La Tentación de Pereza

(Homilía para Primer Domingo de Cuaresma, Año A)

En este primer domingo de la Cuaresma oímos sobre las tentaciones: las de nuestros primeros padres y las de Cristo. Estamos acostumbrados a oírlas descritas como tentaciones al orgullo – la tendencia de rechazar ser criatura y tratar de exaltarse al nivel de Dios. En el caso de Jesús, él era Dios en carne humana – y el diablo la tentó a usar su poder divino para un fin egoísta.

Esta forma de ver las tentaciones es correcta. Orgullo o auto-exaltación es el mayor de los pecados. No obstante, hay otro modo de mirarlo que quizás nos ayudará más hoy en día: considerar las tentaciones no en términos de orgullo sino de pereza o flojera. A primera visa, parece que la flojera no es nuestro problema – todos son tan ocupados y nadie tiene mucho tiempo. Sin embargo, toda esta actividad puede enmascarar un nivel profundo de pereza.

Permítanme un ejemplo personal. Una vez mi sobrina me dejó encargado de su hijo de cuatro años de edad. No tenía ganas de conversar con él u otra actividad como leer un cuento o ayudarle a colorear. De repente, me vino la idea que era necesario sacar los platos y cubiertos de la lavavajillas. Si alguien hubiera entrado en aquel momento, habrían pensada que yo era muy trabajador – especialmente si supiera como yo evitaba la lavavajillas. Pero en realidad yo habían caído en la pereza porque evitaba lo que realmente debía haber hecho: estar con mi nieto.

Espero que los otros hombres aquí sean mejores tíos que yo, pero ofrezco el ejemplo para indicar lo que está detrás de mucho de nuestra actividad o hiper- actividad. A veces inventamos motivos para hacer cosas, no porque nos divierten, sino porque nos ayudan a no enfrentar algo que nos da miedo. Escribiendo sobre pereza, Dorothy L. Sayers observó:

“Es un truco favorito de este pecado esconderse bajo actividad febril del cuerpo. Pensamos si estamos ocupados haciendo muchas cosas, que no podemos estar sufriendo de pereza.”

Ella entonces describe como otros pecados – gula, envidia, cellos, ira y lujuria – proveen una “un saco para cubrir la pereza.” (Ver The Other Six Deadly Sins, un articulo en The Whimsical Christian.)

El Diablo tentó a la primera mujer con el pecado de orgullo (“serán Uds. como Dios”) pero parece que el pecado original del hombre era pereza. Por cualquier motivo, no estaba donde debía estar – al lado de su esposa, cuidandola y protegiéndola. Quizás estaba recogiendo comida o domesticando animales o desarrollando una filosofía de vida. Puede haber estado ocupado con miles de cosas buenas pero estaba haciendo la única cosa requerida de él en aquel momento. Era como yo no prestando atención a mi nieto. En otras palabras cayó en el pecado de pereza. Es el gran pecado de los hombres hasta hoy día. Otra vez Dorothy L. Sayers tiene unas palabras acertadas:

“En el mundo la pereza se llama la tolerancia, pero en el infierno se llama desesperación. Acompaña todos los otros pecados y es su peor castigo. Es el pecado que no cree en nada, no le importa nada, no busca saber nada, no interfiere con nada, no disfruta nada, no ama nada, no odia nada, no encuentra propósito en nada, no tiene nada para vivir y se queda vivo solamente porque no hay nada para que moriría. Lo hemos sabido muy bien por muchos años. Tal vez la única cosa que no hemos sabido sobre la pereza es que es un pecado mortal.”

En pocas palabras la Señorita Sayers describe porque el Oeste secularizado está marchitándose. Parece mentira pero el evangelio de hoy indica la única salida de este hoyo. A la superficie, pasar cuarenta días y cuarenta noches en el desierto es desperdiciar el tiempo, pero la verdad es que Jesús estaba exactamente donde el Padre requería. Durante aquel tiempo Jesús renunció aun la actividad mas normal – es decir, comer. Su carne humana gritó por la comida. Las tres tentaciones le ofrecía una salida rápida y fácil, pero Jesús las resistió.

Solo Jesús superó el pecado de pereza. Al hacerlo, no mostró como salir de la desesperación. La naturaleza humana y la historia de los hombres no nos muestra una salida – solo Jesús lo hace. En la segunda lectura San Pablo lo expresa así: “por el pecado de un solo hombre, Adán, vino la condenación para todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido para todos la justificación que es la vida.”

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De los Archivos (Primer Domingo de Cuaresma, Año A):

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