Soledad y Comunión Duradera

(Homilia para Todos Santos)

La celebración de Todos Santos (y los Fieles Difuntos) nos hace enfrentar el misterio de la muerte. Sabemos que tenemos que morir, sin embargo, no percebimos la muerte como la finalidad de nuestra existencia. Esperamos en alguna forma superar esa realidad fea. Mientras estaba aquí en el Perú vi un programa sobre la criogénica. Una persona paga una cierta cantidad para congelar su cuerpo en la esperanza que la ciencia algun día conquistará la enfermedad que causó su difunción. Por supuesto, la muerte no es solamente el cancer o un infarto sino la desorganización de toda celula. Por eso, cuando salgan del congelador, ellos van a esperar mucho de la ciencia.

La mayoría de nosotros no somos tan ricos (ni tan sonsos) para tener congelados nuestros cadaveres. Sin embargo, todos deseamos una felicidad duradera. Una vez conversé con una jovencita bien inteligente. Le pregunté sobre sus sueños. Me dijo que lo que más deseaba era jubilarse. Por supuesto, no estaba pensando en la jubilicación como los ancianos lo experimentan: unos años de aflicciones físicas y un aumento de soledad. Más bien ella imaginaba un estado de descanso y satifacción - como estar perpetuamente en un crucero. Lo que ella realmente deseaba no era la jubilación, sino el cielo. Igual con todos nosotros.

El siglo pasado los nazis y los comunistas utilizaron aquel deseo para finalidades malvadas. Prometieron a sus seguidores un paraiso aquí en la tierra. No obstante, lo que realizaron no era el cielo, sino los infiernos peores que ha visto la humanidad. El capitalismo es más modesto, pero, para vender sus productos, también ofrece un paraiso terrenal.

Nuestros antepasados eran más realistas. San Ambrosio, por ejemplo, habló de nuestra existencia como un "cargo de miseria." A causa del pecado, somos condenados a una vida de "trabajo sin tregua y una tristeza inaguantable." No obstante, las alegrías breves que experimentamos no son sin significado. Nuestro deseo sin límites no es una broma cruel de un universo idiótico. Ambrosio de Milán reconoció que nos sentimos una soledad profunda porque estamos destinados a una comunión duradera.

Eso es lo que celebramos hoy y mañana. Otra vez para citar a Ambrosio: "El alma tiene que dejar los senderos sin sentido de esta vida...tiene que buscar las asambleas del cielo." Si imaginamos el cielo, usualmente es en términos de una reunión con seres queridos. Admito que tengo un deseo profundo para ver otra vez a mis papás, al Padre Miguel Holland y otros. Pero esos pensamientos, a pesar de ser muy bonitos, solamente son concesiones a una imaginación pegada a este mundo.

San Ambrosio concluyó su reflexión sobre el fallecimiento de su hermano Satiro citando las palabras de David:

Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré:
Que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida,
Para contemplar la hermosura del Señor,
y para inquirir en su templo. (Salmo 27:4)

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Boletín (Colectas, Viaje al Peru)

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