Lo Que Vale Ante Dios

(Homilia Para el 18o Domingo, Año C)

El Padre Frank Pavone cuenta de un hombre, irritado con el movimiento pro-vida, que le dijo, “Padre, tengo el derecho a morir.”

El padre le respondió, “No te preocupues. No vas a perder la experiencia.”

Jesús dice algo semejante en el evangelio de hoy. Nosotros no podemos medir la muerte. Ella nos mide a nosotros.

Los últimos dos domingos he hablado sobre el comienza de la existencia humana. Las lecturas de hoy enfocan en su fin.

Muchos desean controlar su propia muerte. Hace unos años nuestros vecinos al sur hicieron una ley para permitir el “suicidio con ayuda médica.” Lo que comenzó como el derecho a morir pronto cambió en la obligación de morir. Según la División de Salud de Oregon, 63 por ciento de los que buscaban y recibían el suicidio con ayuda de médico dieron como motivo su miedo de ser cargo para sus hijos.

Este miedo viene de como definimos el valor humano. En nuestra cultura concebimos nuestro valor en dos sentido. Primero, la capacidad para gozar de la vida – una enfermedad terminal efectivamente destruya esa capacidad. Segundo, por la productividad. Un hombre muriendo no produce nada de valor económico. Al contrario consume una cantidad enorme de recursos.

Sin embargo tenemos que preguntar, ¿Nuestro valor humano depende solamente en la capacidad de gozar y producir? Recien escuché de una artículo que reta esta filosofía utilitaria: “I Want to be a Burden to My Children. ¡Quiero ser un cargo para mis hijos!” Se rie, pero contiene una verdad profunda. Tengo amigos que dice que cuidar por un ser querido en su última enfermedad fue la experiencia más profunda de su vida. Los hizo reflexionar, ¿Por que estamos aquí? ¿Cual es la fuente de mi valor?

El autor de Eclesiastés enfrentó esas preguntas básicas. Era un hombre que tenía todo: riquezas, inteligencia, estima de sus colegas, sin mencionar la admiración de mujeres atractivas. No obstante, hablando en tercera persona, Cohélet declaró:

De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa. (Ec 2:23)

Estas palabras no vienen de un hombre de mala suerte. Como el Buda, el autor de Eclesiastés era de la clase alta. Cohélet poseía un intelecto excelente, tenía la oportunidad de estudiar y gozaba del aprecio de todos. Sin embargo, como el Buda, reconoció que este mundo no puede satifacer el anhelo humano. Lo más que deseamos, lo más sufrimos. Alguien puede ser libre de preocupaciones por un momento, pero no podemos evitar el evejecerse, la enfermedad y la muerte.

En momentos de depresión profunda he recibido un consuelo extraño al leer Cohélet. Quizás era algo como un budista experimenta en meditar sobre las Cuatro Verdades Nobles. Hay mucha atracción en ese tipo de resignación. Jesús mismo lo indica en el evangelio de hoy. Pero Jesús también nos invita tomar otro paso: No amontonar riquezas para sí mismo, sino hacerse rico de lo que vale ante Dios. (Lc 12:21)

La semana pasada visité el sepulcro de mi amigo, el Padre Miguel Holland. Era el tercer aniversario de su fallecimiento. Quería decirle, “Mike, tu conocías mis debilidades mejor que otras personas. Ayudame con este problema.” Al llegar ví grupitos de flores que la gente había llevado y encima de la lápida, una rosa roja. El padre Miguel era un hombre que prefería ropa vieja y carros usados, que utilizó sus recursos para ayudar a los pobres. Que todos aprendamos enriquecernos de lo que vale ante Dios.

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Versión Inglés

De los Archivos (Homilía para Domingo Dieciocho - Año C):

2007: Vana Ilusion
2004: En Medio del Verano
2001: Lo Que Vale Ante Dios

Boletín (Visita del P. Juan Diego; Conferencia en Chicago - "Courage")

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