Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, dijo, “Si quieres construir un barco, no reunir a hombres para recoger leño, dividir el trabajo y dar ordenes, ¡sino más bien despierta su inquietud por la inmensidad del mar!”

Estoy completando seis años como su párroco y, como muchos saben, el Arzobispo me ha asignado para seis más. Antes de hacerlo, participé en la Revisión Arquidiocesana. Me dio aliento y me hizo reflexionar en cosas que puedo hacer mejor. Una de mis fallas mayores es que, para muchos de Uds., no les he despertado la inquietud por la inmensidad del mar.

He tratado de presentar la gama plena de las enseñanzas morales de Jesús – desde la justicia social hasta planificación natural de la familia, desde la dignidad de los agonizantes hasta la de los no-nacidos, desde honrar al obsipo hasta honrar a los papás, desde mayordomía hasta la oración diaria. Lo hago no porque vivo perfectamente estas enseñanzas, sino porque Uds., igual que yo, necesitan saber lo que Jesús requiere. No obstante, he faltado en comunicar como las enseñanzas morales no son una finalidad, sino como semáforos para poder llegar a nuestro destino.

Cada año, mis hermanos, sobrinos y yo vamos a la Bahía Neah para una excursión de pescar. Para salir del puerto el capitán tiene que controlar su velocidad, respetar los otros barcos y manejar con mucho cuidado. Pero pronto está en el Estrecho de Juan de Fuca, luego al Océano Pacifico hasta que la tierra desaparezca de la vista. Las enseñanzas morales de Jesús – se puede encontrarlas en la tercera sección del Catecismo – son como boyas que permiten que uno salga del puerto hasta la inmensidad del mar.

Este Domingo pedimos por el Espíritu Santo. San Pablo nos dice que por nuestro bautismo “bebimos” del Espíritu. (1 Cor 12:13) “Los guiará a toda verdad.” (Jn 16:13) El Espíritu nos da la capacidad para vivir las enseñanzas de Jesús. Nadie puede hacerlo por su propia cuenta. Pero él no es solamente la energía para llegar al destino. Es el destino. Es la inmensidad del mar. Quizás las palabras de Saint-Exupéry causararon una emoción en tu alma. No porque crees que el Océano Pacifico es sin limites. Sabes que al fin llegarás a China. Pero las palabras tal vez te hizo recordar un anhelo que la tierra no puede satisfacer.

“Nuestro corazón está inquieto,” dice San Agustín. Uno solo puede dar descanso – el Consolador.

No soy un profesor nervioso que quiere que sus alumnos se calmen. Al contrario, me gustaría que toda persona aquí suelte los deseos más profundos. C.S. Lewis escribe, “si consideramos las promesas de premio y la naturaleza de los premios prometidos en los Evangelios, parece que el Señor no encuentra nuestros deseos como demasiado fuertes, sino muy débiles. Somos criaturas de medio corazón, jugando con bebida y sexo y ambición cuando gozo infinito nos está ofrecido, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo sus tortas de lodo en la ciudad porque no puede imaginar lo que significa vacaciones en la playa. Nos complacemos con cosas muy pequeñas.”

Si todo va bien, espero estar a Sagrada Familia hasta 2009. En aquel entonces tendré 63 años – quien sabe si el obispo me afligiría sobre otro grupo en aquella etapa. Pero sé que los últimos seis años han ido a la velocidad de los chóferes impacientes de la calle Roxbury. Los próximos seis irán aun más rápido. El mar abierto nos llama. Admito que implica riesgo, quizás sentirnos mareados (sin alcohol). Pero Jesús nos da un guía seguro y un consolador – el Espíritu Santo.

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