No Se Inquieten Por Nada

(Homilía para el Domingo Veintisiete del Tiempo Ordinario, Año A)

Fue maravilloso tener al Obispo Eusebio Elizondo con nosotros el domingo pasado. Dio una homilía excelente y fue un celebrante muy dinámico de las misas. La única cosa mala es que su visita ha creado expectativas altas. Alguien me dijo, “Padre, queremos que Vd. tenga el mismo entusiasmo y la mismas pasión como el obispo.” Les respondí, “Las tengo, pero soy la versión escandinava.” Es como tomo una foto de colores y reproducirla en blanco y negro. De todos modos...

Hoy San Pablo nos dice, “No se inquieten por nada.” (Fil 4:6) Quizás nos sonreímos. Cuando alguien nos dice no tener preocupaciones, suena como Poliana (Pollyanna) – la persona tan ciegamente optimista que no cree que cosas malas puedan suceder. Pues, eso no era el caso de Pablo. El enfrentó pruebas que pocos pueden concebir. Una lista parcial incluye flagelaciones públicas, naufragios, mordidas por serpientes, encarcelación y maldades del cuerpo – particularmente aflicciones de los ojos. Sin embargo, en esta carta, escrita al final de su vida, dice “No se inquieten por nada.”

En su admonición de no inquietarse, San Pablo hacía eco de Jesús. En la Ultima Cena, sabiendo bien que el día siguiente iba a experimentar humillación publica y torturas indescriptibles, Jesús les dijo a sus amigos, “No se turben.”

Podemos preguntarnos como es posible de obedecer tal mandato. Tenemos hablar claramente. Pablo y Jesús no están haciendo una sugerencia piadosa; están dando un mandato. No se inquieten por nada. No se turben.

A todos nos gustaría estar libres de preocupaciones, pero parece imposible. Tenemos problemas económicos, dificultades familiares, exigencias de trabajo, preocupaciones de salud – sin mencionar lo que está sucediendo en nuestro mundo: desastres naturales, rupturas sociales, guerras, alboroto económico, etc. Cuando Pablo dice no se inquieten, cuando Jesús dice no turbarse, no implica cerrarnos a la realidad. Lo que implica es que es ver nuestros problemas en otra manera.

Antes de decir como tenemos que cambiar, quisiera admitir algo. Tengo la tendencia de preocuparme de todo. Me preocupo de dinero. Me preocupo de lo que otros dicen de mí. Me preocupo que esté cumpliendo bien mis responsabilidades. Escucho los problemas de otras personas y me preocupa que no puedo hacer mucho para ayudares. Soy un “preocupón.” Al mismo tiempo, reconozco que toda mi preocupación hace poco bien para mí y para otros.

Cuando analizo mis ansiedades, veo que la mayoría de ellas caen en solamente dos días y que no tengo control sobre ninguno de los dos. Los dos días son ayer y mañana. Doy vueltas pensando en mis fallas y meteduras de pata, pero no los puedo cambiar. Lo mejor que puedo hacer es aprender de los errores, arrepentirme de las cosas pecaminosas y hacer restitución si es posible. Lo mismo aplica a las cosas de mañana – las cosas que me preocupan muchas veces no suceden o cuando suceden, son muy diferentes de lo que imaginaba. El único día que puedo controlar es hoy. Jesús nos dijo, “No se preocupan por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por si mismo. A cada día le bastan sus problemas.” (Mt 6:34) No significa que no hacemos planes prudentes. Eso es parte de nuestro deber de hoy día. Pero al hacer nuestros planes, los entregamos a Jesús.

Conocía una linda hermana religiosa que vivía esta enseñanza. Ya ha fallecido, pero me acuerdo que cuando escribía una carta, tal vez para pedir algo, rezaría una oración sobre la carta antes de ponerla al correo – y no pensaría más del asunto hasta que la persona respondió. Era uno de los trabajadores parroquiales más eficaces que he conocido.

Si pudiéramos poner nuestras ansiedades en manos de Dios, aumentaría nuestra eficacia. Un hombre de negocios es ejemplo de esta verdad. El había inaugurado una pequeña tienda, pero problemas con trabajadores, deudas y falta de clientes le causaba ansiedad terrible. Su nerviosidad provocó varias maldades físicas. Una noche pensaba que iba a morir antes de la mañana y empezaba a escribir cartas de despidida a su señora, hijo, y amistades. No dormía nada. Cuando amaneció el sol, escuchó a personas cantando en una pequeña capilla. El himno dijo, “No importa lo que sea la prueba, Dios te cuidará de ti...” Se levantó, pensando, “¡Es verdad! Dios me ama y me cuida.” Se sintió como alguien liberado de una cárcel hasta la luz del sol. Pues, este hombre fundó uno de los negocios más exitosos de este país. Probablemente han escuchado de el. Tenía un nombre medio chistosos: James Cash Penney, pero es mejor conocido como J.C. Penney.

No importa lo que sea la prueba, Dios te cuidará de ti. Son buenas palabras. Ahora es el momento de rezar la oración de abandono. ¡Que diferencia si pusiéramos nuestras preocupaciones en manos de Dios! San Pablo no indica como:

Hermanos, no se inquieten por nada;
mas bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración
y la suplica llena de gratitud.
Y la paz de Dios que sobrepasa toda inteligencia
custodies sus corazones y pensamientos en Cristo Jesús.

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English Version

De los Archivos:

Domingo Veintisiete del Tiempo Ordinario, Año A, 2002: Los Traidores

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