Rezando Por Timothy McVeigh

(Homilia Sexto Domingo de Pascua)

Uno de los hombres más notorios – y más odiado – es Timothy McVeigh. El 19 de abril de 1995, mató a 168 personas en Oklahoma. Iba a recibir la pena capital la semana pasada. Reflexionando sobre esto tuve la oportunidad de leer de nuevo la autobiografia de Santa Teresa de Lisieux. Ella descubrió su vocación de rezar por almas cuando leyó de un asesino llamado Henri Pranzini. Fue condenado a morir pero, como McVeigh, no se arrepentía. La mayoría de los franceses se alegraban de su ejecución (pues había matado cruelmente a dos mujeres y una niña) pero Teresa veía algo diferente. A pesar de tener solamente catorce años lo vió como un ser humano con una suerte eterna. Rezaba con ardor por su arrepentimiento final.

El día después de su ejecución, ella buscaba un periódico. En él leyó como, en el ultimo momento antes de fallecer, Pranzini abrazó un crucifijo. Esto confirmó su convicción sobre el poder de la oración de intercesión. Vivió solamente diez años más pero dedicó su vida a rezar por almas. Cuando fallecía, dijo, “Voy a pasar mi tiempo en el cielo haciendo bien en la tierra.”

Quizás había otra Teresa rezando por Timothy McVeigh. Tal vez la misma santa. Dios puede usar cualquier cosa, incluyendo la incompetencia de la FBI, para dar a un hombre la posibilidad de arrepentirse. Lo que hizo McVeigh era enorme. Merece el desprecio de toda persona decente. Pero Dios lo ve como un alma que tiene valor – no por su propia cuenta – sino por los que Dios puede hacer por él.

Eso es lo que vemos en el evangelio de este domingo. Jesús dice,:

“Mi padre lo amará y haremos en él nuestra morada.” (Jn 14:23)

En los versículos siguientes, Jesús menciona una Tercera Persona – el Consolador – que el Padre también enviará. La Santísima Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo – quieren habitar en tí y en mí.

Los astrónomos hablan de la inmensidad del universo (miles de millones de galaxias). Sin embargo, sabemos que el universo no puede contener la Trinidad. Pero Jesús dice, “él que me ama, cumplirá mi palabra,” y los Tres habitarán en él.

Por eso Jesús puede ordenar, “No pierdan la paz ni se acobarden.” (v. 27) Si tuvieramos fe como la Pequeña Flor, quizás experimentaríamos algo de aquella tranquilidad. Tal vez, como ella, podemos distraernos de nuestras propias dolencias y enfocar en lo que tiene valor verdadero – la suerte eterna de cada alma humana.

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Versión Inglés

De los Archivos:

Homilía 2007: Mi Padre lo Amará
2004: Una Conversación Intima
2001: Rezando Por Timothy McVeigh

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