PATRIMONIO ESPIRITUAL MARISTA
CEPAM/H. A.Brambila
ELEMENTOS DOCUMENTARIOS SOBRE
LA EUCARISTIA EN LA ESPIRITUALIDAD DE MARCELINO
BIOGRAFIA
(JBF,
VPC: 01,02,014): Sin embargo, la aplicación al estudio no le hizo olvidar el
cuidado de su vida espiritual. Tenía, sin duda, gran empeño en instruirse,
porque sabía que la ciencia le era indispensable, pero deseaba con mayor ahínco
conseguir la virtud. La vida reglamentada del seminario, los ejercicios de
piedad, los avisos, la sabia orientación de los superiores, los buenos ejemplos
que veía, fueron medios que supo aprovechar. Los ejercicios de piedad tenían
atractivo especial para él. Asistía a ellos con tal fervor y modestia que
superiores y condiscípulos se fijaron en él. No satisfecho con los ejercicios
reglamentados, solicitaba con frecuencia orar en particular, y, sobre todo,
hacer visitas al Santísimo Sacramento durante los recreos. Su devoción a la
Santísima Virgen, a san Luis Gonzaga, a san Francisco Regis se incrementó con
las instrucciones que recibía y las prácticas del seminario en honor de la
Madre de Dios y de esos dos grandes santos. Hasta entonces se acercaba a los
sacramentos mensualmente. En el seminario solicitó comulgar primero cada quince
días, y luego todos los domingos. Las ceremonias litúrgicas, que en el
seminario se desarrollaban con mucha solemnidad, elevaban su espíritu
despertando en su corazón sentimientos tan tiernos que difícilmente podía contener.
Muchas veces, algunas canciones le hacían verter lágrimas, en especial aquella
de santa Teresa que habla de la comunión y de las ansias de morir.
(JBF,
VPC: 01,02,019): 8. Haré una visita al Santísimo Sacramento después de la clase
o de la conferencia, para examinarme ante el Señor y ver si cumplí estas
resoluciones y también para pedirle humildad.
(JBF,
VPC: 01,02,019): Deseos tan vehementes de corregir sus defectos y adquirir las
virtudes, voluntad tan decidida y tenaz en tomar todos los medios, le hicieron
progresar a pasos agigantados en el camino de la perfección. Pronto llegó a ser
uno de los más fervorosos y regulares del numeroso grupo de jóvenes
seminaristas que por entonces llenaban el seminario mayor. Había distribuido su
tiempo entre la oración y el estudio de la teología, de modo que todos los
momentos estaban ocupados. Ni los recreos eran para él tiempo perdido. Los
empleaban en conversaciones edificantes con sus compañeros o en actos de
caridad, como servir a los enfermos, decorar los altares, barrer la iglesia o
hacer alguna visita al Santísimo Sacramento, cuando le daban permiso que
solicitaba frecuentemente.
(JBF,
VPC: 01,03,021): 6. Asistiré diariamente a la santa misa en cuanto me sea
posible. Y regresaré inmediatamente para estudiar una hora de teología por lo
menos..
(JBF,
VPC: 01,03,022): 9. Erigiré un oratorio en honor de la Santísima Virgen y san
Luis Gonzaga. En él, de rodillas ante el crucifijo, adoraré espiritualmente al
Santísimo Sacramento del altar y haré con el mayor recogimiento los ejercicios
de piedad..
(JBF,
VPC: 01,03,024): Con la vocación sacerdotal, Dios le concedió al mismo tiempo
celo ardiente por la salvación de las almas e instrucción de los ignorantes. En
ninguno de los dos seminarios, como hemos podido comprobar, desaprovechó
ninguna oportunidad para desplegar ese celo con sus compañeros, sobre los que
tenía cierto ascendiente. Pero consideraba como obligación preferencial la
salvación de los miembros de su familia, que era una de sus ocupaciones fundamentales
durante las vacaciones. En primer lugar, los encomendaba a Dios en todas sus
oraciones. Y se comportaba siempre y en todo de modo que pudieran tomarle por
modelo. Les hacía a diario alguna lectura piadosa, les daba orientaciones y
consejos. Y en las charlas ordinarias que mantenía con ellos trataba de
formarlos en las verdades cristianas, e inducirlos a la estima de la religión,
mostrándoles su belleza y los beneficios que trae consigo. También intentaba
inspirarles devoción a la Santísima Virgen, a los angeles custodios y a las
almas del purgatorio. Al caer la tarde rezaban la oracion en familia. Y los
domingos y días festivos añadía tambien el rosario. A menudo reunía en su
habitación a los chicos de la aldea para enseñarles el catecismo y las oraciones.
Los domingos convocaba incluso a los mayores y les daba una corta pero emotiva
instrucción sobre los misterios de la religión, los deberes del cristiano y el
modo de asistir provechosamente a misa y a los oficios sagrados. Varias
personas recordaban aún, treinta años mas tarde, lo que les había enseñado en
esas charlas y manifestaban entre lágrimas los sentimientos que en sus almas
había despertado..
(JBF,
VPC: 01,04,036): 3.- Nunca celebraré la santa misa sin haberme preparado antes
al menos durante un cuarto de hora. También dedicaré un cuarto de hora, al
menos, a la acción de gracias después de la misa..
(JBF,
VPC: 01,04,037): 15. Después de misa estaré a disposición de quienes quieran
confesarse. El resto de la mañana lo dedicaré al estudio, si no me reclaman
otras funciones de mi ministerio..
(JBF,
VPC: 01,04,037): 5. Haré una visita al Santísimo Sacramento y a la Santísima
Virgen a lo largo del día..
(JBF,
VPC: 01,04,037): 6. Cuando salga para ir a ver a un enfermo, o por cualquier
otro asunto, visitaré también al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen.
Asimismo al regreso, para agradecer a Dios las gracias que me conceda y pedirle
perdón por las faltas en que haya podido incurrir..
(JBF,
VPC: 01,04,043): Para que la catequesis resulte provechosa a los niños, hay que
hacérsela amena. Eso lo consiguió a maravilla el señor Champagnat. Así tuvo la
satisfacción de ver cómo los niños asistían con gran asiduidad a su catecismo.
Ni el frío, ni la nieve, ni la lluvia... nada era capaz de arredrarlos cuando
tenía que ir a la catequesis. Algunos se hallaban a una hora, hora y media y
hasta dos horas de la iglesia: eso no era obstáculo para que llegasen siempre
antes de empezar la catequesis, que comenzaba muy temprano. Sucedía a menudo
que antes de amanecer ya se hallaban algunos a la puerta de la iglesia. En una
ocasión unos niños, engañados por la claridad de la luna, salieron demasiado
temprano, caminaron una legua y llegaron a la iglesia antes de que abrieran.
Cuando poco después llegó el señor Champagnat, con su linterna en la mano, para
celebrar la misa, quedó sorprendido al ver un grupo de personas a la puerta. Al
acercarse y ver que se trataba de los niños de la catequesis, se sintió
emocionado. Después les abrió la puerta y entraron con él. Al ver que se ponían
de rodillas en un lugar expuesto a la corriente cuando se abría la puerta, bajó
del altar para decirles que se acercaran y se colocasen en un lugar más
conveniente. Terminada la misa, explicó como de costumbre el catecismo y elogió
públicamente el entusiasmo y la asiduidad de aquellos niños para estímulo de
los demás. Les recomendó, sin embargo, que no volvieran a salir de sus casas
tan de mañana, no fuera a sucederles algún percance desagradable..
(JBF,
VPC: 01,05,047): La costumbre de cantar las vísperas después de la misa mayor
le sugirió la idea de implantar por la tarde un breve acto litúrgico para los
vecinos de Lavalla y los que vivían cerca de la iglesia. Este ejercicio,
aprobado por el señor párroco, consistía en el canto de completas, oración de
la tarde y lectura espiritual, seguida de algunas reflexiones. Como el señor
Champagnat ponía entusiasmo en todo, pronto casi todos los vecinos del pueblo
asistían a este ejercicio. Las lecturas, exhortaciones y consideraciones
sencillas, variadas y siempre emotivas, fueron probablemente el elemento que
más contribuyó a formar en la piedad y en la virtud a gran número de fervorosos
cristianos que fueron modelo y gloria de la parroquia. En esas pláticas
familiares descendía a los más pequeños detalles de los deberes del cristiano y
de las prácticas de piedad destinadas a santificar los actos ordinarios de cada
día y hacerlos meritorios para el cielo. Veamos algunos ejemplos ..
(JBF,
VPC: 01,05,049): En otra ocasión hablaba así a las madres de familia: “Claro
que queréis mucho a vuestros hijos. Os gustaría que fueran buenos y merecedores
de las bendiciones divinas. Os sentiríais dichosas si un ángel os anunciara que
vuestro hijo iba a llegar a ser santo. Pues bien, de vosotras depende: será
santo si queréis que lo sea. En efecto, si lo educáis desde la más tierna
infancia la piedad, os aseguro, en nombre de Dios, que llegará a ser un
predestinado. Me diréis que es difícil educar cristianamente a un hijo, que os
encantaría poder dar una excelente educación a los vuestros, pero que no sabéis
cómo hacerlo. Os equivocáis: educar bien a un hijo es facilísimo para los
padres. Lo vais a ver. Madres, ofreced diariamente a Dios el hijo que lleváis
en brazos. Consagrádselo a la Santísima Virgen. Pedidle a la divina Madre que
vuestro hijo sea bueno, que conserve su inocencia bautismal y se salve. De vez
en cuando, acercaos al Santísimo Sacramento del altar para presentárselo a
Nuestro Señor y pedid al divino Jesús, que tanto amó a los niños, que bendiga
al vuestro y que le haga crecer en sabiduría y gracia como crece en edad . Y cuando empiece a hablar, enseñadle a
pronunciar los santos nombres de Jesús y de María, a rezar diariamente las
oraciones por la mañana y por la tarde. Tenedlo cerca; evitad que se junte con
malas compañías o vaya con quienes podrían escandalizarlo. Y dadle siempre buen
ejemplo. Esforzaos por inspirarle extremo horror al pecado. Repetidle que
cometer un pecado mortal es la mayor de las desgracias y que preferiríais ver
quemarse vuestra casa a verle ofender a Dios. Habladle de la primera comunión y
animadlo a que diariamente pida a Dios con alguna oración la gracia de hacerla
bien. Los domingos, traedlo con vosotras a la iglesia, enseñadle a seguir la
misa y asistir piadosamente a los actos litúrgicos como sabéis hacerlo. Ante
todo, no dejéis de inspirarle una gran devoción a la Santísima Virgen.
Acostumbradlo a dirigirle cada día alguna oración y a acudir a ella en todas
sus necesidades con entera confianza. ¿Os parece difícil cuanto acabo de
deciros? Seguramente que no. Pues es suficiente para educar cristianamente a
vuestros hijos y asegurar su salvación. Un niño así educado no puede perderse.
No, no, la Santísima Virgen no permitirá que se condene un alma que le ha sido
consagrada con frecuencia; y si llega a descarriarse en algún momento de su
vida, ella encontrará el medio de traerla al camino de salvación. Nuestro Señor
no puede consentir que se extravíe y pierda su amistad y el cielo un niño para
el que tantas veces se pidió su bendición. Se cuenta en el Evangelio que el
divino Salvador tomó un día en sus rodillas a un niño, lo abrazó y lo bendijo.
Pues bien, se dice que ese niño era san Marcial. La sola bendición de Jesús fue
suficiente para lograr su salvación y hacerlo santo. ¡Cómo podéis dudar de la
salvación de vuestro hijo si Jesús lo bendice a diario! No, no es posible. ¡Un
niño que ha sido ofrecido a menudo a Jesús y María no puede condenarse!..
(JBF,
VPC: 01,06,059): Los trabajos de su ministerio sacerdotal y los frutos de
salvación que conseguía en las almas, no habían logrado quitar del pensamiento
del señor Champagnat el proyecto de fundación de los Hermanos. La idea lo
obsesionaba a todas horas: en medio de las más absorbentes ocupaciones, en sus
correrías y en las visitas a la gente del campo, que encontró sumida en la más
crasa ignorancia, en las catequesis que daba a los niños, en su oración y hasta
en el altar durante el augusto sacrifico de la misa. En sus coloquios con Dios
no cesaba de confiarle su proyecto. Le decía a menudo: ”Aquí me tienes, Señor,
para hacer tu santa voluntad.” Otras veces, por miedo de ser víctima de alguna
ilusión, exclamaba: “Dios mío, si esta idea no procede de ti y no va a redundar
en tu gloria y en la salvación de las almas, apártala de mí.”.
(JBF,
VPC: 01,06,061): Juan Bautista Audras, muchacho de inocencia y pureza
angelicales, se encuentra un día con el libro Piénsalo bien y lo lee con
avidez. La lectura le llena los ojos de lágrimas y decide salvar su alma a toda
costa. Con estos sentimientos se arrodilla y pide a Dios que le inspire lo que
debe hacer para servirle perfectamente. Al levantarse, está decidido a
abandonar el mundo y entrar en la congregación de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas. Después de madurar esa resolución durante unos días se la comunica
a sus padres, que no le hacen caso y toman sus deseos como una veleidad
infantil. Transcurrieron varios meses y su decisión de abrazar el estado
religioso se iba consolidando. Un domingo salió de casa muy temprano y se fue a
oír misa a la parroquia de San Pedro de Saint-Chamond. Luego se dirige a casa
de los Hermanos y pide hablar con el Hermano Director, le. comunica su proyecto
y le. ruega que le ayude a realizarlo escribiendo al Superior General del
Instituto. El Hermano Director, conmovido por tan magnífica disposición, lo
anima en su deseo, pero le dice que aún es demasiado joven para ser admitido en
el noviciado. Lo invita a encomendar a Dios su vocación y consultar al confesor
asunto de tal trascendencia. Las palabras del buen Hermano lo dejaron poco
satisfecho. Si por un lado se vio colmado de gozo al ver confirmado su
propósito de abandonar el mundo y recibir la promesa de ser admitido en los
Hermanos de las Escuelas Cristianas, por otro se sintió apenado al verse
obligado a tener que esperar aún algún tiempo.
(JBF,
VPC: 01,06,064): Distribuían el tiempo entre la oración, el trabajo manual y el
estudio. Los ejercicios de piedad fueron al principio pocos y muy breves:
oración de la mañana, misa, lecturas cortas, tomadas del Manual del Cristiano o
del Libro de Oro, distribuidas a lo largo del día; rosario, visita al Santísimo
Sacramento y oración de la noche. La ocupación manual consistía en fabricar
clavos. El producto de ese trabajo era suficiente para el sustento. El señor
CHAMPAGNAT, que los quería como a hijos, los visitaba a menudo, trabajaba a
veces con ellos, los animaba y les daba clases de lectura y escritura. Los
orientaba y les comunicaba los planes y proyectos que abrigaba para gloria de
Dios y salvación de las almas. Los dos novicios correspondían a sus desvelos
con gran fidelidad. Pasaron el invierno solos, en paz y fervor, y practicando
todas las virtudes. En primavera, Dios les envió un nuevo Hermano, Antonio Couturier,
joven bueno y piadoso, pero sin instrucción alguna, que pidió ingresar en la
nueva comunidad. Fue admitido y, con el tiempo, llegó a ser el excelente y
virtuoso hermano Antonio, fallecido en Ampuis el 6 de marzo de 1850, después de
haber dedicado sus fuerzas y su salud a la educación de los niños y haber sido
siempre modelo de regularidad, humildad, obediencia, paciencia y amor a la
vocación.
(JBF,
VPC: 01,06,069): El reglamento de la reducida comunidad se modificó y
perfeccionó y se introdujeron las principales prácticas de la vida religiosa. A
las cinco, levantarse; en comunidad, oración de la mañana, seguida de media
hora de meditación. Después, santa misa, horas menores del oficio de la
Santísima Virgen y estudio. A las siete, desayuno, y, a continuación, cada
cual, en silencio, iba a su ocupación, que era, para la mayoría, el trabajo
manual. A las doce, almuerzo, seguido de la visita al Santísimo Sacramento y
recreo. Lo tomaban siempre juntos; la conversación debía versar siempre sobre
temas edificantes o encaminados a formar a los Hermanos en los conocimientos
necesarios a su vocación. La tarde, como la mañana, se ocupaba en el trabajo
manual. Hacia las seis, se reunía la comunidad para el rezo de vísperas,
completas, maitines y laudes del oficio mariano y rosario. Después, lectura
espiritual. Concluidos estos ejercicios, los Hermanos pasaban a la cocina para
cenar. Tomaban luego el recreo, al igual que después de la comida, y terminaban
con la oración vespertina y la lectura del tema de meditación para el día
siguiente. A las nueve se acostaban.
(JBF,
VPC: 01,06,070): Para favorecer el recogimiento y la piedad de los Hermanos,
habían escogido y acondicionado una salita que sirviera de oratorio. El mismo
señor Champagnat la arregló y encaló y colocó en ella un altarcito. Pero, dada
la pobreza de la comunidad, no podían comprar lo necesario para dotar el altar
y lo pidieron prestado en la iglesia parroquial. Ante este altar, a los pies de
María, los Hermanos hacían sus ejercicios de piedad, lectura espiritual,
manifestaban sus faltas, recibían el hábito del Instituto y más tarde firmaron
de rodillas sus primeros compromisos.
(JBF,
VPC: 01,07,076): A alguien que censuraba su actuación y lo acusaba de
sobrecargar a la comunidad, le respondió: ”Siempre he oído decir que ni limosna
trae pobreza, ni misa causa demora. Bien, pues vamos a comprobarlo.” Luego
añadió con un profundo sentimiento de fe: “Dios, que nos manda estos niños y
nos dará gracia de recibirlos, nos dará también con qué alimentarlos.”
(JBF,
VPC: 01,08,087): El señor Colomb de Gaste, alcalde de Saint-Sauveur-en-Rue, que
pasaba los veranos con su familia en su casa de Coin, y los domingos acudía a
oír misa a Marlhes, tuvo oportunidad de ver a los Hermanos acompañando a los
niños y quedó maravillado de la piedad de los maestros y de la modestia y buen
comportamiento de los discípulos. -¿Quiénes son estos maestros?, preguntó al
señor cura. Me han edificado profundamente. ¿De dónde los ha sacado usted? -Son
Hermanos, respondió el párroco, fundados por el señor Champagnat. Lo hacen
bien, estamos satisfechos de ellos. La parroquia los estima y los chicos han
cambiado por completo desde que están bajo su tutela.
(JBF,
VPC: 01,09,096): No dejó tampoco de acudir a María, en cuya protección tenía ilimitada
confianza. Celebró la santa misa e hizo numerosas novenas en su honor,
exponiéndole con la sencillez de un niño que, siendo ella la madre, superiora y
protectora de la casa, debía ocuparse de evitar su desaparición. “Es tu obra,
le decía; tú nos has reunido, a pesar de la oposición del mundo, para procurar
la gloria de tu divino Hijo. Si no nos socorres pereceremos; nos extinguiremos
como lámpara sin aceite. Pero si perece, no es nuestra obra la que perece, es
la tuya, pues tú lo has hecho todo entre nosotros. Contamos, pues, contigo, con
tu ayuda poderosa; en ella confiaremos siempre”
(JBF,
VPC: 01,10,104): El señor Champagnat no dudó en acometerla. Sin embargo, como
carecía de recursos, tuvo que construir el edificio ayudado de los Hermanos; no
intervino ningún otro obrero. La comunidad se levantaba a las cuatro. Hermano y
novicios hacían juntos media hora de meditación, asistían a misa e
inmediatamente se ponían al trabajo hasta las siete de la tarde.
(JBF,
VPC: 01,10,106): Pero esta preocupación por los trabajos manuales no era tan
absorbente como para hacerle descuidar la formación de los novicios.
Aprovechaba los recreos y los domingos para formarlos en la piedad y en los conocimientos
que necesitaban. Les daba lecciones de canto, les enseñaba a ayudar a misa y a
seguir las ceremonias de la iglesia; los formaba en la oración y catequesis.
Sus instrucciones eran breves, pero entusiastas y fervorosas. Giraban casi
siempre en torno a la piedad, la obediencia, la mortificación, el amor a Jesús
y la devoción a la Santísima Virgen y el celo por la salvación de las almas.
Nos alargaríamos demasiado si pretendiéramos hacer un análisis detallado; pero
no podemos por menos de consignar aquí algunas máximas que le eran más
familiares:
(JBF,
VPC: 01,10,107): “Un buen religioso experimenta más consuelos y mayor dicha en
un solo ejercicio de piedad, como la meditación, la asistencia a la santa misa,
una visita de un cuarto de hora al Santísimo Sacramento del altar, que las
personas más afortunadas del mundo en todos los placeres que una larga vida
pueda proporcionarles.”
(JBF,
VPC: 01,10,109): “La comunidad, aunque constituida por gente sencilla e
ignorante, reprodujo muy pronto las virtudes de su jefe. Eran admirables el
amor por la oración, el recogimiento y el fervor. Les parecía demasiado corto
el tiempo dedicado a los ejercicios de piedad, pedían prolongar la oración y
consideraban un privilegio el permiso de prolongarla, hacer una visita al
Santísimo Sacramento, rezar un rosario u otro ejercicio similar durante los
recreos, o por la noche después de haber leído el tema de meditación. Durante
el tiempo que tuve la dicha de vivir en el noviciado, no recuerdo que ningún
novicio dejara de levantarse puntualmente y hacer la meditación en comunidad.
Si alguno cometía una falta o quebrantaba algún punto de la Regla, no esperaba
a que le llamaran la atención; él mismo, de rodillas ante la comunidad, pedía
una penitencia.
(JBF,
VPC: 01,12,132): Unos diez Hermanos de los más robustos subían piedras al
segundo piso. Uno de ellos, al llegar a lo alto de la escalera con un enorme
pedrusco al hombro, siente que se queda sin fuerzas y se desploma; la piedra se
le cae y derriba al Hermano que lo seguía. Éste, sin sospechar nada, hizo
instintivamente un ligero movimiento de cabeza, con lo que la piedra, en lugar
de destrozársela, le ocasionó sólo una rozadura. El Padre Champagnat, que se
hallaba arriba y fue testigo del accidente, vio tan segura la muerte del
Hermano que le dio la absolución. Sin embargo, no le sucedió nada, aunque le
entró tanto miedo que echó a correr por el prado como un loco. El susto afectó
a todos los Hermanos testigos del accidente y, sobre todo al Padre Champagnat,
el cual mandó inmediatamente dar gracias a Dios por la protección que acababa
de conceder al Hermano. Al día siguiente ofreció la misa en acción de gracias
con la misma intención.
(JBF,
VPC: 01,12,133): Los principales medios que Dios les ofrece para conseguir la
virtud, santificarse y merecer el cielo, son: la oración, vocal y mental, la
frecuencia de sacramentos, la asistencia diaria a la santa misa, las visitas al
Santísimo Sacramento, la lectura espiritual, la Regla y la corrección fraterna.
(JBF,
VPC: 01,12,133): Procurar que los niños se confiesen cada tres meses y
prepararles con suma diligencia a la primera comunión; enseñarles a confesarse,
darles a conocer las disposiciones necesarias para recibir provechosamente los
sacramentos de penitencia y eucaristía, y exhortales acudir a menudo a esas dos
fuentes de gracia y salvación.
(JBF,
VPC: 01,13,140): El Buen Padre hizo estas visitas a pie y con un tiempo
bastante malo. Le resultó singularmente pesado el viaje a Charlieu por las
lluvias torrenciales que habían caído y que hacían intransitables los caminos.
Además, el Padre Champagnat, que era muy riguroso para consigo mismo, no se
andaba con miramientos ni se cuidaba lo más mínimo en los viajes. Podemos
comprobarlo al juzgar cómo se comportó en otro viaje que hizo a Charlieu algo
más adelante. Por la tarde, a las nueve, tomó la diligencia en Saint-Étienne y
llegó a Roanne a las ocho de la mañana. Celebró la santa misa y, en ayunas, se
fue andando hasta Charlieu, adonde llegó a la una. Al regreso, salió de
Charlieu a las cuatro de la madrugada, celebró la santa misa en Roanne, tomó
una sopa ligera, y llegó a comer a Vandranges, que se encuentra a seis leguas
de Roanne. Después de comer se puso de nuevo en camino y, tras varias horas de
marcha, sintiendo mucha sed, pidió de beber a una señora, que le ofreció vino,
pero no quiso tomarlo, contentándose con un poco de agua. Habiendo descansado
un rato en esta casa, se puso a enseñar el catecismo a los niños y les repartió
medallas de la Santísima Virgen. Al anochecer, habiendo llegado a Balbigny,
durmió en casa del párroco. Al día siguiente salió a las cuatro y celebró la
santa misa después de recorrer cuatro leguas; luego se puso nuevamente en
camino hasta La Fouillouse, donde tomó un caldo y algo de fruta. De La Fouillouse,
sin detenerse, hasta el Hermitage, adonde no llegó hasta las siete de la tarde.
Sabemos todos estos detalles por un obrero que lo acompañaba, y que aseguró que
nunca en su vida había pasado tanta hambre como en aquel viaje; y añadió:
“Varias veces estuve tentado de dejarle y entrar en alguna venta para comer.”
(JBF,
VPC: 01,13,142): A pesar de que se sentía consumido por una ardiente fiebre,
quiso estar presente en el oficio y la misa del gallo, y también en la misa
solemne y en las vísperas de Navidad. Y sólo al día siguiente, fiesta de san
Esteban, después de celebrar la santa misa, no pudiendo aguantar más, se
acostó. La enfermedad se agravó, y, pocos días después, llegó a tal extremo de
gravedad que se perdió la esperanza de curación. Hemos de consignar aquí, en
alabanza del señor Courveille, que se mostró muy afligido por la enfermedad del
Padre Champagnat y que escribió a todas las escuelas para prescribir a los
Hermanos que rezaran e hicieran rezar par obtener la curación del buen Padre.
(JBF,
VPC: 01,13,145): Pocos días después se presentó un postulante que solicitaba su
admisión en el Instituto. Lo hicieron subir a la habitación del Padre
Champagnat. Precisamente se encontraba allí el señor Courveille, el cual lo
examinó detenidamente y le describió con tal rigor las exigencias de la vida
religiosa que el muchacho, desalentado por lo que acababa de oír, estaba a
punto de desistir de su propósito. El Padre acababa de oír, estaba a punto de
desistir de su propósito. El Padre Champagnat, que se había mantenido en
silencio durante la entrevista, pero que no había quitado los ojos del
postulante, vio reflejado en su rostro el mal efecto que la descripción
exagerada de las obligaciones de la vida religiosa le había producido. Cuando
se disponía a retirarse, le hizo una discreta señal y, ya a solas, lo invitó a
visitar la capilla. Aunque apenas podía andar, lo acompañó él mismo par tener
oportunidad de continuar la conversación. Necesitó un buen rato para subir los
cuarenta escalones que llegaban hasta arriba. Y, aun apoyándose en la
barandilla y descansando en cada rellano, al llegar se encontraba agotado.
Después de unos instantes de adoración al Santísimo Sacramento, dijo al joven,
señalando la imagen de María: "Ahí tienes a la augusta Virgen, es nuestra buena
Madre. Será también la tuya si te quedas en esta casa que le está consagrada y
te ayudará a superar las dificultades de la vida religiosa." Y luego, al
salir, añadió: "No podemos decir que el yugo de Jesucristo sea duro y
pesado, ya que el mismo divino Salvador, que es la Verdad suma, nos enseña que
su yugo es suave, y que llevarlo constituye un consuelo y una dicha. Te
garantizo que encontrarás mayor satisfacción, alegría y contento en el servicio
de Dios, que los que podrían proporcionarte todos los placeres del mundo. Ven,
pruébalo y verás. La vida religiosa nada tiene de difícil para quienes están
animados de buena voluntad. No temas; te prometo la proteción de nuestra buena
madre, que te cuidará como a un hijo. Te espero, pues, uno de estos días, no me
falles.” Ante tales palabras, el postulante sintió cómo se desvanecían sus
temores y su corazón se llenaba de gozo y ánimo. “Sí, le respondió, vendré, se
lo prometo.” Días después ya estaba en el noviciado; y, como le había dicho el
buen Padre, experimentó pocas penas y muchos consuelos. Para asegurar su
perseverancia, iba a menudo a orar a los pies de la divina Madre, que nunca
dejó de protegerlo como a hijo. Este joven nunca titubeó en su vocación y fue
un excelente religioso.
(JBF,
VPC: 01,16,172): Las cosas estaban en ese punto, cuando el Padre Champagnat,
que había tomado un día para reflexionar, mandó llamar al grupo selecto que le
había manifestado su entera obediencia, y cuando estuvieron en su presencia,
les dijo: “Sólo después de haber reflexionado ante Dios durante mucho tiempo,
me decidí a cambiar las medias el año pasado. Desde entonces, no he dejado de
orar, reflexionar y consultar a personas prudentes. Pues bien, la oración, la
reflexión, las consultas y la experiencia que yo mismo he querido hacer de esas
medias, me llevan a ratificarme en mi decisión. Ahora estoy tan convencido de
que ésa es la voluntad de Dios, que nada podrá hacerme cambiar. El
comportamiento que los Hermanos han adoptado me ha causado profunda aflicción;
pero no ha sido capaz de suscitar en mí la idea de ceder lo más mínimo a sus
presiones. Al contrario, estoy dispuesto a despedir a todos los que no quiera
someterse. Mirad lo que vais a hacer: poned un altar en la nave de la capilla,
junto a la pared del lado sur. En ese altar, que decoraréis con sumo cuidado,
colocad la imagen de la Santísima Virgen rodeada de muchas velas. Cerrad la
puerta de la capilla para que nadie se entere de esos preparativos. Al
atardecer, a las ocho y media, cuando vayamos a la capilla para hacer la visita
al Santísimo Sacramento, procurad que todas las velas que habéis colocado estén
encendidas. Y, cuando ya estén presentes todos los Hermanos, uno de vosotros,
en voz alta y en nombre de todos los demás, me presentará la solicitud de las
medias de paño, la sotana con broches y el nuevo método de lectura. Poned por
escrito la petición y enseñádmela antes de leerla.”
(JBF,
VPC: 01,16,173): Por la tarde, después de la lectura del tema de la meditación,
la comunidad se dirigió a la capilla, como de ordinario, para adorar al
Santísimo Sacramento. Al ver el altar con tantas luces, todos se quedaron
sorprendidos y se preguntaban qué podría significar todo aquello y qué iba a
pasar.
(JBF,
VPC: 01,16,173): Terminada la adoración del Santísimo, el Padre Champagnat, que
se había arrodillado ante el altar mayor, se levantó y se volvió hacia los
Hermanos. Entonces, uno de los Hermanos más antiguos, adelantándose, se puso de
rodillas ante él y leyó la petición con estas palabras: “Reverendo Padre:
Profundamente afligidos de lo que está sucediendo en la casa y queriendo
caminar siempre por la vía de la obediencia y sumisión perfectas, nos postramos
a sus pies para expresarle nuestro dolor por los escándalos que se han dado
entre nosotros y manifestarle nuestra disposición de mostrarnos siempre dóciles
a su voluntad. Por consiguiente, arrodillados aquí ante nuestro Señor
Jesucristo y en presencia de María, nuestra divina Madre, le pedimos las medias
de paño y la sotana cosida y con broches por delante, al tiempo que le
prometemos llevarlas toda nuestra vida. Prometemos también que seguiremos en la
enseñanza las normas que nos ha indicado y, en particular, la de utilizar la
nueva pronunciación de las consonantes. Prometemos, finalmente, identificarnos
totalmente con su voluntad en los temas mencionados, así como en cualquier otro
asunto.”
(JBF,
VPC: 01,16,174): Cuando terminó el Hermano, el Padre Champagnat dijo con voz
fuerte: “Pues bien, quienes deseen ser buenos religiosos y auténticos hijos de
María, pasen aquí, junto a su divina Madre.” Señaló con la mano el altar de la
Santísima Virgen donde les invitaba a pasar, y repitió otra vez las mismas
palabras: “Todos los hijos de María, que pasen aquí, junto a su Madre.”
(JBF,
VPC: 01,16,174): En un abrir y cerrar de ojos, todos los Hermanos se
precipitaron hacia el altar de la Santísima Virgen y se colocaron en grupo a
sus pies. En la parte opuesta quedaban sólo unos cuantos que, sobrecogidos de
asombro y terror, no entendieron muy bien dónde debían colocarse. El Padre
Champagnat repitió: “El puesto de los hijos de María es éste, junto a su altar;
y el de los rebeldes, allí, en el lado opuesto.”
(JBF,
VPC: 01,20,226): Concluido el acto, todos los Hermanos se apresuraron a
reconocer como superior al reverendo Hermano Francisco y a ofrecerle sus
respetos y sumisión. La ceremonia terminó con el canto del Magníficat y una
misa de acción de gracias, en la que todos los Hermanos recibieron la sagrada
comunión.
(JBF,
VPC: 01,20,226): La ceremonia se inició con el canto de Veni Creator y la
celebración de una misa del Espíritu Santo rezada, a la que asistió toda la
comunidad. Concluida la misa, el Padre Colin dirigió a los Hermanos una breve
pero patética alocución para animarlos, una vez más, a hacer una buena
elección, y terminó con esta oración de los apóstoles: Señor, tú que conoces el
corazón de todos los hombres, muéstranos al que has elegido (Hch, 1, 24).
(JBF,
VPC: 01,21,230): A pesar de los sufrimientos, no quiso eximirse de seguir el
reglamento de la casa. De modo que continuó levantándose a las cuatro, como los
Hermanos, celebrando la misa comunitaria, acudiendo al refectorio a la hora de
las comidas -aunque en la mayoría de los casos casi nunca tomara nada-,
asistiendo a los recreos y yendo al trabajo. Su mayor satisfacción y consuelo
consistía en estar con los Hermanos, orar y trabajar con ellos y encontrarse
con la comunidad.
(JBF,
VPC: 01,21,232): El Jueves Santo quiso ir a celebrar la santa misa a La Grange
Payre. Intentaron disuadirlo, pero les dijo: “Dejadme, ya que es la última vez
y, si espero un poco más, ya no podría despedirme de aquellos buenos Hermanos y
de sus niños.” Viajó a caballo y, despues de celebrar el santo Sacrificio,
quiso ver a los internos. Les dijo: “Hijos míos, Dios os ha concedido una
gracia especial al procuraros maestros piadosos y virtuosos, que continuamente
os están dando buen ejemplo y os ofrecen sólida instrucción sobre las verdades
religiosas. Aprovechad bien sus enseñanzas, seguid las exhortaciones que os dan
e imitad sus buenos ejemplos. Recordad que Jesús os ha amado mucho, que murió
por vosotros y os reserva una dicha eterna en el cielo. No olvidéis que el
pecado, que es el peor de todos los males, os puede hacer perder esa felicidad.
Temed, pues, el pecado, consideradlo como vuestro mayor enemigo, y pedid
diariamente a Dios que os preserve de cometerlo. Conseguiréis esa gracia y
salvaréis vuestra alma si tenéis mucha devoción a la Santísima Virgen y le
razaís cada día el Acordaos u otra oración para poneros bajo su amparo. Sí,
queridos niños, si tenéis confianza en María, ella os obtendrá la gracia de ir
al cielo, os lo aseguro.”
(JBF,
VPC: 01,21,233): La víspera del mes de mayo, aunque se hallaba muy débil y con
fuertes dolores, quiso iniciar personalmente el ejercicio del mes de María y
dar la bendición con el Santísimo Sacramento. Pero quedó tan extenuado y se
encontró tan mal que de vuelta a su aposento exclamó: “Esto se acabó: siento
que me voy.”
(JBF,
VPC: 01,21,235): El tres de mayo celebró la santa misa por última vez. Después
de la acción de gracias dijo: “Acabo de celebrar la última misa, y me alegra
que haya sido la de la santa Cruz: por esta santa Cruz nos vino la salvación, y
en ella murió nuestro divino Salvador.”
(JBF,
VPC: 01,21,238): El día que se le administró era lunes, once de mayo. Los días
siguientes fueron aumentando sus sufrimientos, y los dolores de riñones se
hicieron tan agudos que apenas podía permanecer levantado dos horas seguidas.
El mismo día que recibió el santo viático se inició una novena por él a santa
Filomena. Al terminarla, se operó una mejoría que hizo abrigar esperanzas: cesó
la inflamación de pies y manos desapareció el dolor nefrítico que desde el
Miércoles de Ceniza tanto le había hecho sufrir; hasta el punto de que el buen
Padre pudo salir de su habitación e ir a la capilla para adorar al Santísimo
Sacramento y a la sacristía para ver una credencia recién adquirida.
(JBF,
VPC: 01,23,268): Después de tres días de retiro, tuvo lugar la apertura del
Capítulo General con una misa del Espíritu Santo y la procesión a la tumba del
padre Champagnat.
(JBF,
VPC: 02,02,289): Pero no hay palabras para expresar su respeto y veneración por
las iglesias, los sacramentos, la santa misa. Su fe profunda en la presencia
real, lo mantenía como anonadado y abismado ante el Santísimo Sacramento. no
era posible asistir a su misa sin sentirse movido Sacramento. No era posible
asistir a su misa sin sentirse movido a devoción y transido de profundo respeto
hacia los sagrados misterios. Cuando distribuía la comunión, pronunciaba las
palabras Ecce Agnus Dei tan convencido y con tal devoción que parecía estar
viendo a Nuestro Señor, que Dios no era par él un Dios oculto..
(JBF,
VPC: 02,02,290): Al disculparse el Hermano, añadió: “No hay disculpa que valga.
Si tuviera fe más viva en la presencia de Nuestro Señor en el Santísimo
Sacramento del altar, no cometería faltas de este tipo.” El Hermano que refiere
esta anécdota, añade: “Hace más de veinticinco años que recibí esa corrección
del buen Padre y aún conservo intacta la impresión que me produjo.”.
(JBF,
VPC: 02,02,290): En los comienzos del Instituto, cuando aún nos encontrábamos
en Lavalla, la comunidad tenía un oratorio reducido para hacer los ejercicios
de piedad. “¿Cuándo tendremos -decía a menudo a los Hermanos- la dicha de
disponer de una capilla y tener al Señor con nosotros? Esperamos alcanzar ese
favor. Pero, ¿sabremos agradecerlo y apreciarlo como se merece? Pues es una
gracia insigne poder gozar de la presencia de Aquel que constituye la
bienaventuranza de los ángeles y los santos. Esa divina presencia, por oculta y
velada que esté en el Santísimo Sacramento, no es menos digna de nuestro
respeto y adoración.”.
(JBF,
VPC: 02,02,290): En un viaje que realizó a Saboya, solicitó permiso para
celebrar la santa misa en una parroquia rural. El mantel del altar y los
corporales que le pusieron estaban muy sucios; le causó tal disgusto que se
puso enfermo. “¡Ya ve -dijo a su acompañante- cómo tratamos a Nuestro Señor,
cuyo amor hacia nosotros le movió a que darse en el altar! La gente tiene ropa
limpia para vestir y para la mesa; sin embargo, al cuerpo del Hijo de Dios se
le deja en la más asquerosa suciedad. Mantenemos nuestras casas bien decoradas
y limpias, y la iglesia, donde mora Nuestro Señor, se halla llena de polvo y
telarañas.”.
(JBF,
VPC: 02,02,292): Tomando luego la lista de destinos, la ponía sobre el altar
durante la santa misa, y dirigía fervientes plegarias por espacio de varios
días, junto con la comunidad, para alcanzar la protección de Dios sobre los
cambios que había decidido..
(JBF,
VPC: 02,02,293): Al terminar la reunión, tomó aparte al Hermano y le dijo: “Tal
vez le haya molestado lo que acabo de decir, pero me pareció que la lección
sería provechosa para todos. Por lo demás, estoy persuadido de que Dios ha
consentido esto para castigarle por la excesiva confianza que había puesto en
los hombres. Para lograr su confianza, les ha hecho usted muchas visitas. Una
sola al Santísimo Sacramento le hubiera sido infinitamente más provechosa. No
olvide que confiar en los hombres es apoyarse en una caña que se dobla y nos
hace caer.”.
(JBF,
VPC: 02,03,297): Por eso, la oración, el oficio y el rosario piadosamente
rezados, la misa oída con devoción, la comunión fervorosa, contribuyen más
eficazmente al éxito de la catequesis que la ciencia y los talentos naturales,
pues los ejercicios piadosos nos unen a Dios y nos alcanzan la gracia que lo
realiza todo.
(JBF,
VPC: 02,04,310): En la oración vivía como en su elemento, y se entregaba a ella
con tal facilidad y gusto que parecía serle connatural. Además de las oraciones
comunitarias, de la santa misa y el oficio, dedicaba tiempo considerable a la
conversación con Dios. Para ello se levantaba muy de madrugada; pues como a lo
largo del día se hallaba tan ocupado, se veía obligado a quitar tiempo al
descanso para entregarse a la oración por la necesidad que sentía de tratar con
Dios.
(JBF,
VPC: 02,04,312): En los orígenes del Instituto, había prescrito numerosas
prácticas de piedad que luego se vio obligado a suprimir, al menos en parte,
porque sobrecargaban a la comunidad y no todos los Hermanos las podían cumplir.
Entre otras: hacer diariamente varias visitas al Santísimo Sacramento, que redujo
a una sola al día; pasar la última hora del año que termina y la primera del
que comienza en oración; los seis domingos en honor de san Luis Gonzaga; en
fin, diversas oraciones que se añadían a los rezos habituales o que cada cual
practicaba en privado.
(JBF,
VPC: 02,04,313): Un día le hablaban de un Hermano joven que sufría graves
tentaciones. “¡Pobre Hermano! -exclamó-, no me acerco un solo día al altar sin
dejar de encomendarlo con insistencia a los sagrados Corazones de Jesús y de
María. ¡Pobre Hermano, cómo deseo que Dios lo bendiga y lo libre del pecado! En
ninguna de mis oraciones me olvido de pedir para él esa gracia.” Y lo que hacía
con aquel Hermano, lo hacía igualmente con cuantos se hallaban en la misma
situación.
(JBF,
VPC: 02,04,316): “Para el Hermano que tenga espíritu de fe -decía-, tiene que
ser un inmenso sacrificio no poder oír
misa todos los días. El que la pierde por su culpa, por dedicarse al estudio o
a cualquier otra ocupación que no sea indispensable, manifiesta que nada le importa
su perfección y que no ama a Jesucristo. La santa misa, la comunión, la visita
al Santísimo Sacramento, en una palabra, la divina Eucaristía, es la fuente de
la gracia. ésa es la primera y más necesaria de todas las devociones, la que
nos proporciona mayores beneficios y consuelos. ¡Qué pena me dan los que no
comprenden esta verdad!”
(JBF,
VPC: 02,04,316): Los ejercicios de piedad que consideraba más importantes y por
los que sentía predilección eran la meditación y la santa misa. Quería que,
incluso en los viajes, se oyera misa y se recibiese la comunión siempre que
fuera posible.
(JBF,
VPC: 02,04,320): Una vez, al terminar la meditación, el Padre preguntó al
Hermano Lorenzo cómo había empleado el tiempo. El buen Hermano le respondió con
una encantadora sencillez: -Ha acertado usted, Padre; sin duda, Dios le ha
inspirado que me pregunte para castigarme, pues hoy no he hecho nada, porque me
olvidó del tema de la meditación. Sin embargo, para ocupar provechosamente el
tiempo, se me ocurrió imaginarme a san Juan Francisco Regis postrado noches
enteras a la puerta de las iglesias para adorar a Nuestro Señor en el Santísimo
Sacramento. Me pasé el tiempo contemplando al santo en esa actitud. y me dije:
Ése sí que no olvidaba el tema de la meditación, pues le ocupaba toda la noche,
mientras que yo no tengo ni para unos minutos. -Está bien, Hermano Lorenzo -le
dijo el Padre-; así debe hacer cada vez que lo olvide.
(JBF,
VPC: 02,06,332): Mientras fue coadjutor en Lavalla, nunca dejaba de hacer una
visita al Santísimo Sacramento después del almuerzo, y se impuso como norma
visitarlo antes y después de las salidas que tenía que hacer para visitar a los
enfermos o por cualquier otro motivo. Al salir, la visita era para pedir a
Jesucristo que le preservase de toda falta y suplicarle que bendijera la obra
que iba a realizar; y, al regreso, para revisar su comportamiento, agradecer al
Señor las gracias recibidas y pedirle perdón por las faltas cometidas.
(JBF,
VPC: 02,06,332): Pero le gustaba manifestar su amor a Jesucristo de modo
especial en el Santísimo Sacramento del altar. Tan viva era su fe en la
presencia real, que se diría que veía cara a cara a Nuestro Señor en este
inefable misterio. Cuando era seminarista, pedía a menudo permiso para visitar
al Santísimo Sacramento, y hubiera pasado gran parte de sus recreos al pie del
altar si la prudencia de sus superiores no hubiera puesto límites a su piedad y
fervor.
(JBF,
VPC: 02,06,333): “Nunca salgáis de una casa donde more el Santísimo Sacramento
-les decía- sin ir a pedir a Jesucristo ssu bendición; y, al regreso, lo mismo
que cuando entréis en una parroquia, la primera visita ha de ser igualmente
para Jesucristo.”
(JBF,
VPC: 02,06,333): “Por nosotros -les advertía- y para que podamos acudir a él en
todas nuestras necesidades, permanece el divino Salvador día y noche en
nuestros altares desde hace más de mil ochocientos años. Y nada aflige tanto a
su divino Corazón como nuestra ingratitud ante tal regalo y nuestra apatía en
visitarlo y pedirle favores. Si supiéramos lo provechosas que son las visitas
al Santísimo, estaríamos postrados continuamente ante el altar. Los santos
comprendían esa realidad; sabían que Jesucristo es la fuente de todas las
gracias; por eso, cuando se les presentaba algún asunto complicado, o tenían
que pedir algún favor especial, acudían ante el Santísimo Sacramento. San
Francisco Javier, san Francisco Regis y muchos otros pasaban horas enteras cada
día y gran parte de la noche al pie del altar. Por estas prolongadas
conversaciones con Jesucristo prosperaban las obras que les encomendaban,
convertían a los pecadores y conseguían éxito en cuanto emprendían para gloria
de Dios y propia santificación.”
(JBF,
VPC: 02,06,333): Como es de suponer, no dejaba de inspirar a los Hermanos esta
devoción, que él llamaba la primera de todas las devociones. En los primeros
horarios que les dio estableció la visita al Santísimo Sacramento dos veces al
día no sólo en el noviciado, sino también en las escuelas. De ese modo, los
Hermanos llevaban a los niños a la iglesia tres veces al día: por la mañana,
antes de clase, para la santa misa; después de las sesiones de mañana y tarde
para adorar al Santísimo Sacramento y encomendarse a la Santísima Virgen.
Prescribió también a los Hermanos una visita al Santísimo Sacramento cada vez
que salieran de paseo; y, en las casas de noviciado y en las que hubiera
reserva, al inicio y regreso de un viaje o salida.
(JBF,
VPC: 02,06,334): “En ninguna parte escucha Jesucristo las oraciones con mayor
facilidad, como ante el Santísimo Sacramento”, añade el beato Enrique Susón.
(JBF,
VPC: 02,06,334): “Es indudable -dice san Alfonso de Ligorio -que, después de la
comunión, la visita frecuente a Jesús sacramento es una de las prácticas de
piedad más agradables a Dios y provechosas para nosotros. A menudo se consiguen
más gracias durante un cuarto de hora ante el Santísimo Sacramento que con
todos los demás ejercicios piadosos del día.”
(JBF,
VPC: 02,06,334): Al hablar de este modo, nuestro piadoso Fundador hacía suyo el
lenguaje de los santos, que unánimemente reconocen que las visitas al Santísimo
Sacramento son fuente de gracias para los cristianos.
(JBF,
VPC: 02,06,334): Finalmente, san Pablo nos enseña que “Nuestro Señor en el
Santísimo Sacramento es el trono de la gracia y de la misericordia.”
(JBF,
VPC: 02,06,334): San Pedro de Alcántara asegura: “Nuestro Señor en el
Sacramento del altar tiene las manos llenas de gracias, y está dispuesto a
derramarlas sobre quien viene a pedírselas.”
(JBF,
VPC: 02,06,335): ¡Cuántos casos aparentemente sin salida se solucionaron
inmediatamente, contra todo pronóstico humano, después de una fervorosa
plegaria ante el Santísimo Sacramento!
(JBF,
VPC: 02,06,337): Al llegar a Lavalla, encontró la iglesia sucia. Se puso él
mismo a quitar el polvo y las telarañas, que cubrían las paredes; a enlucir
algunos lienzos de pared que se hallaban en estado lamentable; a limpiar
candelabros, cruces, imágenes y cuanto servía de ornato; a encerar semanalmente
la tarima del altar y conservar limpia la sacristía. Desempeñó tales tareas
hasta que un Hermano estuvo suficientemente preparado para encargarse.
(JBF,
VPC: 02,06,337): El respeto profundo y el amor tierno que el Padre Champagnat
profesaba a Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar, lo impulsaban a
celebrar con gran solemnidad los oficios litúrgicos y a observar con minuciosa
exactitud las rúbricas y cuanto estaba establecido por el ceremonial diocesano.
En este aspecto, la capillita del Hermitage se parecía a la catedral de Lyon o
a la iglesia del seminario mayor, por la forma de celebrar los oficios divino.
No pocas personas lo comentaban así.
(JBF,
VPC: 02,06,338): En otra ocasión, al llegar a Bourg-Saint-Andéol, ya sin
esperanzas de celebrar el santo sacrificio, por carecer de la licencia
necesaria, dispuso la Provincia que tropezase con un sacerdote conocido, lo que
le deparó la satisfacción de celebrar la santa misa. Después de la acción de
gracias, fue también a dárselas al sacerdote en cuestión y le dijo: “¡Querido
amigo, le debo un favor que nunca olvidaré!” “Pronunció estas palabras con tal
fe y piedad -decía luego el interesado al recordar la anécdota-, y me causaron
tal impresión que veinte años no han podido borrarla de mi mente.”
(JBF,
VPC: 02,06,338): En un viaje que hizo a Gap, al apearse de la diligencia,
preguntó qué hora era. Le dijeron que eran las once. Entonces se acercó a la
catedral y pidió celebrar la misa. Después de la acción de gracias, al reunirse
con su compañero de viaje, exclamó: “¡Qué gracia me ha otorgado Dios en este
día! Ya creí que no iba a tener la dicha de subir al altar sagrado, aunque
mucho lo deseaba.”
(JBF,
VPC: 02,06,338): Nunca omitía la celebración diaria de la santa misa, y en sus
viajes lo vimos caminar cinco o seis leguas para gozar de ese consuelo. En
tales ocasiones se pasaba frecuentemente en ayunas toda la mañana, con la
esperanza de poder celebrar el santo sacrificio al llegar a su destino.
(JBF,
VPC: 02,06,338): Para contribuir a la solemnidad de los oficios litúrgicos y
estimular la devoción de los fieles, enseñó a los niños a ayudar a misa y los
formó en las ceremonias de la iglesia, y, en la procesión de Corpus, a incensar
al Santísimo y echar flores a su paso con la debida seriedad y modestia. Para
lograr que los niños hicieran todo esto con la mayor piedad de que eran
capaces, les sometía a una especie de noviciado, admitiendo al servicio de la
iglesia sólo a los que se lo habían merecido por su comportamiento
irreprochable durante cierto tiempo.
(JBF,
VPC: 02,06,339): “El daño que os ocasionáis -les decía-, dejando la santa misa
o la comunión, es irreparable, una pérdida infinita, de la que nunca podríais
consolaros si comprendierais el bien inmenso que encierra la Eucaristía. Nunca
debierais omitir ninguna de las comuniones que os autorice el confesor, a no
ser que hayáis tenido la desgracia de cometer un pecado mortal. Dejar la
comunión, con el pretexto de falta de preparación o de devoción sensible, o por
ciertos descuidos o faltas leves, es un engaño; es tratar de reparar un error
con otro más grave.”
(JBF,
VPC: 02,06,339): Después de lo dicho, a nadie sorprenderá que haya recomendado
tan encarecidamente a los Hermanos la asistencia a la santa misa y la comunión
frecuente.
(JBF,
VPC: 02,06,339): Un día preguntó a uno de los Hermanos más antiguos por qué
dejaba la comunión de los jueves tan a la ligera. -Porque tengo demasiadas
imperfecciones y estoy lleno de defectos.
-Querido amigo, precisamente por considerarse tan imperfecto y lleno de
defectos quisiera verlo comulgar con mayor frecuencia. El sacramento de la
Eucaristía es el medio más eficaz para corregir esos defectos y sacarle del
estado de tibieza en el que se encuentra. Jesucristo no dice: Venid a mí los
perfectos, sino Venid a mí los que sufrís, los agobiados, los perseguidos, los
que gemís bajo el peso de vuestras imperfecciones, y yo os aliviaré. No se
corrigen los defectos, no se alcanza la piedad ni se adquieren las virtudes
alejándose de la comunión, sino acercándose con frecuencia al divino Salvador.
-Pero si no saco provecho alguno de la coomunión. -La comunión nunca es
infructuosa cuando se está exento de faltas graves, pues este sacramento actúa
de dos modos: por sí mismo, ex opere operato; y por las disposiciones que
acompañan al que lo recibe, ex opere operantis. No vaya a pensar que porque no
ve progresos en la virtud no saca ningún provecho de la comunión. La comunión
le ayuda por lo menos a mantenerse en estado de gracia, que no es poco.
¿Imagina que el alimento corporal es inútil porque sus fuerzas y salud no
aumentan? Seguro que no, pues sirve para reponer el desgaste diario y sostener
las fuerzas y la salud. “Algunos se quejan, sin razón, de que no sacan fruto de
los sacramentos. Combatir las tentaciones, verse libre del pecado mortal, perseverar
en su santo estado, desempeñar decorosamente el empleo, ser fiel a los
ejercicios de piedad, sentir la propia imperfección, ¿qué son sino frutos de
los sacramentos? Y no reconocerlo es mostrarse ingrato con Jesucristo. A
semejantes religiosos, ¿qué les falta para adelantar notoriamente en la virtud
y adquirir la perfección que Dios les pide? Un poco más de esmero y esfuerzo en
la oración, un poco más de exactitud en la observancia de la Regla, un poco más
de entrega en su empleo, un poco más de amor por Jesucristo, un poco más de
celo por darle a conocer y hacerle amar. Ahora bien, el modo más eficaz de
lograr lo poco que les falta en todo eso, es la asistencia fervorosa a la santa
misa, la meditación de los misterios y la vida de Nuestro Señor, la comunión
frecuente. Pues no lo olvidemos: todo lo tenemos en Jesucristo y nada tenemos
sin él.”
(JBF,
VPC: 02,06,340): Pero lo que más apenaba al piadoso Fundador era ver que se
dejase la comunión o la santa misa por falta de devoción, por incuria, por falta
de interés en la propia perfección o como consecuencia de viajes o visitas
innecesarias. Mil veces clamó contra este abuso; y siempre con una energía y
fuerza que manifestaban a la vez su tierno amor a Jesucristo y el dolor
profundo que sentía al ve que los Hermanos se alejaban de Aquel que es el
manantial de todas las gracias.
(JBF,
VPC: 02,07,343): Diariamente, en las visitas al Santísimo Sacramento, tributaba
también homenaje a la Santísima Virgen. Pero como esto no le bastaba para
satisfacer su piedad, levantó en su aposento un altarcito en el que colocó su
imagen; y allí le dirigía fervientes oraciones, permaneciendo a menudo largo
rato postrado a sus pies..
(JBF,
VPC: 02,07,344): Al ver que el altar dedicado a María en la iglesia parroquial
estaba destartalado, mandó hacer uno nuevo a sus expensas, e hizo restaurar
toda la capilla..
(JBF,
VPC: 02,07,344): No lejos del pueblo, existe un santuario dedicado a la
Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de la Misericordia. El
buen Padre lo visitaba con frecuencia; y varias veces a la semana, acompañado
de algunos fieles devotos, subía en procesión a celebrar el santo sacrificio de
la misa. A la ida cantaban el Miserere mei, y al regreso, las letanías de la
Santísima Virgen..
(JBF,
VPC: 02,08,368): Finalmente, recomendaba de continuo a los Hermanos que se
mantuviesen siempre muy unidos con el señor cura; que recibieran sus consejos,
advertencias y hasta sus reproches, con profundo respeto; que lo apoyasen
siempre en todo lo relacionado con la educación de los niños y en las
actividades conformes con el espíritu de la Regla, como formar a los niños en
el canto litúrgico, enseñarles a ayudar a misa, acompañar las procesiones del
Santísimo Sacramento, cuidar de ellos durante el retiro de primera comunión.
Debían hacer todo esto con el consentimiento del párroco y siguiendo sus
instrucciones.
(JBF,
VPC: 02,13,416): Era una de las principales intenciones en sus plegarias,
comuniones y en las visitas frecuentes que hacía al Santísimo Sacramento.
(JBF,
VPC: 02,13,419): El amor que el Padre Champagnat profesaba a la pureza y el
odio que le inspiraba el vicio opuesto, le hicieron adoptar numerosas
precauciones para conservar en los Hermanos esta hermosa virtud. Pero
consciente de que la vigilancia más atenta y las normas más prudentes son
insuficientes si no van acompañadas de la oración, pedía continuamente a
Nuestro Señor, por intercesión de María, que concediera a todos los Hermanos
perfecta pureza de alma y cuerpo. Quería, y así lo estableció, que todos los
días se elevaran al cielo plegarias especiales en todo el Instituto para
alcanzar la virtud de la castidad. A menudo aplicaba la misa votiva de la
Santísima Virgen por esta intención. “María -repetía con frecuencia- fue
admirable por su pureza. Nosotros, que somos sus hijos y tenemos el honor de
llevar su nombre, hemos de amar especialmente esta hermosa y sublime virtud,
combatir sin tregua en nosotros mismos y en los niños cuanto pueda mancillarla
o hacérnosla perder y esforzarnos por sobresalir en su práctica.”
(JBF,
VPC: 02,19,488): El Vicario general, señor Barou, que deseaba vivamente confiar
el cuidado de dicha capilla a los Hermanos de María, hizo apremiantes ruegos al
piadoso Fundador para que se encargase de ella. Al no conseguirlo, le dijo un
tanto malhumorado: -Señor Champagnat, no le entiendo. Varias congregaciones
codician ese puesto. La curia, que siente especial predilección por su obra,
creyendo agradarle, le ofrece el santuario de Fourvière antes que a los demás.
Y se atreve a rechazar nuestro ofrecimiento. Quienes se preocupan de este
asunto piensan que el altar de María debe ser atendido por los Hermanos de
María. Si niega usted Hermanos a la Santísima Virgen, ella no le va a bendecir.
-Señor Vicario general -le contestó el Paadre-, estoy vivamente emocionado y
agradezco el interés que muestra por nosotros. Aprecio las ventajas de la
proposición que tiene la amabilidad de ofrecernos, pero me parece que las
razones que me da para que aceptemos el ministerio de Fourvière no son bastante
firmes como para que nos desviemos del principio al que hasta ahora hemos
permanecido fieles: ceñirnos exclusivamente a la enseñanza y rechazar toda obra
que no vaya dirigida a la educación de los niños. Me amenaza con la Santísima
Virgen. Confío en que no se enfadará con nosotros, pues precisamente por
agradarla, merecer su protección y mantener su obra tal como ella la ha
fundado, declinamos el cuidado de la sacristía de Fourvière.
(JBF,
VPC: 02,20,507): Un día estaba dando él mismo una clase de geografía a los
Hermanos. Trataba aquella lección de las capitales y demás ciudades importantes
de Asia. Cuando llegó a Jerusalén, preguntó:.
-¿Qué observación puede hacer sobre esta ciudad?. Cuando el Hermano dio
la respuesta que venía en el texto, el Padre repuso: “Esta ciudad, desde la
muerte de Nuestro Señor, ha sido un caso excepcional por sus vicisitudes.
Diecisiete veces ha cambiado de dueño, es decir, que fue dominada por otras
tantas dinastías. Perteneció y se halla aun en manos de los más encarnizados
enemigos del cristianismo. Y. Sin embargo, pese a todas estas vicisitudes, pese
al Furor de los malvados y del infierno, el santo Sepulcro siempre ha sido
respetado, y el culto público de la religión cristiana se ha mantenido
ininterrumpidamente. Se ha podido ofrecer siempre el santo sacrificio de la
misa y no han cesado de acudir fieles de todas las naciones a visitar el
sepulcro de Nuestro Señor. De ese modo se cumple la palabra de la Escritura que
es una auténtica profecía: Voy a hacer de tus enemigos estrado de tus pies..
(JBF,
VPC: 02,20,512): Cuando se acercaba la fecha, estaba más al tanto de ellos, les
daba el catecismo, les mandaba asistir a misa casi a diario y los confesaba con
más frecuencia. Concluía esta larga preparación con un retiro de varios días,
en el que estaba siempre con ellos para inculcarles las disposiciones
requeridas para recibir a Jesucristo..
(JBF,
VPC: 02,20,513): Dios nos ha otorgado esta salvación enviando a su propio Hijo,
hecho hombre, que se sometió a todas nuestras debilidades, menos al pecado,
trabajó durante treinta y tres años, derramó su sangre y entregó su vida, se
anonadó en la Eucaristía y se inmola a diario en nuestros altares..
(JBF,
VPC: 02,20,520): Utilice, querido Hermano, esos tres medios, y le garantizo la
buena marcha de su escuela. Diga a los niños que no me acerco nunca al altar
sin acordarme de usted y de ellos..
(JBF,
VPC: 02,21,527): Otro acto de caridad que el Padre Champagnat ejercitó los
últimos años de su vida, fue recoger y cuidar a varios ancianos desamparados y
sin medios de ganarse la vida, expuestos a toda clase de privaciones. Puso un
Hermano a su servicio, y les proporcionó cuanto necesitaban sin exigirles más
que vivir como buenos cristianos. Algunos de ellos estaban afectados de
enfermedades repugnantes; otros añadían a los padecimientos físicos lacras
morales. Por ello resultaba muy penoso y difícil atenderlos. Pero la caridad,
que es paciente, que todo lo soporta, que a nada hace ascos, ayudó a nuestro
venerado Padre a superar todas aquellas miserias. Ni que decir tiene que no se
limitó a remediar sus necesidades físicas y aliviar sus dolencias corporales.
El celo lo impulsó, sobre todo, a ocuparse de su alma, a instruirlos y
prepararlos a la recepción de sacramentos, a enseñarles a rezar y a santificar
sus padecimientos por la aceptación de la voluntad de Dios y la unión con los
sufrimientos de Jesucristo. A sugerencia suya, aquellos ancianos se trazaron un
reglamento, distribuyendo el tiempo entre la oración y una ocupación adecuada a
sus fuerzas y salud. Diariamente asistían a la santa misa, se ocupaban en
lecturas edificantes, rezaban el rosario y hacían la visita al Santísimo
Sacramento.
CARTAS
(PS
014, 20-24, Carta a BARTOLOME, HERMANO, 1830-01-21): Que la Santísima Virgen
les ama también, porque es la Madre de todos los niños que están entre nuestras
escuelas. Díganles también que yo mismo les quiero niños. Que no subo ni una
vez al altar sin pensar en ustedes y en sus queridos niños.
(PS
024, 04-09, Carta a BARTOLOME, HERMANO, 1831-11-01): Le permito, mi muy querido
amigo, hacer la comunión el domingo, el jueves, como incluye su reglamento y el
martes, como me pide este último permiso no durará más que tres meses. Concedo
este mismo permiso al H. Isidoro, pero solamente un martes por mes, el primero.
(PS
044, 16-25, Carta a CHOLLETON JUAN, VICARIO GENERAL, 1834-08): En qué triste
posición se sitúan al comprar los derechos de altar del cura, nueva fuente de
riñas, ya con el Sr. Rouchon, ya con sus feligreses. ¿Podría impedirse el
censurar por el modo de cobrar o el pretendido rigor que quiera emplear? La
parroquia les será pronto una carga. Cuántas cosas se podrían decir abajo este
punto de vista. El contrato no está más avanzado que el primer día Algunos
hasta creen que el Sr. Rouchon toma todos los medios para anularlo. Por otra
parte el clero de Saint-Etienne, que ha sido siempre prevenido contra esta
obra.
(PS
063, 11-18, Carta a INSTITUTO, HERMANOS, 1836-01-19): Nuestro corazón goza al
recordarlos cada día en el altar y presentarlos a todos al Señor; pero hoy no
podemos resistir a la dulce satisfacción de exponerles nuestros sentimientos de
afecto y manifestarles nuestra tierna solicitud. Todos nuestros deseos y todos
nuestros votos son por su felicidad. Sin duda no lo ignoran.
(PS
067, 24-27, Carta a FRANCISCO, HERMANO, 1836-08-28): Diga a los señores
Servant, Matricon y Besson que cuento mucho con su Santo Sacrificio y con ellos
para la debida vigilancia. Siga su consejo y el del H. Juan María y Estanislao
para los asuntos algo espinosos.
(PS
079, 17-23, Carta a INSTITUTO, HERMANOS, 1837-01-01): En cuanto a mí, mis muy
queridos, mis muy amados, conjuro a nuestro Divino Maestro cada vez que subo al
santo altar que se sirva hacer llover sobre ustedes sus gracias y sus más
abundantes bendiciones, que os ayude a huir del pecado como del único mal que
temer, que os allane el camino de las virtudes propias de los religiosos y en
especial las propias de los Hermanitos de María.
(PS
123, 19-24, Carta a CROZIER JUAN BAUTISTA, PARROCO, 1837-07-30): La confianza
que usted pone en nosotros nos impulsa a rogarle que una sus deseos y sus
santos sacrificios por el bien de nuestra Sociedad, para la mayor gloria de
Dios, a fin de que por nuestra parte estemos pronto en situación de
manifestarle más eficazmente la benevolencia y entera abnegación, con la cual
tenemos el honor de ser, etc...
(PS
175, 51-53, Carta a FRANCISCO, HERMANO, 1838-03-07): Hice también unas compras
de estampas, puntos buenos, etc. Hasta le diré que he comprado un copón muy
bonito.
(PS
180, 08-14, Carta a VIUDA CHAMPAGNAT MARIA, SEGLAR, 1838-03-16): Siento mucho
no haber podido ir a visitar a mi hermano durante su enfermedad. No me
imaginaba que se tratase de algo mortal. [Es más,] hasta se me había informado
que iba mejorando. Hace unos cuantos días que recibí aquí en París, la
[sensible] noticia [de su fallecimiento]. He ofrecido, y hecho ofrecer, el
santo Sacrificio por él. No dudo ni un instante de que Dios haya tenido
misericordia de él, y de que haya recibido su alma en la paz verdadera.
(PS
180, 31-36, Carta a VIUDA CHAMPAGNAT MARIA, SEGLAR, 1838-03-16): No subo ni una
sola vez al altar sin acordarme de él. ¿Tardaremos mucho en seguirlo a la
tumba? [Aunque] ese momento está ya fijado, usted ignora el suyo, y yo el mío;
que no lo sepamos tiene muy poca importancia. Preparémoslo mediante una vida
sólo para Dios y según Dios. Que nuestros achaques, nuestras dolencias sean
para nosotros ocasiones de volvernos más agradables a Dios.
(PS
194, 79-82, Carta a POMPALLIER JUAN BAUTISTA, VICARIO APOST., 1838-05-27): Por
mi parte, no hay vez que yo suba al altar en que no piense en nuestra querida
misión y en aquellos que han sido enviados a ella.
(PS
244, 07-09, Carta a BASIN, HERMANO, 1839-02-23): No debe usted dudar de mi
cariño hacia usted. No subo ni un día al altar sin pensar en usted. Oro por
usted.
(PS
247, 06-09, Carta a AVIT, HERMANO, 1839-03-10): He recibido sus dos cartas a su
debido tiempo y nos las he perdido de vista. Yo quería darle la siguiente
respuesta. Le concedo permiso para acercarse a recibir la Sagrada Comunión como
me lo solicita.
(PS
248, 09-14, Carta a ANACLETO, HERMANO, 1839-03-23): Le concedo recibir la
Sagrada Comunión el domingo, el martes y el jueves, como antes. Le concedo
también el de servirse de todos los objetos que usa. Su hermano no está todavía
en el noviciado; lo esperamos de un momento a otro.
(PS
249, 04-07, Carta a MARIE LORENZO, HERMANO, 1839-04-08): Su carta, mi muy
querido amigo, excita singularmente mi compasión. Desde entonces no subo ni a
una vez al Santo Altar sin que le recomiende a Aquel a quien no se espera nunca
en vano, que puede hacer sobreponernos a los mayores obstáculos.
TESTIMONIOS
(F.
AIDANT, SUMM 312): Lo que más me impresionó y edificó durante mi noviciado es
la compostura y profundo respeto que el Servidor de Dios tenía ante el
Santísimo Sacramento del Altar, antes de dar comienzo a la Santa Misa, y con
cuánto fervor pronunciaba las palabras litúrgicas. Se hubiera dicho que
contemplaba a Nuestro Señor cara a cara. Su acción de gracias después de la
Misa, al igual que sus visitas al Santísimo las hacía con una piedad
verdaderamente edificante.
(F.
AIDANT, SUMM 191) Cuando llegué al noviciado quedé vivamente impresionado por
la compostura del Venerable durante las oraciones, la Santa Misa y los
ejercicios comunes que presidía.
(F.
AIDANT, SUMM 191): Cuando se volvía a nosotros para darnos la sagrada comunión,
pronunciaba las palabras del ECCE AGNUS DEI de una forma tal que cuantos le
oyeron no podrán olvidarlo.
(F.
AIDANT, SUMM 192): (1) Un Párroco de la
diócesis de Lyon, condiscípulo en el Seminario Mayor del P. Champagnat, decía,
a unos 25 años de distancia de la fundación de los Hermanos, lleno de asombro:
“Dios lo escogió y le dijo: ‘Champagnat, haz esto’; y Champagnat lo hizo...” No
podía explicar de otra manera un éxito tan asombroso.:
(F.
AIDANT, SUMM 192): Certifico que su respeto hacia el Santísimo Sacramento era
de los más edificante. Hacía frecuentes visitas a la capilla en el curso de la
jornada para consultar a Nuestro Señor, hacerle partícipe de sus proyectos y de
sus dudas. Nos decía que, no siendo sino un instrumento entre las manos de
Dios, no quería hacer nada ni emprender nada sin consultarle.
(F.
AIDANT, SUMM 194): Certifico haber observado, desde mi llegada al noviciado,
una compostura respetuosa, digna y recogida del Venerable Fundador, no sólo
durante los ejercicios de piedad, sino en todo lo demás. Aunque de carácter
alegre y abierto, se observaba siempre en él un semblante reflexivo y de
gravedad que no podía provenir sino del pensamiento de la presencia de Dios,
del que estaba penetrado.
(F.
AIDANT, SUMM 194): Nos decía que ese ejercicio es el más corto y el más fácil
para llegar a la perfección. Nos recomendaba su práctica con mucha frecuencia,
ya en sus instrucciones, ya en sus avisos particulares. Pero pedía hacerlo sin
esforzarse mucho: un simple recuerdo, una mirada del alma a Dios que nos
penetra, y en quien, como dice el Apóstol, vivimos, nos movemos y somos.
(F.
AIDANT, SUMM 88): Nos repetía su máxima favorita, en la que se reflejaba su
humildad y su confianza en Dios: “Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum
laboraverunt qui aedificant eam”.
(F.
BASSUS, SUMM 99): Cuando se trataba de la admisión de un aspirante, el Padre
Champagnat le exigía piedad, buena salud y amor al trabajo.
(F.
CALLINIQUE, SUMM 256): Durante mi noviciado, el P. Champagnat rezaba
diariamente las letanías de la Sma. Virgen, de rodillas, al pie del altar,
después de la Misa celebrada por él, que era la de la comunidad; pero no sé por
qué intención. Durante el rezo de esta oración, su rostro irradiaba confianza y
alegría; su mirada permanecía dirigida a la imagen de María, colocada arriba
del altar. Hubiérase dicho que veía realmente a la Reina del Cielo. Jamás, pero
jamás, olvidaré esa actitud tan piadosa, esa confianza visible en el rostro
seráfico del venerable Siervo de Dios.
(F.
CAMILLE, SUMM 263): Le oí a menudo decir: “Si el Señor no construye, en vano
trabajamos”; “Ud. se cansa mucho en clase, pero si no pone su confianza en Dios
y no consigue su ayuda mediante la oración, Ud. se cansa en vano.” En otras
ocasiones le oí decir: “¿No nos ha dado Dios tantas pruebas de su bondad para
enseñarnos a contar con él?”.
(F.
CAMILLE, SUMM 263): Le oí a menudo decir: “Si el Señor no construye, en vano
trabajamos”; “Ud. se cansa mucho en clase, pero si no pone su confianza en Dios
y no consigue su ayuda mediante la oración, Ud. se cansa en vano.” En otras
ocasiones le oí decir: “¿No nos ha dado Dios tantas pruebas de su bondad para
enseñarnos a contar con él?”
(F.
EUTHYME, SUMM 190): Su veneración por las iglesias: la limpieza que exigía y el
adorno de la capilla del Hermitage; nada de cuanto servía para el culto era
demasiado hermoso, demasiado rico. Todas las festividades eran celebradas con
la máxima solemnidad posible, incluso en la antigua capilla, la cual era
pequeña y bastante incómoda. No sabríamos expresar la dicha que el buen Padre
experimentó cuando se erigió la nueva capilla en 1836. El fue quien encargó el
altar mayor actual, una pequeña maravilla para su época.
(F.
EUTHYME, SUMM 258): Constantemente recomendaba la práctica de la presencia de
Dios (...) y todos los años, mandaba poner esta práctica como la primera de las
resoluciones del retiro.
(F.
EUTHYME, SUMM 258): El Venerable Padre hacía la oración de la mañana y la
meditación con la comunidad. Su compostura y su semblante tan lleno de la
presencia de Dios obligaban a cuantos asistían a orar bien. A menudo, añadía
algunas profundas reflexiones al tema que se había dado, y frecuentemente
también, al final de la oración, pedía cuenta públicamente del modo como se
había realizado este ejercicio. Yo experimentaba un gozo indecible en colocarme
siempre junto a él en las oraciones de la comunidad.
(F.
GERASIME, SUMM 246): Sé que el Siervo de Dios confiaba tan poco en sí mismo
que, cuando ya tenía la lista de las colocaciones, decía a los Hermanos: “Pidamos
a Nuestro Señor que bendiga este trabajo”. Tomaba entonces la lista y la
colocaba sobre el altar durante la Santa Misa, y en el transcurso de varios
días dirigía a Dios fervientes plegarias para que bendijera dichas
colocaciones.
(F.
GERASIME, SUMM 246): Sé que la celebración del Santo Sacrificio llegó a ser
para él la mayor de las dichas, y que todos los que lo vieron celebrar se
sentían movidos a devoción por su porte sencillo y humilde, a la vez que
recogido. Sé que es verdad que el Siervo de Dios no dejó ni un día de celebrar
la Santa Misa, y que se le vio recorrer a pie 5 ó 6 leguas para tener el
consuelo de poder celebrar. Es cierto que sobre el tema se podrían citar muchos
ejemplos.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 250): Me acuerdo que el Siervo de Dios nos recomendaba
frecuentemente el santo ejercicio de la presencia de Dios; y nos exhortaba a
ponerlo en práctica, haciendo todas nuestras acciones ante Dios, en Dios y por
Dios.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 251): Siempre me edificaba y conmovía el oír al Siervo de
Dios pronunciar, tan grave y piadosamente, el “Ecce Agnus Dei”, antes de la
comunión.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 252): El Siervo de Dios nos exhortaba también a la devoción a
los santos Angeles, sobre todo al de la Guarda, que es nuestro mejor amigo
después de Jesús, María y José. Era su deseo que se tuviese gran devoción a los
santos patronos de bautismo y de Religión. El mismo profesaba gran devoción por
todos los santos, especialmente a San Luis Gonzaga, patrono de la juventud, y a
San Francisco Regis, apóstol de Marlhes y de las comarcas circundantes. De vez
en cuando, nos hacía hacer una novena a estos santos, por las necesidades de
cada uno. Celebraba sus fiestas con mucho esmero, haciendo venerar sus
reliquias a continuación de la bendición con el Santísimo.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 252): La devoción a San José era uno de los temas favoritos
del Siervo de Dios. Nos comprometía a honrarlo y a invocarlo todos los días
porque era todopoderoso ante Jesús y María para ayudarnos en nuestras necesidades
espirituales y temporales. Y que, después de María, nuestro Recurso Ordinario,
San José es el Primer Patrono de la Congregación.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 399): Nos invitaba también a dar continuamente gracias a Dios
por los bienes que sin cesar recibimos de sus manos generosas. Y sobre todo por
los beneficios de la creación, de la redención, de la vocación a la fe y a la
vida religiosa. En acción de gracias por todo ello, nos invitaba a rezar con
frecuencia el MAGNIFICAT y el TE DEUM. Había establecido la práctica de rezar
el TE DEUM en coro (dos a dos) , a media voz, al ir de la capilla a la sala de
estudio o al trabajo.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 419): Siempre se le veía alegre. No me acuerdo haberlo visto
triste ni desanimado, a pesar de las numerosas contradicciones y persecuciones
que tenía que sufrir de sus enemigos. Nos edificaba por su bondad y su
tranquilidad en las persecuciones. Jamás hablaba mal de sus enemigos. Al
contrario, hacía pedir por ellos, para conseguir de Dios su conversión.
(F.
JEAN CLAUDE, SUMM 542): Tuve la dicha de estar presente cuando el Siervo de
Dios recibió la Extrema Unción. Recuerdo la emoción general que se produjo en
la sala de ejercicios de la comunidad, donde se le llevó para la solemne
ceremonia. Como yo no lo había yo visto desde hacia varios días, me impresionó
de tal manera ver así al buen Padre que no pude contener mis lágrimas. Lo mismo
les sucedió a los demás Hermanos, rompieron en sollozos al ver el estado de
debilidad y sufrimiento de nuestro muy amado Padre. Viéndonos a todos reunidos
a su alrededor, el Siervo de Dios nos dirigió sus últimas y conmovedoras
recomendaciones (...) Todos los Hermanos, muy conmovidos y enternecidos,
cayeron de rodillas, y estallaron de nuevo en sollozos. El buen Padre, no
pudiendo él mismo contener sus lágrimas al contemplar el dolor de los Hermanos,
se retiró a su cuarto, donde continuó en oración. Jamás olvidaré esta
conmovedora escena.
(F.
LAURENT, OM 756): Cuando regresaba al anochecer, sucedía a menudo que se
presentaba todo desgarrado y enteramente cubierto de sudores y polvo. No se le
veía nunca tan contento como cuando había trabajado y padecido mucho. Me tocó
verlo varias veces trabajar con un tiempo de lluvias y de nieves. Nosotros
dejábamos el tajo, pero él permanecía ahí, y con frecuencia con la cabeza
descubierta a pesar de la inclemencia del tiempo. El tiempo que no se dedicaba
al trabajo manual, se empleaba en la oración o en la meditación.
(F.
LAURENT, OM 756): Nos hablaba a menudo del cuidado que la divina Providencia
tiene de aquellos que confían en ella, y en particular por lo que se refiere a
nosotros. Y cuando nos hablaba de la bondad de Dios y de su amor por nosotros,
nos comunicaba ese fuego divino del cual él estaba lleno, y en tal medida y
fuerza que las penas y los trabajos de la vida, con todas sus miserias, no
hubieran sido capaces de desquiciarnos.
(F.
LAURENT, OM 756): Tuvo mucho que sufrir a causa de caracteres tan diversos y de
ciertos espíritus bizarros, muy difíciles de dirigir. Todos ellos podrían estar
seguros de tener una buena parte en sus oraciones, pero si después de haber
agotado todos los medios para ganarlos a Dios, seguían incorregibles, ¡Oh!,
entonces era necesario cruzar la puerta de salida.
(F.
MARIE JUBIN, SUMM 143) Jamás he visto celebrar la Misa ni realizar las
ceremonias religiosas con tanta piedad, dignidad y respetuosa atención como las
que el P. Champagnat ponía en todas sus funciones sacerdotales. Toda su persona
expresaba en ellas algo de indefinible, que producía siempre una honda
impresión.
(F.
MARIE JUBIN, SUMM 143): Muchas veces oí al Siervo de Dios recomendar la
práctica de la presencia de Dios.:
(F.
MARIE LIN, SUMM 311): Desde mi noviciado, el Siervo de Dios, en la Casa Madre,
llevaba a su comunidad a visitar al Santísimo Sacramento al salir de la comida
y al ir a acostarse, después de cenar.
(F.
RAPHAEL, SUMM 249): Me bastaba verlo en el altar, con su expresión radiante,
para adivinar su gran fe y sentirme impulsado a participar con gusto en la
Santa Misa. Tuve la oportunidad de ayudarle en las Eucaristías, durante dos
meses (...) Me sentí muy dichoso y honrado al poder servir en el altar y me
siento incapaz de expresar la emoción que me invadía cuando lo contemplaba
ofreciendo el divino Sacrificio. Las pláticas que nos dirigía sobre la
Eucaristía en los retiros eras sencillas, pero pronunciadas con tanta unción y
claridad que nos brotaba espontáneo el comentario: “¡Sólo un santo puede
hablarnos así!”.
(F.
RAPHAEL, SUMM 250): En sus instrucciones, insistía con cariño en el tema de la
Sma. Virgen; no nos cansábamos de escucharlo. Nos recomendaba muy especialmente
que nos dirigiéramos a Ella, ante todo en los momentos de desaliento,
asegurándonos por experiencia propia que obtendremos todo lo que pidamos.
(F.
RAPHAEL, SUMM 312): Me tocó algunas veces encontrarlo en adoración ante el
Santísimo Sacramento. Su actitud era perfecta (...) No me saciaba de
contemplarlo, y las magníficas impresiones que recibí de él no se me olvidará
jamás.
(F.
THEODOSE, SUMM 195): Recuerdo siempre con agrado el tono de voz que empleaba en
la recitación de las oraciones, y sobre todo, en el canto del prefacio durante
la Santa Misa.
(F.
THEODOSE, SUMM 355) : Me pareció siempre ser un hombre verdaderamente animado
por el Espíritu de Dios. Su piedad era sólida y lúcida. Al juicio recto,
juntaba entereza de ánimo, lo que lo hacía superar todas las dificultades. Iba
directo a su objetivo, sin desviaciones. Era hondamente piadoso; pero no podía
tolerar una piedad exagerada y mal entendida.
(F.
THEODOSE, SUMM 93): El Padre nos insistía mucho sobre la presencia de Dios. Nos
la recordaba cada día, lo mismo que la humildad.
(F.MARIE
LIN, SUMM 249) Soy testigo de que el Padre Champagnat recomendaba mucho la
práctica de la presencia de Dios.
(F.MARIE
LIN, SUMM 249) Soy testigo de que el Padre Champagnat recomendaba mucho la
práctica de la presencia de Dios. (F. MARIE JUBIN, SUMM 143) Jamás he visto
celebrar la Misa ni realizar las ceremonias religiosas con tanta piedad,
dignidad y respetuosa atención como las que el P. Champagnat ponía en todas sus
funciones sacerdotales. Toda su persona expresaba en ellas algo de indefinible,
que producía siempre una honda impresión. (F. MARIE JUBIN, SUMM 143): Muchas
veces oí al Siervo de Dios recomendar la práctica de la presencia de Dios.
(P.
PIERRE L. MALAURE, SUMM 180): De cuantos sacerdotes he visto en el altar (tengo
75 años), ninguno me ha dejado la impresión de fe más viva y de amor más
fervoroso.
(P.
PIERRE L. MALAURE, SUMM 181): Las frecuentes y largas oraciones presididas por
el P. Champagnat, a la cuales me fue concedido asistir en la antigua capilla
del Hermitage, manifiestan muy claramente que el Fundador de los Hermanos
Maristas era piadoso.
(P.
SEON, OM 625): Pero, al llegar al Hermitage, encontró al P. Champagnat menos
optimista que él; y un poco extrañado de que le consiguieran aspirantes sin su
colaboración. “Conoce Ud. bien a este candidato?”, preguntó el Padre
Champagant. El P. Séon tuvo el pesar de pensar que el P. Champagnat lo
rechazaría. Era necesario que esta pequeña Sociedad de María fuera caminando
paso a paso, entre espinas. Cuando las cruces del exterior le faltaban, eran
los propios miembros de la Sociedad quienes se las suministraban. ¡Providencia
de Dios! Dios quería reivindicar para él solo toda la gloria de lo realizado.
(P.
TERRAILLON, OM 701) Certifico que su respeto hacia el Santísimo Sacramento era
de los más edificante. Hacía frecuentes visitas a la capilla en el curso de la
jornada para consultar a Nuestro Señor, hacerle partícipe de sus proyectos y de
sus dudas. Nos decía que, no siendo sino un instrumento entre las manos de
Dios, no quería hacer nada ni emprender nada sin consultarle.
(Pbro.
Mateo BEDOIN, SUMM 419): Puedo añadir que en las dificultades que mi tío
experimentó en la construcción de la iglesia, se reconfortaba al pensar en las
dificultades que el P. Champagnat había tenido en la fundación de su Obra, y me
decía: “Cuando tengas dificultades, póstrate ante el Santísimo Sacramento, haz
como el Padre Champagnat”.
(Sr.
Claudio María LYONNET, SUMM 256): El Padre Champagnat era muy piadoso, tenía
una gran devoción a la Sma. Virgen. Se le veía a menudo, por los caminos, con
el rosario en la mano.
(Sr.
Pedro María PASCAL, SUMM 314): Me ha impresionado profundamente su grande
piedad y su gran amor a Dios cuando celebraba la Santa Misa. De ello guardo el
más vivo de los recuerdos. Lo que me llamaba especialmente la atención era el
tono firme con el que cantaba el prefacio. Salía uno siempre de esa capilla más
conmovido y edificado que si hubiera escuchado el más elocuente sermón sobre el
amor de Dios.
LEGISLACION
(Regla
de 1837, Capítulo 02, Nº 11): A las ocho los Hermanos acompañan a los niños a
la Misa; éstos irán de dos en dos, con los brazos cruzados; se tendrá cuidado
de que no vayan bobeando para ver en las plazas ni hagan ruido al entrar en la
Iglesia. Los Hermanos harán cuanto puedan para conseguir de los Señores Curas
que la Misa sea a una hora fija.
(Regla
de 1837, Capítulo 02, Nº 19): En seguida se hace una visita al Santísimo
Sacramento si el Señor Cura lo juzga conveniente. Si no se va a la Iglesia, se
rezan en clase las oraciones de la visita. Estas oraciones son: Acto para la
Comunión espiritual, los actos de fe, esperanza y caridad, la oración Yo te
saludo dulcísima Virgen María y el Angelus.
(Regla
de 1837, Capítulo 04, Nº 13): Los Hermanos enseñarán a los niños a visitar con
respeto y devoción al Santísimo Sacramento; insistirán sobre todo en el cuidado
grande que deben poner para acercarse a El con frecuencia y dignidad.
(Regla
de 1837, Capítulo 05, Nº 27): Los días en que los niños no asistan a la Santa
Misa se hará con ellos una visita al Santísimo aunque se podrá dispensar de
hacerla habitualmente en razón de las distancias.
(Regla
de 1837, Capítulo 06, Nº 09): Diariamente los niños deberán lavarse, peinarse,
asear sus vestidos y su calzado antes de asistir a la Santa Misa; lo harán
después de arreglar su cama: al levantarse, si la Misa es antes del desayuno, o
bien después de éste si la Misa se celebra a las ocho. Todo lo indicado en este
artículo, lo hará por sí mismo el Hermano encargado cuando hubiere algún niño
impedido para hacerlo.
(Regla
de 1837, Capítulo 08, Nº 01): Antes de viajar o salir de paseo, los Hermanos
harán una visita al Santísimo Sacramento; lo mismo harán al regreso siempre que
les sea posible.
(Regla
de 1837, Capítulo 08, Nº 07): Cuando los Hermanos viajen a la Casa Madre, lo
primero que tienen que hacer a su llegada es una visita al Santísimo
Sacramento, luego presentarse ante el Superior o su reemplazante a quien
enseñarán su identificación. Se dirigirán en seguida con el Hermano encargado
de recibirlos, cumplirán con diligencia sus comisiones y se dirigirán al lugar
que se les asigne sin detenerse a charlar inútilmente. Al regreso las mismas
diligencias sin olvidar su identificación.
(Regla
de 1837, Capítulo 08, Nº 12): En cuanto sea posible, durante los viajes se
asistirá a la Santa Misa y se recibirá la Sagrada Comunión sin omitir los demás
ejercicios de piedad.
(Regla
de 1837, Capítulo 10, Nº 05): No olviden los Hermanos de llevar consigo sus
libros de piedad, a saber: el manual del cristiano, el Oficio de la Santísima
Virgen, la Devoción al Sagrado Corazón y otros para la Misa y Comunión, el
Combate espiritual y el Libro de Oro.
(Regla
de 1837, Capítulo 11, Nº 01): Por un novicio fallecido se aplicará una Misa a
la que asistirá toda la Comunidad. Dos Hermanos con sobrepelliz ayudarán la
Misa; en seguida uno llevará la cruz y el otro el agua bendita. Los novicios
llevarán el cuerpo al cementerio.
(Regla
de 1837, Capítulo 11, Nº 02): El día del fallecimiento de un Hermano profeso
temporal, se rezará el oficio de difuntos con tres lecciones y la Misa de
entierro será con acólitos y dos clérigos. Los Hermanos profesos temporales
trasladarán el cadáver.
(Regla
de 1837, Capítulo 11, Nº 03): Por un Hermano profeso perpetuo, se rezará: 1º El
oficio de difuntos con nueve lecciones, una Misa con diácono y subdiácono.
Después del responsorio se cantará la Salve Regina. Los Hermanos perpetuos, si
el número lo permite, cargarán el cadáver y se les dará preferencia para
oficiar. 2º En los establecimientos, el jueves que siga a la recepción de la
noticia de la muerte de un Hermano profeso perpetuo, se rezará el Oficio como
se indica más arriba y la Comunión se aplicará con la misma intención. 3º Los
Hermanos Directores mandarán celebrar una Misa, según la costumbre del lugar. 4
º Al principio del mes se celebrará una Misa en la Casa Madre por el descanso
del alma del difunto y se aplicará la Sagrada Comunión con la misma intención.
(Regla
de 1837, Capítulo 11, Nº 04): Se cantarán las Vísperas del Oficio de difuntos
cada primer domingo de mes; el lunes siguiente se aplicará una Misa por todos
los asociados y bienhechores de la Sociedad. En los establecimientos, las
vísperas por los difuntos se rezarán el jueves del retiro mensual.
EL
ESPIRITU DE LA REGLA
SEGUNDA
PARTE DE LA REGLA DEL 37, EDITADA ESPECIFICAMENTE PARA EL NOVICIADO. ELABORADA
POR EL H. FRANCISCO Y APROBADA POR EL PADRE FUNDADOR.
[41]
Método para pasar santamente una media hora o un cuarto de hora o aun algunos
minutos ante el Santísimo Sacramento.
1.
La devoción al Santísimo Sacramento es sin replica la mas sólida, la más
agradable a Dios y la más ventajosa para nosotros. No hay cristiano que no deba
acudir seguido a desahogar su corazón delante de un Dios que hace sus delicias
de habitar entre los hijos de los hombres. Id a él, tanto como los Pastores y
los Reyes para adorarlo, tanto como los Apóstoles y los discípulos para
escucharlo y recibir sus enseñanzas; tanto como Magdalena para llorar nuestros
pecados o para contemplar sus perfecciones admirables. Presentaos delante de él
como el enfermo del Evangelio, para ser curado de vuestras enfermedades, como
los pobres para presentare nuestras necesidades, y pedirle en vuestras dudas,
en nuestras inquietudes y en vuestras penas, los consuelos y las gracias que os
son necesarias. En las visitas que se hacen por turno según el uso, debe uno
mirarse como el representante de la comunidad para ofrecerle los homenajes y
rogar por las necesidades de toda la Sociedad.
2.
El tiempo que paséis con devoción al pie de los altares, delante de Jesucristo,
será el tiempo en que obtendréis más gracias y el que vos consolará a la muerte
y durante la eternidad. No hay lugar en donde Jesucristo escucha más
prontamente las oraciones de los fieles. Sabed que vos obtendréis puede ser más
en un cuarto de hora de oración ante el Santísimo Sacramento que en todos los
ejercicios espirituales del día.
3.
Entrad y caminad en el templo con modestia y recogimiento; haced la genuflexión
con un profundo respeto tanto interior como exterior; de la misma manera teneos
todo el tiempo en una posición muy respetuosa, no mirando de un lado y de otro
sino teniéndolos sobre un libro, o sobre Jesucristo en el tabernáculo, o
modestamente bajos; penetrado el corazón de temor, de amor, de gratitud y de
confianza en la presencia de este adorable Salvador. Unios a los santos ángeles
siempre postrados a sus pies en la Santa Eucaristía, que adoran, alaban y
glorifican continuamente, arrebatados de admiración a la vista del amor que El
nos muestra. Procurad imitar aquí abajo, en donde solo vemos a través de los
velos eucarísticos, la conducta y los sentimientos de los Bienaventurados en el
Cielo, que lo ven al descubierto y sin velo.
4.
Pensad que estáis delante del Hijo eterno de dios, el perfecto adorador de su
Padre, Dios el mismo, vuestro Creador, vuestro Salvador, vuestro Rey, vuestro
Maestro, el médico y el esposo de vuestra alma, que quiere vivir en vos sobre
la tierra, conversar con vos, darse enteramente a vos, tomar parte en las penas
de vuestro destierro y haceros partícipes de todos sus bienes en el cielo.
Conversad de corazón a corazón como si lo vierais con vuestro ojos; habladle de
las cosas de vuestro prójimo, tanto públicas como particulares; en fin, no lo
olvidéis a El mimo; regocijaos con él de las conquistas que hace, todos los
días, la fe en los piases idólatras, compadeceos de las ofensas que se cometen
contra él. Por lo demás, cuando se ama a Jesucristo se encuentran muchos
sujetos para entretenerse con él.
5.
Si os encontráis en la sequedad, si vuestro espíritu no os comunica nada para
decir a Jesús, no os desalentéis, teneos en su presencia con humildad. Aunque
no digáis nada, él ve el fondo de nuestro corazón; él sabe por que estáis ahí,
es suficiente. No busquéis hablarle siempre, escúchalo; que de cosas no tiene
él que decir a vuestro corazón... Quedaos algún tiempo en paz y en silencio
para darle la ocasión de obrar en vos y para dejaros penetrar de sus gracias y
de sus dones. Se le place a ese divino esposo decir una sola palabra, haceros
gustar de sus perfumes, arrojaos en espíritu a sus pies, abrazadlos y decirle
todo lo que el más puro amor y el más ardiente puede sugeriros de más tierno.
6.
Pensad que Dios después de haber recibido vuestro homenaje y las señales de
vuestra entrega a su servicio, vos prepara un delicioso festín, que es un goce
anticipado del paraíso. Disponeos purificando vuestro corazón y reconociendo
vuestra indignidad. Conservad un ardiente deseo de recibir a Jesucristo en el
Santísimo Sacramento, y un afectuoso sentimiento como si lo hubierais recibido
en efecto. El Señor hizo conocer a Sta. Catalina de Siena la satisfacción que
tenia a sus comuniones espirituales, y las gracias que el derrama,
demostrándole dos vacos sagrados, uno de oro y otro de plata, y diciéndole que
en el vaso de oro conservaba sus comuniones sacramentales y en el de plata sus
comuniones espirituales.
7.
Vos no saldréis de la casa de un amigo sin despediros de él y de saludarle más
de una vez; no dejéis de rendirle esos deberes a Nuestro Señor antes de
retiraros; testimoniadle vuestra gratitud por todas las gracias que os ha hecho
en esta visita, y vuestra persona de estar obligado de ausentarse ante tan buen
Maestro; pedidle su bendición y rogad a los ángeles que rodean su altar que lo
alaben y bendigan por vosotros.
[36]
Manera de estar en la misa.
1.-
Póngase en la santa presencia de Dios que se digna habitar en el templo como en
su propia casa, con todo el resplandor de la grandeza de su divina majestad.
Imagínese a los ángeles, a los querubines y a los serafines que llenan el santo
lugar, principalmente el santuario que rodea al sacerdote, con los sentimientos
más profundos de humildad y de respeto.
2.-
Reconozca su indignidad y pida a Dios perdón por su pecados, haciendo con el
sacerdote la confesión general con un corazón lleno de arrepentimiento, a fin
de prepararse mediante la pureza del alma a beneficiarse de los frutos de
Sacrificio.
3.-
Dirija su intención a los cuatro fines principales por los que este divino
sacrificio fue instituido: 1º para adorar a la Majestad de Dios y todas sus
divinas perfecciones, y reconocerlo como creador y primer principio, soberano
Señor y nuestro fin último; 2º para dar gracias a Dios de todos los bienes que
nos ha hecho, en el pasado y actualmente, y esto hacia todas las criaturas y
particularmente a la santa humanidad de nuestro Señor, de la Santísima Virgen y
de todos los santos; 3º para obtener el perdón de nuestros pecados y atemperar
el enojo de Dios, para reparar la injuria que le producen nuestras faltas y
hacerle apartar de nosotros su ira; 4º para pedirle todos los bienes y todas
las gracias que nos son necesarias para el cuerpo y para el alma, para esta
vida y para la otra.
Además
de estas intenciones generales, cada uno hará bien en tomar otras particulares,
según su inspiración, sus necesidades y los consejos de su director: por
ejemplo, la victoria sobre tal pasión, la adquisición de tal virtud, la
conversión de tal pecador, el éxito de tal asunto, el alivio de las penas de
las almas del purgatorio, etc...
Hay
varias manera de emplear piadosamente el tiempo de la santa misa.
La
primera consiste en escuchar lo que el Sacerdote va diciendo en alta vos,
unirse a él con el espíritu y el sentimiento; hasta respondiéndole, según la
costumbre (del lugar); y en relación con las oraciones que el sacerdote recita
en voz baja, pues sabérselas de memoria lo suficiente como para poder ocuparse
de ellas en nuestro interior, a medida que él las va musitando. Hay que
esforzarse en seguirlo e imitarlo en espíritu de fe en todo el detalle de las
oraciones y ceremonias (posturas)., Para esto hay que leer con antelación para
instruirse en el significado de las cosas. De esta forma se ofrece
conjuntamente con el Sacerdote el sacrificio del adorable Cuerpo y Sangre de
Jesucristo.
La
segunda consiste en leer en un libro las oraciones que se relacionan con el
Santo Sacrificio, de recitar el rosario o cualquier otro acto piadoso que se
puede ir repitiendo a manera de rosario, para cultivar afectos y movimientos
interiores que se relacionen con las acciones y oraciones que va haciendo el
Sacerdote; o en fin mediante algunos pensamientos conformes al espíritu de la
Iglesia, según el tiempo litúrgico y las fiestas que se nos van proponiendo.
La
tercera consiste en considerar atentamente los misterios de la pasión de
nuestro Señor Jesucristo con el fin de impulsarnos a amarle y servirle con
mayor devoción. Las oraciones, las ceremonias y los mismos ornamentos van
teniendo un significado especial y nos indican los diversos sufrimientos de
nuestro Señor. Para esto último uno puede ayudarse con el método siguiente:
1º
Desde que el Sacerdote sube al altar hasta el Evangelio, considera de una
manera simple y general la venida y la vida de nuestro Señor.
2º.
Desde el evangelio hasta el ofertorio, considera la predicación de nuestro
Señor y dile que quiere vivir y morir dentro de la fe y la obediencia a la
santa Iglesia Católica.
3º.
Desde el ofertorio hasta el Padrenuestro, aplica tu corazón a los misterios de
la pasión y muerte de nuestro Redentor que están siendo actualizadas en el
santo sacrificio.
4º.
Desde el Padrenuestro hasta la comunión, desea estar para siempre unido con un
gran amor a Dios. Haz una comunión espiritual si no vas a comulgar
físicamente., Para ello, renueva mediante un acto de fe el sentimiento que te
engendra la convicción de la presencia de Jesucristo en el altar. Formula un
acto de contrición y mueve tu corazón a tener un ardiente deseo de recibirlo
junto con el Sacerdote.
“Oh
Jesús, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento, yo de
adoro, te amo, te deseo, ven a mi corazón, me uno a ti, nunca te separes de mi”
Después,
quédate en silencio y mira a tu Dios dentro de ti mismo, tal como si hubieras
físicamente comulgado, adóralo, agradécele y haz todos los actos habituales
para ese caso.
6º.
Después de la comunión hasta el fin de la misa, agradece a Dios por todas las
gracias que te ha concedido, las que te está haciendo en ese momento y por las
que te dará en lo sucesivo. Invita a todos los moradores del cielo a agradecer
contigo esta bondad de Dios. Une tu espíritu y tu corazón a los santos Ángeles
que rodean el altar, para alabar y glorificar con ellos a Nuestro Señor, el día
y la noche.