El Desierto y Cambios Litúrgicos

(Homilía para el Octavo Domingo Ordinario, Año B)

La próxima semana, aquí en la arquidiócesis de Seattle, implementaremos unos cambios litúrgicos. En realidad no son tantos “cambios” sino correcciones. La verdad es que nosotros los sacerdotes, como los Israelitas en la primera lectura, hemos llegado a ser un poco flojos. El Arzobispo nos llama a abrazar nuestras responsabilidades y volver a las prácticas correctas. Por ejemplo:

--Solo el sacerdote o diácono puede dar la homilía.

--Ministros extraordinarios de la Eucaristía no deben dar la impresión que son “concelebrantes.” Por eso, tienen que esperar hasta que el sacerdote comulgue antes de entrar en el santuario.

--Y sobre todo, reconocer que los vasos sagrados (cálices y copones) contienen el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así deben ser de material noble y duradero – y debemos tomar sumo cuidado en purificarlos. La purificación puede ser al altar, la mesa de ofrendas o en la sacristía, pero el arzobispo recomienda que lo hagamos en la mesita – y que solamente el sacerdote, diácono u otra persona específicamente designada haga las purificaciones.

Unos se han quejado que estas correcciones representan clericalismo o un rechazo del Concilio Vaticano. Solo puedo responder que los que piensan así no han leído bien los documentos conciliares – ni han meditado suficientemente sobre la naturaleza de la Iglesia de Cristo y la Eucaristía. No lo digo para criticar a los “liberales,” sino para indicar que todos tenemos que volver al “desierto” – aquel lugar de reflexión sin distracciones – y allá descubrir nuestro “primer amor.”

Para los que son mas “conservadores” los cambios litúrgicos ofrecen un desafió. El arzobispo ha pedido que la congregación no hincarse después del Cordero de Dios, sino quedarse parado hasta que todos han comulgado o hasta terminar el himno de comunión.

Admito que no estaba tan entusiasmado con este cambio. Arrodillarse expresa adoración y humildad – dos actitudes muy apropiadas considerando a Quien estamos recibiendo. Sin embargo, pararse también expresa reverencia. Si una persona muy importante entra en el cuarto, casi automáticamente nos pondremos de pie. En el libro de Revelación, Juan tuvo una visión de los santos “parados ante el trono y el Cordero.” (7:9) Pero luego todos “se cayeron para adorar a Dios.” (v. 11) Pararnos durante la Comunión y luego hincarnos con reverencia combinarían los dos gestos de respeto y adoración.

Para promover mayor reverencia, quisiera mencionar unas cosas que todos podemos hacer:

--Reconocer que cuando nos venimos a la misa, estamos entrando en un espacio sagrado. Apagar los celulares, quitar el chicle, hacer una genuflexión al tabernáculo y pasar unos momentos hincados (o sentados) en recolección antes de comenzar la misa.

--Enfocar en Dios. Él creara comunidad, no nosotros. Claro que tenemos que ser cordiales, pero nos engañamos si pensamos que conversando, agarrando las manos, prolongando el signo de paz, etc. Nos unirá. Solo Dios lo puede hacer, pero primero tenemos que tomar en serio su invitación de retornar al desierto. Allí es donde la comunidad de Israel fue formada – y donde nosotros nos re-formara – enfocando en Dios.

--“Cada hombre debe examinarse antes de comer el pan y beber el cáliz.” (I Cor 11:28) Este cambio litúrgico puede poner presión para acercarse aun si uno no esta en el estado de gracia. San Pablo dice que una comunión indigna no trae una bendición sino un juicio. (v. 29) Si uno no esta debidamente preparado, puede quedarse en la banca o cruzar los brazos sobre el pecho para que el sacerdote lo de una bendición en lugar de Comunión.

--Hacer una reverencia antes de comulgar. Los obispos americanos nos han instruido que debemos inclinarnos la cabeza cuando la persona adelante reciba la comunión. Mira a la Hostia cuando el sacerdote dice “Cuerpo de Cristo” y responder “Amen.” Recibir el Señor con reverencia en la lengua o hacer un “trono” poniendo la mano izquierda sobre la derecha en forma de una cruz. Si uno recibe en la mano, dar un paso a un lado y poner la Especie Sagrada en la boca. Dar una reverencia también a la Sangre Preciosa (si uno toma el cáliz o no).

--Al regresar a la banca, participar en el himno de comunión. Evitar las distracciones – como juzgar la selección de música o la voz de su vecino. Cuando se termina el himno, se puede sentar o hincar.

--“El que persevera hasta el fin se salvara su alma.” Yo sé que algunos están desesperados a ir al parking, pero, por favor, respetar a los demás, quedándose hasta el final de la misa. Un amigo mio ha observado que solo una persona salió temprano de la Ultima Cena.

Este miércoles entramos la Cuaresma. El Catecismo la llama “tiempo fuerte.” (1438) Esta oportunidad no volverá. Al participar con reverencia en la misa, podemos encontrar a Cristo, el Novio. El quiere desposar a su pueblo “en la justicia y la rectitud, en el amor constante y la ternura.”

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De los Archivos:

Octavo Domingo, Año B, 2006: Como Cuando Era Joven

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