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19/04/00

Historia de Tristán e Isolda

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Como siempre sucedió con la música de Wagner, los conciertos provocaron las más encontradas reacciones. Berlioz, a quien le había hecho llegar una partitura de su nueva obra con la dedicatoria "A Romeo et Juliette - Tristán und Isolde", emitió una crítica adversa: no habla entendido nada de esa música y no creía en la "música del futuro". Wagner le respondió en un tono por demás conciliador: lamentaba haber expuesto la palabra a la mala inteligencia de tan importantes artistas. Sin embargo, esta vez, lo llamativo fueron las opiniones positivas. La más hermosa, tal vez, fue la carta del poeta Charles Baudelaire, que se sintió tocado en lo más profundo por su música: "¡Usted me ha guiado hasta mí mismo!" En el salón de Wagner se daban cita todos los miércoles, importantes intelectuales: los compositores Charles Gounod y Camille Saint-Saëns, escritores, diplomáticos y políticos. También mujeres participaban de sus veladas y, ante la presencia de algunas, su corazón no guardaba la calma que daba la apariencia de tener. Era un hombre muy sociable, pero sólo estaba capacitado para realizar despliegues triunfales de todo género, cuando se posaba en él la vista de una mujer hermosa. Blandine, una hija de Liszt, sucumbiría a su hechizo, y la encantadora Judith Gautier habría de jugar un papel en el ocaso de su vida. Entretanto, la editorial Breitkopf & Härtel empezó a inquietarse. Habla invertido importantes sumas en la impresión de la voluminosa partitura de Tristán y, de pronto en Alemania circuló el rumor que esa era una obra irrealizable e irrepresentable. Por fin, en el momento más oportuno, el director del teatro vienés Kärntnertor - más tarde la Opera Imperial- se manifestó dispuesto a estrenar Tristán e Isolda. En Viena, Wagner pasa días gratificantes, donde el 15 de mayo de 1861 - casi a once años del estreno en Weimar, bajo la dirección de Liszt- escucha, por primera vez en su vida, su Lohengrin. El 14 de agosto de 1861 levanta su casa en París y se radica en Viena, para comenzar lo antes posible los ensayos de Tristán. Sin embargo, siempre se presenta alguna dificultad y los consabidos aplazamientos. ¿Habría de tornarse verdad, lo que un año antes le había escrito a Mathilde en un momento de melancolía? Le decía: "...¡Tristán es y será un milagro para mi! Cada vez me resulta más incomprensible que haya podido hacer algo así: cuando lo releí abrí muy grandes los ojos y los oídos. ¡Cuán terrible será mi expiación por esta obra, si pretendo representarla en su totalidad: veo muy claro los inauditos sufrimientos que me esperan. Pues no lo oculto, con esta obra he transgredido en exceso lo que está en el dominio de las posibilidades de nuestra capacidad. Los intérpretes de maravillosa genialidad, los únicos capaces de aceptar este reto, aparecen rara vez en el mundo y no obstante, no puedo resistir la tentación... ¡¡¡Ah, si sólo escuchara la orquesta!!!

En un momento dado se tiene la impresión de que jamás escuchará la orquesta de Tristán. Sin embargo, le escribe a Mathilde nuevamente: "Desde lo más profundo del alma y por toda la eternidad, debo agradecerle a usted, haber escrito Tristán." Pero su mensaje a Minna suena bastante más pesimista: "...Con mis nuevas obras no hago sino tropezar con dificultades casi insalvables. Con mis nuevos trabajos me he anticipado mucho... mucho a mi época y a lo que nuestros teatros pueden producir... Nadie pregunta por mi. Tendré que volver a comenzar desde un principio..." En su autobiografía, Mein Leben, hace una consideración retrospectiva similar: "Mi situación como la veía con claridad en ese momento, era de absoluto abandono, pues parecía que todo el mundo me había dado la espalda..."

Los planes de la Opera de Viena respecto al Tristán estaban bajo la influencia de un astro desfavorable. El único tenor que entraba en consideración para el papel principal Aloys Ander, se declaró en crónica indisposición. Había en el teatro adeptos de Wagner que no creyeron en la enfermedad de Ander y la tomaron simplemente por holgazanería. Sin embargo, de acuerdo con los descubrimientos modernos, parece completamente admisible que un temor no confesado ante un papel de enormes dificultades para su aprendizaje y que requería fuerzas casi sobrehumanas para su realización pudiera provocar en el cantante una dolencia física. Más tarde, hubo problemas con la protagonista de Isolda, la señora Louise Dustmann, si bien no de índole artística o vocal, sino muy personales: Wagner apareció en Viena con una joven y bonita actriz, Friederike Meyer, hermana de la señora Dustmann, y que la familia había expulsado de su seno por su estilo de vida muy "liberal". Además, durante la prueba de declamación a la que fue invitada gracias a su gran protector Richard Wagner, demostró no tener ningún talento. Pero la indignada señora Dustmann se pasó al bando de sus numerosos enemigos, a los que se les había metido en la cabeza hacer fracasar esta ópera "imposible".

Para abreviar el tiempo de espera, pero también con el fin de obtener nuevos recursos pecuniarios, Wagner emprendió diversas giras de conciertos. En su deseo de encontrar siempre un hogar al regresar de estos viajes, instaló una casa en el suburbio vienés de Penzing; por supuesto, demasiado grande, elegante y costosa, según era su costumbre. El triunfo del Tristán en el que todavía cifraba sus esperanzas a pesar de los numerosos obstáculos, se ocuparía de saldar las deudas en constante aumento. Se produjo entonces la catástrofe: después de setenta y siete ensayos en total, la Opera de Viena devolvió la partitura de Tristán e Isolda por "irrepresentable". Esta resolución fue citada y criticada por la posteridad incontables veces. ¿Había sido solamente el producto de las intrigas desatadas en Viena desde hacía bastante tiempo contra Wagner y su obra? No hubo, por cierto, luchas abiertas - como las que encontramos en la historia operística de París -, pero la secreta, intangible resistencia, los rumores, las exageraciones y la maledicencia eran factores que ya habían provocado allí el fracaso de más de un artista, de más de una obra. Los antiwagnerianos se encargaron de difundir entre la nobleza, la clase media y la pequeña burguesía, que en Viena demostraban gran interés por la música y entusiasmo por la Ópera, numerosos detalles de la vida privada de Wagner y los indispusieron en su contra: "la pobre esposa abandonada", el asuntito con Friederike Meyer, el lujo sin parangón de su "castillo" en Penzing, sus extravagantes caprichos respecto a las alfombras, los empapelados, la ropa de seda, la cual encargaba a una costurera vienesa, los perfumes pesados que se hacía mandar de muchas partes del mundo...

 

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