El tema de la presencia de Dios en Marcelino Champagnat

 

Cepam-loma-bonita

 

 

CORRESPONDENCIA ACTIVA

 

Camine todos los días de su vida en la santa presencia de Dios. Que su santa voluntad sea el primer móvil de todas sus acciones. (F. Basin; 1839-02-23; Ps 244)

 

Otro buen medio para adquirir las virtudes religiosas es, como usted bien sabe, mi querido amigo, la práctica de la santa presencia de Dios, recomendada por todos los maestros de la vida espiritual. Aunque para las personas del mundo no sea más que de consejo, para los religiosos es un mandato. Ejercítese, pues, en ella durante el resto de la cuaresma. (F. Avit; 1839-03-10; Ps 247)

 

 

TESTIMONIOS MAYORES

 

(JBF, VMC: 01,04,037): 12. En todos mis actos mantendré la presencia de Dios y pondré sumo cuidado en huir de la ligereza..

 

(JBF, VMC: 01,12,135): Pero había que pensar que para la fiesta de Todos los Santos, los Hermanos tenían que volver a las escuelas. El Padre Champagnat les dio los ejercicios durante ocho días. Aconsejó a cada Hermano las resoluciones que le convenían según sus necesidades, defectos, carácter y cargo que había de desempeñar. Y en la cabecera de las resoluciones de cada uno mandó poner la de recordar continuamente la presencia de Dios.

 

(JBF, VMC: 01,22,241): Pese a sus dolores, el buen Padre no perdía nunca la presencia de Dios y se ocupaba continuamente en orar o charlar de temas espirituales con los Hermanos que venían a verlo o con los que le atendían. En cuanto tuvo que guardar cama, mandó colocar en las paredes de su habitación las imágenes de Nuestro Señor, la Santísima Virgen y san José para poder mirarlas y contemplarlas a su gusto y dar pábulo a su piedad y amor a Jesús, María y José, cuyo auxilio pedía y cuyos nombres invocaba a menudo.

 

(JBF, VMC: 01,22,244): Pido también al Señor y deseo con toda mi alma, que perseveréis fielmente en el santo ejercicio de la presencia de Dios, alma de la oración, de la meditación y de todas las virtudes. Constituyan siempre la humildad y sencillez el carácter distintivo de los Hermanitos de María. Una tierna y filial devoción a nuestra buena Madre os anime en todo tiempo y circunstancia. Hacedla amar por doquiera cuanto os sea posible. Es la primera Superiora  de la Sociedad. A la devoción a María juntad la del glorioso san José, su dignísimo esposo; ya sabéis que es uno de nuestros primeros patronos. Desempeñáis el oficio de ángeles custodios de los niños que os están confiados: tributad también a estos espíritus puros cultos particular de amor, respeto y confianza.

 

(JBF, VPC: 02,05,322): El ejercicio preferido del Padre Champagnat era el de la presencia de Dios. Lo estimaba más que cualquier otro por inclinación natural, por atractivo y, sobre todo, porque Dios mismo lo dispuso como el medio más directo y eficaz para alcanzar la perfección. Anda en mi presencia -dijo el Señor a Abraham- y serás perfecto (Gn 17, 1). David dice de sí mismo que trataba de tener siempre presente a dios en su mente, para no ser arrastrado (Sal 15, 8) ni por la tentación, ni las dificultades inherentes a la práctica de la virtud. Si no hubiera olvidado esa resolución, jamás habría ofendido a Dios, ni habría caído en adulterio y homicidio.

 

(JBF, VPC: 02,05,322): El ejercicio de la presencia de Dios no sólo es el más eficaz para santificarse; es también el más sencillo, cómodo y agradable. El más sencillo, porque abarca y suple a todos los demás; el más cómodo y agradable, porque el recuerdo de Dios fortalece el alma y la colma de gozo y felicidad.

 

(JBF, VPC: 02,05,323): Por ejemplo, aconsejaba aplicarse al ejercicio de la presencia de Dios, que era su ejercicio predilecto; o al de la conformidad con la voluntad de Dios o, incluso, al de la pureza de intención que también apreciaba mucho.

 

(JBF, VPC: 02,05,324): El modo como el Padre Champagnat practicaba el ejercicio de la presencia de Dios, consistía en creer con fe viva y actualizada en Dios, presente en todo, que llena el universo con su inmensidad, con las obras de su bondad, con su misericordia y su gloria. Nada repetía tan a menudo en sus conferencias, meditaciones, e incluso en las entrevistas personales, como estas palabras del Apóstol: En Dios vivimos, nos movemos y existimos; o aquellas otras del Profeta Rey: ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú, y allí muestras tu gloria; si desciendo al abismo, allí te encuentro, y tiemblo ante la vista de la terrible justicia que allí muestras; si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: “Que al menos la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día. De lejos percibes mis pensamientos, distingues si camino y si descanso, y todas mis sendas te son familiares; no ha llegado la palabra a mi lengua y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma.

 

(JBF, VPC: 02,05,326): La vivencia de la presencia de Dios mantenía su alma en una paz y tranquilidad inalterables. Su máxima favorita era que nada hay que temer cuando se tiene a Dios consigo, pues ningún daño pueden recibir quienes se abandonan a su divina Providencia.

 

(JBF, VPC: 02,05,326): No cesaba de recomendar a los Hermanos el santo ejercicio de la presencia de Dios. Deseaba que ésa fuera una de las resoluciones al final del retiro anual. Con tal motivo citaba la sentencia de san Francisco de Sales, es decir: “La presencia de Dios debe ser el pan de cada día para las almas piadosas.” Lo que significa que, así como para el alimento del cuerpo el pan acompaña a los manjares más variados, del mismo modo para el alimento del alma no debe haber acto, ni menos aun ejercicio espiritual alguno, que no vaya acompañado y santificado por el recuerdo de la presencia de Dios. Siguiendo el ejemplo del santo obispo de Ginebra -que en las constituciones de las Hermanas de la Visitación introdujo una norma, según la cual en los recreos y demás ejercicios, una Hermana debía recordar de vez en cuando a las demás este santo  ejercicio con estas palabras: “Recuerden todas nuestras Hermanas la santa presencia de Dios”-, nuestro piadoso Fundador quiso que las  conversaciones de los Hermanos durante el recreo girasen habitualmente en torno a temas edificantes, o que, al menos introdujeran en la conversación algún pensamiento edificante, para no perder el recuerdo de la presencia de Dios y orientar todas las acciones a su gloria.

 

(JBF, VPC: 02,05,327): Análoga respuesta daba el Padre Champagnat a un Hermano que le preguntaba cuál podría ser la causa del escaso progreso que experimentaba en la piedad y de las numerosas faltas que a diario cometía. “No conozco otra -le respondió- que la disipación, que le hace olvidar la presencia de Dios. Todas sus faltas proceden de la facilidad con que pierde de vista a Dios.”

 

(JBF, VPC: 02,05,328): A otro le escribía: La disipación lo perjudica mucho. Esfuércese, pues, en adquirir el recogimiento y recordar la presencia de Dios: de ese modo conseguirá corregir la superficialidad que le hace cometer infinidad de faltas y que hasta puede hacerle perder el alma.”

 

(JBF, VPC: 02,05,328): Hablaban en cierta ocasión de un Hermano que tenía excepcionales dotes para la enseñanza, y alguien dijo de él que bastaba su sola presencia en clase para imponer orden y hacer trabajar a los alumnos. “Amigos míos -repuso con viveza el Padre-, lo mismo ocurre, y aún más, con la presencia de Dios en un alma. Esa divina presencia basta para implantar en ella el orden, inundarla de paz, alejarla del pecado, y moverla a trabajar sin descanso en su perfección.”

 

(JBF, VPC: 02,05,328): Recorriendo un día la casa, el buen Padre sorprendió en falta a un Hermano. Éste, confuso a más no poder, se puso de rodillas y exclamó: -¡Perdone, Padre, no sabía que estuviese usted ahí! -Y ¿no se le ocurrió pensar que estaba Dios? -replicó el Padre-. Pero, Hermano, ¿así qque se permite en presencia de Dios lo que no se atrevería a hacer delante de mí? Mientras obre así, de religioso no tendrá más que el hábito, su vida estará plagada de faltas y vacía de virtudes.

 

(JBF, VPC: 02,05,328): “Otra ventaja de la presencia de Dios -decía el Padre Champagnat- es infundirnos entusiasmo y diligencia para trabajar en la perfección. Ningún sacrificio es costoso cuando se piensa en lo que Dios ha hecho por nosotros. ¿Qué clase de religiosos se arrastran por el camino de la virtud? Los superficiales que difícilmente se recogen en su interior; los que no observan el silencio; los que hablan mucho con los hombres y poco con Dios; los religiosos habitualmente infieles a la gracia, que, como los judíos, sólo escuchan la palabra de Dios cuando se manifiesta entre truenos, es decir, cuando los amenaza con el infierno. Este tipo de religiosos, sin espíritu de fe, olvidando que Dios los ve, se portan como los siervos malos que, en cuanto se ausenta el amo, dejan de trabajar, se tumban o se ponen a divertirse. No imitemos su conducta, y para ello recordemos que nos contempla Aquel por quien trabajamos, ante cuya presencia nos hallamos permanentemente. Lo que inducía a los Patriarcas a practicar las virtudes sublimes que en ellos admiramos era únicamente la presencia de Dios. Tan familiarizados estaban con su recuerdo que su expresión más habitual era ésta: Vive el Señor en cuya presencia estoy.”

 

(JBF, VPC: 02,05,329): A otro le escribía: “Si encuentra tantas dificultades en su clase, si se deja llevar por la impaciencia, el hastío y el desaliento, no le quepa la menor duda de que es porque no recuerda la presencia de Dios y porque en su actuar no se ha propuesto buscar su gloria.

 

(JBF, VPC: 02,05,330): Resumiendo, según el Padre Champagnat, en esto consiste el ejercicio de la presencia de Dios para un Hermano de María: 1.º mantenerse en estado de gracia; cuidar los pensamientos, palabras y el comportamiento en general para no decir ni hacer nada contra la conciencia y con ello desagradar a Dios. Combatir las tentaciones con este pensamiento: DIOS ME VE. 2.º Ofrecer a Dios todos los actos, y proponerse en todos ellos su mayor gloria. 3.º Rezar con frecuencia a lo largo del día, e incluso en los intervalos del sueño, oraciones jaculatorias. 4.º Tomar como modelo en todas las acciones a Nuestro Señor Jesucristo; recordar sus virtudes, sufrimientos, modo de relacionarse con los demás, y tratar de hablar y obrar como lo hizo o lo habría hecho él. 5.º Ver a Dios en las criaturas, alabarlo y bendecirlo en los servicios que nos prestan; ponernos en manos de Dios, acatar sus designio en todos los acontecimientos, cualesquiera que sean, y esperar sólo de él la ayuda en las dificultades y necesidades.

 

(JBF, VPC: 02,05,330): Como se puede comprobar, este modo de practicar la presencia de Dios es a la vez facilísimo y muy provechoso.

 

AVIT, VOL. 01, (8):  1. Haré todos los días, al menos media hora de meditación, en lo posible al levantarme, antes de salir de mi habitación. 2. Nunca haré mi meditación sin haber previsto el tema y sin haberme preparado con esmero a ella. 3. Nunca celebraré la Santa Misa sin haberme preparado al menos durante un cuarto de hora. Después, consagraré otro cuarto de hora a la acción de gracias. 4. Leeré una vez al año las rúbricas del misal. 5. En el transcurso del día, haré una visita al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen. 6. Siempre que salga para atender a algún enfermo o cualquier otra causa, visitaré al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen. Haré otra visita al regresar para agradecer a Dios las gracias concedidas y pedirle perdón por las faltas que pudiera haber cometido. 7. No olvidaré el hacer todas las noches mi examen de conciencia. 8. Cada vez, que en mi examen de conciencia, me reconozca culpable de alguna crítica, me daré tres golpes de disciplina. Haré lo mismo si reconozco haber dicho algo por vanidad. 9. Todos los días estudiaré la teología durante una hora. 10. No daré ninguna instrucción sin haberla preparado. 11. Recordaré constantemente que llevo a Jesús en mi corazón. 12. Me mantendré en la presencia de Dios en todas mis acciones, y evitaré, con gran cuidado, la disipación 1

 

AVIT, VOL. 01, (185):  4º.- Sobre la presencia de Dios. - "No me cuesta más trabajo mantenerme en la presencia de Dios en las calles de París, decía el piadoso Fundador, que en los bosques del Hermitage. La presencia de Dios es el cimiento de la vida espiritual. Nos hace evitar el pecado; nos da la fuerza para practicar la virtud, para soportar las penas inherentes a nuestro estado y nos inspira sentimientos piadosos. Si no nos atrevemos a cometer el mal ante los hombres, ¿por qué nos atrevemos a cometerlo ante Dios, si recordamos su presencia?"

 

AVIT, VOL. 01, (186):  Un Hermano a quien sorprendió en una falta, se arrodilló ante él, diciendo: "Perdón, Padre, no sabía que estuviera aquí". -"¿Y el buen Dios?, ¿Pensó usted que El está aquí? ¿De modo que usted hace delante de Dios lo que no se atreve a hacer en mi presencia? Mientras siga actuando de esta manera, de religioso nada más tendrá el hábito; su vida estará llena de faltas y vacía de virtudes".

 

AVIT, VOL. 01, (187):  "La presencia de Dios nos inspira un gran celo para trabajar en nuestra perfección y en la salvación de las almas. Ningún sacrificio cuesta mucho, cuando se piensa todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Tengamos muy presente que aquel por quien trabajamos nos observa y que siempre estamos bajo su mirada".

 

AVIT, VOL. 01, (657):  Quiere decir que en 23 años, el piadoso Fundador había juntado 421 profesos o novicios, de los cuales 92 se habían retirado con gran pena para él, y 49 habían partido para el cielo. De los 53 establecimientos que había fundado, Vienne, Feurs, Vanosc, Lyon y Belley, con los Padres, ya no funcionaban, estos últimos desde hacía poco tiempo, pero quedaban 48 en los que cerca de 180 Hermanos realizaban todo el bien posible. Oceanía no estaba incluida en las 48 casas señaladas más arriba; los Hermanos que estaban allí, se encontraban desparramados aquí y allá, con los Padres, y aunque no tenían casa fija, no dejaban, sin embargo, de hacer el bien. A nadie se le ocurrió contar con exactitud el número de niños que atendían los 180 Hermanos de los colegios; se puede calcular el número en siete mil.[1] Ya sabemos que, para iniciar esta inmensa obra, el celoso Fundador no contaba ni con dinero ni con propiedades de ninguna clase. Lo había hecho todo con su gran espíritu de fe y en la presencia de Dios, por su humildad y su entera confianza en El, por su devoción sin límites a la que había establecido soberana de su Instituto, por su entusiasmo, sus privaciones como por sus sufrimientos físicos y mora les. Siempre había contado con la Providencia que nunca le faltó.

 

SILVESTRE, Memorias, primera parte, cap. 07: 6º. Sin embargo, durante este período se observa la Regla con la misma exactitud que en La Valla: el Padre daba la señal de levantarse a las cuatro; se guardaba silencio durante el trabajo y, al dar las horas, para recordar a cada uno la presencia de Dios -práctica predilecta del Padre Champagnat-, se rezaba, con el mayor recogimiento, el Gloria Patri, el Ave María y la invocación Jesús, María y José, tened piedad de nosotros. El Padre Champagnat había levantado en el bosque, con sus propias manos, una capilla dedicada a María. En ella celebraba todos los días el Santo Sacrificio, pero era tan pequeña que sólo el celebrante, los dos monaguillos y algunos Hermanos mayores la llenaban por completo. Los demás se situaban alrededor en religioso recogimiento. Allí hacían la meditación por la mañana

 

SILVESTRE, Memorias, primera parte, cap. 07: 11º. Finalizaba el año escolar de 1824; llegaba el momento para los Hermanos que había trabajado durante las vacaciones en la construcción de la casa, de volver a sus puestos. Antes de su partida, el padre Champagnat les dio un retiro de ocho días. Les sugirió las resoluciones que debían tomar para pasar bien el año, y en primer lugar, como la más importante, la práctica habitual de la presencia de Dios que, según él, es una de las más eficaces para llegar en poco tiempo a una gran perfección.

 

SILVESTRE, Memorias, primera parte, cap. 18: 2º. Llegado el  momento en que, según dispone la Santa Iglesia, debía recibir los Sacramentos que sostienen al moribundo en la lucha suprema, él mismo los pidió y dijo al Hermano Estanislao que preparase en la sala de ejercicios todo lo necesario para esta ceremonia, siempre consoladora para el que, habiendo amado sólo a Dios durante su vida y trabajado para su mayor gloria en medio de combates y persecuciones de todo tipo, no espera más que la corona de justicia que El ha prometido a sus fieles servidores. A las cinco de la tarde estaba todo preparado; los Hermanos, novicios y postulantes se colocaron alrededor de la sala. Pronto aparece el Venerado Padre revestido de sobrepelliz y estola. Al verlo, profundamente conmovidos ante su aspecto tranquilo que contrastaba con la palidez de su rostro marcado por la huella del sufrimiento, no pueden contener las lágrimas. En medio de estas muestras tan enternecedoras de sincero afecto, el Venerado padre se sienta en el sillón, se recoge interiormente unos instantes y luego manda comenzar la ceremonia. Recibe primeramente la unción de los enfermos; él mismo se quita las medias para la unción de los pies, no permitiendo que nadie le preste este servicio. Recibe a continuación el Santo Viático con una humildad  tan profunda y un amor tan ardiente que, embargados los corazones por la emoción, apenas si los asistentes pueden respirar. En cuanto al Venerado Padre, completamente absorto y anonadado en la presencia de Dios, que su viva fe le hacía presente como si lo estuviese viendo con sus propios ojos, parece no ver ni oír nada en la sala, y permanece completamente inmóvil. Al cabo de unos minutos, abre los ojos y paseándolos sobre los presentes deshechos en lágrimas, les dirige con voz débil, pero emocionante, una exhortación de la que transcribo lo esencial.

 

SILVESTRE, Memorias, primera parte, cap. 19: 1º. La mejoría que se había notado después de la novena que la comunidad había hecho a santa Filomena para pedir su curación, no duró mucho; pronto la afección renal, que se había manifestado desde el miércoles de ceniza, se intensificó. Las manos y las piernas se hincharon de nuevo y, además, comenzó a tener vómitos casi continuos. Esto, sin embargo, no le impidió continuar haciendo sus ejercicios de piedad, proferir frecuentes oraciones jaculatorias y mantenerse en la presencia de Dios; incluso rezó el Breviario hasta que ya no pudo sostener el libro en las manos.

 

SILVESTRE, Memorias, tercera parte, cap 02, párrafo 01: 1º. El recuerdo frecuente de la presencia de Dios ha sido durante la vida del buen Padre su práctica predilecta; era, en cierta forma, el alma de su alma. A la vista de su aspecto tranquilo, serio y recogido, bien se podría creer que tenía a Dios presente. Recuerdo que, cuando hacía la meditación, la comenzaba con estas palabras del salmo 138: “Quo ibo a spiritu tuo”... Las pronunciaba con un tono de voz tan sentido y solemne, que producían en el alma una expresión inexpresable e inducían a tal recogimiento que apenas se atrevía uno a respirar. ¡Cuán a menudo estas palabras me han servido de defensa contra el pecado y de preparación próxima a la oración! A tiempo y a destiempo nos recordaba esta santa presencia, diciéndonos que esta práctica podía suplir con ventaja a todas las demás, para avanzar a pasos agigantados por el camino de la perfección. Nos recomendaba que si nos olvidábamos de Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos, que no nos olvidásemos de pensar en El al menos cuando el noar de la campana viniese a recordarnos que Dios ve todas nuestras acciones.

 

SILVESTRE, Memorias, tercera parte, cap 02, párrafo 01: 2º. Sin embargo, no hay que creer que su exterior serio y recogido, fruto de esta santa presencia, y que, a primera vista inspiraba respeto y a veces temor, le impidiese, cuando las circunstancias o las conveniencias lo exigían, ser alegre e incluso bromista. Así, durante los recreos, jugaba algunas veces con nosotros para poner el juego en marcha, pero se notaba que lo hacía como el Apóstol, "en el Señor, en quien se regocijaba" porque siempre conservaba su rango de superior y su dignidad de ministro de Jesucristo. En efecto, no recuerdo haberle oído decir una sola palabra que pudiese herir la caridad o contradecir los más exquisitos modales. Nunca le he visto permitirse la menor familiaridad con nadie y, a este respecto, se comportaba con tal reserva, que se hubiese reprochado no solamente el tomar a alguien por la mano, acariciarle, etc., sino que ni siquiera tocar sus vestidos sin motivo; más aún, cuando algunos Hermanos se permitían, jugando, algo parecido, les recordaba al instante estas palabras que yo le oí repetir muchas veces: “Juegos de manos, juegos de villanos”. En una palabra, se notaba en todo y por todas partes que obraba bajo la mirada de Dios, a quien parecía ver con los ojos de la fe como si lo hubiese visto con los ojos del cuerpo. Es de imaginar, pues, cómo debía de caminar a pasos agigantados por la senda de la perfección, siguiendo estas palabras de Dios a Abrahán: “anda en mi presencia y serás perfecto”. ¿Acaso la Santísima Virgen de Nazaret obraba de otro modo?

 

SILVESTRE, Memorias, tercera parte, cap 02, párrafo 02: 1º. Se comprende fácilmente que el recuerdo casi habitual de la presencia de Dios le inspirase un vivo horror al pecado. Por eso, sus instrucciones trataban frecuentemente sobre este mal que él llamaba el mayor de los males. Nos llenaba a todos de terror cuando nos describía sus características y sus funestas consecuencias. Sentíamos algo en el alma que nos hacía estremecer. A la vista de la ofensa de Dios, se apoderaba de él tal sentimiento de tristeza que sus ojos se humedecían de lágrimas. Cuando hablaba del pecado contra el sexto mandamiento, el tono enérgico de su voz, desplegándose en toda su intensidad, aterraba a su auditorio y lo llenaba de un saludable temor que producía un alejamiento de los más pronunciados de este vicio, del que no podía soportar el contagio.

 

SILVESTRE, Memorias, tercera parte, cap. 02, párrafo 04: 1º. Si el que camina habitualmente en la presencia de Dios ha de ser forzosamente humilde, se puede también decir, sin temor a equivocarse, que es hombre de oración. Esto era, efectivamente, el Venerado Fundador. Y así, a pesar de sus numerosas ocupaciones, siempre estaba con nosotros en el oratorio; digamos, entre paréntesis, que en esta sala no había ni bancos, ni sillas, ni reclinatorios, ni tampoco calefacción en invierno. Su fe, su piedad, su fervor, su compostura y algunas veces su palabra animada estimulaban la devoción de los más tibios y mantenía despiertos a los que la tentación del sueño habría podido vencer. Cuando él dirigía la oración, tomaba un tono tan emotivo, y pronunciaba con tanta claridad no solo las palabras, sino hasta cada una de las sílabas, que no se perdía detalle. No iba ni demasiado deprisa ni demasiado despacio; hacía las pausas que exigía el sentido, sin resaltar de forma demasiado afectada la puntuación, señalando ligeramente las comas y parándose convenientemente en otros signos ortográficos. En una palabra, no leía la oración, sino que la recitaba con fervor, energía e inteligencia; así pues, se notaba que los sentimientos de su corazón se traslucían en sus palabras, y se sentía uno impulsado, aun sin querer, a la piedad y a la devoción. Cuidaba de tal modo que las oraciones vocales se hiciesen bien, que reprendía e incluso castigaba a los que se precipitaban o las farfullaban. Me parece haberle oído decir que se debía orar, al menos, con la atención, el respeto y la expresión conveniente, como cuando se cumplimenta a un gran personaje. Un día, según puedo recordar, un eclesiástico que asistía a la oración, no sé si de la mañana o de la noche, quedó de tal modo edificado de la piedad, de la seriedad y del sentimiento profundo con que rezaba, que he oído decir que se había prometido a sí mismo conservar su recuerdo durante toda la vida.

 

SILVESTRE, Memorias, tercera parte, cap. 02, párrafo 8: 1º. Nada diré de la conducta que observaba el buen Padre en los recreos; por la anécdota citada en el párrafo anterior se ve que no quería que los recreos se pareciesen a los de la gente del mundo, y también se ha visto en el párrafo primero del capítulo segundo de este apéndice, cómo se comportaba él mismo. Por lo demás, si se quiere tener una idea de la forma religiosa como pasaba los recreos, no hay más que leer el capítulo de las Reglas Comunes que trata de este tema, porque es en general lo que él mismo practicaba. Me limitaré, pues, a decir que no le gustaban los recreos ruidosos, las risas inmoderadas, las chiquillerías, los juegos de manos, ni una disipación extremada. La tradición nos refiere que, habiéndose dado cuenta de algunos de estos defectos entre sus primeros discípulos,  los reprendió con paternal actitud, lo que fue suficiente para corregirlos. A este propósito nos decía que la gente del mundo se dejaba llevar por las alegrías desmedidas, haciendo mucho ruido y gran alboroto, porque no teniendo la paz de la conciencia, para acallar los remordimientos, buscaban divertirse con gritos tumultuosos y excesos de todo tipo; pero que los religiosos no necesitan de todo este estrépito porque deben regocijarse en el Señor y en la santa presencia de Dios.

 

SILVESTRE, Memorias, apéndice, cap 01, párrafo 1: Quisiera ahora hacer el elogio de sus virtudes, pero existe ya una descripción tan detallada de las mismas, tan verídica y edificante en el segundo volumen de su vida, que me contentaré con exponer lo que más me llamó en él la atención durante mi noviciado y en algunas otras circunstancias, aun a riesgo de repetir lo que ya se ha dicho y de pasar por pueril en algunos detalles. Siempre será una confirmación más de sus virtudes. Para empezar, diré cuán grabado estaba en el corazón y en el espíritu de nuestro piadoso Fundador el pensamiento de la presencia de Dios. Se puede decir, con verdad, que esta santa presencia era el alma de su alma y el alimento de su piedad; era de tal modo tranquilo, serio y recogido, que todo inducía a creer que no la olvidaba jamás. Siempre recordaré que cuando dirigía la meditación, comenzaba frecuentemente con estas palabras del salmo 138: “Quo ibo a espiritu tuo, etc.”, y las pronunciaba con un tono de voz tan sentido y tan solemne que causaban en el alma una impresión inexplicable y llevaban a tal recogimiento, que no se atrevía uno a moverse ni siquiera por pura necesidad. ¡Cuántas veces me ha venido al pensamiento este “quo ibo”, y ¡cómo me ha servido cientos de veces de baluarte contra el pecado y de preparación inmediata a la oración! Nos hablaba a tiempo y a destiempo de esta divina presencia, recomendándonos que, si llegábamos a olvidarla, no dejásemos de recordarla, al menos, cuando el sonido de la campana o el timbre del reloj anunciasen la oración de la hora.  Sin embargo, no se piense que el aspecto imponente del Buen Padre de impidiese ser alegre cuando las circunstancias o la conveniencia parecían exigirlo!. Durante los recreos nos contaba con frecuencia algunos chistes para entretenernos; más aún, nos enseñaba y nos hacía practicar juegos inocentes y muy agradables. Tampoco temía participar en la partida, pero, iniciado el juego, desaparecía sin que se notase. Pero era siempre, como dice san Pablo, en el Señor en quien se regocijaba; y a pesar de esa tolerancia de un buen Padre para con sus hijos, conservaba, sin faltar a ello jamás, su calidad de Superior y su dignidad de ministro de Jesucristo y, sobre todo, el recuerdo de la presencia de Dios. No recuerdo haberle oído decir una sola palabra que hubiese podido herir en lo más mínimo la caridad o chocar con los más exquisitos modales y, con mayor razón, decir o hacer alguna cosa contraria a la ley de dios, incluso en la materia más leve. Jamás le vi, en los momentos en que se manifestaba más familiar, permitirse tocar a nadie, ni siquiera con la punta del dedo y, si alguno se permitía ciertas familiaridades que el juego parecía tolerar, pero que podían menoscabar las normas concernientes al respeto mutuo, jamás dejaba de proferir secamente este refrán que le era familiar en tales circunstancias: “Juegos de manos, juegos de villanos”.

 

SILVESTRE, Memorias, apéndice, cap 01, párrafo 2: Se comprende fácilmente que el recuerdo habitual que el padre Champagnat tenía de la presencia de dios le inspirase un temor, una repugnancia o más bien una especie de terror ante cualquier ofensa a la suprema Majestad; en una palabra y hablando vulgarmente, el pecado era su bestia negra. Así pues, sus instrucciones recaían frecuentemente sobre este mal que él llamaba el mal de los males. ¡Oh, Dios mío, qué profundo horror le infundía! Era como para hacer temblar a todo su auditorio cuando describía sus características y funestas consecuencias. Tanto los más serios como los más ligeros se sentían espantados. Atravesaba el alma un algo, que entraban escalofríos,  sobre todo cuando trataba de ciertos pecados cuyo nombre raramente pronunciaba, siguiendo el consejo del Gran Apóstol. Entonces, su tono enérgico, desplegándose en toda su amplitud, conmovía las conciencias de los más relajados y aterraba a los que se sentían culpables en esta materia. Recuerdo que decía a este propósito: “Si me presentasen un joven con su peso en oro y con grandes cualidades, pero sometido a malos hábitos, no lo recibiría en la casa, y en el supuesto de que entrase porque sus costumbres pareciesen exteriormente buenas, si no trabaja duramente y prontamente en corregirse, no dudo de que la Santísima Virgen lo separará pronto de la comunidad”. “Un niño, añadía, precoz en el mal y que se deja arrastrar por él, casi no puede ser corregido si no es por un rayo que caiga a sus pies, mediante fuertes castigos corporales, mediante una buena primera comunión o gracias a un milagro obtenido con fervientes plegarias”.

 

SILVESTRE, Memorias, apéndice, cap 01, párrafo 4: Además de los ejercicios de piedad ordinarios: oración, Santa Misa, rosario, lectura espiritual, examen particular, etc., que jamás omitía, aun cuando estuviera muy cansado y sobrecargado con numerosas ocupaciones, se entregaba a otras oraciones personales que sólo Dios conoce, de modo que se puede decir, sin temor a equivocarse, que la oración era su alimento, como la presencia de Dios su elemento.

 

 

TESTIMONIOS MENORES

 

Constantemente recomendaba la práctica de la presencia de Dios (...) y todos los años, mandaba poner esta práctica como la primera de las resoluciones del retiro. (F. EUTHYME, SUMM 258)

 

El Venerable Padre hacía la oración de la mañana y la meditación con la comunidad. Su compostura y su semblante tan lleno de la presencia de Dios obligaban a cuantos asistían a orar bien. A menudo, añadía algunas profundas reflexiones al tema que se había dado, y frecuentemente también, al final de la oración, pedía cuenta públicamente del modo como se había realizado este ejercicio. Yo experimentaba un gozo indecible en colocarme siempre junto a él en las oraciones de la comunidad. (F. EUTHYME, SUMM 258)

 

Me acuerdo que el Siervo de Dios nos recomendaba frecuentemente el santo ejercicio de la presencia de Dios; y nos exhortaba a ponerlo en práctica, haciendo todas nuestras acciones ante Dios, en Dios y por Dios. (F. JUAN CLAUDIO, SUMM 250)

 

Muchas veces oí al Siervo de Dios recomendar la práctica de la presencia de Dios. (F.MARIE LIN, SUMM 249)

 

Certifico haber observado, desde mi llegada al noviciado, una compostura respetuosa, digna y recogida del Venerable Fundador, no sólo durante los ejercicios de piedad, sino en todo lo demás. Aunque de carácter alegre y abierto, se observaba siem-pre en él un semblante reflexivo y de gravedad que no podía provenir sino del pensa-miento de la presencia de Dios, del que estaba penetrado. (F. Aidant, SUMM 194)

 

Lo que más me impresionó y edificó durante mi noviciado es la compostura y profundo respeto que el Servidor de Dios tenía ante el Santísimo Sacramento del Altar, antes de dar comienzo a la Santa Misa, y con cuánto fervor pronunciaba las palabras litúrgicas. Se hubiera dicho que contemplaba a Nuestro Señor cara a cara. Su acción de gracias después de la Misa, al igual que sus visitas al Santísimo las hacía con una piedad verdaderamente edificante. (F. Aidant, SUMM 312)

 

Durante mi noviciado, el P. Champagnat rezaba diariamente las letanías de la Sma. Virgen, de rodillas, al pie del altar, después de la Misa celebrada por él, que era la de la comunidad; pero no sé por qué intención. Durante el rezo de esta oración, su rostro irradiaba confianza y alegría; su mirada permanecía dirigida a la imagen de María, colocada arriba del altar. Hubiérase dicho que veía realmente a la Reina del Cielo. Jamás, pero jamás, olvidaré esa actitud tan piadosa, esa confianza visible en el rostro seráfico del venerable Siervo de Dios. (F. Callinique, SUMM 256)

 

 

LEGISLACION

 

REGLA 1830, generalidades: 6.- A las seis y cuarto, en las Casas en donde hay internos, el Hermano designado por el H.Director, despertará a los niños. Uno de estos dirá en voz alta: “Acordémonos que estamos en la presencia de Dios”. Los demás responden: “Pidámosle que venga a habitar en nuestros corazones.”

 

REGLA 1837, [02] 02: A las cuatro y media la meditación que debe hacerse siempre en comunidad como en la Casa-Madre. El tema será leído desde la víspera con el fin de pensar en él durante los  intervalos del sueño, para preparase bien y no tentar al Señor. En la mañana no se leerá públicamente dicho tema, sino que cada quien es libre de revisarlo en particular o de tomar otro, según su gusto aprobado por el Director. No se contenten con esta media hora de meditación; traten de continuarla en las diferentes acciones del día por el recuerdo de la Presencia de Dios y la práctica de oraciones jaculatorias.

 

REGLA 1852, 02, 01, 012: El espíritu de oración, la frecuente Comunión, el santo ejercicio de la presencia de Dios, son otros tantos medios muy eficaces para adquirir y conservar el espíritu de fe; los Hermanos no dejarán nunca de ponerlos en práctica.

 

REGLA 1852, 03, 11, 009: Las conversaciones de los Hermanos durante el recreo, versarán ordinariamente sobre cosas edificantes o materias de estudio, o concernientes a las clases, y procurarán no falten algunas palabras de edificación en ellas, a fin de no perder el recuerdo de la presencia de Dios, y referir todas sus acciones a su mayor gloria.

 

(CONS1986: 007,03): A ejemplo del Fundador, vivimos en presencia de Dios y sacamos nuestro dinamismo del misterio de Belén, de la Cruz y del Altar. El éxito de nuestro trabajo lo esperamos sólo de Dios, persuadidos de que "si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores" (Sal 126).

 

(CONS1986: 068,01): El Padre Champagnat, por el ejercicio de la presencia de Dios, llegó a vivir en oración continua, aun en medio de las ocupaciones más absorbentes. Recurría sin cesar a Dios. "Nunca, decía, me atrevería a emprender nada sin antes habérselo encomendado a Dios mucho tiempo". Al celebrar la Eucaristía y en las frecuentes visitas al Santísimo Sacramento, su fe profunda le hacía casi sensible la presencia de Jesús. Se dirigía a María con la confianza de un niño.

 

(CONS1986: 071,03): Seguros de la ternura del Padre, perseveramos en la meditación con fe y entereza, a pesar de las dificultades que podamos encontrar en ella; le dedicamos diariamente media hora, por lo menos, y la prolongamos durante el día por el ejercicio de la presencia de Dios.

 

(CONS1986: 071.02): A lo largo del día dedicamos tiempos gratuitos de recogimiento, preferentemente ante el Santísimo, para reavivar nuestro amor a Cristo e intimidad con él.

 



[1] Reunidos en 105 clases. N.R.