Sorprendente
historia del sabio y un pecador |
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En el libro
“Zohar Jadash”, en la sección Midrash Hanehelam trae un
extraordinario acontecimiento de un gran erudito que caminaba por los
montes de Ararat, y escuchó una amarga voz que clamaba “Ay...,
ay...!”, hasta que logró divisar un hombre.
Le
preguntó ¿Quién eres?.
Respondió:
“Soy un judío pecador, y ya hace varios años que me juzgan por las
graves transgresiones que cometí cuando estaba vivo”
Le
preguntó: ¿Cuál es tu nombre?
Respondió:
“No se, los pecadores olvidan sus nombres”
De todos
modos informó sobre el lugar donde había vivido, o sea en la Alta
Galilea, en tal ciudad. Y dijo el nombre de su mujer.
Fue el sabio
a la ciudad que dijo el hombre, preguntó si lo conocían, obteniendo
la respuesta por parte de los habitantes del lugar, que era un ser
perverso que no dejó infracción sin cometer. Y un pequeño hijo dejó
el que es tan cretino como su padre
El erudito
tomó al niño, lo llevó a su propia casa y pretendió estudiar con
él el abecedario hebreo, y la criatura no quería aprender.
El sabio ayunó
durante cuarenta días (comía solo por las noches), reiterando esto
durante dos series más de igual cantidad de días; en total ayunó
ciento veinte días. Finalmente, el niño comenzó a aceptar el
estudio. Creció el pequeño, superando nivel tras nivel, hasta que
creció tanto en la Torá que se graduó como Rabino.
Después de
eso se presenta el padre del chico al sabio en el sueño, y su rostro
brillaba mucho, como el sol al mediodía en la época de Tamuz (mes más
caluroso del verano en Israel), producto de la luz de Hashem que se
reflejaba sobre él
Temió el
erudito en gran manera, y preguntó ¿Quién sos?
Respondió
el hombre “Dichoso eres, que deliciosa es tu parte, que bueno que es
tu destino, ya que me otorgaste el mérito y me trajiste a todo este
honor a través de mi hijo, ya que sabía que ciento veinte ayunos
servirían, puesto que mis pecados eran tan grandes que vinieron "She-dim"
y ángeles malos quienes tapaban el cerebro de mi hijo para que no
reciba el estudio, pues yo no tenía suficiente mérito, ya que hay
veces en que los pecados de los padres provocan que su hijo no tenga
un corazón para entender la Torá, y vienen “shedim” y ponen sus
manos sobre su mente para que no reciba. Solo que cuando fallecí a
través de un no judío, no me liquidó inmediatamente, sino con me
clavó una flecha, y estuve todavía vivo por espacio de dos días, y
como causa de los tremendos dolores, pensé en arrepentirme de mi mal
camino.
Esto
se dio gracias a que yo tenía cierto mérito: cuando yo era un
renegado, salvé a algunos judíos de la muerte (aparentemente por
este mérito se acreditó la posibilidad que aparezca un salvador que
le enseñe al hijo y que haga lo que el erudito hizo). Y aquí, cada
vez que mi hijo ascendía de nivel, me alivianaban el juicio. Y cuando
llegó mi chico a la edad de trece años (bar mitzvá), y subió a
(leer) la Torá, y santificó el nombre de Hashem en público y dijo
“Bendigan a Hashem que es bendecido”, fue entonces cuando me
subieron del Infierno.
Y el niño
ese se llamaba Afkuli, es decir, que el Infierno se llama “Pelilá”
(de la misma raíz que el nombre del chico), como es común eso que se
dice, saquen de “Pelilá”, es decir, del Infierno. Y Rabí Shimón
Afkuli que ordenó las bendiciones delante de Rabán Gamliel en Iabne,
era de su descendencia. Hasta aquí el relato del Zohar.
De este
suceso se puede aprender, así como este que era un malvado total, de
todos modos el chico a través de su Torá lo salvó del Infierno y lo
ingresó al Paraiso (Gan Eden), cuanto más quien no es así e
instruye a sus hijos en el camino de la Torá, que se acreditará
tantos méritos como no hay medida para expresar.
Taamei
Haminaguim página 456 en nombre de Kitzur Shenei Lujot Habrit
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