La Nueva Eva

(Homilía para Cuarto Domingo de Adviento, Año B)

Si Vd. ha visto la película, El León, la Bruja y el Ropero, sabe que trata de unos niños de nuestro mundo que entran un mundo paralelo llamado Narnia. Los seres de Narnia no saben que pensar de estos niños y tratan de descubrir que son. Por ejemplo, una niña llamada Lucy encuentra un fauno que le pregunta, “¿Eres tu una hija de Eva?” Requiere tiempo para entender la pregunta, pero al final dice que así es. En forma semejante un narniano refiere a los niños várones como “hijos de Adán.”

Para entender las lecturas de hoy (sin mencionar Navidad misma), tenemos que volver a nuestros primeros papás. La Biblia les llama Adán (“el hombre”) y Eva (“madre de todo viviente”). De ellos hemos heredado cosas buenas, más importante, la imagen de Dios. Nos hace capaces de arte y cultura – todas las cosas bellas que seres humanos han creado. Esa capacidad viene a nosotros desde nuestros papás comunes. Al mismo tiempo, hemos heredado cosas que solamente se puede denominar vergonzosas: la tendencia a guerra, explotación, decepción – toda nuestra triste historia humana. Además experimentamos una división interior. Como dice San Pablo, “No hago lo que quiero y hago lo que detesto...¡Infeliz de mi!” O como el Concilio Vaticano declara, “el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal.” Esa “división íntima” es el pecado original, una debilidad terrible que heredamos de nuestros primeros padres.

Una vez hablaba con un hombre que se quejaba que todo esto parece muy injusto: Nosotros no cometimos el pecado original. ¿Por qué debemos ser castigo nosotros? No sé la respuesta total, pero quisiera hacer dos comentarios. Primero, quejarnos no nos gana nada. Todos heredamos de nuestros papás cosas buenas y cosas malas. Un amigo sacerdote fue diagnosticado con diabetes. No fue sorpresa porque la enfermedad está en su familia. Parece injusto tiene que evitar ciertas comidas que otros pueden gozar sin problema. Pero en vez de quejarse, acepta su dieta como hombre – a pesar de a veces caer ante la tentación de huevos y papas fritas. Reconoce que necesita ayuda en forma de medicina y que tiene que seguir un régimen de ejercicio diario. En otras palabras, sabe que tiene una condición diabética y hace lo mejor posible con ella. En forma similar, tu y yo hemos heredado la “condición humana” que incluye el pecado original. Tenemos que hacer lo posible con el hecho que somos hijos de Adán y Eva.

No obstante, hay algo más positive que solamente aguantarlo. Tenemos una pista en este domingo final antes de Navidad. No somos solamente hijos de Eva, sino de la Nueva Eva. Hace largo tiempo, la primera Eva trató de exaltarse. Hoy, una segunda Eva dice que quiere la “esclava” del Señor. Deseaba vaciarse para ser llenada de Dios. En el caso de Maria, sucedió en un modo literal. El Segundo Adán, el que iba a deshacer el pecado del primer Adán, tomó carne de ella. Jesús tenía (y todavía tiene) su ADN. Igualmente nosotros. Déjenme explicar.

La concepción virginal de Jesús señala una nueva manera de generación, es decir, un nuevo modo de trasmitir la vida. Como dice San Juan, sucede “no de sangre alguna, ni por ley de la carne ni por voluntad de hombre.” (1:13) Si lo llamo renacimiento espiritual, puede sugerir la idea de algo inmaterial, algo que falta sustancia. No es así. En el día de nuestro bautismo, fuimos incorporados tan física como espiritualmente en Cristo. Cuando recibimos la Eucaristía, recibimos su carne, su sangre, su ADN.

Algunos de los adolescentes, que fueron al Día Mundial de Juventud, nos contaron de visitar los lugares de milagros Eucarísticos: Hostias en que sangre salió durante el acto de consagración. No sé exactamente que pensar sobre estos milagros, pero los científicos que los examinaron han determinado que la sangre y, en algunos casos, células de tejido del corazón son humanas. Lo que subrayan es el realismo de nuestra relación sacramental con el Señor – y por él, nuestra Virgen Madre.

En este domingo antes de Navidad, escuchamos la lindas palabras, “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho.” ¡Que privilegio tener tal Madre! Y recibir por ella el único que puede sanar los hijos de Adán y las hijas de Eva.

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De los Archivos:

Cuarto Domingo de Adviento, Año B, 2009: El Orgullo de Nuestra Raza
2005: La Nueva Eva
2002: ¡Salve, Llena de Gracia!

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