Un Buen Pastor

(Homilía para Cuarto Domingo de Pascua, Año A)

Este domingo seguimos escuchando a la homilía pascual de San Pedro. Como es el caso con toda homilía buena, le llamó a la gente al arrepentimiento y la participación en Cristo por los sacramentos. Durante su ministerio, Pedro no tenía miedo de repetir ese llamado. En su Primera Carta, que probablemente fue escrito al final de su vida, declara “ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas.” Pedro representó a Jesús, el Buen Pastor. En su nombre, guió el rebaño, primero en Jerusalén, luego en Antioquía y finalmente en Roma.

Durante las últimas dos semanas hemos honrado a un gran sucesor de Pedro. Probablemente todos han oído y leído tributos al Papa Juan Pablo II. Esta homilía será una más, pero antes de darla, quisiera decir una palabra de precaución. Mientras sería difícil alabarlo demasiado, tenemos que evitar cualquier “culto de personalidad.” Para nosotros los católicos, lo que más importa del papa es que es sucesor de Pedro y, como tal, Vicario de Cristo.

No obstante, ser católicos durante su papado ha sido un privilegio. Su vida era extraordinaria. Cuando tenía solamente ocho años su mamá falleció. En tres años más, murió su único hermano, que ya era médico. Su papá le cuidó, pero también él cuidó a su papá que no estaba en buena salud. Cuando tenía veinte años, su papá falleció, dejándolo solo en el mundo. Era el año 1941 y el mundo estaba en guerra. Los alemanes y rusos habían dividido el país de Polonia en dos partes. Dicen que el joven Karol Wojtyla se postró ante el ataúd de su papá, quizás pasando toda la noche en oración. Cuando se levantó, sabía lo que tenía que hacer.

A pesar de sus aspiraciones a ser actor y estudiar literatura, Karol Wojtyla entró en el seminario para servir a Dios y al pueblo como sacerdote. Los nazis no permitían un seminario abierto y él vio a varios de sus compañeros matados por ellos. Después de la guerra fue ordenado; como sacerdote y luego obispo joven era líder en la lucha contra los comunistas. Participó activamente en el Concilio Vaticano y como papa implementó su visión para la renovación de la Iglesia y sociedad.

Viajó más que cualquier otro papa, llegando a todo rincón del planeta. Escribió más que cualquier otro papa, dio más charlas, canonizó más santos. Pues, la lista es larga. Tenía una profundidad teológica y filosófica poco común.

Muchos han escrito tributos al Santo Padre. El Seattle Times tenía una columna interesante. Hablando sobre los reporteros que lo acompañaban en los viajes papales, el periodista dijo:

Con alarma, Víctor hizo una pregunta urgente a sus colegas: “¿De que vamos a escribir? Solamente ha hablado de religión.” Víctor estaba refiriendo no a las manías del papa, sino de los periodistas. Todos nosotros que hemos reportado sobre viajes papales sabíamos que nuestros redactores estaban más interesados en este hombre santo cuando hablaba sobre la política – o cuando dijo algo aun vagamente relacionado con el sexo. Pero si Juan Pablo tenía la cara de hablar “solamente” sobre la religión, pues, por Dios, eso no es ninguna noticia.

Los medios de comunicación no entendían el corazón del mensaje del papa. Por ser honestos, nosotros tampoco lo entendían. El Santo Padre era, sobre todo, hombre de oración. Pasaba un promedio de cuatro horas cada día en oración: la misa, Liturgia de las Horas, tiempo ante el Santísimo y una variedad de devociones, meditaciones y lectura espiritual. Los viernes siempre hacía la Vía Crucis. El día antes de morir, el Arzobispo Estanislao leyó las Estaciones y después de cada una el papa se persignó.

Tengo que confesarme que raras veces pasó cuatro horas rezando en un solo día. Me digo que estoy muy ocupado, que tengo otras cosas que hacer. Pues, nadie tenía más responsabilidades que el Santo Padre. Sin embargo, encontró tiempo para lo que más importa: comunión con Dios en la Comunión de los Santos. Con gran confianza, estamos rezando que el Papa Juan Pablo ya entre esa Comunión. En su homilía de funeral, el Cardenal Ratzinger lo expresó en una forma muy bella:

Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.

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English Version

De los Archivos:

Homilía 2008: Puerta Que Nunca Hemos Abierto
2005: Un Buen Pastor
2002: ¿La Iglesia Puede Salvarse?

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