Hermana Muerte

(2 de noviembre de 2003)

El caso de Terri Schiavo ha enfocado atención pública en los asuntos de eutanasia y el cuidado médico para los con condiciones graves. Como este año la observancia de Todos los Fieles Difuntos cae en el día domingo, quisiera hacer una pregunta muy básica: ¿Cómo cristianos, cual debe ser nuestra actitud en cuanto a la muerte?

Ciertamente compartimos el pavor que es común a todo ser humano. Isaías la describe como “el paño que cubre el rostro de todos los pueblos.” (25:7) Los griegos antiguos reflejaban sobre la tristeza de la vida humana: A diferencia de los dioses (los “inmortales”) nosotros – y nuestros seres queridos – tienen que morir. Compartimos esa suerte con todos los animales. Sin embargo, a diferencia de ellos, estamos conscientes de nuestra mortalidad. No importa el nivel de felicidad que experimentamos en un momento dado, sabemos que no durará.

La muerte no solamente termina nuestra existencia terrestre, tiene una calidad fea que nos repulsa. Cuando Jesús se acercó a la tumba de su amigo Lázaro, estaba “conmovido profundamente en su interior.” Ante su propia muerte, Jesús suplicó al Padre y sudó con angustia. No era un Sócrates conversando tranquilamente con sus amigos. Jesús luchó contra la muerte – y nosotros debemos hacerlo también.

Al mismo tiempo, al someterse a la muerte, Jesús destruyó su poder. A causa de Jesús, la muerte tiene un significado diferente. San Francisco lo expresó poéticamente en su Cántico de la Criaturas. En la estrofa séptima y final, alabó al Señor “por nuestra hermana la Muerte corporal de quien ningún hombre viviente puede escapar.”

A parte de Nuestro Señor y la Virgen María, San Francisco parece el ser humano más preparado para la muerte. No se aferró a nada de este mundo – posesiones, salud, comodidades, alabanzas. En los años finales de su vida, recibió la estigmata que era una participación constante en el sufrimiento de Cristo. Por eso, aceptó la muerte como hermana.

Mirando a la muerte como nuestra hermana subraya otro aspecto de como la recibimos. Cualquier persona que tiene una hermana sabe que ella fija los tiempos y horarios. ¡Solamente un insensato trataría de controlar a su hermana! Hoy muchos quieren controlar la muerte, decidir cuando es el momento de morir para ellos y para otros. No puede ser así para nosotros los cristianos. Eutanasia voluntaria es suicidio. Si es involuntaria, es matar a la otra persona.

Como sacerdote, he estado con muchas familias que tuvieron que hacer decisiones difíciles en cuanto a parientes gravemente enfermos. El Catecismo dice que no tenemos que usar tratamientos médicos que son “onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados.” (#2278) Podemos y debemos rechazar ‘encarnizamiento terapéutico.’ Mi papá decidió no tener una operación que podía haber prolongado su vida. Acompañé a mi mamá cuando hizo su testamento. Hablamos con el abogado sobre el tipo de cuidado que ella querría al termino de su vida. Al final murió tranquilamente cuando dormía, pero formular su último testamento era algo responsable y amoroso.

Con eso llego al aspecto final de la actitud cristiana a la muerte. Cada domingo decimos que creemos en la “comunión de los santos.” Significa que tenemos lazos continuos con los que han muerto. Lo experimento en una forma suave cuando visito la tumba de mis papás. Rezo por ellos y sé que sigue su amor por mí – y por mis hermanos y sobrinos. Jesús nos dice hoy que “todo aquel que me da el Padre viene hacía mí.” (Jn 6:37) Es tan significativo poder decir, “Que sus almas y las de todos los fieles difuntos, por la misericordia del Señor, descansen en paz.”

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