Sabor de Dios

(Homilía para el Domingo Veintiocho del Tiempo Ordinario, Año A)

Una vez cuando fui a la casa de mi hermano, compré un medio litro de ostiones. No soy buen cocinero, pero sé empañar y freír ostiones. Resulta que había un buen número de personas y pensé que iba a haber solamente dos o tres por cada uno. Cuando empecé a freír los ostiones, descubrí que unicamente nos gustaban a mi hermano, hermana, sobrina y a mí. Los parientes políticos casi no podían aguantar ver a los mariscos de esa textura. Por supuesto, no nos importaba – más para nosotros. Y su disgusto para ostiones no era su culpa. Donde fueron criados, no desarrollaron aquel gusto. Mientras saboreábamos los ostiones fritos, nos sentimos un poco mal por ellos. Estaban perdiendo uno de los grandes placeres de la vida.

Pues, no estoy tratando de promover los mariscos de Puget Sound. Los gustos varían y muchos factores explican lo que diferentes personas gozan de comer. Si alguien no encuentra alegría en ostiones, probablemente tienen otra delicadez que significa la alegría perfecta. No obstante, hay un gusto que todos debemos adquirir. Si no lo desarollaramos, sería una tragedia verdadera. Para hablar francamente, es el único gusto que importa al final de las cuentas. Estoy hablando del sabor de Dios.

Las lecturas de hoy nos cuentan sobre el hambre para el cielo. Isaías describe un banquete con “un festín con platillos suculentos.” Dios, nos dice el profeta, lo proveerá “para todos los pueblos.” En el Evangelio, Jesús habla de un rey que prepara una fiesta de bodas para su hijo. Es la misma fiesta que Juan describe a la conclusión de su Apocalipsis. (19:7) El Cordero (Jesús) tomará su novia (la Iglesia) entre gritos de emoción. Será un banquete sin igual – y la comida jamás faltará, no importa cuantas veces vamos a la mesa.

En medio de la escena de regocijo, Jesús introduce una nota pesada. El es realista. Sabe que algunos, de su propio acuerdo, rehusarán de entrar. La parábola no explica porque algunas hacen esa decisión. ¿Tienen algún resentimiento contra el rey? ¿Se consideran superiores a los otros invitados? ¿Piensan que tienen algo mejor, más importante, para hacer? ¿Quizás la misma comida no les llama la atención? No sabemos. La cosa horrible es que, por algún proceso, han construido una serie de gustos que no se pueden satisfacer en aquella fiesta de bodas. Y han fallado en desarrollar el único gusto que importa – el sabor de Dios.

Esta escena me hace pensar en la obra de Shakespeare The Twelfth Night (La Duodécima Noche). Después de una serie de malentendidos, finalmente hay una reconciliación general. Naturalmente, ocurre cuando los personajes principales anuncian su matrimonio. Todos reconocen sus errores personales y buscan perdón de los que han ofendido. Todos menos uno: Malvolio rehúsa el ramo de olivo que sus adversarios le ofrecen. Dice que “ningún hombre jamás ha sido abusado tan notoriamente.” En sus palabras finales dice, “Tendrá venganza contra todos Vds.” Es posible que alguien se quede afuera.

La parábola de hoy debería causarnos a reflejar sobre los gustos que estamos desarrollando. Importa muy poco si alguien tiene gusto para ostiones u otra comida. No así, si desarrollamos el gusto para venganza – o el desprecio de otros – o la pornografía. Y el único gusto que contará al final: ¿Estamos adquiriendo el sabor de Dios?

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De los Archivos:

Domingo Veintiocho del Tiempo Ordinario, Año A, 2002: Reverencia Durante la Misa

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