Muertos Que Caminan

(Homilía para el 22o Domingo Ordinario, Año B)

Cristiandad dice a la gente que se arrepienta y los promete perdón. Entonces no tiene nada que decir (en cuanto yo sepa) a las personas que no saben que han hecho algo para arrepentirse y que no se sienten necesidad del perdón. (C.S. Lewis)

Cuando estaba en el Perú, mencioné a un sacerdote lo que había sucedido en la iglesia episcopaliano de los Estados Unidos: que un hombre quien abandonó a su señora y dos hijos para un amante gay fue elegido obispo. El pensó un rato y luego me dijo, “Pues, nosotros no podemos arrojar piedras, pero ¿no hay algo diabólico en tratar de justificar tal forma de comportarse?”

En el evangelio de hoy Jesús enfrenta a unas personas que niegan el pecado. A pesar de despreciar a otros por comer con las manos sucias y no cuidar correctamente a los utensilios, tuvieron una forma de pasar por alto sus propias fallas. Jesús les da un breve examen de conciencia:

intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, las codicias, las injusticias, las fraudes,
el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.

Jesús usó palabras directas. Como los fariseos, quisiéramos equivocar. Fornicaciones vienen a ser “estilo de vida.” Decepción, “mentiras piadosas.” Homicidio, “salud reproductiva,” y “compasión para los ancianos.”

Abraham Lincoln dijo que se puede engañar a todos por un tiempo y algunos por todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. Desgraciadamente la persona más fácil para engañar es uno mismo. Por hablar directo, Jesús desea romper la ilusión.

Auto-decepción tiene consecuencias enormes. En el caso de los fariseos, los cortó su acceso a Cristo, a la salvación, a la vida. Vienen a ser los muertos que caminan.

Jesús no pide una culpabilidad aplastante, solamente honestidad. La cosa más difícil para nosotros es admitir nuestra propia falla. El Catecismo lo describe así:

La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón). #1431

Para muchos esta semana es el comienzo de un Nuevo año. ¿Qué tal un inicio fresco en la relación que importa sobre todas las demás?

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*Desde luego, Santa Teresa no era una panteísta. Ella sabía que solamente por la unión plena con Jesús que podía realizar su ser verdadero. "Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra...ayudaré a sacerdotes, misioneros, la Iglesia entera."

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