Desenmascando un Mito Moderno

(Homilía para el Segundo Domingo de Cuaresma, Año B)

Un mito moderno dice que para los hombres antiguos su sentido de importancia dependía de la creencia que estaban al “centro” del universo. Según este mito, Copernico y Galileo chocaron a sus contemporáneos con su teoría que la tierra gira alrededor del sol, porque esto significa que el universo no está centrado en los humanos. Y luego los astrónomos descubrieron que nuestro sol es solamente una estrella mediana, una de miles de millones en una sola galaxia, que es solamente una de miles de millones de galaxias en un universo muy viejo. Así, según esta versión, nosotros – diferentes que los antiguos – ya sabemos que somos insignificantes.

Lo llamo un mito porque tiene dos errores básicos. Primero, mientras la gente antigua no tenían telescopios y otros instrumentos para medir el universo, sabían que era incalculablemente inmenso. Por ejemplo en la primera lectura escuchamos la promesa de Dios a Abraham que sus descendientes serán “numerosos como las estrellas en el cielo y la arena de la orilla del mar.” (Gen. 22:17) Ptolomeo en su Almagesto (un texto básico de las universidades de la Edad Media) dice: “La tierra en relación a las estrellas lejanas no tiene tamaño apreciable y tiene que ser tratado como un punto matemático.” (Almagesto, libro I, cap. v) Como nosotros reconocieron que la tierra es como un pedazo de polvo en comparación con la inmensidad mas allá.

Segundo – y más importante – no consideraron el “centro” como una posición privilegiada. Al contrario, como dijo un historiador, “el dominio sublunar era la porción mutable, corruptible y pesada del cosmos.” La tierra no era tanto el “centro” como el “fondo” del universo. La Divina Comedia de Dante hizo inmortal esta visión. Los santos y ángeles habitan con Dios en las esferas exteriores, pero al mero centro se encuentra a Satanás congelada en hielo. Es falso decir que los pre-copernicanos dio a la tierra y los humanos la posición de mayor estima, mientras Copernico nos exilió a un lugar insignificante. Sería más acertado decir que las dos perspectivas subrayan nuestra posición pequeña y frágil y que los dos ven algo más grandioso arriba de nuestro planeta.

Vemos aquella perspectiva en el evangelio. Jesús “subió con ellos a un monte alto.” (Mc 9:2) Las cosas allá eran mejores. Pedro, siempre dispuesto a momentos de entusiasmo, querría construir chozas para acampar. Pero Jesús indica que abajo hay asuntos serios que tienen que suceder antes de que él “resucite.”

Nunca me olvidaré la primera vez que subí un monte. Un día claro del verano, el Padre Boyle condujo un grupo de jóvenes a Mount Pilchuck – una pequeña montaña al norte de Seattle. Desde la cumbre pudimos ver Everett, Camano y aun la Isla de Whidbey como un mapa. Me sentí como una hormiga transportada a un punto arriba de mis compañeros inquietos. Fue glorioso, pero también una sensación de humildad.

Lo que experimenté aquella tarde quizás era un poco como Pedro, Santiago y Juan – tomado por un momento sobre los conflictos y cargos de este mundo. No puede perdura. Una cierta “pesadez” nos jala para abajo. Tenemos que pasar por ella para resucitar con Jesús.

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English Version

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