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Asunto:
Estas guerras (Pietro Ingrao)

Fecha :
Tue, 08 Oct 2002 22:02:43 +0200


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Estas guerras
PIETRO INGRAO

Pietro Ingrao, uno de los líderes más carismáticos -y heterodoxos-
del Partido Comunista Italiano, director de L'Unita, presidente de
la Cámara de Diputados, escritor y poeta, recibió el día 5 de
octubre el título de doctor honoris causa de la Universidad de
Barcelona como reconocimiento "a su trayectoria política y su
reflexión sobre la democracia". Después de la presentación a cargo
de Juan Ramón Capella, Ingrao ha impartido la lección que aquí
publicamos.
(Traducción SODEPAZ)
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Os doy las gracias con fuerza por el gran honor que la Universidad
de Barcelona ha querido hacerme concediéndome este título, y
mostrando una atención tan generosa a la investigación cultural y a
las reflexiones sobre la democracia que he intentado desarrollar a
lo largo del siglo borrascoso en que ha transcurrido mi vida. La
emoción es aún más grande no sólo por el lugar extraordinario que
España y Cataluña tienen en la historia del mundo, sino por un hecho
particular, que me concierne directamente.

Fue en julio de 1936. Cumplí 21 años. Era estudiante en la facultad
de Derecho, en la Universidad de Roma, en plena juventud. La
agresión del gobierno fascista italiano a la joven República
española fue el trauma, el acontecimiento sobrecogedor que me
empujó, diría, me obligó, a la lucha antifascista, a aquel empeño en
la batalla política que luego ha marcado mi existencia.

Empezó para mí, en aquellos años, la unión con el antifascismo
español en el exilio, que se dilató en el tiempo, y me llevó al
encuentro con la arrolladora poesía española del siglo XX, desde
Machado, a Lorca, a Rafael Alberti.

En este largo camino de mi vida he esperado ardientemente que los
horrores, las matanzas, los montones de víctimas que han marcado la
época en que he vivido, se convirtieran en un simple recuerdo
amargo, casi como un rastro de locura a la que nos condujo el
capitalismo en su fiebre de la época fordista y -por su parte- los
errores fatales del estalinismo. Sucesivamente nos ilusionamos con
que –antes y después del derrumbamiento de la URSS- por fin se
abriera un espacio nuevo para parar la carrera armamentista.

No fue así. Cuando el muro de Berlín cayó hecho añicos, hemos visto
increíblemente que la guerra volvía a una zona crucial del mundo, la
península arábiga, que es la bisagra entre Europa, Asia y África.
Hoy la cuestión de la guerra se de nuevo en el horizonte.

Antes ha habido un turbio, ambiguo camino destinado a legitimar la
intervención de los ejércitos en nombre de la necesidad de justicia.
Recordáis, fue la grave acción militar de la OTAN en Serbia,
justificada en nombre de la democracia y la liberación de los
pueblos oprimidos por el déspota Milosevic. Los días en que los
discursos hablaban de la "guerra justa". Alguien -en Europa- se
atrevió a evocar un término supremo y antiguo. Habló de "guerra
santa."

Es verdad que aquel hecho en los Balcanes fue potenciado y
alimentado -al menos en parte por algunos actores- como la esperanza
y la imagen de una purificación de la guerra, como si saliese del
lodo del suelo y pudiera moverse en la pureza de las grandes
altitudes de la atmósfera y pudiera golpear solamente, con la
sabiduría de las técnicas modernas, los medios militares del
adversario. Fue la que he llamado la ilusión o el engaño de la
"guerra celeste". De esa ilusión salió -¿recordáis? - aquella imagen
consoladora del piloto norteamericano que salía de la costa
atlántica y -en la calma soledad de los cielos lanzaba una bomba
inteligente- volvía limpio de manchas al hogar, en la patria
norteamericana. ¡Qué error! Ha venido después la guerra en
Afganistan y el bombardeo aéreo se ha mezclado con la destrucción de
las ciudades, las matanzas de civiles, y con la máquina de las armas
que se introdujo en las entrañas de las colinas. Han desaparecido
poco a poco, amargamente, las justificaciones éticas, las
representaciones salvadoras, los discursos moralizantes. Es cierto
que no han sido eliminados hasta ahora los vínculos formales que
fueron puestos en muchas Constituciones europeas y en la Carta de
las Naciones Unidas al uso de las armas. Aquellas referencias
todavía están escritas en esas leyes solemnes. Simplemente ocurre
que están superadas o - de hecho - invalidadas. En mi país el
artículo 11 de la Constitución, que permite sólo la guerra en caso
de defensa, es de hecho despreciado sin que sobre esto haya ni
sorpresa ni escándalo. Tampoco hay una discusión en el parlamento o
ninguna explicación por parte del Presidente de la República, que
sobre tal violación guarda un religioso silencio. Algo hay que me
asusta más. El hecho amargo de que en nuestros países el sentido
común no se alarma, no tiembla. Tenemos que decir esta verdad
amarga. Pasáis las páginas de los libros, escucháis las palabras de
los gobernantes. Pasáis las páginas de los debates parlamentarios.
Encontraréis que ha desaparecido la palabra "desarme". No la usa
jamás nadie.

Es en este sentido amplio y escalofriante que yo hablo de una
"normalización" de la guerra. Se ha licuado el miedo, el horror que
sacudió a mi generación y - en aquel mayo dl 1945 - nos hizo jurar
que jamás volverían las matanzas.

¡Como mentíamos! Os fijáis hoy, miráis como se discute ahora, en
estos días, abiertamente de un ataque a Irak, y se invoca la guerra
preventiva. Y quién habla no es un político estúpido o un periodista
fanfarrón. Lo propone hoy al mundo -como sentencia ineludible y
urgente- el presidente de los Estados Unidos, el jefe de la potencia
más grande de la tierra.

Y eso ocurre sin demasiado escándalo. No se reúnen con ansiedad los
parlamentos. No tocan a arrebato las campanas de las iglesias. Ni
los sindicados convocan huelgas. Precisamente se ha hecho normal,
invocada por el país que se considera la guía del mundo, la guerra
preventiva.

¿En qué se fundamenta esta nueva revalorización y normalización de
la guerra y por qué hoy es el pacifismo una opción de pequeñas
minorías?

Quiero sólo aludir a una explicación que -por comodidad y brevedad-
llamaré "técnica". En verdad no está en mis competencias la crítica
de las grandes innovaciones tecnológicas y los nuevos saberes que
han ampliado y revolucionado los sistemas de armas, la relación de
los conflictos, la combinación de las estrategias en tierra, mar y
aire. Pero tengo en mente los fuertes cambios ocurridos en la
relación político-social entre la vida del hombre sencillo y las
masas de civiles y en su papel en la guerra en este paso de siglo.

Me parece indudable que en las últimas décadas se haya venido
desarrollando, (¿o haya vuelto?) la connotación "especializada" en
la práctica de la guerra. Parece desaparecida o debilitada aquella
connotación totalizadora que la asumió clamorosamente desde
principios del siglo XX, el camino que a partir del conflicto
mundial del 1914 vio alineados en los frentes de batalla millones de
hombres por años y años, y en una condición humana radicalmente
diferente a la de civil, aquella guerra de masas en el barro de las
trincheras que poco a poco se fue ampliando hasta implicar al
conjunto de las naciones, a las ciudades lejanas del frente, la vida
de los indefensos, las mujeres y los niños. Fue la guerra de masa.
La guerra mundial, como la llamamos.

Hoy las acciones predominantes, el núcleo central de la acción
bélica parecen de nuevo confiado a soldados profesionales, a
ciudadanos y a ciudadanas que aceptan o hasta piden ser llamados a
practicar la ciencia de la guerra, con sus altas tecnologías y con
el riesgo de su muerte

Las muertes colectivas en nombre del poder público vuelven a ser
hazaña de nobles: bajo la perspectiva de la remuneración, del rango
social y del reconocimiento público.

La existencia de estos grupos especializados en matar, en nombre de
la comunidad, aparece como una nueva división de tareas, que les
permite a los civiles, garantizados por está protección y
conocimiento especializado, dedicarse –digámoslo así- serenamente a
las tareas de paz. Pues el soldado Ryan -¿recordáis la película
famosa?- puede estar tranquilamente en su ciudad, porque un adecuado
"ejército profesional" carga sobre sus hombros lo cruento y "de
nuevo" la noble profesión de la guerra.

Se podría por tanto pensar que esta revaloración de los ejércitos y
su lanzamiento como fuerza y recurso central de la política se apoya
sobre una operación de hacer más segura la vida de las masas
civiles, y sobre el alejamiento –en el horizonte- del peligro de una
vuelta de las pruebas terribles experimentadas en dos trágicas
guerras mundiales. Se puede pensar también que Bin Laden y la
terrible matanza de las Torres Gemelas -conscientemente y con una
sobrecogedora osadía- hayan querido e intentado volver a incluir en
el horno de la guerra de masas a los “civiles” del enemigo
americano: para sembrar de nuevo en su ánimo el miedo a la guerra,
el miedo de masas de las matanzas de masas. ).

¿Fue este el terrible desafío? No lo sé. Sé que los terribles
acontecimientos que he señalado y los hechos que están en nuestro
entorno reabren preguntas ásperas sobre el sentido y sobre las
formas que asume la política en el inicio del Tercer Milenio y en la
era de la globalización, una era en que el capitalismo -disgregados
a escala mundial los procesos de la producción y el consumo- ha
logrado destruir las nuevas subjetividades sociales, que en el curso
del trágico siglo XX puso en tela de juicio sus poderes y sus
principios.

Pero -con sorpresa de muchos- de esta victoria no han surgido la
primavera del Tercer Milenio y la calma de una estación segura de
sus íntimas reglas. Todavía vuelve al trono con arrogancia, pero
también con una duda interior, la ciencia del matar, y vuelve justo
en aquella Cumbre del mundo occidental dónde - después de la trágica
derrota de los “rojos”- parecía tuviera que florecer una calma
sabiduría irrefutable

Pues, en 1936, el estruendo de las armas sobre vuestra tierra y los
bombardeos de "Guernica" cambiaron mi existencia, me arrastraron al
conflicto. No pensé, no habría pensado nunca que habiendo tenido la
suerte de vivir casi un siglo, al final habría vuelto a aquella
pregunta elemental sobre el derecho y sobre las formas de matar
colectivas a los similares, y que este arte fuera presentado hoy
como un instrumento de "educación" del mundo, de sabia "prevención."

 


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