Membresía

(Homilía para El Bautismo del Señor)

La Iglesia Estadounidense no salió bien el año pasado. Una encuesta de ABCNEWS/Washington Post descubrió que, en febrero, 9 por ciento de los católicos y 27 por ciento de todos los americanos tenían una impresión desfavorable de la Iglesia Católica. En diciembre los números subieron a 30% de los católicos y 54% de todos los americanos. Las causas de esta caída son bien conocidas y no quisiera repasarlas. Lo que quiero preguntar hoy en la Fiesta del Bautismo de Jesús es como respondemos a tal desaprobación y vergüenza publica.

La respuesta inmediata – y natural – es, “Pues, yo no hice algo mal. Un pequeño grupo de sacerdotes equivocados abusaron a menores y unos pocos obispos incompetentes manejaron mal los casos. ¡No fui yo!” La gran mayoría de sacerdotes – y obispos – y casi todos los diáconos y laicos pueden decir lo mismo. Sin embargo, no toma en cuenta un hecho esencial: la membresía. En el Nuevo Testamento la membresía significa mucho mas que pagar una cuota y compartir una historia e ideales comunes. Al contrario, nos pertenecemos uno al otro como órganos corporales.

En los últimos meses tengo una apreciación mayor de la importancia de cada órgano. Un hombre relativamente joven de Sagrada Familia experimentaba dolores fuertes en el abdomen con insomnio y nausea. Cuando finalmente fue al medico, recibió una diagnosis terrible: cancer pancreático. Probablemente no prestamos mucha atención al páncreas; quizas ni podemos ubicarlo. No obstante, si él se enferma, afecta todos los otros órganos, de hecho, toda célula del cuerpo.

Cuando Jesús permitió a Juan que lo bautizar, fue como un hombre con buena salud aceptando órganos llenes de infección y tumores. En poco tiempo, lo conduciría a una muerte agonizante. “El que no tuvo pecado, se hizo pecado por nosotros.” La cruz – no debemos olvidar – era algo tan vergonzosa que los primeros cristianos no pudieron retratar a Jesús en ella. Seria como colgar una foto de un hombre que apenas había muerto en la silla eléctrica.

Pero Jesús aceptó vergüenza por nosotros. No porque somos criaturas tan amables y encantadoras. Todos conocemos a personas que piensan que son brillantes e irresistibles cuando, en realidad, son pelmazos inaguantables. Por tales personas vino Jesús.

Si sufrimos un poco de vergüenza, de desaprobación publicas ¿es una cosa tan horrible? Unos sacerdotes acusados aquí en Seattle eran contemporáneos míos del seminario. Expuestos en los medios de comunicación, sienten una vergüenza que los llevó hasta el borde de amargura, aun desesperación. No estoy diciendo que son mártires. Saben que lo que hicieron era terriblemente mal y que no pueden servir otra vez como sacerdotes.

Quizás es muy temprano hablar de redención. Primero, hay que enfrentar el dolor y la cólera de las victimas. Pero lo podemos hacer solamente si estamos convencidos de nuestra membresía en Cristo y uno al otro – y que somos como diferentes órganos del mismo cuerpo.

Por eso pedimos a Jesús que nos lleva consigo a las aguas. Para entrarlas, tenemos que dejar a la orilla nuestra auto-imagen que hemos construido con tanto cuidado. Pero recibimos algo en cambio. Tu y yo deseamos escuchar ciertas palabras, pero podemos escucharlas solamente unidos a Jesús, primero en vergüenza, pero luego en una sorpresa alegre:

“Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias.”

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De los Archivos:

De los Archivos:

Bautismo del Señor 2009: El Poder de Bautismo
2008: Camino a la Cordura
2005: El Más Chocante
2004: En Quien Tengo Mis Complacencias
2003: Membresía
2002: La Gracia del Bautismo

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