Señor, No Soy Digno

(Homilía para el Quinto Domingo del Tiempo Ordinario, Año C)

Alguien hizo un estudio que indicó que cuando se besan, algo del ADN de la otra persona queda en la saliva para siempre. Le conté a mi sobrina sobre este estudio. Recordando a algunos de sus novios – que serían mejor olvidados – ella dijo, “ugh,” y hizo muecas de escupir.

No sé si es lo que Isaías querría decir por “labios impuros.” Sospecho que tenía algo mas serio en su mente. No obstante no debemos ignorar el significado de un beso. Jennie Bishop ha escrito un libro para niños llamado The Princess and the Kiss (la princesa y el beso). No es sobre como cambiar un sapo a un príncipe, sino el gran valor del primer beso.

El Santo Padre habla del “lenguaje del cuerpo.” En realidad, es nuestro medio fundamental de comunicación. Cuando distorsionamos aquel idioma, consecuencias negativas seguirán.

Vivimos en una cultura de mentiras. La gente miente con sus cuerpos y sus lenguas. El profeta Isaías dijo,

¡Ay de mí, estoy perdido!
Porque soy un hombre de labios impuros,
Que habito en medio de un pueblo de labios impuros.

En modo semejante, Pedro se sintió indigno. Era precisamente en un momento de triunfo – Jesús había posible una pesca enorme – que reconoció tal indigno era. “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador.” Pero su sentido de ser indigno no lo condujo a la desesperación o la fuga. Al contrario, Jesús le invitó tomar otro paso, “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.”

Finalmente vemos a Pablo. Pocos seres humanos pueden igualarlo en cuanto a la dedicación total. Sin embargo, como Pedro, reconoció quien era: “soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol.” Sin aquella humildad Pablo habría sido como muchos hombres con cabezas grandes y corazones pequeños – crueles, fríos, condenando a otros.

Hoy nos acercamos al altar del Señor. Debemos temblar un poco – como Isaías, pedro y Pablo. Los Padres de Iglesia decían que la Eucaristía que recibimos fue prefigurada en la brasa que tocó los labios de Isaías. Pedimos al Señor de igual modo purificar nuestros labios. “Señor, no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

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