El Otro

(Homilía para Tercer Domingo de Pascua 2003)

Hace unos años hubo una película sobre una familia (mamá y dos hijos) viviendo en una casa frecuentada por espíritus. Parece como una película común de susto y terror, pero al final hay una sorpresa. ¡Las fantasmas en realidad son la mamá y sus hijos! Ellos ya están muertos. Los que les parecen a ellos como fantasmas son personas vivas, de carne y sangre.

Cuando Jesús se les apareció a sus apóstoles ellos pensaban que era un fantasma. Sin embargo, resulta que él es verdadero – y que en relación con él nosotros somos fantasmas pálidos. El tiene solidez, nosotros somos tan efímeros como la neblina en Arizona.

San Lucas nos dice que Jesús tomó un pedazo de pescado cocido y lo comió delante de ellos. A pesar de ser mucho más que un hombre, el Señor Resucitado no ha perdido su humanidad física.

En los primeros siglos la Iglesia tuvo que enfrentar personas que no aceptaban la naturaleza material de Jesús. Se llamaban “gnósticos” – de la palabra griegas gnosis que significa sabidurías – porque creían que poseían un entendimiento espiritual superior a la gente común. Usaban la Biblia para crear teorías bien raras sobre Jesús y el universo.

He conocido a personas que me parecen como neo-gnósticos. Como los anteriores, han creado una síntesis personal basada en citas bíblicas e ideas sacadas de la cultura – que hoy es la cultura terapéutica representada por gente como Oprah y el doctor Phil. Como los antiguos gnósticos, prefieren un “Jesús espiritual” al Señor de carne y hueso encontrado en el Nuevo Testamento.

Desde luego, espiritualizar a Jesús es algo que todos podemos desear. Así lo mantenemos a una distancia donde no puede interferir con nuestros planes, pero siempre está allá cuando lo necesitamos. No digo que eso es completamente mal. Es mucho mejor que naturalismo que es la filosofía automática (“default”) del hombre moderno. Sin embargo un Jesús espiritualizado pierde el obvio: Él desea que lo toquemos (Lc 24:39) que contemplemos sus cinco heridas (v.40) y, a pesar de ser chocante, consumirlo corporalmente (v. 35, cf. 22:19).

Puede parecer raro que el Señor resucitado pone tanto énfasis en su materialidad. El motivo es que él quiere tener no solamente una relación espiritual con nosotros, sino física. Él tiene vida, dinamismo, mientras tu y yo estamos decayendo poco a poco. Como nos dice San Pedro, él es el “autor de la vida.” (Hechos 3:17) Jesús nos da los sacramentos para que conectemos materialmente y espiritualmente con él.

Seguramente Jesús es radicalmente “otro” con relación a criaturas como nosotros. Como en el evangelio de hoy, es natural ser miedoso, aun aterrorizado ante alguien como él. Pero nos dice no tener miedo, sentirnos a paz. Quiere sacarnos de las sombras a la plenitud de su propia vida.

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De los Archivos:

Homilía Tercer Domingo de Pascua, Año B 2009: El Dios de Nuestros Padres
Homilía Tercer Domingo de Pascua, Año B 2006: ¿Vale la Pena Vivir Esta Vida?
2003: El Otro

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