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 Hipocresía y alarmismo muy convenientes

Ya se ganó un Óscar, sus admiradores le llaman "profeta" y hasta está entre los candidatos a recibir el Nóbel. Pero detrás de las lisonjas hay un personaje de doble moral y ego formidable, aún fúrico por lo que le pasó hace seis años

MARZO, 2007. A los pocos días del estreno de la película The Day After Tomorrow, donde ocurría un súbito descenso en la temperatura, el senador Al Gore advirtió "Espero que esta cinta ponga las cosas en perspectiva respecto a una nueva era glacial en nuestro planeta", esto apenas hace tres años. Pero el discurso actual de Gore va en el sentido inverso; ahora enarbola un angustiante mensaje respecto al calentamiento global.

No es la primera incongruencia respecto a este político adorado por Hollywood, ganador de un Óscar, del Premio Príncipe de Asturias y fuerte candidato al Nóbel. La hipocresía de su discurso quedó al descubierto cuando un periódico publicó que en su hogar de Tennessee, una mansión con 20 habitaciones, se consumía 20 veces más electricidad que en un hogar convencional, o que los "pagos por compensación" por el uso de energía proveniente de un recurso no renovable eran facturados a una empresa... propiedad del mismo Gore.

Pero es innegable: Al Gore es la estrella del momento, todo a partir de An Inconvenient Truth, la cual millones de escolares norteamericanos han sido obligados a verla en compañía de sus padres. Con frecuencia los niños han llorado al ver como la inconciencia del hombre destruye el hábitat de los osos polares. Es resultado del dramatismo y el tufo a armagedón que Gore ha inyectado no sólo a su película sino a sus discursos y conferencias (a 100 mil dólares cada una, y a pesar de ello tiene la agenda llena).

Sin embargo, y como esos periodistas que agregan dos o tres muertitos a la nota para hacerla más atrayente, Mr. Gore ha exagerado varios de sus apocalípticos argumentos, de los cuales señalamos tres. El primero de ellos, enfatizado en la cinta, es que "existe un consenso general" en torno al calentamiento global, lo cual está muy lejos de ser verdad. Un reciente artículo de The New York Times destaca que la comunidad científica está profundamente dividida al respecto, no por lo que dice Gore, sino en determinar si el calentamiento global, en caso de darse, es consecuencia del hombre o es parte de las cambios que ha experimentado el planeta desde millones de años antes que apareciera el primer Homo Sapiens sobre su superficie.

Otra falsedad la tenemos cuando Gore anuncia que, en menos de 10 años, el nivel del mar subirá hasta 20 pies (alrededor de dos metros) e inundará las bahías de San Francisco, Miami y Nueva York. Sin embargo y de acuerdo al Panel Intergubernamental de Cambio Climático, predice una elevación en el nivel del mar de entre 7 y 23 pulgadas (unos 15 centímetros) para fines de siglo, y no para el 2017, como nos alarma el senador Gore.

Asimismo, el "documental" nos dice que el huracán Katrina "fue uno de los más letales del siglo que nos anuncia las peores calamidades por venir". Tampoco es cierto. "El huracán Wilma que azotó a Cancún fue de igual intensidad al de Katrina. Lo que sucede es que éste último se fue contra Nueva Orleans donde la infraestructura para protegerse de estos meteoros estaba bastante descuidada", dice el ingeniero Saúl Nava. "Algo similar ocurrió en 1987 cuando Gilberto se impactó en Monterrey, ciudad que por razones obvias no estaba preparada para recibir huracanes. Pero yo no recuerdo que alguien se haya referido a Gilberto y a Wilma cuando se habla del calentamiento global y sólo se nos hable de Katrina. O una de dos: los gringos piensan que los huracanes nada más los golpean a ellos o se trata de un asunto político".

El sesgo de las cosas parece ir por esto último. Al igual que en los setenta, cuando el pánico ecologista advertía de una nueva "era glacial", el culpable era Estados Unidos, o el capitalismo, qué para el asunto era lo mismo. Un libro muy popular en esos años era The Weather Conspiracy: The Coming of the New Ice Age (La Conspiración del Clima: La Llegada de una Nueva Era Glacial) donde advertía que, para el año 2000, el descenso en la temperatura en el norte del planeta convertiría en tundras regiones densamente pobladas como Nuevas York y Londres; al igual que como hoy lo hace Gore, el autor culpaba al hombre de la catástrofe y a la industrialización occidental. ¿Cómo es que antes se nos asustaba con el argumento que el planeta estaba a punto de convertirse en un inmenso congelador pero ahora se nos dice que la nieve de los polos se está derritiendo?

Y así como en ningún momento aquel libro mencionaba la corresponsabilidad de la entonces URSS en esa hecatombe, Gore rara vez ha mencionado a China (la cual ¡sorpresa! tampoco ha firmado el Protocolo de Kyoto, algo que no se difunde con frecuencia). La "nueva religión ecologista", como la llama Michael Crichton, tampoco admite cuestionamientos: Gore canceló súbitamente su participación en un programa televisivo de la ABC al enterarse que entre los invitados estaría Bjorn Lomborg, uno de los principales impugnadores de la alarma ecologista. Asimismo, en sus conferencias es común que no se permita la sesión de preguntas y respuestas "por las limitaciones de la agenda".

Más bien se debe, como lo muestran los ejemplos, a la obsesión de Gore con ser protagonista de la historia, pedestal desde el cual actúa con intolerancia cuando piensa que alguien se lo quiere arrebatar. En 1997 absabsurdamente afirmaba ser el "creador" del Internet, y cuando estaba en campaña presidencial, en el 2000, urgió a los jóvenes a unirse en torno "a este gran proyecto mío". Ese mismo año, y en una entrevista con Rolling Stone donde Jann Wenner parecía esparcir incienso en torno a Gore, éste dijo "la política es como una lanza que une al electorado con la cabeza de esa lanza. Mi capacidad de liderazgo puede ser la punta de esa lanza".

Si hay quienes creen que en Estados Unidos no hay populistas debieran seguir pista a las declaraciones de Al Gore.

La intolerancia, por cierto, parece ser algo que la familia Gore lleva dentro. Hace dos décadas Tipper, su esposa, consiguió que el Senado aprobara una iniciativa para incluir una advertencia en los discos con letras, decía, "profanas", algo que levantó la ira de decenas de cantantes y músicos, muchos de los cuales hoy exigen callar o llaman "locos" a quienes no están de acuerdo con Mr. Gore o piensan que lo suyo es una mera estrategia política.

Adicionalmente, y de acuerdo a la egolatría demostrada por el senador, detrás del asunto se encuentra una "revancha" por las elecciones presidenciales del 2000 a las cuales sus adoradores han dicho por años que fueron "fraudulentas". Así como las Dixie Chicks ganaron recientemente el Grammy por un álbum mediocre a manera de "desagravio" tras las declaraciones en contra del presidente Bush, Hollywood le dio amplia coba por un "documental" lleno de exageraciones, datos inexactos y dramatismo a la Jaime Maussán.

El siguiente paso, naturalmente, es el Premio Nóbel. Gore estuvo a fines de marzo en Oslo. Pese a que fue tratado como héroe, o tal vez como estrella de rock, lo cierto es que la cercanía de Jimmy Carter como ganador de ese premio el 2002 le resta posibilidades.

Así pues, antes que un personaje seriamente preocupado por el calentamiento global (asunto donde, lo reiteramos, no existe un consenso por más que los adoradores de Gore insistan en lo contrario), tenemos a otro elemento de esa izquierda que se cree poseedora de la verdad total y a la que siente ostentar derecho a que se le aplauda sin el mínimo de discrepancias. Lo que ha hecho Al Gore es construir es promover el ecologismo como una religión de la que sea él mesías que nos salve de la hecatombe en la que el capitalismo y el progreso nos han hundido. Sígale la declaracionitis a Gore y comprobará lo que aquí le decimos.

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