Ni Dinero en el Cinto

(16 de julio de 2006)

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Tema básico: La pobreza del apóstol da testimonio a la riqueza verdadera.

Los rusos tienen una fabula sobre un jabalí muy avaro. Si encuentra una bellota, sigue excavando, buscando otras. Un día excavó tan profundamente que despedazó las raíces del roble. Finalmente el árbol habló, “Mira arriba, jabalí insensato. Yo soy la fuente de tu comida. Si destruyes mis raíces, no tendrá mas bellotas.”

Hoy Jesús nos hace recordar la fuente de bendiciones. Lo hizo cuando envió sus discípulos de dos en dos. Cada uno tenía un compañero de viaje, pero nada mas: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto. Por su carencia de posesiones testificarían a la riqueza autentica, lo que Jesús llama el reino de los cielos. Conseguir esa riqueza involucraba tres acciones: arrepentimiento, liberación de demonios y, para los enfermos, unción con aceite santo.

¿Y que ganan los apóstoles al sacrificar todo? Jesús promete ganancias materiales y espirituales. En esta vida recibirán un beneficio de diez mil por ciento (es decir, cien veces). Jesús asegura a los misioneros que encontrarán hogares listos para recibirlos y cuidarlos. Durante mi tiempo en el Perú, vi aquella generosidad en acción. No era yo un gran apóstol o predicador; sin embargo, la gente querría darme lo mejor que tenía. También he visto la misma generosidad aquí en Sagrada Familia.

Quizás alguien protestará: No quiero la generosidad de otros; quiero mi propia casa, mi propia cocina, mi propia cuenta bancaria. En un sentido, está bien. Tener su propias posesiones es parte de la libertad humana. No obstante, en un sentido mas profundo, Jesús está diciendonos que lo que uno no puede tener es “mis propias cosas.” Cuando trato de agarrar mis cosas, me separa de Dios y las otras personas. Una vez un hombre estaba mostrando su nuevo carro. Estaba orgulloso de él y querría que todos lo vieran. En admiración uno de sus amigos extendió una mano para tocar el cubierto del asiento. El dueño lo paró. “No metan tus huellas digitales allá,” le dijo.

Protegiendo posesiones crea una barrera entre personas, aun miembros de la misma familia. Y, al final de las cuentas, no es realista. Todo lo que tenemos saldrá de nuestras manos. Ese carro nuevo algún día oxidará y quizás, antes de suceder, el dueño llegará a su final.

El fallecimiento de Ken Lay debe proveer una lección para nosotros. Desde luego, como cristianos rezamos por su descanso eterno. No obstante, es difícil no verlo como ejemplo de lo que sucede cuando alguien trata de agarrar las riquezas. En retrospectivo, sus acciones son exasperantes y patéticas. Según los periódicos, ademas de tener quince casas, una vez le dio a su señora, como regalo de cumpleaños, una yate que costó dos cientos mil dolares. Lindo, pero tenia deudas de mas de diez millones de dólares (sin contar a los que él defraudó). Ken Lay gozó muchos lujos, pero como todos, no podía tomar su dinero con él. Pues, miles dirán, “Ken Lay llevó mi dinero con él.” Como el jabalí insensato, ignoro la fuente re verdaderas riquezas. Que hubiera encontrado esa Fuente antes de su muerte súbita. Tal vez su papá, un ministro bautista, intercedió por él.

El punto aquí no es de juzgar el estado del alma de Ken Lay. El punto es que Vd o yo pudiéramos morir en manera semejante. No solamente tenemos el ejemplo negativo de los que defraudaron a otros, sino el ejemplo positivo de los pocos que sacrificaron todo para dar testimonio a Cristo. Esta semana recibí un choque. Un sacerdote de mi promoción está dejando su ministerio parroquial para ser monje trapense. Es un párroco éxitos, un teólogo moral brillante y una persona a quien le gusta actividades como subir montañas de Alaska con bicicleta. Ahora quiere sacrificar comida rica, sueño, diversiones y libertad para dedicarse a la oración, penitencia y labor manual. Me hizo pensar. No de ser un trapense. Yo sé que no lo pudiera hacer, pero me hizo pensar en como veo las posesiones, lo que falsamente llamo mio. San Pablo nos dice que solamente en Cristo tenemos la riqueza verdadera: “Pues por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El ha prodigado sobre nosotros el tesoro de su gracia.”

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