El Oprobio de Egipto

(Homilía para el Cuarto Domingo de Cuaresma, Año C)

Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto. Josué 5:9

Durante el retiro cuaresmal el Padre John Corapi nos contó de veces cuando personas lo escupieron. Hace treinta y cinco años, él regresaba de Vietnam llevando su uniforme de Boina Verde. Un manifestante en contra de la guerra lo vio y escupió sobre él. Más recién, durante la altura del escándalo sobre abuso clerical de niños estaba en un aeropuerto. Alguien lo reconoció como sacerdote, se le acercó y escupió en él.

Es terrible ser objeto de oprobio. Después de cuarenta años en el desierto, los Israelitas todavía se sentían el “oprobio de Egipto” sobre ellos. No sabemos exactamente lo que consistía, pero les causó un sentido horrible de ser indigno. Quizás era sentirse extraños de su patria verdadera después de tantos años de esclavitud. Durante su tiempo en el desierto, muchas veces experimentaron la atracción de los placeres sensuales de Egipto. (Éxodo 16:3) Ellos habían dejado a Egipto, pero Egipto no les había dejado a ellos.

Jesús nos cuenta de un joven que se sentía un oprobio semejante, una separación del padre que lo querría mucho. Por su propia decisión había ido lejos de su casa. Se habría quedado en su propia lastima y miseria si no hubiera sido por un acto de gracia que lo levantó.

La gracia era eso: Jesús sin pecado se hizo “pecado” por nosotros. (2 Cor 7:21)

¿Y que finalmente le quitó el oprobio? Para los Israelitas era una cena de Pascua. Después de comerla, ellos entraron de nuevo a su propia patria. Para el hijo prodigo también era una cena, una cena muy rica. En este país estamos acostumbrados a comer carne, casi cuando la deseamos. No era así en aquel entonces. Matar el becerro gordo significaba una fiesta muy alegre. El hijo perdido finalmente había vuelto a su casa.

El oprobio de Egipto fue quitado.

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