Amor Difícil de Nombrar

(Homilía para el Domingo Veintiseis del Tiempo Ordinario, Año A)

Posiblemente Vds. han escuchado del autor Oscar Wilde. Se conoce por su novela El Retrato de Dorian Gray y una obra teatral que sigue popular, La Importancia De Llamarse Ernesto. Muchos saben que fue encarcelado por un crimen que los Victorianos llamaban “indecencia grosera.” También fue denominado, “el amor que no se atreve hablar su nombre.” Lo que pocos saben de Wilde es que cuando estaba agonizando, fue recibido en la Iglesia Católica. Wilde tenía una atracción a catolicismo durante toda su vida y, al final, recibió los sacramentos de salvación.

Nadie sabe el estado de alma de otra persona. No obstante, creo que Oscar Wilde era como el primer hijo en el evangelio de hoy, él que le dijo a su padre no iría a la viña, pero luego se arrepintió. Biografías recientes de gran autor indican que experimentó otro “amor que no se atreve hablar su nombre.” Como sacerdote he notado que muchas personas, especialmente los varones, tenemos dificultad en expresar nuestros sentimientos sobre Dios. En el caso de Oscar Wilde, no era por falta de palabras. Sin embargo, estaba timido cuando era asunto de fe. Esa timidez no previno que su deseo para Dios no saliera.

El Retrato de Dorian Gray describe un hombre que tiene envidia de su retrato porque no se envejecerá. Querría siempre esta joven y guapo como la pintura. Por algún poder desconocido, realiza su deseo. Porque es tan atractivo, Dorian Gray puede aprovechar de otros, aun causando que una joven comete el suicidio. Nada de eso lo afecto; exteriormente parece exactamente igual. Pero, después de muchos años, ve el retrato otra vez. Mientras el se quedaba joven, la pintura fue fea y distorsionada. Revela su ser interior, su alma.

Como Dorian Gray vivimos en el nivel de apariencias. No podemos espiar el corazón de otra persona. Aun nuestro propio corazón queda escondido. Es difícil ver la sencillez de nuestra existencia. Como la parábola de hoy indica, en todo momento estamos diciendo “sí” o “no” a Dios. A veces parece que, de un día al otro, aun de un instante al otro, podemos ser persona diferente. Esto no puede adormecer con el sentido que siempre podemos cambiar, siempre poner las cosas bien – aun después de morir. Sería una ilusión fatal.

Para explicar la seriedad de esta vida, los antiguos autores cristianos usaban una imagen dramática. Comparaba nuestra existencia actual a un alfarero formando barro. Mientras el barro está húmedo, se puede moldear en cualquier figura. Pero cuando el alfarero lo pone al horno, esta fijo para siempre. Vds. probablemente han visitado museos que exhiben vasos antiguos. Algunos vasos de barro tienen mas de tres mil años. No obstante, retienen la misma forma y, dada ciertas condiciones, la mantendrá para siempre. Así es con el alma humana. Hasta el último suspiro, podemos decir “sí” o “no” a Dios. Cuando morimos, como un vaso de barro, estamos fijos para la eternidad. Para siempre miraremos para Dios o contra él.

El profeta Ezequiel habla de un hombre justo que se aparte de la justicia y morir. Por otro lado, dice que si un pecador se arrepiente, vivirá. Parece injusto que después de una vida aparentemente buena, un hombre puede ser condenado por un hecho feo. O que después de una vida aparentemente egoísta, un hombre puede mirar a Dios y obtener la salvación. Pero la palabra clave es “aparentemente.” Vemos solamente apariencias. El proceder del Señor parece injusto porque no vemos lo que está en el corazón humano – muchas veces, desgraciadamente, aun lo que está en el nuestro. El salmo de hoy contiene unas palabras bellas y poderosas en que debemos reflexionar:

“Instrúyeme en tus sendas,
enséñame, porque tú eres mi Dios
Recuerde que tu ternura y misericordia son eternas...
no te acuerdes de los pecados,
ni las maldades de mi juventud.
Acuérdate de mi con misericordia, por tu bondad, Señor.”

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English Version

De los Archivos (Homilias Para Domingo Veintiseis, Año a):

2008: Dos Caminos
2005: Amor Difícil de Nombrar
2002: Determinismo y Libertad

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