su tiempo entre la oración y el estudio de la teología, de modo que todos los momentos estaban ocupados. Ni los recreos eran para él tiempo perdido. Los empleaban en conversaciones edificantes con sus compañeros o en actos de caridad, como servir a los enfermos, decorar los altares, barrer la iglesia o hacer alguna visita al Santísimo Sacramento, cuando le daban permiso que solicitaba frecuentemente.

 

(JBF, VPC: 01,03,021): 6. Asistiré diariamente a la santa misa en cuanto me sea posible. Y regresaré inmediatamente para estudiar una hora de teología por lo menos..

 

(JBF, VPC: 01,03,022): 9. Erigiré un oratorio en honor de la Santísima Virgen y san Luis Gonzaga. En él, de rodillas ante el crucifijo, adoraré espiritualmente al Santísimo Sacramento del altar y haré con el mayor recogimiento los ejercicios de piedad..

 

(JBF, VPC: 01,03,024): Con la vocación sacerdotal, Dios le concedió al mismo tiempo celo ardiente por la salvación de las almas e instrucción de los ignorantes. En ninguno de los dos seminarios, como hemos podido comprobar, desaprovechó ninguna oportunidad para desplegar ese celo con sus compañeros, sobre los que tenía cierto ascendiente. Pero consideraba como obligación preferencial la salvación de los miembros de su familia, que era una de sus ocupaciones fundamentales durante las vacaciones. En primer lugar, los encomendaba a Dios en todas sus oraciones. Y se comportaba siempre y en todo de modo que pudieran tomarle por modelo. Les hacía a diario alguna lectura piadosa, les daba orientaciones y consejos. Y en las charlas ordinarias que mantenía con ellos trataba de formarlos en las verdades cristianas, e inducirlos a la estima de la religión, mostrándoles su belleza y los beneficios que trae consigo. También intentaba inspirarles devoción a la Santísima Virgen, a los angeles custodios y a las almas del purgatorio. Al caer la tarde rezaban la oracion en familia. Y los domingos y días festivos añadía tambien el rosario. A menudo reunía en su habitación a los chicos de la aldea para enseñarles el catecismo y las oraciones. Los domingos convocaba incluso a los mayores y les daba una corta pero emotiva instrucción sobre los misterios de la religión, los deberes del cristiano y el modo de asistir provechosamente a misa y a los oficios sagrados. Varias personas recordaban aún, treinta años mas tarde, lo que les había enseñado en esas charlas y manifestaban entre lágrimas los sentimientos que en sus almas había despertado..

 

(JBF, VPC: 01,04,036): 3.- Nunca celebraré la santa misa sin haberme preparado antes al menos durante un cuarto de hora. También dedicaré un cuarto de hora, al menos, a la acción de gracias después de la misa..

 

(JBF, VPC: 01,04,037): 15. Después de misa estaré a disposición de quienes quieran confesarse. El resto de la mañana lo dedicaré al estudio, si no me reclaman otras funciones de mi ministerio..

 

(JBF, VPC: 01,04,037): 5. Haré una visita al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen a lo largo del día..

 

(JBF, VPC: 01,04,037): 6. Cuando salga para ir a ver a un enfermo, o por cualquier otro asunto, visitaré también al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen. Asimismo al regreso, para agradecer a Dios las gracias que me conceda y pedirle perdón por las faltas en que haya podido incurrir..

 

(JBF, VPC: 01,04,043): Para que la catequesis resulte provechosa a los niños, hay que hacérsela amena. Eso lo consiguió a maravilla el señor Champagnat. Así tuvo la satisfacción de ver cómo los niños asistían con gran asiduidad a su catecismo. Ni el frío, ni la nieve, ni la lluvia... nada era capaz de arredrarlos cuando tenía que ir a la catequesis. Algunos se hallaban a una hora, hora y media y hasta dos horas de la iglesia: eso no era obstáculo para que llegasen siempre antes de empezar la catequesis, que comenzaba muy temprano. Sucedía a menudo que antes de amanecer ya se hallaban algunos a la puerta de la iglesia. En una ocasión unos niños, engañados por la claridad de la luna, salieron demasiado temprano, caminaron una legua y llegaron a la iglesia antes de que abrieran. Cuando poco después llegó el señor Champagnat, con su linterna en la mano, para celebrar la misa, quedó sorprendido al ver un grupo de personas a la puerta. Al acercarse y ver que se trataba de los niños de la catequesis, se sintió emocionado. Después les abrió la puerta y entraron con él. Al ver que se ponían de rodillas en un lugar expuesto a la corriente cuando se abría la puerta, bajó del altar para decirles que se acercaran y se colocasen en un lugar más conveniente. Terminada la misa, explicó como de costumbre el catecismo y elogió públicamente el entusiasmo y la asiduidad de aquellos niños para estímulo de los demás. Les recomendó, sin embargo, que no volvieran a salir de sus casas tan de mañana, no fuera a sucederles algún percance desagradable..

 

(JBF, VPC: 01,05,047): La costumbre de cantar las vísperas después de la misa mayor le sugirió la idea de implantar por la tarde un breve acto litúrgico para los vecinos de Lavalla y los que vivían cerca de la iglesia. Este ejercicio, aprobado por el señor párroco, consistía en el canto de completas, oración de la tarde y lectura espiritual, seguida de algunas reflexiones. Como el señor Champagnat ponía entusiasmo en todo, pronto casi todos los vecinos del pueblo asistían a este ejercicio. Las lecturas, exhortaciones y consideraciones sencillas, variadas y siempre emotivas, fueron probablemente el elemento que más contribuyó a formar en la piedad y en la virtud a gran número de fervorosos cristianos que fueron modelo y gloria de la parroquia. En esas pláticas familiares descendía a los más pequeños detalles de los deberes del cristiano y de las prácticas de piedad destinadas a santificar los actos ordinarios de cada día y hacerlos meritorios para el cielo. Veamos algunos ejemplos ..

 

(JBF, VPC: 01,05,049): En otra ocasión hablaba así a las madres de familia: “Claro que queréis mucho a vuestros hijos. Os gustaría que fueran buenos y merecedores de las bendiciones divinas. Os sentiríais dichosas si un ángel os anunciara que vuestro hijo iba a llegar a ser santo. Pues bien, de vosotras depende: será santo si queréis que lo sea. En efecto, si lo educáis desde la más tierna infancia la piedad, os aseguro, en nombre de Dios, que llegará a ser un predestinado. Me diréis que es difícil educar cristianamente a un hijo, que os encantaría poder dar una excelente educación a los vuestros, pero que no sabéis cómo hacerlo. Os equivocáis: educar bien a un hijo es facilísimo para los padres. Lo vais a ver. Madres, ofreced diariamente a Dios el hijo que lleváis en brazos. Consagrádselo a la Santísima Virgen. Pedidle a la divina Madre que vuestro hijo sea bueno, que conserve su inocencia bautismal y se salve. De vez en cuando, acercaos al Santísimo Sacramento del altar para presentárselo a Nuestro Señor y pedid al divino Jesús, que tanto amó a los niños, que bendiga al vuestro y que le haga crecer en sabiduría y gracia como crece en edad . Y cuando empiece a hablar, enseñadle a pronunciar los santos nombres de Jesús y de María, a rezar diariamente las oraciones por la mañana y por la tarde. Tenedlo cerca; evitad que se junte con malas compañías o vaya con quienes podrían escandalizarlo. Y dadle siempre buen ejemplo. Esforzaos por inspirarle extremo horror al pecado. Repetidle que cometer un pecado mortal es la mayor de las desgracias y que preferiríais ver quemarse vuestra casa a verle ofender a Dios. Habladle de la primera comunión y animadlo a que diariamente pida a Dios con alguna oración la gracia de hacerla bien. Los domingos, traedlo con vosotras a la iglesia, enseñadle a seguir la misa y asistir piadosamente a los actos litúrgicos como sabéis hacerlo. Ante todo, no dejéis de inspirarle una gran devoción a la Santísima Virgen. Acostumbradlo a dirigirle cada día alguna oración y a acudir a ella en todas sus necesidades con entera confianza. ¿Os parece difícil cuanto acabo de deciros? Seguramente que no. Pues es suficiente para educar cristianamente a vuestros hijos y asegurar su salvación. Un niño así educado no puede perderse. No, no, la Santísima Virgen no permitirá que se condene un alma que le ha sido consagrada con frecuencia; y si llega a descarriarse en algún momento de su vida, ella encontrará el medio de traerla al camino de salvación. Nuestro Señor no puede consentir que se extravíe y pierda su amistad y el cielo un niño para el que tantas veces se pidió su bendición. Se cuenta en el Evangelio que el divino Salvador tomó un día en sus rodillas a un niño, lo abrazó y lo bendijo. Pues bien, se dice que ese niño era san Marcial. La sola bendición de Jesús fue suficiente para lograr su salvación y hacerlo santo. ¡Cómo podéis dudar de la salvación de vuestro hijo si Jesús lo bendice a diario! No, no es posible. ¡Un niño que ha sido ofrecido a menudo a Jesús y María no puede condenarse!..

 

(JBF, VPC: 01,06,059): Los trabajos de su ministerio sacerdotal y los frutos de salvación que conseguía en las almas, no habían logrado quitar del pensamiento del señor Champagnat el proyecto de fundación de los Hermanos. La idea lo obsesionaba a todas horas: en medio de las más absorbentes ocupaciones, en sus correrías y en las visitas a la gente del campo, que encontró sumida en la más crasa ignorancia, en las catequesis que daba a los niños, en su oración y hasta en el altar durante el augusto sacrifico de la misa. En sus coloquios con Dios no cesaba de confiarle su proyecto. Le decía a menudo: ”Aquí me tienes, Señor, para hacer tu santa voluntad.” Otras veces, por miedo de ser víctima de alguna ilusión, exclamaba: “Dios mío, si esta idea no procede de ti y no va a redundar en tu gloria y en la salvación de las almas, apártala de mí.”.

 

(JBF, VPC: 01,06,061): Juan Bautista Audras, muchacho de inocencia y pureza angelicales, se encuentra un día con el libro Piénsalo bien y lo lee con avidez. La lectura le llena los ojos de lágrimas y decide salvar su alma a toda costa. Con estos sentimientos se arrodilla y pide a Dios que le inspire lo que debe hacer para servirle perfectamente. Al levantarse, está decidido a abandonar el mundo y entrar en la congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Después de madurar esa resolución durante unos días se la comunica a sus padres, que no le hacen caso y toman sus deseos como una veleidad infantil. Transcurrieron varios meses y su decisión de abrazar el estado religioso se iba consolidando. Un domingo salió de casa muy temprano y se fue a oír misa a la parroquia de San Pedro de Saint-Chamond. Luego se dirige a casa de los Hermanos y pide hablar con el Hermano Director, le. comunica su proyecto y le. ruega que le ayude a realizarlo escribiendo al Superior General del Instituto. El Hermano Director, conmovido por tan magnífica disposición, lo anima en su deseo, pero le dice que aún es demasiado joven para ser admitido en el noviciado. Lo invita a encomendar a Dios su vocación y consultar al confesor asunto de tal trascendencia. Las palabras del buen Hermano lo dejaron poco satisfecho. Si por un lado se vio colmado de gozo al ver confirmado su propósito de abandonar el mundo y recibir la promesa de ser admitido en los Hermanos de las Escuelas Cristianas, por otro se sintió apenado al verse obligado a tener que esperar aún algún tiempo.

 

(JBF, VPC: 01,06,064): Distribuían el tiempo entre la oración, el trabajo manual y el estudio. Los ejercicios de piedad fueron al principio pocos y muy breves: oración de la mañana, misa, lecturas cortas, tomadas del Manual del Cristiano o del Libro de Oro, distribuidas a lo largo del día; rosario, visita al Santísimo Sacramento y oración de la noche. La ocupación manual consistía en fabricar clavos. El producto de ese trabajo era suficiente para el sustento. El señor CHAMPAGNAT, que los quería como a hijos, los visitaba a menudo, trabajaba a veces con ellos, los animaba y les daba clases de lectura y escritura. Los orientaba y les comunicaba los planes y proyectos que abrigaba para gloria de Dios y salvación de las almas. Los dos novicios correspondían a sus desvelos con gran fidelidad. Pasaron el invierno solos, en paz y fervor, y practicando todas las virtudes. En primavera, Dios les envió un nuevo Hermano, Antonio Couturier, joven bueno y piadoso, pero sin instrucción alguna, que pidió ingresar en la nueva comunidad. Fue admitido y, con el tiempo, llegó a ser el excelente y virtuoso hermano Antonio, fallecido en Ampuis el 6 de marzo de 1850, después de haber dedicado sus fuerzas y su salud a la educación de los niños y haber sido siempre modelo de regularidad, humildad, obediencia, paciencia y amor a la vocación.

 

(JBF, VPC: 01,06,069): El reglamento de la reducida comunidad se modificó y perfeccionó y se introdujeron las principales prácticas de la vida religiosa. A las cinco, levantarse; en comunidad, oración de la mañana, seguida de media hora de meditación. Después, santa misa, horas menores del oficio de la Santísima Virgen y estudio. A las siete, desayuno, y, a continuación, cada cual, en silencio, iba a su ocupación, que era, para la mayoría, el trabajo manual. A las doce, almuerzo, seguido de la visita al Santísimo Sacramento y recreo. Lo tomaban siempre juntos; la conversación debía versar siempre sobre temas edificantes o encaminados a formar a los Hermanos en los conocimientos necesarios a su vocación. La tarde, como la mañana, se ocupaba en el trabajo manual. Hacia las seis, se reunía la comunidad para el rezo de vísperas, completas, maitines y laudes del oficio mariano y rosario. Después, lectura espiritual. Concluidos estos ejercicios, los Hermanos pasaban a la cocina para cenar. Tomaban luego el recreo, al igual que después de la comida, y terminaban con la oración vespertina y la lectura del tema de meditación para el día siguiente. A las nueve se acostaban.

 

(JBF, VPC: 01,06,070): Para favorecer el recogimiento y la piedad de los Hermanos, habían escogido y acondicionado una salita que sirviera de oratorio. El mismo señor Champagnat la arregló y encaló y colocó en ella un altarcito. Pero, dada la pobreza de la comunidad, no podían comprar lo necesario para dotar el altar y lo pidieron prestado en la iglesia parroquial. Ante este altar, a los pies de María, los Hermanos hacían sus ejercicios de piedad, lectura espiritual, manifestaban sus faltas, recibían el hábito del Instituto y más tarde firmaron de rodillas sus primeros compromisos.

 

(JBF, VPC: 01,07,076): A alguien que censuraba su actuación y lo acusaba de sobrecargar a la comunidad, le respondió: ”Siempre he oído decir que ni limosna trae pobreza, ni misa causa demora. Bien, pues vamos a comprobarlo.” Luego añadió con un profundo sentimiento de fe: “Dios, que nos manda estos niños y nos dará gracia de recibirlos, nos dará también con qué alimentarlos.”

 

(JBF, VPC: 01,08,087): El señor Colomb de Gaste, alcalde de Saint-Sauveur-en-Rue, que pasaba los veranos con su familia en su casa de Coin, y los domingos acudía a oír misa a Marlhes, tuvo oportunidad de ver a los Hermanos acompañando a los niños y quedó maravillado de la piedad de los maestros y de la modestia y buen comportamiento de los discípulos. -¿Quiénes son estos maestros?, preguntó al señor cura. Me han edificado profundamente. ¿De dónde los ha sacado usted? -Son Hermanos, respondió el párroco, fundados por el señor Champagnat. Lo hacen bien, estamos satisfechos de ellos. La parroquia los estima y los chicos han cambiado por completo desde que están bajo su tutela.

 

(JBF, VPC: 01,09,096): No dejó tampoco de acudir a María, en cuya protección tenía ilimitada confianza. Celebró la santa misa e hizo numerosas novenas en su honor, exponiéndole con la sencillez de un niño que, siendo ella la madre, superiora y protectora de la casa, debía ocuparse de evitar su desaparición. “Es tu obra, le decía; tú nos has reunido, a pesar de la oposición del mundo, para procurar la gloria de tu divino Hijo. Si no nos socorres pereceremos; nos extinguiremos como lámpara sin aceite. Pero si perece, no es nuestra obra la que perece, es la tuya, pues tú lo has hecho todo entre nosotros. Contamos, pues, contigo, con tu ayuda poderosa; en ella confiaremos siempre”

 

(JBF, VPC: 01,10,104): El señor Champagnat no dudó en acometerla. Sin embargo, como carecía de recursos, tuvo que construir el edificio ayudado de los Hermanos; no intervino ningún otro obrero. La comunidad se levantaba a las cuatro. Hermano y novicios hacían juntos media hora de meditación, asistían a misa e inmediatamente se ponían al trabajo hasta las siete de la tarde.

 

(JBF, VPC: 01,10,106): Pero esta preocupación por los trabajos manuales no era tan absorbente como para hacerle descuidar la formación de los novicios. Aprovechaba los recreos y los domingos para formarlos en la piedad y en los conocimientos que necesitaban. Les daba lecciones de canto, les enseñaba a ayudar a misa y a seguir las ceremonias de la iglesia; los formaba en la oración y catequesis. Sus instrucciones eran breves, pero entusiastas y fervorosas. Giraban casi siempre en torno a la piedad, la obediencia, la mortificación, el amor a Jesús y la devoción a la Santísima Virgen y el celo por la salvación de las almas. Nos alargaríamos demasiado si pretendiéramos hacer un análisis detallado; pero no podemos por menos de consignar aquí algunas máximas que le eran más familiares:

 

(JBF, VPC: 01,10,107): “Un buen religioso experimenta más consuelos y mayor dicha en un solo ejercicio de piedad, como la meditación, la asistencia a la santa misa, una visita de un cuarto de hora al Santísimo Sacramento del altar, que las personas más afortunadas del mundo en todos los placeres que una larga vida pueda proporcionarles.”

 

(JBF, VPC: 01,10,109): “La comunidad, aunque constituida por gente sencilla e ignorante, reprodujo muy pronto las virtudes de su jefe. Eran admirables el amor por la oración, el recogimiento y el fervor. Les parecía demasiado corto el tiempo dedicado a los ejercicios de piedad, pedían prolongar la oración y consideraban un privilegio el permiso de prolongarla, hacer una visita al Santísimo Sacramento, rezar un rosario u otro ejercicio similar durante los recreos, o por la noche después de haber leído el tema de meditación. Durante el tiempo que tuve la dicha de vivir en el noviciado, no recuerdo que ningún novicio dejara de levantarse puntualmente y hacer la meditación en comunidad. Si alguno cometía una falta o quebrantaba algún punto de la Regla, no esperaba a que le llamaran la atención; él mismo, de rodillas ante la comunidad, pedía una penitencia.

 

(JBF, VPC: 01,12,132): Unos diez Hermanos de los más robustos subían piedras al segundo piso. Uno de ellos, al llegar a lo alto de la escalera con un enorme pedrusco al hombro, siente que se queda sin fuerzas y se desploma; la piedra se le cae y derriba al Hermano que lo seguía. Éste, sin sospechar nada, hizo instintivamente un ligero movimiento de cabeza, con lo que la piedra, en lugar de destrozársela, le ocasionó sólo una rozadura. El Padre Champagnat, que se hallaba arriba y fue testigo del accidente, vio tan segura la muerte del Hermano que le dio la absolución. Sin embargo, no le sucedió nada, aunque le entró tanto miedo que echó a correr por el prado como un loco. El susto afectó a todos los Hermanos testigos del accidente y, sobre todo al Padre Champagnat, el cual mandó inmediatamente dar gracias a Dios por la protección que acababa de conceder al Hermano. Al día siguiente ofreció la misa en acción de gracias con la misma intención.

 

(JBF, VPC: 01,12,133): Los principales medios que Dios les ofrece para conseguir la virtud, santificarse y merecer el cielo, son: la oración, vocal y mental, la frecuencia de sacramentos, la asistencia diaria a la santa misa, las visitas al Santísimo Sacramento, la lectura espiritual, la Regla y la corrección fraterna.

 

(JBF, VPC: 01,12,133): Procurar que los niños se confiesen cada tres meses y prepararles con suma diligencia a la primera comunión; enseñarles a confesarse, darles a conocer las disposiciones necesarias para recibir provechosamente los sacramentos de penitencia y eucaristía, y exhortales acudir a menudo a esas dos fuentes de gracia y salvación.

 

(JBF, VPC: 01,13,140): El Buen Padre hizo estas visitas a pie y con un tiempo bastante malo. Le resultó singularmente pesado el viaje a Charlieu por las lluvias torrenciales que habían caído y que hacían intransitables los caminos. Además, el Padre Champagnat, que era muy riguroso para consigo mismo, no se andaba con miramientos ni se cuidaba lo más mínimo en los viajes. Podemos comprobarlo al juzgar cómo se comportó en otro viaje que hizo a Charlieu algo más adelante. Por la tarde, a las nueve, tomó la diligencia en Saint-Étienne y llegó a Roanne a las ocho de la mañana. Celebró la santa misa y, en ayunas, se fue andando hasta Charlieu, adonde llegó a la una. Al regreso, salió de Charlieu a las cuatro de la madrugada, celebró la santa misa en Roanne, tomó una sopa ligera, y llegó a comer a Vandranges, que se encuentra a seis leguas de Roanne. Después de comer se puso de nuevo en camino y, tras varias horas de marcha, sintiendo mucha sed, pidió de beber a una señora, que le ofreció vino, pero no quiso tomarlo, contentándose con un poco de agua. Habiendo descansado un rato en esta casa, se puso a enseñar el catecismo a los niños y les repartió medallas de la Santísima Virgen. Al anochecer, habiendo llegado a Balbigny, durmió en casa del párroco. Al día siguiente salió a las cuatro y celebró la santa misa después de recorrer cuatro leguas; luego se puso nuevamente en camino hasta La Fouillouse, donde tomó un caldo y algo de fruta. De La Fouillouse, sin detenerse, hasta el Hermitage, adonde no llegó hasta las siete de la tarde. Sabemos todos estos detalles por un obrero que lo acompañaba, y que aseguró que nunca en su vida había pasado tanta hambre como en aquel viaje; y añadió: “Varias veces estuve tentado de dejarle y entrar en alguna venta para comer.”

 

(JBF, VPC: 01,13,142): A pesar de que se sentía consumido por una ardiente fiebre, quiso estar presente en el oficio y la misa del gallo, y también en la misa solemne y en las vísperas de Navidad. Y sólo al día siguiente, fiesta de san Esteban, después de celebrar la santa misa, no pudiendo aguantar más, se acostó. La enfermedad se agravó, y, pocos días después, llegó a tal extremo de gravedad que se perdió la esperanza de curación. Hemos de consignar aquí, en alabanza del señor Courveille, que se mostró muy afligido por la enfermedad del Padre Champagnat y que escribió a todas las escuelas para prescribir a los Hermanos que rezaran e hicieran rezar par obtener la curación del buen Padre.

 

(JBF, VPC: 01,13,145): Pocos días después se presentó un postulante que solicitaba su admisión en el Instituto. Lo hicieron subir a la habitación del Padre Champagnat. Precisamente se encontraba allí el señor Courveille, el cual lo examinó detenidamente y le describió con tal rigor las exigencias de la vida religiosa que el muchacho, desalentado por lo que acababa de oír, estaba a punto de desistir de su propósito. El Padre acababa de oír, estaba a punto de desistir de su propósito. El Padre Champagnat, que se había mantenido en silencio durante la entrevista, pero que no había quitado los ojos del postulante, vio reflejado en su rostro el mal efecto que la descripción exagerada de las obligaciones de la vida religiosa le había producido. Cuando se disponía a retirarse, le hizo una discreta señal y, ya a solas, lo invitó a visitar la capilla. Aunque apenas podía andar, lo acompañó él mismo par tener oportunidad de continuar la conversación. Necesitó un buen rato para subir los cuarenta escalones que llegaban hasta arriba. Y, aun apoyándose en la barandilla y descansando en cada rellano, al llegar se encontraba agotado. Después de unos instantes de adoración al Santísimo Sacramento, dijo al joven, señalando la imagen de María: "Ahí tienes a la augusta Virgen, es nuestra buena Madre. Será también la tuya si te quedas en esta casa que le está consagrada y te ayudará a superar las dificultades de la vida religiosa." Y luego, al salir, añadió: "No podemos decir que el yugo de Jesucristo sea duro y pesado, ya que el mismo divino Salvador, que es la Verdad suma, nos enseña que su yugo es suave, y que llevarlo constituye un consuelo y una dicha. Te garantizo que encontrarás mayor satisfacción, alegría y contento en el servicio de Dios, que los que podrían proporcionarte todos los placeres del mundo. Ven, pruébalo y verás. La vida religiosa nada tiene de difícil para quienes están animados de buena voluntad. No temas; te prometo la proteción de nuestra buena madre, que te cuidará como a un hijo. Te espero, pues, uno de estos días, no me falles.” Ante tales palabras, el postulante sintió cómo se desvanecían sus temores y su corazón se llenaba de gozo y ánimo. “Sí, le respondió, vendré, se lo prometo.” Días después ya estaba en el noviciado; y, como le había dicho el buen Padre, experimentó pocas penas y muchos consuelos. Para asegurar su perseverancia, iba a menudo a orar a los pies de la divina Madre, que nunca dejó de protegerlo como a hijo. Este joven nunca titubeó en su vocación y fue un excelente religioso.

 

(JBF, VPC: 01,16,172): Las cosas estaban en ese punto, cuando el Padre Champagnat, que había tomado un día para reflexionar, mandó llamar al grupo selecto que le había manifestado su entera obediencia, y cuando estuvieron en su presencia, les dijo: “Sólo después de haber reflexionado ante Dios durante mucho tiempo, me decidí a cambiar las medias el año pasado. Desde entonces, no he dejado de orar, reflexionar y consultar a personas prudentes. Pues bien, la oración, la reflexión, las consultas y la experiencia que yo mismo he querido hacer de esas medias, me llevan a ratificarme en mi decisión. Ahora estoy tan convencido de que ésa es la voluntad de Dios, que nada podrá hacerme cambiar. El comportamiento que los Hermanos han adoptado me ha causado profunda aflicción; pero no ha sido capaz de suscitar en mí la idea de ceder lo más mínimo a sus presiones. Al contrario, estoy dispuesto a despedir a todos los que no quiera someterse. Mirad lo que vais a hacer: poned un altar en la nave de la capilla, junto a la pared del lado sur. En ese altar, que decoraréis con sumo cuidado, colocad la imagen de la Santísima Virgen rodeada de muchas velas. Cerrad la puerta de la capilla para que nadie se entere de esos preparativos. Al atardecer, a las ocho y media, cuando vayamos a la capilla para hacer la visita al Santísimo Sacramento, procurad que todas las velas que habéis colocado estén encendidas. Y, cuando ya estén presentes todos los Hermanos, uno de vosotros, en voz alta y en nombre de todos los demás, me presentará la solicitud de las medias de paño, la sotana con broches y el nuevo método de lectura. Poned por escrito la petición y enseñádmela antes de leerla.”

 

(JBF, VPC: 01,16,173): Por la tarde, después de la lectura del tema de la meditación, la comunidad se dirigió a la capilla, como de ordinario, para adorar al Santísimo Sacramento. Al ver el altar con tantas luces, todos se quedaron sorprendidos y se preguntaban qué podría significar todo aquello y qué iba a pasar.

 

(JBF, VPC: 01,16,173): Terminada la adoración del Santísimo, el Padre Champagnat, que se había arrodillado ante el altar mayor, se levantó y se volvió hacia los Hermanos. Entonces, uno de los Hermanos más antiguos, adelantándose, se puso de rodillas ante él y leyó la petición con estas palabras: “Reverendo Padre: Profundamente afligidos de lo que está sucediendo en la casa y queriendo caminar siempre por la vía de la obediencia y sumisión perfectas, nos postramos a sus pies para expresarle nuestro dolor por los escándalos que se han dado entre nosotros y manifestarle nuestra disposición de mostrarnos siempre dóciles a su voluntad. Por consiguiente, arrodillados aquí ante nuestro Señor Jesucristo y en presencia de María, nuestra divina Madre, le pedimos las medias de paño y la sotana cosida y con broches por delante, al tiempo que le prometemos llevarlas toda nuestra vida. Prometemos también que seguiremos en la enseñanza las normas que nos ha indicado y, en particular, la de utilizar la nueva pronunciación de las consonantes. Prometemos, finalmente, identificarnos totalmente con su voluntad en los temas mencionados, así como en cualquier otro asunto.”

 

(JBF, VPC: 01,16,174): Cuando terminó el Hermano, el Padre Champagnat dijo con voz fuerte: “Pues bien, quienes deseen ser buenos religiosos y auténticos hijos de María, pasen aquí, junto a su divina Madre.” Señaló con la mano el altar de la Santísima Virgen donde les invitaba a pasar, y repitió otra vez las mismas palabras: “Todos los hijos de María, que pasen aquí, junto a su Madre.”

 

(JBF, VPC: 01,16,174): En un abrir y cerrar de ojos, todos los Hermanos se precipitaron hacia el altar de la Santísima Virgen y se colocaron en grupo a sus pies. En la parte opuesta quedaban sólo unos cuantos que, sobrecogidos de asombro y terror, no entendieron muy bien dónde debían colocarse. El Padre Champagnat repitió: “El puesto de los hijos de María es éste, junto a su altar; y el de los rebeldes, allí, en el lado opuesto.”

 

(JBF, VPC: 01,20,226): Concluido el acto, todos los Hermanos se apresuraron a reconocer como superior al reverendo Hermano Francisco y a ofrecerle sus respetos y sumisión. La ceremonia terminó con el canto del Magníficat y una misa de acción de gracias, en la que todos los Hermanos recibieron la sagrada comunión.

 

(JBF, VPC: 01,20,226): La ceremonia se inició con el canto de Veni Creator y la celebración de una misa del Espíritu Santo rezada, a la que asistió toda la comunidad. Concluida la misa, el Padre Colin dirigió a los Hermanos una breve pero patética alocución para animarlos, una vez más, a hacer una buena elección, y terminó con esta oración de los apóstoles: Señor, tú que conoces el corazón de todos los hombres, muéstranos al que has elegido (Hch, 1, 24).

 

(JBF, VPC: 01,21,230): A pesar de los sufrimientos, no quiso eximirse de seguir el reglamento de la casa. De modo que continuó levantándose a las cuatro, como los Hermanos, celebrando la misa comunitaria, acudiendo al refectorio a la hora de las comidas -aunque en la mayoría de los casos casi nunca tomara nada-, asistiendo a los recreos y yendo al trabajo. Su mayor satisfacción y consuelo consistía en estar con los Hermanos, orar y trabajar con ellos y encontrarse con la comunidad.

 

(JBF, VPC: 01,21,232): El Jueves Santo quiso ir a celebrar la santa misa a La Grange Payre. Intentaron disuadirlo, pero les dijo: “Dejadme, ya que es la última vez y, si espero un poco más, ya no podría despedirme de aquellos buenos Hermanos y de sus niños.” Viajó a caballo y, despues de celebrar el santo Sacrificio, quiso ver a los internos. Les dijo: “Hijos míos, Dios os ha concedido una gracia especial al procuraros maestros piadosos y virtuosos, que continuamente os están dando buen ejemplo y os ofrecen sólida instrucción sobre las verdades religiosas. Aprovechad bien sus enseñanzas, seguid las exhortaciones que os dan e imitad sus buenos ejemplos. Recordad que Jesús os ha amado mucho, que murió por vosotros y os reserva una dicha eterna en el cielo. No olvidéis que el pecado, que es el peor de todos los males, os puede hacer perder esa felicidad. Temed, pues, el pecado, consideradlo como vuestro mayor enemigo, y pedid diariamente a Dios que os preserve de cometerlo. Conseguiréis esa gracia y salvaréis vuestra alma si tenéis mucha devoción a la Santísima Virgen y le razaís cada día el Acordaos u otra oración para poneros bajo su amparo. Sí, queridos niños, si tenéis confianza en María, ella os obtendrá la gracia de ir al cielo, os lo aseguro.”

 

(JBF, VPC: 01,21,233): La víspera del mes de mayo, aunque se hallaba muy débil y con fuertes dolores, quiso iniciar personalmente el ejercicio del mes de María y dar la bendición con el Santísimo Sacramento. Pero quedó tan extenuado y se encontró tan mal que de vuelta a su aposento exclamó: “Esto se acabó: siento que me voy.”

 

(JBF, VPC: 01,21,235): El tres de mayo celebró la santa misa por última vez. Después de la acción de gracias dijo: “Acabo de celebrar la última misa, y me alegra que haya sido la de la santa Cruz: por esta santa Cruz nos vino la salvación, y en ella murió nuestro divino Salvador.”

 

(JBF, VPC: 01,21,238): El día que se le administró era lunes, once de mayo. Los días siguientes fueron aumentando sus sufrimientos, y los dolores de riñones se hicieron tan agudos que apenas podía permanecer levantado dos horas seguidas. El mismo día que recibió el santo viático se inició una novena por él a santa Filomena. Al terminarla, se operó una mejoría que hizo abrigar esperanzas: cesó la inflamación de pies y manos desapareció el dolor nefrítico que desde el Miércoles de Ceniza tanto le había hecho sufrir; hasta el punto de que el buen Padre pudo salir de su habitación e ir a la capilla para adorar al Santísimo Sacramento y a la sacristía para ver una credencia recién adquirida.

 

(JBF, VPC: 01,23,268): Después de tres días de retiro, tuvo lugar la apertura del Capítulo General con una misa del Espíritu Santo y la procesión a la tumba del padre Champagnat.

 

(JBF, VPC: 02,02,289): Pero no hay palabras para expresar su respeto y veneración por las iglesias, los sacramentos, la santa misa. Su fe profunda en la presencia real, lo mantenía como anonadado y abismado ante el Santísimo Sacramento. no era posible asistir a su misa sin sentirse movido Sacramento. No era posible asistir a su misa sin sentirse movido a devoción y transido de profundo respeto hacia los sagrados misterios. Cuando distribuía la comunión, pronunciaba las palabras Ecce Agnus Dei tan convencido y con tal devoción que parecía estar viendo a Nuestro Señor, que Dios no era par él un Dios oculto..

 

(JBF, VPC: 02,02,290): Al disculparse el Hermano, añadió: “No hay disculpa que valga. Si tuviera fe más viva en la presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del altar, no cometería faltas de este tipo.” El Hermano que refiere esta anécdota, añade: “Hace más de veinticinco años que recibí esa corrección del buen Padre y aún conservo intacta la impresión que me produjo.”.

 

(JBF, VPC: 02,02,290): En los comienzos del Instituto, cuando aún nos encontrábamos en Lavalla, la comunidad tenía un oratorio reducido para hacer los ejercicios de piedad. “¿Cuándo tendremos -decía a menudo a los Hermanos- la dicha de disponer de una capilla y tener al Señor con nosotros? Esperamos alcanzar ese favor. Pero, ¿sabremos agradecerlo y apreciarlo como se merece? Pues es una gracia insigne poder gozar de la presencia de Aquel que constituye la bienaventuranza de los ángeles y los santos. Esa divina presencia, por oculta y velada que esté en el Santísimo Sacramento, no es menos digna de nuestro respeto y adoración.”.

 

(JBF, VPC: 02,02,290): En un viaje que realizó a Saboya, solicitó permiso para celebrar la santa misa en una parroquia rural. El mantel del altar y los corporales que le pusieron estaban muy sucios; le causó tal disgusto que se puso enfermo. “¡Ya ve -dijo a su acompañante- cómo tratamos a Nuestro Señor, cuyo amor hacia nosotros le movió a que darse en el altar! La gente tiene ropa limpia para vestir y para la mesa; sin embargo, al cuerpo del Hijo de Dios se le deja en la más asquerosa suciedad. Mantenemos nuestras casas bien decoradas y limpias, y la iglesia, donde mora Nuestro Señor, se halla llena de polvo y telarañas.”.

 

(JBF, VPC: 02,02,292): Tomando luego la lista de destinos, la ponía sobre el altar durante la santa misa, y dirigía fervientes plegarias por espacio de varios días, junto con la comunidad, para alcanzar la protección de Dios sobre los cambios que había decidido..

 

(JBF, VPC: 02,02,293): Al terminar la reunión, tomó aparte al Hermano y le dijo: “Tal vez le haya molestado lo que acabo de decir, pero me pareció que la lección sería provechosa para todos. Por lo demás, estoy persuadido de que Dios ha consentido esto para castigarle por la excesiva confianza que había puesto en los hombres. Para lograr su confianza, les ha hecho usted muchas visitas. Una sola al Santísimo Sacramento le hubiera sido infinitamente más provechosa. No olvide que confiar en los hombres es apoyarse en una caña que se dobla y nos hace caer.”.

 

(JBF, VPC: 02,03,297): Por eso, la oración, el oficio y el rosario piadosamente rezados, la misa oída con devoción, la comunión fervorosa, contribuyen más eficazmente al éxito de la catequesis que la ciencia y los talentos naturales, pues los ejercicios piadosos nos unen a Dios y nos alcanzan la gracia que lo realiza todo.

 

(JBF, VPC: 02,04,310): En la oración vivía como en su elemento, y se entregaba a ella con tal facilidad y gusto que parecía serle connatural. Además de las oraciones comunitarias, de la santa misa y el oficio, dedicaba tiempo considerable a la conversación con Dios. Para ello se levantaba muy de madrugada; pues como a lo largo del día se hallaba tan ocupado, se veía obligado a quitar tiempo al descanso para entregarse a la oración por la necesidad que sentía de tratar con Dios.

 

(JBF, VPC: 02,04,312): En los orígenes del Instituto, había prescrito numerosas prácticas de piedad que luego se vio obligado a suprimir, al menos en parte, porque sobrecargaban a la comunidad y no todos los Hermanos las podían cumplir. Entre otras: hacer diariamente varias visitas al Santísimo Sacramento, que redujo a una sola al día; pasar la última hora del año que termina y la primera del que comienza en oración; los seis domingos en honor de san Luis Gonzaga; en fin, diversas oraciones que se añadían a los rezos habituales o que cada cual practicaba en privado.

 

(JBF, VPC: 02,04,313): Un día le hablaban de un Hermano joven que sufría graves tentaciones. “¡Pobre Hermano! -exclamó-, no me acerco un solo día al altar sin dejar de encomendarlo con insistencia a los sagrados Corazones de Jesús y de María. ¡Pobre Hermano, cómo deseo que Dios lo bendiga y lo libre del pecado! En ninguna de mis oraciones me olvido de pedir para él esa gracia.” Y lo que hacía con aquel Hermano, lo hacía igualmente con cuantos se hallaban en la misma situación.

 

(JBF, VPC: 02,04,316): “Para el Hermano que tenga espíritu de fe -decía-, tiene que ser un inmenso sacrificio  no poder oír misa todos los días. El que la pierde por su culpa, por dedicarse al estudio o a cualquier otra ocupación que no sea indispensable, manifiesta que nada le importa su perfección y que no ama a Jesucristo. La santa misa, la comunión, la visita al Santísimo Sacramento, en una palabra, la divina Eucaristía, es la fuente de la gracia. ésa es la primera y más necesaria de todas las devociones, la que nos proporciona mayores beneficios y consuelos. ¡Qué pena me dan los que no comprenden esta verdad!”

 

(JBF, VPC: 02,04,316): Los ejercicios de piedad que consideraba más importantes y por los que sentía predilección eran la meditación y la santa misa. Quería que, incluso en los viajes, se oyera misa y se recibiese la comunión siempre que fuera posible.

 

(JBF, VPC: 02,04,320): Una vez, al terminar la meditación, el Padre preguntó al Hermano Lorenzo cómo había empleado el tiempo. El buen Hermano le respondió con una encantadora sencillez: -Ha acertado usted, Padre; sin duda, Dios le ha inspirado que me pregunte para castigarme, pues hoy no he hecho nada, porque me olvidó del tema de la meditación. Sin embargo, para ocupar provechosamente el tiempo, se me ocurrió imaginarme a san Juan Francisco Regis postrado noches enteras a la puerta de las iglesias para adorar a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Me pasé el tiempo contemplando al santo en esa actitud. y me dije: Ése sí que no olvidaba el tema de la meditación, pues le ocupaba toda la noche, mientras que yo no tengo ni para unos minutos. -Está bien, Hermano Lorenzo -le dijo el Padre-; así debe hacer cada vez que lo olvide.

 

(JBF, VPC: 02,06,332): Mientras fue coadjutor en Lavalla, nunca dejaba de hacer una visita al Santísimo Sacramento después del almuerzo, y se impuso como norma visitarlo antes y después de las salidas que tenía que hacer para visitar a los enfermos o por cualquier otro motivo. Al salir, la visita era para pedir a Jesucristo que le preservase de toda falta y suplicarle que bendijera la obra que iba a realizar; y, al regreso, para revisar su comportamiento, agradecer al Señor las gracias recibidas y pedirle perdón por las faltas cometidas.

 

(JBF, VPC: 02,06,332): Pero le gustaba manifestar su amor a Jesucristo de modo especial en el Santísimo Sacramento del altar. Tan viva era su fe en la presencia real, que se diría que veía cara a cara a Nuestro Señor en este inefable misterio. Cuando era seminarista, pedía a menudo permiso para visitar al Santísimo Sacramento, y hubiera pasado gran parte de sus recreos al pie del altar si la prudencia de sus superiores no hubiera puesto límites a su piedad y fervor.

 

(JBF, VPC: 02,06,333): “Nunca salgáis de una casa donde more el Santísimo Sacramento -les decía- sin ir a pedir a Jesucristo ssu bendición; y, al regreso, lo mismo que cuando entréis en una parroquia, la primera visita ha de ser igualmente para Jesucristo.”

 

(JBF, VPC: 02,06,333): “Por nosotros -les advertía- y para que podamos acudir a él en todas nuestras necesidades, permanece el divino Salvador día y noche en nuestros altares desde hace más de mil ochocientos años. Y nada aflige tanto a su divino Corazón como nuestra ingratitud ante tal regalo y nuestra apatía en visitarlo y pedirle favores. Si supiéramos lo provechosas que son las visitas al Santísimo, estaríamos postrados continuamente ante el altar. Los santos comprendían esa realidad; sabían que Jesucristo es la fuente de todas las gracias; por eso, cuando se les presentaba algún asunto complicado, o tenían que pedir algún favor especial, acudían ante el Santísimo Sacramento. San Francisco Javier, san Francisco Regis y muchos otros pasaban horas enteras cada día y gran parte de la noche al pie del altar. Por estas prolongadas conversaciones con Jesucristo prosperaban las obras que les encomendaban, convertían a los pecadores y conseguían éxito en cuanto emprendían para gloria de Dios y propia santificación.”

 

(JBF, VPC: 02,06,333): Como es de suponer, no dejaba de inspirar a los Hermanos esta devoción, que él llamaba la primera de todas las devociones. En los primeros horarios que les dio estableció la visita al Santísimo Sacramento dos veces al día no sólo en el noviciado, sino también en las escuelas. De ese modo, los Hermanos llevaban a los niños a la iglesia tres veces al día: por la mañana, antes de clase, para la santa misa; después de las sesiones de mañana y tarde para adorar al Santísimo Sacramento y encomendarse a la Santísima Virgen. Prescribió también a los Hermanos una visita al Santísimo Sacramento cada vez que salieran de paseo; y, en las casas de noviciado y en las que hubiera reserva, al inicio y regreso de un viaje o salida.

 

(JBF, VPC: 02,06,334): “En ninguna parte escucha Jesucristo las oraciones con mayor facilidad, como ante el Santísimo Sacramento”, añade el beato Enrique Susón.

 

(JBF, VPC: 02,06,334): “Es indudable -dice san Alfonso de Ligorio -que, después de la comunión, la visita frecuente a Jesús sacramento es una de las prácticas de piedad más agradables a Dios y provechosas para nosotros. A menudo se consiguen más gracias durante un cuarto de hora ante el Santísimo Sacramento que con todos los demás ejercicios piadosos del día.”

 

(JBF, VPC: 02,06,334): Al hablar de este modo, nuestro piadoso Fundador hacía suyo el lenguaje de los santos, que unánimemente reconocen que las visitas al Santísimo Sacramento son fuente de gracias para los cristianos.

 

(JBF, VPC: 02,06,334): Finalmente, san Pablo nos enseña que “Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento es el trono de la gracia y de la misericordia.”

 

(JBF, VPC: 02,06,334): San Pedro de Alcántara asegura: “Nuestro Señor en el Sacramento del altar tiene las manos llenas de gracias, y está dispuesto a derramarlas sobre quien viene a pedírselas.”

 

(JBF, VPC: 02,06,335): ¡Cuántos casos aparentemente sin salida se solucionaron inmediatamente, contra todo pronóstico humano, después de una fervorosa plegaria ante el Santísimo Sacramento!

 

(JBF, VPC: 02,06,337): Al llegar a Lavalla, encontró la iglesia sucia. Se puso él mismo a quitar el polvo y las telarañas, que cubrían las paredes; a enlucir algunos lienzos de pared que se hallaban en estado lamentable; a limpiar candelabros, cruces, imágenes y cuanto servía de ornato; a encerar semanalmente la tarima del altar y conservar limpia la sacristía. Desempeñó tales tareas hasta que un Hermano estuvo suficientemente preparado para encargarse.

 

(JBF, VPC: 02,06,337): El respeto profundo y el amor tierno que el Padre Champagnat profesaba a Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar, lo impulsaban a celebrar con gran solemnidad los oficios litúrgicos y a observar con minuciosa exactitud las rúbricas y cuanto estaba establecido por el ceremonial diocesano. En este aspecto, la capillita del Hermitage se parecía a la catedral de Lyon o a la iglesia del seminario mayor, por la forma de celebrar los oficios divino. No pocas personas lo comentaban así.

 

(JBF, VPC: 02,06,338): En otra ocasión, al llegar a Bourg-Saint-Andéol, ya sin esperanzas de celebrar el santo sacrificio, por carecer de la licencia necesaria, dispuso la Provincia que tropezase con un sacerdote conocido, lo que le deparó la satisfacción de celebrar la santa misa. Después de la acción de gracias, fue también a dárselas al sacerdote en cuestión y le dijo: “¡Querido amigo, le debo un favor que nunca olvidaré!” “Pronunció estas palabras con tal fe y piedad -decía luego el interesado al recordar la anécdota-, y me causaron tal impresión que veinte años no han podido borrarla de mi mente.”

 

(JBF, VPC: 02,06,338): En un viaje que hizo a Gap, al apearse de la diligencia, preguntó qué hora era. Le dijeron que eran las once. Entonces se acercó a la catedral y pidió celebrar la misa. Después de la acción de gracias, al reunirse con su compañero de viaje, exclamó: “¡Qué gracia me ha otorgado Dios en este día! Ya creí que no iba a tener la dicha de subir al altar sagrado, aunque mucho lo deseaba.”

 

(JBF, VPC: 02,06,338): Nunca omitía la celebración diaria de la santa misa, y en sus viajes lo vimos caminar cinco o seis leguas para gozar de ese consuelo. En tales ocasiones se pasaba frecuentemente en ayunas toda la mañana, con la esperanza de poder celebrar el santo sacrificio al llegar a su destino.

 

(JBF, VPC: 02,06,338): Para contribuir a la solemnidad de los oficios litúrgicos y estimular la devoción de los fieles, enseñó a los niños a ayudar a misa y los formó en las ceremonias de la iglesia, y, en la procesión de Corpus, a incensar al Santísimo y echar flores a su paso con la debida seriedad y modestia. Para lograr que los niños hicieran todo esto con la mayor piedad de que eran capaces, les sometía a una especie de noviciado, admitiendo al servicio de la iglesia sólo a los que se lo habían merecido por su comportamiento irreprochable durante cierto tiempo.

 

(JBF, VPC: 02,06,339): “El daño que os ocasionáis -les decía-, dejando la santa misa o la comunión, es irreparable, una pérdida infinita, de la que nunca podríais consolaros si comprendierais el bien inmenso que encierra la Eucaristía. Nunca debierais omitir ninguna de las comuniones que os autorice el confesor, a no ser que hayáis tenido la desgracia de cometer un pecado mortal. Dejar la comunión, con el pretexto de falta de preparación o de devoción sensible, o por ciertos descuidos o faltas leves, es un engaño; es tratar de reparar un error con otro más grave.”

 

(JBF, VPC: 02,06,339): Después de lo dicho, a nadie sorprenderá que haya recomendado tan encarecidamente a los Hermanos la asistencia a la santa misa y la comunión frecuente.

 

(JBF, VPC: 02,06,339): Un día preguntó a uno de los Hermanos más antiguos por qué dejaba la comunión de los jueves tan a la ligera. -Porque tengo demasiadas imperfecciones y estoy lleno de defectos.  -Querido amigo, precisamente por considerarse tan imperfecto y lleno de defectos quisiera verlo comulgar con mayor frecuencia. El sacramento de la Eucaristía es el medio más eficaz para corregir esos defectos y sacarle del estado de tibieza en el que se encuentra. Jesucristo no dice: Venid a mí los perfectos, sino Venid a mí los que sufrís, los agobiados, los perseguidos, los que gemís bajo el peso de vuestras imperfecciones, y yo os aliviaré. No se corrigen los defectos, no se alcanza la piedad ni se adquieren las virtudes alejándose de la comunión, sino acercándose con frecuencia al divino Salvador. -Pero si no saco provecho alguno de la coomunión. -La comunión nunca es infructuosa cuando se está exento de faltas graves, pues este sacramento actúa de dos modos: por sí mismo, ex opere operato; y por las disposiciones que acompañan al que lo recibe, ex opere operantis. No vaya a pensar que porque no ve progresos en la virtud no saca ningún provecho de la comunión. La comunión le ayuda por lo menos a mantenerse en estado de gracia, que no es poco. ¿Imagina que el alimento corporal es inútil porque sus fuerzas y salud no aumentan? Seguro que no, pues sirve para reponer el desgaste diario y sostener las fuerzas y la salud. “Algunos se quejan, sin razón, de que no sacan fruto de los sacramentos. Combatir las tentaciones, verse libre del pecado mortal, perseverar en su santo estado, desempeñar decorosamente el empleo, ser fiel a los ejercicios de piedad, sentir la propia imperfección, ¿qué son sino frutos de los sacramentos? Y no reconocerlo es mostrarse ingrato con Jesucristo. A semejantes religiosos, ¿qué les falta para adelantar notoriamente en la virtud y adquirir la perfección que Dios les pide? Un poco más de esmero y esfuerzo en la oración, un poco más de exactitud en la observancia de la Regla, un poco más de entrega en su empleo, un poco más de amor por Jesucristo, un poco más de celo por darle a conocer y hacerle amar. Ahora bien, el modo más eficaz de lograr lo poco que les falta en todo eso, es la asistencia fervorosa a la santa misa, la meditación de los misterios y la vida de Nuestro Señor, la comunión frecuente. Pues no lo olvidemos: todo lo tenemos en Jesucristo y nada tenemos sin él.”

 

(JBF, VPC: 02,06,340): Pero lo que más apenaba al piadoso Fundador era ver que se dejase la comunión o la santa misa por falta de devoción, por incuria, por falta de interés en la propia perfección o como consecuencia de viajes o visitas innecesarias. Mil veces clamó contra este abuso; y siempre con una energía y fuerza que manifestaban a la vez su tierno amor a Jesucristo y el dolor profundo que sentía al ve que los Hermanos se alejaban de Aquel que es el manantial de todas las gracias.

 

(JBF, VPC: 02,07,343): Diariamente, en las visitas al Santísimo Sacramento, tributaba también homenaje a la Santísima Virgen. Pero como esto no le bastaba para satisfacer su piedad, levantó en su aposento un altarcito en el que colocó su imagen; y allí le dirigía fervientes oraciones, permaneciendo a menudo largo rato postrado a sus pies..

 

(JBF, VPC: 02,07,344): Al ver que el altar dedicado a María en la iglesia parroquial estaba destartalado, mandó hacer uno nuevo a sus expensas, e hizo restaurar toda la capilla..

 

(JBF, VPC: 02,07,344): No lejos del pueblo, existe un santuario dedicado a la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de la Misericordia. El buen Padre lo visitaba con frecuencia; y varias veces a la semana, acompañado de algunos fieles devotos, subía en procesión a celebrar el santo sacrificio de la misa. A la ida cantaban el Miserere mei, y al regreso, las letanías de la Santísima Virgen..

 

(JBF, VPC: 02,08,368): Finalmente, recomendaba de continuo a los Hermanos que se mantuviesen siempre muy unidos con el señor cura; que recibieran sus consejos, advertencias y hasta sus reproches, con profundo respeto; que lo apoyasen siempre en todo lo relacionado con la educación de los niños y en las actividades conformes con el espíritu de la Regla, como formar a los niños en el canto litúrgico, enseñarles a ayudar a misa, acompañar las procesiones del Santísimo Sacramento, cuidar de ellos durante el retiro de primera comunión. Debían hacer todo esto con el consentimiento del párroco y siguiendo sus instrucciones.

 

(JBF, VPC: 02,13,416): Era una de las principales intenciones en sus plegarias, comuniones y en las visitas frecuentes que hacía al Santísimo Sacramento.

 

(JBF, VPC: 02,13,419): El amor que el Padre Champagnat profesaba a la pureza y el odio que le inspiraba el vicio opuesto, le hicieron adoptar numerosas precauciones para conservar en los Hermanos esta hermosa virtud. Pero consciente de que la vigilancia más atenta y las normas más prudentes son insuficientes si no van acompañadas de la oración, pedía continuamente a Nuestro Señor, por intercesión de María, que concediera a todos los Hermanos perfecta pureza de alma y cuerpo. Quería, y así lo estableció, que todos los días se elevaran al cielo plegarias especiales en todo el Instituto para alcanzar la virtud de la castidad. A menudo aplicaba la misa votiva de la Santísima Virgen por esta intención. “María -repetía con frecuencia- fue admirable por su pureza. Nosotros, que somos sus hijos y tenemos el honor de llevar su nombre, hemos de amar especialmente esta hermosa y sublime virtud, combatir sin tregua en nosotros mismos y en los niños cuanto pueda mancillarla o hacérnosla perder y esforzarnos por sobresalir en su práctica.”

 

(JBF, VPC: 02,19,488): El Vicario general, señor Barou, que deseaba vivamente confiar el cuidado de dicha capilla a los Hermanos de María, hizo apremiantes ruegos al piadoso Fundador para que se encargase de ella. Al no conseguirlo, le dijo un tanto malhumorado: -Señor Champagnat, no le entiendo. Varias congregaciones codician ese puesto. La curia, que siente especial predilección por su obra, creyendo agradarle, le ofrece el santuario de Fourvière antes que a los demás. Y se atreve a rechazar nuestro ofrecimiento. Quienes se preocupan de este asunto piensan que el altar de María debe ser atendido por los Hermanos de María. Si niega usted Hermanos a la Santísima Virgen, ella no le va a bendecir. -Señor Vicario general -le contestó el Paadre-, estoy vivamente emocionado y agradezco el interés que muestra por nosotros. Aprecio las ventajas de la proposición que tiene la amabilidad de ofrecernos, pero me parece que las razones que me da para que aceptemos el ministerio de Fourvière no son bastante firmes como para que nos desviemos del principio al que hasta ahora hemos permanecido fieles: ceñirnos exclusivamente a la enseñanza y rechazar toda obra que no vaya dirigida a la educación de los niños. Me amenaza con la Santísima Virgen. Confío en que no se enfadará con nosotros, pues precisamente por agradarla, merecer su protección y mantener su obra tal como ella la ha fundado, declinamos el cuidado de la sacristía de Fourvière.

 

(JBF, VPC: 02,20,507): Un día estaba dando él mismo una clase de geografía a los Hermanos. Trataba aquella lección de las capitales y demás ciudades importantes de Asia. Cuando llegó a Jerusalén, preguntó:.  -¿Qué observación puede hacer sobre esta ciudad?. Cuando el Hermano dio la respuesta que venía en el texto, el Padre repuso: “Esta ciudad, desde la muerte de Nuestro Señor, ha sido un caso excepcional por sus vicisitudes. Diecisiete veces ha cambiado de dueño, es decir, que fue dominada por otras tantas dinastías. Perteneció y se halla aun en manos de los más encarnizados enemigos del cristianismo. Y. Sin embargo, pese a todas estas vicisitudes, pese al Furor de los malvados y del infierno, el santo Sepulcro siempre ha sido respetado, y el culto público de la religión cristiana se ha mantenido ininterrumpidamente. Se ha podido ofrecer siempre el santo sacrificio de la misa y no han cesado de acudir fieles de todas las naciones a visitar el sepulcro de Nuestro Señor. De ese modo se cumple la palabra de la Escritura que es una auténtica profecía: Voy a hacer de tus enemigos estrado de tus pies..

 

(JBF, VPC: 02,20,512): Cuando se acercaba la fecha, estaba más al tanto de ellos, les daba el catecismo, les mandaba asistir a misa casi a diario y los confesaba con más frecuencia. Concluía esta larga preparación con un retiro de varios días, en el que estaba siempre con ellos para inculcarles las disposiciones requeridas para recibir a Jesucristo..

 

(JBF, VPC: 02,20,513): Dios nos ha otorgado esta salvación enviando a su propio Hijo, hecho hombre, que se sometió a todas nuestras debilidades, menos al pecado, trabajó durante treinta y tres años, derramó su sangre y entregó su vida, se anonadó en la Eucaristía y se inmola a diario en nuestros altares..

 

(JBF, VPC: 02,20,520): Utilice, querido Hermano, esos tres medios, y le garantizo la buena marcha de su escuela. Diga a los niños que no me acerco nunca al altar sin acordarme de usted y de ellos..

 

(JBF, VPC: 02,21,527): Otro acto de caridad que el Padre Champagnat ejercitó los últimos años de su vida, fue recoger y cuidar a varios ancianos desamparados y sin medios de ganarse la vida, expuestos a toda clase de privaciones. Puso un Hermano a su servicio, y les proporcionó cuanto necesitaban sin exigirles más que vivir como buenos cristianos. Algunos de ellos estaban afectados de enfermedades repugnantes; otros añadían a los padecimientos físicos lacras morales. Por ello resultaba muy penoso y difícil atenderlos. Pero la caridad, que es paciente, que todo lo soporta, que a nada hace ascos, ayudó a nuestro venerado Padre a superar todas aquellas miserias. Ni que decir tiene que no se limitó a remediar sus necesidades físicas y aliviar sus dolencias corporales. El celo lo impulsó, sobre todo, a ocuparse de su alma, a instruirlos y prepararlos a la recepción de sacramentos, a enseñarles a rezar y a santificar sus padecimientos por la aceptación de la voluntad de Dios y la unión con los sufrimientos de Jesucristo. A sugerencia suya, aquellos ancianos se trazaron un reglamento, distribuyendo el tiempo entre la oración y una ocupación adecuada a sus fuerzas y salud. Diariamente asistían a la santa misa, se ocupaban en lecturas edificantes, rezaban el rosario y hacían la visita al Santísimo Sacramento.

 

CARTAS

 

(PS 014, 20-24, Carta a BARTOLOME, HERMANO, 1830-01-21): Que la Santísima Virgen les ama también, porque es la Madre de todos los niños que están entre nuestras escuelas. Díganles también que yo mismo les quiero niños. Que no subo ni una vez al altar sin pensar en ustedes y en sus queridos niños.

 

(PS 024, 04-09, Carta a BARTOLOME, HERMANO, 1831-11-01): Le permito, mi muy querido amigo, hacer la comunión el domingo, el jueves, como incluye su reglamento y el martes, como me pide este último permiso no durará más que tres meses. Concedo este mismo permiso al H. Isidoro, pero solamente un martes por mes, el primero.

 

(PS 044, 16-25, Carta a CHOLLETON JUAN, VICARIO GENERAL, 1834-08): En qué triste posición se sitúan al comprar los derechos de altar del cura, nueva fuente de riñas, ya con el Sr. Rouchon, ya con sus feligreses. ¿Podría impedirse el censurar por el modo de cobrar o el pretendido rigor que quiera emplear? La parroquia les será pronto una carga. Cuántas cosas se podrían decir abajo este punto de vista. El contrato no está más avanzado que el primer día Algunos hasta creen que el Sr. Rouchon toma todos los medios para anularlo. Por otra parte el clero de Saint-Etienne, que ha sido siempre prevenido contra esta obra.

 

(PS 063, 11-18, Carta a INSTITUTO, HERMANOS, 1836-01-19): Nuestro corazón goza al recordarlos cada día en el altar y presentarlos a todos al Señor; pero hoy no podemos resistir a la dulce satisfacción de exponerles nuestros sentimientos de afecto y manifestarles nuestra tierna solicitud. Todos nuestros deseos y todos nuestros votos son por su felicidad. Sin duda no lo ignoran.

 

(PS 067, 24-27, Carta a FRANCISCO, HERMANO, 1836-08-28): Diga a los señores Servant, Matricon y Besson que cuento mucho con su Santo Sacrificio y con ellos para la debida vigilancia. Siga su consejo y el del H. Juan María y Estanislao para los asuntos algo espinosos.

 

(PS 079, 17-23, Carta a INSTITUTO, HERMANOS, 1837-01-01): En cuanto a mí, mis muy queridos, mis muy amados, conjuro a nuestro Divino Maestro cada vez que subo al santo altar que se sirva hacer llover sobre ustedes sus gracias y sus más abundantes bendiciones, que os ayude a huir del pecado como del único mal que temer, que os allane el camino de las virtudes propias de los religiosos y en especial las propias de los Hermanitos de María.

 

(PS 123, 19-24, Carta a CROZIER JUAN BAUTISTA, PARROCO, 1837-07-30): La confianza que usted pone en nosotros nos impulsa a rogarle que una sus deseos y sus santos sacrificios por el bien de nuestra Sociedad, para la mayor gloria de Dios, a fin de que por nuestra parte estemos pronto en situación de manifestarle más eficazmente la benevolencia y entera abnegación, con la cual tenemos el honor de ser, etc...

 

(PS 175, 51-53, Carta a FRANCISCO, HERMANO, 1838-03-07): Hice también unas compras de estampas, puntos buenos, etc. Hasta le diré que he comprado un copón muy bonito.

 

(PS 180, 08-14, Carta a VIUDA CHAMPAGNAT MARIA, SEGLAR, 1838-03-16): Siento mucho no haber podido ir a visitar a mi hermano durante su enfermedad. No me imaginaba que se tratase de algo mortal. [Es más,] hasta se me había informado que iba mejorando. Hace unos cuantos días que recibí aquí en París, la [sensible] noticia [de su fallecimiento]. He ofrecido, y hecho ofrecer, el santo Sacrificio por él. No dudo ni un instante de que Dios haya tenido misericordia de él, y de que haya recibido su alma en la paz verdadera.

 

(PS 180, 31-36, Carta a VIUDA CHAMPAGNAT MARIA, SEGLAR, 1838-03-16): No subo ni una sola vez al altar sin acordarme de él. ¿Tardaremos mucho en seguirlo a la tumba? [Aunque] ese momento está ya fijado, usted ignora el suyo, y yo el mío; que no lo sepamos tiene muy poca importancia. Preparémoslo mediante una vida sólo para Dios y según Dios. Que nuestros achaques, nuestras dolencias sean para nosotros ocasiones de volvernos más agradables a Dios.

 

(PS 194, 79-82, Carta a POMPALLIER JUAN BAUTISTA, VICARIO APOST., 1838-05-27): Por mi parte, no hay vez que yo suba al altar en que no piense en nuestra querida misión y en aquellos que han sido enviados a ella.

 

(PS 244, 07-09, Carta a BASIN, HERMANO, 1839-02-23): No debe usted dudar de mi cariño hacia usted. No subo ni un día al altar sin pensar en usted. Oro por usted.

 

(PS 247, 06-09, Carta a AVIT, HERMANO, 1839-03-10): He recibido sus dos cartas a su debido tiempo y nos las he perdido de vista. Yo quería darle la siguiente respuesta. Le concedo permiso para acercarse a recibir la Sagrada Comunión como me lo solicita.

 

(PS 248, 09-14, Carta a ANACLETO, HERMANO, 1839-03-23): Le concedo recibir la Sagrada Comunión el domingo, el martes y el jueves, como antes. Le concedo también el de servirse de todos los objetos que usa. Su hermano no está todavía en el noviciado; lo esperamos de un momento a otro.

 

(PS 249, 04-07, Carta a MARIE LORENZO, HERMANO, 1839-04-08): Su carta, mi muy querido amigo, excita singularmente mi compasión. Desde entonces no subo ni a una vez al Santo Altar sin que le recomiende a Aquel a quien no se espera nunca en vano, que puede hacer sobreponernos a los mayores obstáculos.

 

TESTIMONIOS

 

(F. AIDANT, SUMM 312): Lo que más me impresionó y edificó durante mi noviciado es la compostura y profundo respeto que el Servidor de Dios tenía ante el Santísimo Sacramento del Altar, antes de dar comienzo a la Santa Misa, y con cuánto fervor pronunciaba las palabras litúrgicas. Se hubiera dicho que contemplaba a Nuestro Señor cara a cara. Su acción de gracias después de la Misa, al igual que sus visitas al Santísimo las hacía con una piedad verdaderamente edificante.

 

(F. AIDANT, SUMM 191) Cuando llegué al noviciado quedé vivamente impresionado por la compostura del Venerable durante las oraciones, la Santa Misa y los ejercicios comunes que presidía.

 

(F. AIDANT, SUMM 191): Cuando se volvía a nosotros para darnos la sagrada comunión, pronunciaba las palabras del ECCE AGNUS DEI de una forma tal que cuantos le oyeron no podrán olvidarlo.

 

(F. AIDANT, SUMM 192): (1)  Un Párroco de la diócesis de Lyon, condiscípulo en el Seminario Mayor del P. Champagnat, decía, a unos 25 años de distancia de la fundación de los Hermanos, lleno de asombro: “Dios lo escogió y le dijo: ‘Champagnat, haz esto’; y Champagnat lo hizo...” No podía explicar de otra manera un éxito tan asombroso.:

 

(F. AIDANT, SUMM 192): Certifico que su respeto hacia el Santísimo Sacramento era de los más edificante. Hacía frecuentes visitas a la capilla en el curso de la jornada para consultar a Nuestro Señor, hacerle partícipe de sus proyectos y de sus dudas. Nos decía que, no siendo sino un instrumento entre las manos de Dios, no quería hacer nada ni emprender nada sin consultarle.

 

(F. AIDANT, SUMM 194): Certifico haber observado, desde mi llegada al noviciado, una compostura respetuosa, digna y recogida del Venerable Fundador, no sólo durante los ejercicios de piedad, sino en todo lo demás. Aunque de carácter alegre y abierto, se observaba siempre en él un semblante reflexivo y de gravedad que no podía provenir sino del pensamiento de la presencia de Dios, del que estaba penetrado.

 

(F. AIDANT, SUMM 194): Nos decía que ese ejercicio es el más corto y el más fácil para llegar a la perfección. Nos recomendaba su práctica con mucha frecuencia, ya en sus instrucciones, ya en sus avisos particulares. Pero pedía hacerlo sin esforzarse mucho: un simple recuerdo, una mirada del alma a Dios que nos penetra, y en quien, como dice el Apóstol, vivimos, nos movemos y somos.

 

(F. AIDANT, SUMM 88): Nos repetía su máxima favorita, en la que se reflejaba su humildad y su confianza en Dios: “Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum laboraverunt qui aedificant eam”.

 

(F. BASSUS, SUMM 99): Cuando se trataba de la admisión de un aspirante, el Padre Champagnat le exigía piedad, buena salud y amor al trabajo.

 

(F. CALLINIQUE, SUMM 256): Durante mi noviciado, el P. Champagnat rezaba diariamente las letanías de la Sma. Virgen, de rodillas, al pie del altar, después de la Misa celebrada por él, que era la de la comunidad; pero no sé por qué intención. Durante el rezo de esta oración, su rostro irradiaba confianza y alegría; su mirada permanecía dirigida a la imagen de María, colocada arriba del altar. Hubiérase dicho que veía realmente a la Reina del Cielo. Jamás, pero jamás, olvidaré esa actitud tan piadosa, esa confianza visible en el rostro seráfico del venerable Siervo de Dios.

 

(F. CAMILLE, SUMM 263): Le oí a menudo decir: “Si el Señor no construye, en vano trabajamos”; “Ud. se cansa mucho en clase, pero si no pone su confianza en Dios y no consigue su ayuda mediante la oración, Ud. se cansa en vano.” En otras ocasiones le oí decir: “¿No nos ha dado Dios tantas pruebas de su bondad para enseñarnos a contar con él?”.

 

(F. CAMILLE, SUMM 263): Le oí a menudo decir: “Si el Señor no construye, en vano trabajamos”; “Ud. se cansa mucho en clase, pero si no pone su confianza en Dios y no consigue su ayuda mediante la oración, Ud. se cansa en vano.” En otras ocasiones le oí decir: “¿No nos ha dado Dios tantas pruebas de su bondad para enseñarnos a contar con él?”

 

(F. EUTHYME, SUMM 190): Su veneración por las iglesias: la limpieza que exigía y el adorno de la capilla del Hermitage; nada de cuanto servía para el culto era demasiado hermoso, demasiado rico. Todas las festividades eran celebradas con la máxima solemnidad posible, incluso en la antigua capilla, la cual era pequeña y bastante incómoda. No sabríamos expresar la dicha que el buen Padre experimentó cuando se erigió la nueva capilla en 1836. El fue quien encargó el altar mayor actual, una pequeña maravilla para su época.

 

(F. EUTHYME, SUMM 258): Constantemente recomendaba la práctica de la presencia de Dios (...) y todos los años, mandaba poner esta práctica como la primera de las resoluciones del retiro.

 

(F. EUTHYME, SUMM 258): El Venerable Padre hacía la oración de la mañana y la meditación con la comunidad. Su compostura y su semblante tan lleno de la presencia de Dios obligaban a cuantos asistían a orar bien. A menudo, añadía algunas profundas reflexiones al tema que se había dado, y frecuentemente también, al final de la oración, pedía cuenta públicamente del modo como se había realizado este ejercicio. Yo experimentaba un gozo indecible en colocarme siempre junto a él en las oraciones de la comunidad.

 

(F. GERASIME, SUMM 246): Sé que el Siervo de Dios confiaba tan poco en sí mismo que, cuando ya tenía la lista de las colocaciones, decía a los Hermanos: “Pidamos a Nuestro Señor que bendiga este trabajo”. Tomaba entonces la lista y la colocaba sobre el altar durante la Santa Misa, y en el transcurso de varios días dirigía a Dios fervientes plegarias para que bendijera dichas colocaciones.

 

(F. GERASIME, SUMM 246): Sé que la celebración del Santo Sacrificio llegó a ser para él la mayor de las dichas, y que todos los que lo vieron celebrar se sentían movidos a devoción por su porte sencillo y humilde, a la vez que recogido. Sé que es verdad que el Siervo de Dios no dejó ni un día de celebrar la Santa Misa, y que se le vio recorrer a pie 5 ó 6 leguas para tener el consuelo de poder celebrar. Es cierto que sobre el tema se podrían citar muchos ejemplos.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 250): Me acuerdo que el Siervo de Dios nos recomendaba frecuentemente el santo ejercicio de la presencia de Dios; y nos exhortaba a ponerlo en práctica, haciendo todas nuestras acciones ante Dios, en Dios y por Dios.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 251): Siempre me edificaba y conmovía el oír al Siervo de Dios pronunciar, tan grave y piadosamente, el “Ecce Agnus Dei”, antes de la comunión.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 252): El Siervo de Dios nos exhortaba también a la devoción a los santos Angeles, sobre todo al de la Guarda, que es nuestro mejor amigo después de Jesús, María y José. Era su deseo que se tuviese gran devoción a los santos patronos de bautismo y de Religión. El mismo profesaba gran devoción por todos los santos, especialmente a San Luis Gonzaga, patrono de la juventud, y a San Francisco Regis, apóstol de Marlhes y de las comarcas circundantes. De vez en cuando, nos hacía hacer una novena a estos santos, por las necesidades de cada uno. Celebraba sus fiestas con mucho esmero, haciendo venerar sus reliquias a continuación de la bendición con el Santísimo.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 252): La devoción a San José era uno de los temas favoritos del Siervo de Dios. Nos comprometía a honrarlo y a invocarlo todos los días porque era todopoderoso ante Jesús y María para ayudarnos en nuestras necesidades espirituales y temporales. Y que, después de María, nuestro Recurso Ordinario, San José es el Primer Patrono de la Congregación.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 399): Nos invitaba también a dar continuamente gracias a Dios por los bienes que sin cesar recibimos de sus manos generosas. Y sobre todo por los beneficios de la creación, de la redención, de la vocación a la fe y a la vida religiosa. En acción de gracias por todo ello, nos invitaba a rezar con frecuencia el MAGNIFICAT y el TE DEUM. Había establecido la práctica de rezar el TE DEUM en coro (dos a dos) , a media voz, al ir de la capilla a la sala de estudio o al trabajo.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 419): Siempre se le veía alegre. No me acuerdo haberlo visto triste ni desanimado, a pesar de las numerosas contradicciones y persecuciones que tenía que sufrir de sus enemigos. Nos edificaba por su bondad y su tranquilidad en las persecuciones. Jamás hablaba mal de sus enemigos. Al contrario, hacía pedir por ellos, para conseguir de Dios su conversión.

 

(F. JEAN CLAUDE, SUMM 542): Tuve la dicha de estar presente cuando el Siervo de Dios recibió la Extrema Unción. Recuerdo la emoción general que se produjo en la sala de ejercicios de la comunidad, donde se le llevó para la solemne ceremonia. Como yo no lo había yo visto desde hacia varios días, me impresionó de tal manera ver así al buen Padre que no pude contener mis lágrimas. Lo mismo les sucedió a los demás Hermanos, rompieron en sollozos al ver el estado de debilidad y sufrimiento de nuestro muy amado Padre. Viéndonos a todos reunidos a su alrededor, el Siervo de Dios nos dirigió sus últimas y conmovedoras recomendaciones (...) Todos los Hermanos, muy conmovidos y enternecidos, cayeron de rodillas, y estallaron de nuevo en sollozos. El buen Padre, no pudiendo él mismo contener sus lágrimas al contemplar el dolor de los Hermanos, se retiró a su cuarto, donde continuó en oración. Jamás olvidaré esta conmovedora escena.

 

(F. LAURENT, OM 756): Cuando regresaba al anochecer, sucedía a menudo que se presentaba todo desgarrado y enteramente cubierto de sudores y polvo. No se le veía nunca tan contento como cuando había trabajado y padecido mucho. Me tocó verlo varias veces trabajar con un tiempo de lluvias y de nieves. Nosotros dejábamos el tajo, pero él permanecía ahí, y con frecuencia con la cabeza descubierta a pesar de la inclemencia del tiempo. El tiempo que no se dedicaba al trabajo manual, se empleaba en la oración o en la meditación.

 

(F. LAURENT, OM 756): Nos hablaba a menudo del cuidado que la divina Providencia tiene de aquellos que confían en ella, y en particular por lo que se refiere a nosotros. Y cuando nos hablaba de la bondad de Dios y de su amor por nosotros, nos comunicaba ese fuego divino del cual él estaba lleno, y en tal medida y fuerza que las penas y los trabajos de la vida, con todas sus miserias, no hubieran sido capaces de desquiciarnos.

 

(F. LAURENT, OM 756): Tuvo mucho que sufrir a causa de caracteres tan diversos y de ciertos espíritus bizarros, muy difíciles de dirigir. Todos ellos podrían estar seguros de tener una buena parte en sus oraciones, pero si después de haber agotado todos los medios para ganarlos a Dios, seguían incorregibles, ¡Oh!, entonces era necesario cruzar la puerta de salida.

 

(F. MARIE JUBIN, SUMM 143) Jamás he visto celebrar la Misa ni realizar las ceremonias religiosas con tanta piedad, dignidad y respetuosa atención como las que el P. Champagnat ponía en todas sus funciones sacerdotales. Toda su persona expresaba en ellas algo de indefinible, que producía siempre una honda impresión.

 

(F. MARIE JUBIN, SUMM 143): Muchas veces oí al Siervo de Dios recomendar la práctica de la presencia de Dios.:

 

(F. MARIE LIN, SUMM 311): Desde mi noviciado, el Siervo de Dios, en la Casa Madre, llevaba a su comunidad a visitar al Santísimo Sacramento al salir de la comida y al ir a acostarse, después de cenar.

 

(F. RAPHAEL, SUMM 249): Me bastaba verlo en el altar, con su expresión radiante, para adivinar su gran fe y sentirme impulsado a participar con gusto en la Santa Misa. Tuve la oportunidad de ayudarle en las Eucaristías, durante dos meses (...) Me sentí muy dichoso y honrado al poder servir en el altar y me siento incapaz de expresar la emoción que me invadía cuando lo contemplaba ofreciendo el divino Sacrificio. Las pláticas que nos dirigía sobre la Eucaristía en los retiros eras sencillas, pero pronunciadas con tanta unción y claridad que nos brotaba espontáneo el comentario: “¡Sólo un santo puede hablarnos así!”.

 

(F. RAPHAEL, SUMM 250): En sus instrucciones, insistía con cariño en el tema de la Sma. Virgen; no nos cansábamos de escucharlo. Nos recomendaba muy especialmente que nos dirigiéramos a Ella, ante todo en los momentos de desaliento, asegurándonos por experiencia propia que obtendremos todo lo que pidamos.

 

(F. RAPHAEL, SUMM 312): Me tocó algunas veces encontrarlo en adoración ante el Santísimo Sacramento. Su actitud era perfecta (...) No me saciaba de contemplarlo, y las magníficas impresiones que recibí de él no se me olvidará jamás.

 

(F. THEODOSE, SUMM 195): Recuerdo siempre con agrado el tono de voz que empleaba en la recitación de las oraciones, y sobre todo, en el canto del prefacio durante la Santa Misa.

 

(F. THEODOSE, SUMM 355) : Me pareció siempre ser un hombre verdaderamente animado por el Espíritu de Dios. Su piedad era sólida y lúcida. Al juicio recto, juntaba entereza de ánimo, lo que lo hacía superar todas las dificultades. Iba directo a su objetivo, sin desviaciones. Era hondamente piadoso; pero no podía tolerar una piedad exagerada y mal entendida.

 

(F. THEODOSE, SUMM 93): El Padre nos insistía mucho sobre la presencia de Dios. Nos la recordaba cada día, lo mismo que la humildad.

 

(F.MARIE LIN, SUMM 249) Soy testigo de que el Padre Champagnat recomendaba mucho la práctica de la presencia de Dios.

 

(F.MARIE LIN, SUMM 249) Soy testigo de que el Padre Champagnat recomendaba mucho la práctica de la presencia de Dios. (F. MARIE JUBIN, SUMM 143) Jamás he visto celebrar la Misa ni realizar las ceremonias religiosas con tanta piedad, dignidad y respetuosa atención como las que el P. Champagnat ponía en todas sus funciones sacerdotales. Toda su persona expresaba en ellas algo de indefinible, que producía siempre una honda impresión. (F. MARIE JUBIN, SUMM 143): Muchas veces oí al Siervo de Dios recomendar la práctica de la presencia de Dios.

 

(P. PIERRE L. MALAURE, SUMM 180): De cuantos sacerdotes he visto en el altar (tengo 75 años), ninguno me ha dejado la impresión de fe más viva y de amor más fervoroso.

 

(P. PIERRE L. MALAURE, SUMM 181): Las frecuentes y largas oraciones presididas por el P. Champagnat, a la cuales me fue concedido asistir en la antigua capilla del Hermitage, manifiestan muy claramente que el Fundador de los Hermanos Maristas era piadoso.

 

(P. SEON, OM 625): Pero, al llegar al Hermitage, encontró al P. Champagnat menos optimista que él; y un poco extrañado de que le consiguieran aspirantes sin su colaboración. “Conoce Ud. bien a este candidato?”, preguntó el Padre Champagant. El P. Séon tuvo el pesar de pensar que el P. Champagnat lo rechazaría. Era necesario que esta pequeña Sociedad de María fuera caminando paso a paso, entre espinas. Cuando las cruces del exterior le faltaban, eran los propios miembros de la Sociedad quienes se las suministraban. ¡Providencia de Dios! Dios quería reivindicar para él solo toda la gloria de lo realizado.

 

(P. TERRAILLON, OM 701) Certifico que su respeto hacia el Santísimo Sacramento era de los más edificante. Hacía frecuentes visitas a la capilla en el curso de la jornada para consultar a Nuestro Señor, hacerle partícipe de sus proyectos y de sus dudas. Nos decía que, no siendo sino un instrumento entre las manos de Dios, no quería hacer nada ni emprender nada sin consultarle.

 

(Pbro. Mateo BEDOIN, SUMM 419): Puedo añadir que en las dificultades que mi tío experimentó en la construcción de la iglesia, se reconfortaba al pensar en las dificultades que el P. Champagnat había tenido en la fundación de su Obra, y me decía: “Cuando tengas dificultades, póstrate ante el Santísimo Sacramento, haz como el Padre Champagnat”.

 

(Sr. Claudio María LYONNET, SUMM 256): El Padre Champagnat era muy piadoso, tenía una gran devoción a la Sma. Virgen. Se le veía a menudo, por los caminos, con el rosario en la mano.

 

(Sr. Pedro María PASCAL, SUMM 314): Me ha impresionado profundamente su grande piedad y su gran amor a Dios cuando celebraba la Santa Misa. De ello guardo el más vivo de los recuerdos. Lo que me llamaba especialmente la atención era el tono firme con el que cantaba el prefacio. Salía uno siempre de esa capilla más conmovido y edificado que si hubiera escuchado el más elocuente sermón sobre el amor de Dios.

 

LEGISLACION

 

(Regla de 1837, Capítulo 02, Nº 11): A las ocho los Hermanos acompañan a los niños a la Misa; éstos irán de dos en dos, con los brazos cruzados; se tendrá cuidado de que no vayan bobeando para ver en las plazas ni hagan ruido al entrar en la Iglesia. Los Hermanos harán cuanto puedan para conseguir de los Señores Curas que la Misa sea a una hora fija.

 

(Regla de 1837, Capítulo 02, Nº 19): En seguida se hace una visita al Santísimo Sacramento si el Señor Cura lo juzga conveniente. Si no se va a la Iglesia, se rezan en clase las oraciones de la visita. Estas oraciones son: Acto para la Comunión espiritual, los actos de fe, esperanza y caridad, la oración Yo te saludo dulcísima Virgen María y el Angelus.

 

(Regla de 1837, Capítulo 04, Nº 13): Los Hermanos enseñarán a los niños a visitar con respeto y devoción al Santísimo Sacramento; insistirán sobre todo en el cuidado grande que deben poner para acercarse a El con frecuencia y dignidad.

 

(Regla de 1837, Capítulo 05, Nº 27): Los días en que los niños no asistan a la Santa Misa se hará con ellos una visita al Santísimo aunque se podrá dispensar de hacerla habitualmente en razón de las distancias.

 

(Regla de 1837, Capítulo 06, Nº 09): Diariamente los niños deberán lavarse, peinarse, asear sus vestidos y su calzado antes de asistir a la Santa Misa; lo harán después de arreglar su cama: al levantarse, si la Misa es antes del desayuno, o bien después de éste si la Misa se celebra a las ocho. Todo lo indicado en este artículo, lo hará por sí mismo el Hermano encargado cuando hubiere algún niño impedido para hacerlo.

 

(Regla de 1837, Capítulo 08, Nº 01): Antes de viajar o salir de paseo, los Hermanos harán una visita al Santísimo Sacramento; lo mismo harán al regreso siempre que les sea posible.

 

(Regla de 1837, Capítulo 08, Nº 07): Cuando los Hermanos viajen a la Casa Madre, lo primero que tienen que hacer a su llegada es una visita al Santísimo Sacramento, luego presentarse ante el Superior o su reemplazante a quien enseñarán su identificación. Se dirigirán en seguida con el Hermano encargado de recibirlos, cumplirán con diligencia sus comisiones y se dirigirán al lugar que se les asigne sin detenerse a charlar inútilmente. Al regreso las mismas diligencias sin olvidar su identificación.

 

(Regla de 1837, Capítulo 08, Nº 12): En cuanto sea posible, durante los viajes se asistirá a la Santa Misa y se recibirá la Sagrada Comunión sin omitir los demás ejercicios de piedad.

 

(Regla de 1837, Capítulo 10, Nº 05): No olviden los Hermanos de llevar consigo sus libros de piedad, a saber: el manual del cristiano, el Oficio de la Santísima Virgen, la Devoción al Sagrado Corazón y otros para la Misa y Comunión, el Combate espiritual y el Libro de Oro.

 

(Regla de 1837, Capítulo 11, Nº 01): Por un novicio fallecido se aplicará una Misa a la que asistirá toda la Comunidad. Dos Hermanos con sobrepelliz ayudarán la Misa; en seguida uno llevará la cruz y el otro el agua bendita. Los novicios llevarán el cuerpo al cementerio.

 

(Regla de 1837, Capítulo 11, Nº 02): El día del fallecimiento de un Hermano profeso temporal, se rezará el oficio de difuntos con tres lecciones y la Misa de entierro será con acólitos y dos clérigos. Los Hermanos profesos temporales trasladarán el cadáver.

 

(Regla de 1837, Capítulo 11, Nº 03): Por un Hermano profeso perpetuo, se rezará: 1º El oficio de difuntos con nueve lecciones, una Misa con diácono y subdiácono. Después del responsorio se cantará la Salve Regina. Los Hermanos perpetuos, si el número lo permite, cargarán el cadáver y se les dará preferencia para oficiar. 2º En los establecimientos, el jueves que siga a la recepción de la noticia de la muerte de un Hermano profeso perpetuo, se rezará el Oficio como se indica más arriba y la Comunión se aplicará con la misma intención. 3º Los Hermanos Directores mandarán celebrar una Misa, según la costumbre del lugar. 4 º Al principio del mes se celebrará una Misa en la Casa Madre por el descanso del alma del difunto y se aplicará la Sagrada Comunión con la misma intención.

 

(Regla de 1837, Capítulo 11, Nº 04): Se cantarán las Vísperas del Oficio de difuntos cada primer domingo de mes; el lunes siguiente se aplicará una Misa por todos los asociados y bienhechores de la Sociedad. En los establecimientos, las vísperas por los difuntos se rezarán el jueves del retiro mensual.

 

EL ESPIRITU DE LA REGLA

SEGUNDA PARTE DE LA REGLA DEL 37, EDITADA ESPECIFICAMENTE PARA EL NOVICIADO. ELABORADA POR EL H. FRANCISCO Y APROBADA POR EL PADRE FUNDADOR.

 

[41] Método para pasar santamente una media hora o un cuarto de hora o aun algunos minutos ante el Santísimo Sacramento.

 

1. La devoción al Santísimo Sacramento es sin replica la mas sólida, la más agradable a Dios y la más ventajosa para nosotros. No hay cristiano que no deba acudir seguido a desahogar su corazón delante de un Dios que hace sus delicias de habitar entre los hijos de los hombres. Id a él, tanto como los Pastores y los Reyes para adorarlo, tanto como los Apóstoles y los discípulos para escucharlo y recibir sus enseñanzas; tanto como Magdalena para llorar nuestros pecados o para contemplar sus perfecciones admirables. Presentaos delante de él como el enfermo del Evangelio, para ser curado de vuestras enfermedades, como los pobres para presentare nuestras necesidades, y pedirle en vuestras dudas, en nuestras inquietudes y en vuestras penas, los consuelos y las gracias que os son necesarias. En las visitas que se hacen por turno según el uso, debe uno mirarse como el representante de la comunidad para ofrecerle los homenajes y rogar por las necesidades de toda la Sociedad.

 

2. El tiempo que paséis con devoción al pie de los altares, delante de Jesucristo, será el tiempo en que obtendréis más gracias y el que vos consolará a la muerte y durante la eternidad. No hay lugar en donde Jesucristo escucha más prontamente las oraciones de los fieles. Sabed que vos obtendréis puede ser más en un cuarto de hora de oración ante el Santísimo Sacramento que en todos los ejercicios espirituales del día.

 

3. Entrad y caminad en el templo con modestia y recogimiento; haced la genuflexión con un profundo respeto tanto interior como exterior; de la misma manera teneos todo el tiempo en una posición muy respetuosa, no mirando de un lado y de otro sino teniéndolos sobre un libro, o sobre Jesucristo en el tabernáculo, o modestamente bajos; penetrado el corazón de temor, de amor, de gratitud y de confianza en la presencia de este adorable Salvador. Unios a los santos ángeles siempre postrados a sus pies en la Santa Eucaristía, que adoran, alaban y glorifican continuamente, arrebatados de admiración a la vista del amor que El nos muestra. Procurad imitar aquí abajo, en donde solo vemos a través de los velos eucarísticos, la conducta y los sentimientos de los Bienaventurados en el Cielo, que lo ven al descubierto y sin velo.

 

4. Pensad que estáis delante del Hijo eterno de dios, el perfecto adorador de su Padre, Dios el mismo, vuestro Creador, vuestro Salvador, vuestro Rey, vuestro Maestro, el médico y el esposo de vuestra alma, que quiere vivir en vos sobre la tierra, conversar con vos, darse enteramente a vos, tomar parte en las penas de vuestro destierro y haceros partícipes de todos sus bienes en el cielo. Conversad de corazón a corazón como si lo vierais con vuestro ojos; habladle de las cosas de vuestro prójimo, tanto públicas como particulares; en fin, no lo olvidéis a El mimo; regocijaos con él de las conquistas que hace, todos los días, la fe en los piases idólatras, compadeceos de las ofensas que se cometen contra él. Por lo demás, cuando se ama a Jesucristo se encuentran muchos sujetos para entretenerse con él.

 

5. Si os encontráis en la sequedad, si vuestro espíritu no os comunica nada para decir a Jesús, no os desalentéis, teneos en su presencia con humildad. Aunque no digáis nada, él ve el fondo de nuestro corazón; él sabe por que estáis ahí, es suficiente. No busquéis hablarle siempre, escúchalo; que de cosas no tiene él que decir a vuestro corazón... Quedaos algún tiempo en paz y en silencio para darle la ocasión de obrar en vos y para dejaros penetrar de sus gracias y de sus dones. Se le place a ese divino esposo decir una sola palabra, haceros gustar de sus perfumes, arrojaos en espíritu a sus pies, abrazadlos y decirle todo lo que el más puro amor y el más ardiente puede sugeriros de más tierno.

 

6. Pensad que Dios después de haber recibido vuestro homenaje y las señales de vuestra entrega a su servicio, vos prepara un delicioso festín, que es un goce anticipado del paraíso. Disponeos purificando vuestro corazón y reconociendo vuestra indignidad. Conservad un ardiente deseo de recibir a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, y un afectuoso sentimiento como si lo hubierais recibido en efecto. El Señor hizo conocer a Sta. Catalina de Siena la satisfacción que tenia a sus comuniones espirituales, y las gracias que el derrama, demostrándole dos vacos sagrados, uno de oro y otro de plata, y diciéndole que en el vaso de oro conservaba sus comuniones sacramentales y en el de plata sus comuniones espirituales.

 

7. Vos no saldréis de la casa de un amigo sin despediros de él y de saludarle más de una vez; no dejéis de rendirle esos deberes a Nuestro Señor antes de retiraros; testimoniadle vuestra gratitud por todas las gracias que os ha hecho en esta visita, y vuestra persona de estar obligado de ausentarse ante tan buen Maestro; pedidle su bendición y rogad a los ángeles que rodean su altar que lo alaben y bendigan por vosotros.

 

[36] Manera de estar en la misa.

 

1.- Póngase en la santa presencia de Dios que se digna habitar en el templo como en su propia casa, con todo el resplandor de la grandeza de su divina majestad. Imagínese a los ángeles, a los querubines y a los serafines que llenan el santo lugar, principalmente el santuario que rodea al sacerdote, con los sentimientos más profundos de humildad y de respeto.

2.- Reconozca su indignidad y pida a Dios perdón por su pecados, haciendo con el sacerdote la confesión general con un corazón lleno de arrepentimiento, a fin de prepararse mediante la pureza del alma a beneficiarse de los frutos de Sacrificio.

3.- Dirija su intención a los cuatro fines principales por los que este divino sacrificio fue instituido: 1º para adorar a la Majestad de Dios y todas sus divinas perfecciones, y reconocerlo como creador y primer principio, soberano Señor y nuestro fin último; 2º para dar gracias a Dios de todos los bienes que nos ha hecho, en el pasado y actualmente, y esto hacia todas las criaturas y particularmente a la santa humanidad de nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de todos los santos; 3º para obtener el perdón de nuestros pecados y atemperar el enojo de Dios, para reparar la injuria que le producen nuestras faltas y hacerle apartar de nosotros su ira; 4º para pedirle todos los bienes y todas las gracias que nos son necesarias para el cuerpo y para el alma, para esta vida y para la otra.

Además de estas intenciones generales, cada uno hará bien en tomar otras particulares, según su inspiración, sus necesidades y los consejos de su director: por ejemplo, la victoria sobre tal pasión, la adquisición de tal virtud, la conversión de tal pecador, el éxito de tal asunto, el alivio de las penas de las almas del purgatorio, etc...

 

Hay varias manera de emplear piadosamente el tiempo de la santa misa.

La primera consiste en escuchar lo que el Sacerdote va diciendo en alta vos, unirse a él con el espíritu y el sentimiento; hasta respondiéndole, según la costumbre (del lugar); y en relación con las oraciones que el sacerdote recita en voz baja, pues sabérselas de memoria lo suficiente como para poder ocuparse de ellas en nuestro interior, a medida que él las va musitando. Hay que esforzarse en seguirlo e imitarlo en espíritu de fe en todo el detalle de las oraciones y ceremonias (posturas)., Para esto hay que leer con antelación para instruirse en el significado de las cosas. De esta forma se ofrece conjuntamente con el Sacerdote el sacrificio del adorable Cuerpo y Sangre de Jesucristo.

 

La segunda consiste en leer en un libro las oraciones que se relacionan con el Santo Sacrificio, de recitar el rosario o cualquier otro acto piadoso que se puede ir repitiendo a manera de rosario, para cultivar afectos y movimientos interiores que se relacionen con las acciones y oraciones que va haciendo el Sacerdote; o en fin mediante algunos pensamientos conformes al espíritu de la Iglesia, según el tiempo litúrgico y las fiestas que se nos van proponiendo.

 

La tercera consiste en considerar atentamente los misterios de la pasión de nuestro Señor Jesucristo con el fin de impulsarnos a amarle y servirle con mayor devoción. Las oraciones, las ceremonias y los mismos ornamentos van teniendo un significado especial y nos indican los diversos sufrimientos de nuestro Señor. Para esto último uno puede ayudarse con el método siguiente:

 

1º Desde que el Sacerdote sube al altar hasta el Evangelio, considera de una manera simple y general la venida y la vida de nuestro Señor.

2º. Desde el evangelio hasta el ofertorio, considera la predicación de nuestro Señor y dile que quiere vivir y morir dentro de la fe y la obediencia a la santa Iglesia Católica.

3º. Desde el ofertorio hasta el Padrenuestro, aplica tu corazón a los misterios de la pasión y muerte de nuestro Redentor que están siendo actualizadas en el santo sacrificio.

4º. Desde el Padrenuestro hasta la comunión, desea estar para siempre unido con un gran amor a Dios. Haz una comunión espiritual si no vas a comulgar físicamente., Para ello, renueva mediante un acto de fe el sentimiento que te engendra la convicción de la presencia de Jesucristo en el altar. Formula un acto de contrición y mueve tu corazón a tener un ardiente deseo de recibirlo junto con el Sacerdote.

“Oh Jesús, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento, yo de adoro, te amo, te deseo, ven a mi corazón, me uno a ti, nunca te separes de mi”

Después, quédate en silencio y mira a tu Dios dentro de ti mismo, tal como si hubieras físicamente comulgado, adóralo, agradécele y haz todos los actos habituales para ese caso.

6º. Después de la comunión hasta el fin de la misa, agradece a Dios por todas las gracias que te ha concedido, las que te está haciendo en ese momento y por las que te dará en lo sucesivo. Invita a todos los moradores del cielo a agradecer contigo esta bondad de Dios. Une tu espíritu y tu corazón a los santos Ángeles que rodean el altar, para alabar y glorificar con ellos a Nuestro Señor, el día y la noche.