Hace veinte años, cuando empezaba a aprender el idioma y la cultura de los hispanos, tuve la oportunidad de tomar un curso en San Antonio. En la misa para la Fiesta de Santos Pedro y Pablo, el Arzobispo Patricio Flores comenzó su homilía con un poco de buen humor. “¿Por qué tenemos una sola fiesta por dos santos tan importantes?” Contestó, “Pues, no podían aguantarse aquí en la tierra y por eso Dios tuvo que ponerlos juntos en el cielo.”

Puede ser que hay algo de verdad en la broma. Sin embargo, a pesar del choque en Antioquia (que San Pablo narra en su carta a los Galatas) es claro que tuvo a Pedro en alta estima. En la misma carta menciona que pasó quince días con “Kefás.” (1:18) Esta reunión y la de catorce años después (el “Concilio de Jerusalén”) autenticaron su mensaje. En lo que es la primera profesión de fe que poseemos, Pablo otra vez menciona a Kefás como la primera persona que vio a Jesús Resucitado. (1 Cor 15:5)

¡Que extraño que en escribir a galatas y griegos, Pablo refiere a Pedro en la forma aramaica de su nombre! Es como yo hubiera pasado dos semanas con el santo padre y luego empiezo a referir a él con un apodo polaco. En mi caso, sería afectación, pero Pablo ciertamente pretendía algo mas profundo.

Para entender lo que Pedro significó para Pablo y los primeros cristianos, tenemos que meditar sobre palabras como “piedra” y “llaves.”* El hombre obviamente era débil – Pedro mismo admitió su cobardía – pero Jesús lo seleccionó y lo entregó con una responsabilidad enorme. Como Adán y muchos hombres después de él, Pedro trató de evadir su responsabilidad, pero Jesús volvió, “Alimenta a mis corderos.”

Esas palabras pusieron a Pedro en una trayectoría a la capital donde cumpliría las palabras de Jesús, “Extenderás tus manos y otro te atará.” (Jn 21:18) Escritores contemporáneos usaban expresiones semejantes para referir a la crucifixión. Según tradiciones antiguas, Pedro murió en la manera de Jesús – una victima del emperador Nerón.

Otros tomarían el lugar de Pedro. Escribiendo en el siglo dos, San Ireneo da una lista de sus sucesores – Lino, Cleto, Clemente, etc. Como Pablo, cristianos siguientes mirarían a “Pedro” (el obispo de Roma) como enfoque de fe. Por ejemplo, Cipriano de Cartago, que vio la unidad cristiana amenazada por enseñanzas desviadas, dijo:

“Si alguien no mantiene esta unidad de Pedro, ¿Puede imaginar que mantiene la fe?” (La Unidad de la Iglesia Católica 4, A.D. 251)

Instructores cristianos valoraban el “ministerio de Pedro.” Aun un gigante como Agustín miró a Roma. En la controversia con Pelagio (un monje británico que negó el pecado original) Agustín refirió las procedencias de los concilios locales a la Sede Apostólica. En los primeros siglos, muchas iglesias locales pidieron la ayuda de Roma para resolver diferencias doctrinales. Tenemos un ejemplo impresionante en la Carta de San Clemente a los Corintios (A.D. 95).

Como San Pablo, los cristianos antiguos vieron a Pedro como enfoque de enseñanza sólida. Sabia que era un ser humano con sus fallas y debilidades, pero esos no los cegaron a los propósitos profundos de Jesús. En la Fiesta de San Pedro y Pablo, ¿Podemos hacer otro que rezar por una renovación de tal fe – lealtad?

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