No Serán Juzgados

(Homilía para el Sexto Domingo del Tiempo Ordinario, Año C)

Hace unas décadas, algunas parroquias trataban de establecer un modelo congregacional de gobernarse. Entre otras cosas, el consejo parroquial entrevistaba al sacerdote antes de ser párroco. Estaba con el Padre Miguel Holland cuando se sometió a tal entrevista. Después de explicar las diferentes obras de la parroquia y escuchar la historia del Padre Miguel, el presidente del Consejo le preguntó, “¿Estaría Ud. dispuesto a ser evaluado por los feligreses?”

El Padre Miguel pausó, se sonrió y replicó, “No creo que es la pregunta correcta. Pase lo que pase, los feligreses me evaluarán. La pregunta es si quiero escuchar sus evaluaciones.”

Todos nosotros – especialmente los que un papel publica – somos evaluados constantemente. Cuando Jesús dijo, “No juzguen y no serán juzgados,” no refería a aquel tipo de juicio. Es imposible no evaluar o juzgar la forma de comportarse y como impacta a otros.

Sin embargo, hay un tipo de juicio que debemos evitar, el juzgar de motives, el juicio del alma de la otra persona. Paradójicamente, el problema con juzgar no es la tendencia de ser demasiado dura, sino que nadie realmente puede ser suficientemente duro. Aun la persona más cínica no va a ver el fallo peor del otro – o su bondad genuina.

En momentos de cordura reconocemos nuestros propios motivos mixtos – y que algunos de ellos causarían una vergüenza profunda, si fueran hechas públicas. El salmista expresa miedo de ser objeto de desprecio y admite que no ve sus fallas escondidas. David (a quien se escribe los salmos) no querría juzgar su enemigo más feroz, como vemos en la lectura primera de hoy.

Una obra de literatura puede exponer aspectos escondidos de nuestras vidas. The Glass Menagerie (El zoo de cristal) tiene una madre que parece muy compasiva a su hija de sufre una minusvalía. Pero, mientras avanza la narración vemos como ella usa a su hija para su propia gratificación – en el proceso, sofocando a una mujer adulta. El drama mantiene nuestra atención porque vemos algo de nuestra propia alma en la madre e hija.

C.S. Lewis dijo que cuando pensando sobre la muerte, lo que más le ayudó a enfocarse fue no tanto la idea del infierno sino del juicio. La idea de ser juzgado, de tener desnuda el alma, debe darnos pausa. Quizás nos ayuda a oír la munición de Jesús:

“No juzguen y no serán juzgados,”

No juzgar es duro, especialmente si alguien nos ha dañado o a una persona querida. Un ejemplo extraordinario fue Maria Giuseppa, la madre de San Pio. Su hijo, el Padre Pio, era fuente de orgullo no solamente para ella, sino el pueblo entero de Pietrelcina. Cuando ciertas personas lanzaron acusaciones contra él, resultando en la suspensión de sus facultades sacerdotales, aturdió al pueblo. Confundida y herida, Maria Giuseppa mantenía un silencio apenado.

Tratando de mejorar su ánimo, unos poblanos le trajeron rumores contra los acusadores del Padre Pio. Maria Giuseppa no querría escuchar. “Solamente podemos saber el exterior de los hombres,” ella dijo. “Solo Dios puede juzgar el corazón.”

No juzgar. Ni escuchar a rumores y chismes. Solamente si tienes un oficio (maestro, sacerdote, papá, etc.) que los requiere, huye de juzgar a otros. Reconoce tu incapacidad de penetrar el corazón humano – aun él de ti mismo.

“No juzguen y no serán juzgados.”

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