El Secreto de Felicidad

(Homilía para Tercer Domingo de Adviento, Año B)

Hoy es domingo “Gaudete”, o sea, Alégrense. Hemos prendido la tercera vela de la corona de Adviento. Es de un color diferente – rosado, el color de alegría. Hemos oído las lindas palabras de Isaias:

Me alegro en el Señor con toda el alma
Y me lleno de júbilo en mi Dios.

La alegría es una característica de los santos. Por ejemplo, Santo Tomás More, el mártir inglés: era un santo de buen humor aun cuando enfrentó la muerte. El rey Enrique Octavo lo condenó a morir por el hacha. Antes de poner su cuello en el bloque de madera, le dio una moneda a verdugo. “Es para tu servicio,” le dijo. Pero movió a un lado la barba que creció mientras estaba en la cárcel. “Favor de no cortar la barba. Ella no ha cometido ningún crimen.” En su ultima carta, a su hija, Meg, le escribió, “Reza por mi y yo rezaré por ti y tus amistades, para que nos encontremos alegremente en el cielo.”

La alegría, como dijo Leon Bloy, es un signo infalible de la presencia de Dios. La alegría de los santos es algo más profundo que solamente sentirse bien. Lo vemos también en mártir mexicano, San Miguel Pro. Toda su vida adulta sufrió un dolor agudo del estomago, pero nadie lo sabia menos su medico y su confesor. Siempre tenía una cara alegre y aprendió a ser actor y payaso para entretener sus compañeros. Esa habilidad le sirvió bien cuando estaba perseguido por los policías durante la persecución de los años veinte. Una vez cayó como borracho de un taxi para eludir los policías. Lo buscaron en una farmacia y, pensando rápido, agarró el brazo de una muchacha bella y salieron como fueron novios. Cuando estaban fuera de la botica, San Miguel pidió disculpas y le explicó quien era y le agradeció por no gritar. Pues, no recomiendo que ningún muchacho aquí agarre el brazo de una muchacha desconocida. Probablemente recibirá una cachetada. Pero había algo de San Miguel Pro que ganó la confianza de personas, aun desconocidas: una cierta tranquilidad interior que se llama la alegría.

Hoy San Pablo dice, “Vivan siempre alegres.” La alegría significaba algo especial para San Pablo. No era solamente una emoción sino una forma de vivir: estar en una relación correcta con Dios. A veces alguien me dice, “Padre, estoy triste porque estoy de lejos de mis papás. ¿Cómo me puedo sentir alegre?” Yo les entiendo porque pasé siete años en el Perú y muchas veces era difícil estar lejos de mis papás y otros seres queridos. Especialmente en un tiempo como Navidad uno puede sentir una nostalgia fuerte. Pero, para San Pablo, lo que importa no es tanto como uno se siente, sino si uno está haciendo lo que Dios le requiere. Si estás en una relación correcto con Dios, pues, eres alegre.

Aun el filosofo Aristóteles dijo algo semejante a San Pablo. La meta de ser humano es felicidad y la felicidad consiste en realizar tu potencialidad. A veces requiere humildad – reconocer quien eres. Por ejemplo en el evangelio de hoy, le preguntan a Juan, “¿Por qué haces estas cosas? ¿Quién eres tu?” Juan respondió, “No soy el Mesías.” Yo no los voy a salvar – pero viene uno que lo hará. Juan tenía una humildad profunda.

En el Himno de Alegría de Beethooven hay un versículo que dice “aun el gusano tiene alegría.” No es que el gusano siente emociones – pero está en una relación correcta con su mundo. Para el gusano es natural, pero tú y yo necesitamos ayuda de afuera para descubrir nuestro papel. Con la ayuda de Cristo, el Mesías, podemos encontrar quienes realmente somos – y así tener la alegría de los santos.

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De los Archivos:

Tercer Domingo de Adviento, Año B, 2008: Demasiado Seria Para Tomar en Serio
2005: El Secreto de Felicidad
2002: Los de Corazón Quebrantado

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