Desde la Tormenta

(Homilía para el Duodécimo Domingo Ordinario, Año B)

Al comenzar, quisiera mencionar una de las bendiciones del Concilio Vaticano. Es fácil ver las cosas negativas que han sucedido desde el Concilio: menos asistencia en la misa dominical, crisis de identidad sacerdotal y confusión doctrinal. Debemos, al mismo tiempo, ver los resultados positivos, especialmente la renovación de ritos sacramentales y oraciones. Personalmente, atesoro la nueva Liturgia de Horas, que el Concilio ha querido extender más allá de clérigos para incluir a laicos.

Muchos rezan no solamente Laudes y Vísperas, sino también el Oficio de Lecturas, que invita el cristiano a meditar diariamente sobre selecciones de la Biblia entera. A veces me encuentro esperando la “llegada” de ciertos libros de la Biblia, por ejemplo el Libro de Job. Solamente en el nivel de literatura, Job es magnifico. Pero, más importante, se enfrenta el mayor problema de la existencia humana: ¿Por qué la gente sufre por lo que no es su culpa? Por ejemplo, ¿por qué se nace un niño con una deformidad terrible? ¿Por qué Dios permite que los seres humanos hacen cosas tan feas: tortura, violación, acusaciones falsas; por que no hace algo contra el maltrato y abuso de niños?

Mas que cualquier otro libro en la Biblia, Job enfoca en el dilema de sufrimiento inocente. Hoy escuchamos la conclusión dramática del Libro de Job. Después de unos treinta y cino capítulos de tentativos humanos de resolver el rompecabezas, Job finalmente tiene la oportunidad de oír a él que sabe la respuesta: Dios mismo. Es importante ver como Dios habla a Job: lo hace “desde la tormenta.” Dios no da una solución tranquila y filosófica al problema de sufrimiento. Empieza con una pregunta que, al principio, parece irrelevante: ¿Quien puse el limite al mar? ¿Por qué las olas llegan a cierto punto y no más? La pregunta no se puede contestar por medio de un curso de oceanografía. Aun después de definir la gravitación y explicar la naturaleza de agua, viento y tierra, la enigma permanece. Para reforzar el asunto, Dios propone una serie de preguntas semejantes sobre el universo.

Mientras sabemos más sobre el mundo, más nos damos cuenta de lo poco que entendemos. El asunto, no obstante, es mucho más profundo que reconocer los límites del entender humano. Lo que el libro de Job subraya es que Dios habla “desde la tormenta.” Durante los últimos años los medios de comunicación nos han hecho conscientes de poder increíble de las tempestades. Aun los que no están en gran peligro, se pueden sentir el sentido de impotencia, el deseo de huir o buscar refugio. Nos toca en aquel nivel porque todos enfrentamos tormentas: algunas físicas, otras emocionales, la turbulencia que resulta cuando algo suelta la cólera.. Las tormentas se pueden enfurecer, pero no duran para siempre. Lo que importa, al largo plazo, es si Dios nos habla desde la tormenta. La palabra de Dios humilla a Job. El inclina la cabeza en silencio.

Hace unas semanas el Papa Benedicto se puso ante el sitio de la tormenta mas horrorosa en la historia humana. Al visitar el campamento de concentración de Auschwitz, el Santo Padre respondió en una forma semejante a Job: “En un lugar como este,” dijo el papa, “palabras nos fallan. Al final de las cuentas, puede haber solamente un silencio terrible.” El silencio no significa desesperación, pero un deseo de oír la palabra de Dios. El papa obviamente no resolvió el problema del mal. Como “hijo de Alemania” reconoció ese capítulo horroroso en la historia de su patria. Al mismo tiempo, por ciertos gestos, indicó que Dios no estaba totalmente ausente. Por ejemplo, el Papa Benedicto fue a rezar al lugar donde murió San Maximiliano Kolbe, el padre franciscano que sacrificó su vida para tomar el lugar de un hombre judío condenado..

El evangelio de hoy presenta una experiencia paradigmática de los discípulos enfrentando una tormenta. A pesar de las olas estrellando contra la barca, Jesús estaba durmiendo. (Me hace pensar en un amigo que puede dormir a pesar de cualquiera bulla.) Como Job, los discípulos se preguntan si el Señor se preocupa por ellos. Después de callar el mar, Jesús le cuestiona: “Por qué tenían tanto miedo? ¿Aun no tienen fe?”

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(única homilía del 12o domingo ordinario, año B)

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