Una vez un diablo estaba explicando su estrategia a un demonio veterano. “Mi plan,” le dijo, “es convencer al hombre que no hay Dios.”

“No,” dijo el diablo mayor, “solamente tiene que mirar mas allá de la tierra y sabrá que Dios existe.”

“Pues,” le dijo el menor, “lo convenceré que no hay un diablo.”

“Eso tiene mas posibilidades,” replica el veterano, “pero, no obstante, todo lo que tiene que hacer es mirar alrededor de su barrio y sabrá que el Diablo existe. Aquí es el mejor plan. No tratar de convencerle que no hay Dios o que no hay diablo. Solamente dile que no hay prisa.”

Aparentemente esto es la estrategia para llevar a la gente moderna al infierno. En América un alto porcentaje de nosotros creemos que Dios existe. Y la mayoría también creen el diablo existe. Pero parece que no creemos en nuestra propia mortalidad. Actuamos como si tuviéramos mucho tiempo, que no hay necesidad de preocuparnos ahora sobre donde vamos a pasar la eternidad.

Jesús quiere sacudirnos de nuestra apatía. Usa una comparación atrevida. Estamos tan acostumbrados a ella que no nos damos cuenta del chocante que debe haber sido para la gente de su tiempo. Compara a Dios con un ladrón. El ladrón actuá en el momento menos esperado, por ejemplo, en medio de la noche cuando los dueños están dormidos.

Cristo puede venir en cualquier momento – cuando estamos tratando de evitar una obligación o cuando estamos al punto de ajustar las cuentas con alguien o cuando estamos “surfeando” en Internet. Debe causarnos a reflexionar. Pero no debe causar una angustia obsesionada. Al contrario, debemos ser como los antiguos israelitas. La lectura del Antiguo Testamento poner ante nuestros ojos la bella imagen de los hebreos esperando su liberación. En secreto “los piadosos hijos” celebraron la Pascua. (Sab 18:9) Tuvieron listas las sandalias para el viaje. Sabían que Dios tenía la historia humana en sus manos.

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