El
Evangelio de los Esenios
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(El Libro II, III y IV vienen pronto)
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El Evangelio de los Esenios Libro I
El Evangelio de la
Paz
PRÓLOGO
PRÓLOGO A LA EDICIÓN INGLESA DE 1937 *
Casi dos mil años han pasado desde que el Hijo del Hombre enseñase
el camino, la verdad y la vida a la humanidad. Llevó salud al
enfermo, sabiduría al ignorante y felicidad a quienes se hallaban
en la desgracia.
Sus palabras casi se olvidaron, y no se recogieron hasta algunas generaciones
después de que fueron pronunciadas. Han sido malentendidas, mal
anotadas, cientos de veces reescritas y cientos de veces transformadas,
pero aún así han sobrevivido casi dos mil años.
Y aunque sus palabras, como las tenemos hoy en día en el Nuevo
Testamento, han sido terriblemente mutiladas y deformadas, han conquistado
media humanidad y la totalidad de la civilización occidental.
Este hecho prueba la eterna vitalidad de las palabras del Maestro, y
su valor supremo e incomparable.
Por esta razón hemos decidido publicar las palabras de Jesús,
puras y originales, traducidas directamente de la lengua aramea hablada
por Jesús y su amado discípulo Juan, quien, único
entre los discípulos de Jesús, anotó con exactitud
perfecta las enseñanzas personales de su Maestro.
Es una gran responsabilidad anunciar el Nuevo Testamento actual, que
es la base de todas las Iglesias Cristianas, como deformado y falsificado,
pero no hay más alta religión que la verdad.
Este libro contiene sólo un fragmento –alrededor de una octava
parte– de los manuscritos completos que se conservan en arameo, en la
Biblioteca del Vaticano, y en antiguo eslavo en la Biblioteca Real de
los Habsburgo, actualmente propiedad del gobierno austriaco.
Debemos la existencia de ambas versiones a los monjes nestorianos, quienes,
ante el avance de las hordas de Gengis Khan, se vieron forzados a huir
del Este hacia el Oeste, trayendo consigo todas sus antiguas escrituras
e iconos.
Los antiguos textos en arameo datan del primer siglo después
de Cristo, mientras que la versión en antiguo eslavo es una traducción
literal de aquellos. La arqueología aún no puede reconstruirnos
exactamente cómo viajaron estos textos desde Palestina hacia
el interior de Asia, llegando a manos de los monjes nestorianos.
Actualmente está en preparación una edición conteniendo
el texto completo con todas las referencias y notas explicativas (arqueológicas,
históricas y exegéticas) necesarias (1). La parte publicada
trata los trabajos sanadores de Jesús. Hemos emitido primero
esta parte antes que el resto porque es de la que la humanidad sufriente
tiene hoy más necesidad.
Nada tenemos que añadir a este texto. Habla por sí solo.
El lector que estudie las páginas que siguen con concentración,
sentirá la vitalidad eterna y la poderosa evidencia de estas
verdades profundas que la humanidad necesita hoy más urgentemente
que nunca.
"Y la verdad se demostrará por sí misma."
Edmond Székely
Londres, 1937
* The Gospel of Peace of Jesus Christ by the Disciple John. The C. W.
Daniel Co. Ltd., London 1937.
(1) The Essene Gospel of Peace, que consta de los siguientes tomos:
Book two: The Unknown Books of the Essenes y Book three: Lost Scrolls
of the Essene Broterhood, Academy Books, San diego, California, 1974.
El libro uno (Book one) es la versión norteamericana del inglés
The Gospel of Peace…, y lleva por título The Essene Gospel of
Peace. También fue editado por Academy Books. Book four: The
Teachings of the Elect (Academy Books, 1981).
Los Esenios
Los esenios fueron una de las tres principales sectas religiosas en
la Palestina del primer siglo y se cree que Jesús fue miembro
del grupo del norte, centrados alrededor del Monte Carmel. Los esenios
eran también conocidos como nazarenos, y Nazaret era uno de sus
fuertes, aunque se debe señalar que el término precedió
al nombre del lugar. Los miembros de la secta vestían de blanco
y seguían una dieta vegetariana, como la orden monástica
cristiana de los Carmelitas, conocidos también como Monjes Blancos,
debido a su túnica blanca, y es interesante hacer notar que los
miembros actuales de esa orden claman abiertamente que Jesús
era Eesenio y fue criado en el Monte Carmel, aunque las escrituras esenias
son excluidas de la Biblia promulgada generalmente por la Iglesia.
El escrito esenio más importante es el Evangelio de los Doce
Santos, redescubierto en 1888 y traducido del arameo por el Rev. Gideon
Jasper Ouseley. Esta versión del Nuevo Testamento difiere marcadamente
de las aceptadas generalmente y pinta a Jesús como un vegetariano
estricto, ante quien otras criaturas se congregaban. ''Y las aves se
reunieron a su alrededor y le dieron la bienvenida con su canción
y otras criaturas vivas se pusieron a sus pies y él los alimentó
y ellos comieron de sus manos''.
La alimentación de la multitud humana también es reportada
pero la comida citada son panes y uvas. De los animales, dice:
''Estas criaturas son tus compañeras en la gran casa de Dios,
si son tus hermanos y hermanas, tienen el mismo respiro de vida en la
Eternidad. Y quien cuide a al menos una de éstas, y les dé
de comer y beber, lo mismo está haciendo conmigo''.
Los esenios creen en la santidad y unidad de toda la vida y muchos pasajes
en el Evangelio esenio se refieren a la doctrina del amor sin ataduras:
a Dios, a la humanidad y a toda la creación. ''Antes que todo
está el amor, el amor de uno al otro y a todas las criaturas
de Dios, y así todos los hombres sabrán que son mis discípulos''.
LIBRO I
EL EVANGELIO DE LA PAZ
Y entonces muchos enfermos y tullidos fueron a Jesús, preguntándole:
"Si todo lo sabes, dinos ¿por qué sufrimos estas
penosas plagas? ¿Por qué no estamos enteros como los demás
hombres? Maestro, cúranos, para que nos hagamos fuertes y no
tengamos que vivir por más tiempo en nuestro sufrimiento. Sabemos
que en tu poder está curar todo tipo de enfermedad. Líbranos
de Satán y de todos sus grandes males. Maestro, ten compasión
de nosotros".
Y Jesús respondió: "Felices vosotros que tenéis
hambre de la verdad, pues os satisfaré con el pan de la sabiduría.
Felices vosotros que llamáis, pues os abriré la puerta
de la vida. Felices vosotros que rechazáis el poder de Satán,
pues os conduciré al reino de los ángeles de nuestra Madre,
donde el poder de Satán no puede penetrar.
Y ellos le preguntaron con desconcierto: "¿Quién
es nuestra Madre y cuáles son sus ángeles? ¿Y dónde
se halla su reino?"
"Vuestra Madre está en vosotros; y vosotros en ella. Ella
os alumbró y ella os da vida. Fue ella quien dio vuestro cuerpo,
y a ella se lo devolveréis de nuevo algún día.
Felices vosotros cuando lleguéis a conocerla, así como
a su reino; si recibís a los ángeles de vuestra Madre
y cumplís sus leyes. En verdad os digo que quien haga esto nunca
conocerá la enfermedad. Pues el poder de nuestra Madre está
por encima de todo. Y destruye a Satán y su reino, y tiene gobierno
sobre todos vuestros cuerpos y sobre todas las cosas vivas.
"La sangre que en nosotros corre ha nacido de la sangre de nuestra
Madre Terrenal. Su sangre cae de las nubes, brota del seno de la tierra,
murmura en los arroyos de las montañas, fluye espaciosamente
en los ríos de las llanuras, duerme en los lagos y se enfurece
poderosa en los mares tempestuosos.
"El aire que respiramos ha nacido del aliento de nuestra Madre
Terrenal. Su respiración es azul celeste en las alturas de los
cielos, silba en las cumbres de las montañas, susurra entre las
hojas del bosque, ondea sobre los trigales, dormita en los valles profundos
y abrasa en el desierto.
"La dureza de nuestros huesos ha nacido de los huesos de nuestra
Madre Terrenal, de las rocas y de las piedras. Se yerguen desnudas a
los cielos en lo alto de las montañas, son como gigantes que
yacen dormidos en las faldas de las montañas, como ídolos
levantados en el desierto, y están ocultos en las profundidades
de la tierra.
"La delicadeza de nuestra carne ha nacido de la carne de nuestra
Madre Terrenal; carne que madura amarilla y roja en los frutos de los
árboles, y nos alimenta en los surcos de los campos.
"Nuestros intestinos han nacido de los intestinos de nuestra Madre
Terrenal, y están ocultos a nuestros ojos como las profundidades
invisibles de la tierra.
"La luz de nuestros ojos y el oír de nuestros oídos
nacen ambos de los colores y de los sonidos de nuestra Madre Terrenal,
que nos envuelve como las olas del mar al pez, o como el aire arremolinado
al ave.
"En verdad os digo que el Hombre es Hijo de la Madre Terrenal,
y de ella recibió el Hijo del Hombre todo su cuerpo, del mismo
modo que el cuerpo recién nacido nace del seno de su madre. En
verdad os digo que sois uno con la Madre Terrenal; ella está
en vosotros v vosotros en ella. De ella nacisteis, en ella vivís
y a ella de nuevo retornaréis. Guardad por tanto Sus leves, pues
nadie puede vivir mucho ni ser feliz sino aquel que honra a su Madre
Terrenal y cumple Sus leyes. Pues vuestra respiración es Su respiración,
vuestra sangre Su sangre, vuestros huesos Sus huesos; vuestra carne
Su carne; vuestros intestinos Sus intestinos; vuestros ojos y vuestros
oídos son Sus ojos y Sus oídos.
"En verdad os digo que si dejaseis de cumplir una sola de todas
estas leyes, si dañaseis uno sólo de los miembros de todo
vuestro cuerpo, os perderíais irremisiblemente en vuestra dolorosa
enfermedad y sería el llorar y rechinar de dientes. Yo os digo
que, a menos que sigáis las leyes de vuestra Madre, no podréis
de ningún modo escapar a la muerte. Y quien abraza a las leyes
de su Madre, a él abrazará su madre también. Ella
curará todas sus plagas y él nunca enfermará. Ella
le dará larga vida y le protegerá de todo mal; del fuego,
del agua, de la mordedura de las serpientes venenosas. Pues ya que vuestra
madre os alumbró, conserva la vida en vosotros. Ella os ha dado
Su cuerpo, y nadie sino Ella os cura. Feliz es quien ama a su Madre
y yace sosegadamente en Su regazo. Porque vuestra Madre os ama, incluso
cuando le dais la espalda. Y ¿cuánto más os amará
si regresáis de nuevo a Ella? En verdad os digo que muy grande
es Su amor, más grande que la mayor de las montañas y
más profundo que el más hondo de los mares. Y aquellos
quienes aman a su Madre, Ella nunca les abandona. Así como la
gallina protege a sus polluelos, como la leona a sus cachorros, como
la madre a su recién nacido, así protege la Madre Terrenal
al Hijo del Hombre de todo peligro y de todo mal.
"Pues en verdad os digo que males y peligros innumerables esperan
a los Hijos de los Hombres. Belcebú, el príncipe de todos
los demonios, la fuente de todo mal, acecha en el cuerpo de todos los
Hijos de los Hombres. Él es la muerte, el señor de toda
plaga y, poniéndose una vestimenta agradable, tienta y seduce
a los Hijos de los Hombres. Promete riqueza y poder, y espléndidos
palacios, y adornos de oro y plata, y numerosos sirvientes. Promete
gloria y renombre, sensualidad y fornicación, borrachera y atracón,
vida desenfrenada, holgazanería y ocio. Y tienta a cada cual
según aquello por lo que más se inclina su corazón.
Y el día en que los Hijos de los Hombres ya se han vuelto esclavos
de todas estas vanidades y abominaciones, entonces él, en pago
de ello, les arrebata todas aquellas cosas que la Madre Terrenal tan
abundantemente les dio. Les arrebata su respiración, su sangre,
sus huesos, su carne, sus intestinos, sus ojos y sus oídos. Y
la respiración del Hijo del Hombre se vuelve corta y sofocada,
trabajosa y maloliente como la de las bestias inmundas. Y su sangre
se vuelve espesa y fétida, como el agua de las ciénagas;
se coagula y ennegrece como la noche de la muerte. Y sus huesos se vuelven
duros y nudosos; se deshacen por dentro y por fuera se resquebrajan,
como una piedra cayendo sobre una roca. Y su carne se vuelve grasienta
y acuosa; se corrompe y se pudre con costras y forúnculos que
son una abominación. Y sus intestinos se llenan de inmundicia
detestable rezumando corrientes en putrefacción, y en ellos habitan
numerosos gusanos abominables. Y sus ojos se enturbian, hasta que la
noche oscura los envuelve; y sus oídos se tapan, como el silencio
de la tumba. Y por último, el Hijo del Hombre perderá
la vida. Pues no guardó las leyes de su Madre, sino que sumó
un pecado a otro. Por ello le son arrebatados todos los dones de la
Madre Terrenal: la respiración, la sangre, los huesos, la carne,
los intestinos, los ojos y los oídos y, por último, la
vida con la que coronó su cuerpo la Madre Terrenal.
"Pero si el pecador Hijo del Hombre se arrepiente de sus culpas
y las repara, y regresa de nuevo a su Madre Terrenal; y si cumple las
leyes de su Madre Terrenal y se libera de las garras de Satán
resistiendo sus tentaciones, entonces la Madre Terrenal recibe de nuevo
a su Hijo pecador con amor y le envía sus ángeles para
que le sirvan. En verdad os digo que cuando el Hijo del Hombre resiste
al Satán que habita en él y no hace su voluntad, en esa
misma hora se hallan ahí los ángeles de la Madre para
servirle con todo su poder y liberarle por entero del poder de Satán.
"Pues ningún hombre puede servir a dos señores. Porque
o bien sirve a Belcebú y sus demonios o sirve a nuestra Madre
Terrenal y a sus ángeles. O sirve a la muerte o sirve a la vida.
En verdad os digo qué felices son aquellos que cumplen las leyes
de la vida y no vagan por los caminos de la muerte."
Y cuantos le rodeaban escuchaban sus palabras con asombro, pues su palabra
tenía poder y enseñaba de manera bien distinta a la de
los sacerdotes y escribas.
Y aunque el sol ya se había puesto, no se fueron a sus casas.
Se sentaron alrededor de Jesús y le preguntaron: "Maestro
¿cuáles son esas leyes de la vida? Quédate con
nosotros un rato más y enséñanos. Querernos escuchar
tu enseñanza para que podamos curarnos y volvernos rectos".
Y el propio Jesús se sentó en medio de ellos y dijo: "En
verdad os digo que nadie puede ser feliz, excepto quien cumple la Ley".
Y los demás respondieron: "Todos cumplimos las leyes de
Moisés, nuestro legislador, tal como están escritas en
las sagradas escrituras"".
Y Jesús les respondió: "No busquéis la Ley
en vuestras escrituras, pues la Ley es la Vida, mientras que lo escrito
está muerto. En verdad os digo que Moisés no recibió
de Dios sus leyes por escrito, sino a través de la palabra viva.
La Ley es la Palabra Viva del Dios Vivo, dada a los profetas vivos para
los hombres vivos. En dondequiera que haya vida está escrita
la ley. Podéis hallarla en la hierba, en el árbol, en
el río, en la montaña, en los pájaros del cielo,
en los peces del mar; pero buscadla principalmente en vosotros mismos.
Pues en verdad os digo que todas las cosas vivas se encuentran más
cerca de Dios que la escritura que está desprovista de vida.
Dios hizo la vida y todas las cosas vivas de tal modo que enseñasen
al hombre, por medio de la palabra siempre viva, las leyes del Dios
verdadero. Dios no escribió las leyes en las páginas de
los libros, sino en vuestro corazón y en vuestro espíritu.
Se encuentran en vuestra respiración, en vuestra sangre, en vuestros
huesos, en vuestra carne, en vuestros intestinos, en vuestros ojos,
en vuestros oídos y en cada pequeña parte de vuestro cuerpo.
Están presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las
plantas, en los rayos del sol, en las profundidades y en las alturas.
Todas os hablan para que entendáis la lengua y la voluntad del
Dios Vivo. Pero vosotros cerráis vuestros ojos para no ver, y
tapáis vuestros oídos para no oír. En verdad os
digo que la escritura es la obra del hombre, pero la Vida y todas sus
huestes son la obra de nuestro Dios. ¿Por qué no escucháis
las palabras de Dios que están escritas en Sus obras? ¿Y
por qué estudiáis las escrituras muertas, que son la obra
de las manos del hombre?"
"¿Cómo podemos leer las leyes de Dios en algún
lugar, de no ser en las Escrituras? ¿Dónde se hallan escritas?
Léenoslas de ahí donde tú las ves, pues nosotros
no conocemos más que las escrituras que hemos heredado de nuestros
antepasados. Dinos las leyes de las que hablas, para que oyéndolas
seamos sanados y justificados."
Jesús dijo: "Vosotros no entendéis las palabras de
la Vida, porque estáis en la Muerte. La oscuridad oscurece vuestros
ojos, y vuestros oídos están tapados por la sordera. Pues
os digo que no os aprovecha en absoluto que estudiéis las escrituras
muertas si por vuestras obras negáis a quien os las ha dado.
En verdad os digo que Dios y sus leyes no se encuentran en lo que vosotros
hacéis. No se hallan en la glotonería ni en la borrachera,
ni en una vida desenfrenada, ni en la lujuria, ni en la búsqueda
de la riqueza, ni mucho menos en el odio a vuestros enemigos. Pues todas
estas cosas están lejos del verdadero Dios y de sus ángeles.
Todas estas cosas vienen del reino de la oscuridad y del señor
de todos los males. Y todas estas cosas las lleváis en vosotros
mismos; y por ello la palabra y el poder de Dios no entran en vosotros,
pues en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu habitan todo tipo
de males y abominaciones. Si deseáis que la palabra y el poder
del Dios Vivo penetren en vosotros, no profanéis vuestro cuerpo
ni vuestro espíritu; pues el cuerpo es el templo del espíritu,
y el espíritu es el templo de Dios. Purificad, por tanto, el
templo, para que el Señor del templo pueda habitar en él
y ocupar un lugar digno de él.
"Y retiraos bajo la sombra del cielo de Dios, de todas las tentaciones
de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu, que vienen de Satán.
"Renovaos y ayunad. Pues en verdad os digo que Satán y sus
plagas solamente pueden ser expulsados por medio del ayuno y la oración.
Id por vuestra cuenta y ayunad en solitario, sin descubrir vuestro ayuno
a hombre alguno. El Dios Vivo lo verá y grande será vuestra
recompensa. Y ayunad hasta que Belcebú y todos sus demonios os
abandonen y todos los ángeles de nuestra Madre Terrenal vengan
a serviros. Pues en verdad os digo que a no ser que ayunéis,
nunca os libraréis del poder de Satán ni de todas las
enfermedades que de Satán vienen. Ayunad y orad fervientemente,
buscando el poder del Dios vivo para vuestra curación. Mientras
ayunéis, evitad a los hijos de los hombres y buscad los ángeles
de nuestra Madre Terrenal, pues quien busca hallará.
"Buscad el aire fresco del bosque y de los campos, y en medio de
ellos hallaréis el ángel del aire. Quitaos vuestro calzado
y vuestras ropas y dejad que el ángel del aire abrace vuestro
cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente, para que el ángel
del aire penetre en vosotros, En verdad os digo que el ángel
del aire expulsará de vuestro cuerpo toda inmundicia que lo profane
por fuera y por dentro. Y así saldrá de vosotros toda
cosa sucia y maloliente, igual que el humo del fuego asciende en forma
de penacho y se pierde en el mar del aire. Pues en verdad os digo que
sagrado es el ángel del aire, quien limpia cuanto está
sucio y confiere a las cosas malolientes un olor agradable. Ningún
hombre que no deje pasar el ángel del aire podrá acudir
ante la faz de Dios. Verdaderamente, todo debe nacer de nuevo por el
aire y por la verdad, pues vuestro cuerpo respira el aire de la Madre
Terrenal, y vuestro espíritu respira la verdad del Padre Celestial.
"Después del ángel del aire, buscad el ángel
del agua. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel
del agua abrace todo vuestro cuerpo. Entregaos por entero a sus acogedores
brazos y, así como el aire penetra en vuestra respiración,
que el agua penetre también en vuestro cuerpo. En verdad os digo
que el ángel del agua expulsará de vuestro cuerpo toda
inmundicia que lo mancille por fuera y por dentro. Y toda cosa sucia
y maloliente fluirá fuera de vosotros, igual que la suciedad
de las vestiduras, lavada en el agua, se va y se pierde en la corriente
del río. En verdad os digo que sagrado es el ángel del
agua que limpia cuanto está sucio, y que confiere a todas las
cosas malolientes un olor agradable. Ningún hombre a quien no
deje pasar el ángel del agua podrá acudir ante la faz
de Dios. En verdad que todo debe nacer de nuevo del agua y de la verdad,
pues vuestro cuerpo se baña en el río de la vida terrenal
y vuestro espíritu se baña en el río de la vida
eterna. Pues recibís vuestra sangre de nuestra Madre Terrenal
y la verdad de nuestro Padre Celestial.
"Pero no penséis que es suficiente que el ángel del
agua os abrace sólo externamente. En verdad os digo que la inmundicia
interna es, con mucho, mayor que la externa. Y quien se limpia por fuera
permaneciendo sucio en su interior, es corno las tumbas bellamente pintadas
por fuera, pero llenas por dentro de todo tipo de inmundicias y de abominaciones
horribles. Por ello, en verdad os digo, que dejéis que el ángel
del agua os bautice también por dentro, para que os liberéis
de todos vuestros antiguos pecados, y para que asimismo internamente
seáis tan puros como la espuma del río jugueteando a la
luz del sol.
"Buscad, por tanto, una gran calabaza con el cuello de la longitud
de un hombre; extraed su interior y llenadla con agua del río
caldeada por el sol. Colgadla de la rama de un árbol, arrodillaos
en el suelo ante el ángel del agua y haced que el extremo del
tallo de la calabaza penetre vuestras partes ocultas, para que el agua
fluya a través de todos vuestros intestinos. Luego, descansad
arrodillándoos en el suelo ante el ángel del agua y orad
al Dios vivo para que os perdone todos vuestros antiguos pecados; y
orad también al ángel del agua para que libere vuestro
cuerpo de toda inmundicia y enfermedad, Dejad entonces que el agua salga
de vuestro cuerpo, para que se lleve de su interior todas las cosas
sucias y fétidas de Satán. Y veréis con vuestros
ojos y oleréis con vuestra nariz todas las abominaciones e inmundicias
que mancillaban el templo de vuestro cuerpo; igual que todos los pecados
que residían en vuestro cuerpo, atormentándoos con todo
tipo de dolores, En verdad os digo que el bautismo con agua os libera
de todo esto. Renovad vuestro bautismo con agua todos los días
durante vuestro ayuno, hasta el día en que veáis que el
agua que expulsáis es tan pura como la espuma del río.
Entregad entonces vuestro cuerpo a la corriente del río y, una
vez en los brazos del ángel del agua, dad gracias al Dios vivo
por haberos librado de vuestros pecados. Y este bautismo sagrado por
el ángel del agua es el renacimiento a la nueva vida. Pues vuestros
ojos verán a partir de entonces y vuestros oídos oirán.
No pequéis más, por tanto, después de vuestro bautismo,
para que los ángeles del aire y del agua habiten eternamente
en vosotros y os sirvan para siempre.
"Y si queda después dentro de vosotros alguno de vuestros
antiguos pecados e inmundicias, buscad al ángel de la luz del
sol. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel
de la luz del sol abrace todo vuestro cuerpo. Respirad entonces larga
y profundamente para que el ángel de la luz del sol os penetre.
Y el ángel de la luz del sol expulsará de vuestro cuerpo
toda cosa fétida y sucia que lo mancille por fuera y por dentro.
Y así saldrá de vosotros toda cosa sucia y fétida,
del mismo modo que la oscuridad de la noche se disipa ante la luminosidad
del sol naciente. Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel
de la luz del sol, quien limpia toda inmundicia y confiere a lo maloliente
un olor agradable. Nadie a quien no deje pasar el ángel de la
luz del sol podrá acudir ante la faz de Dios. En verdad que todo
debe nacer de nuevo del sol y de la verdad, pues vuestro cuerpo se baña
en la luz del sol de la Madre Terrenal, y vuestro espíritu se
baña en la luz del sol de la verdad del Padre Celestial.
"Los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol son
hermanos. Les fueron entregados al Hijo del Hombre para que le sirviesen
y para que él pudiera ir siempre de uno a otro.
"Sagrado es, asimismo, su abrazo. Son hijos indivisibles de la
Madre Terrenal, así que no separéis vosotros a aquellos
a quienes la tierra y el cielo han unido. Dejad que estos tres ángeles
hermanos os envuelvan cada día y habiten en vosotros durante
todo vuestro ayuno.
"Pues en verdad os digo que el poder de los demonios, todos los
pecados e inmundicias, huirán con presteza de aquel cuerpo que
sea abrazado por estos tres ángeles. Del mismo modo que los ladrones
huyen de una casa abandonada al llegar el dueño de ésta,
uno por la puerta, otro por la ventana y un tercero por el tejado, cada
uno donde se encuentra y por donde puede, asimismo huirán de
vuestros cuerpos todos los demonios del mal, todos vuestros antiguos
pecados y todas las inmundicias y enfermedades que profanaban el templo
de vuestros cuerpos. Cuando los ángeles de la Madre Terrenal
entren en vuestros cuerpos, de modo que los señores del templo
lo posean nuevamente, entonces huirán con presteza todos los
malos olores a través de vuestra respiración y de vuestra
piel, y las aguas corrompidas por vuestra boca y vuestra piel y por
vuestras partes ocultas y secretas. Y todas estas cosas las veréis
con vuestros propios ojos, las oleréis con vuestra nariz y las
tocaréis con vuestras manos. Y cuando todos los pecados e inmundicias
hayan abandonado vuestro cuerpo, vuestra sangre se volverá tan
pura como la sangre de nuestra Madre Terrenal y como la espuma del río
jugueteando a la luz del sol. Y vuestro aliento se volverá tan
puro como el aliento de las flores perfumadas; vuestra carne tan pura
como la carne de los frutos que enrojecen sobre las ramas de los árboles;
la luz de vuestro ojo tan clara y luminosa como el brillo del sol que
resplandece en el ciclo azul. Y entonces os servirán todos los
ángeles de la Madre Terrenal. Y vuestra respiración, vuestra
sangre y vuestra carne serán una con la respiración, la
sangre y la carne de la Madre Terrenal, para que vuestro espíritu
se haga también uno con el espíritu del Padre Celestial.
Pues en verdad nadie puede llegar al Padre Celestial sino a través
de la Madre Terrenal. Del mismo modo que un niño recién
nacido no puede entender la enseñanza de su padre mientras su
madre no te haya primero amamantado, bañado, cuidado, dormido
y alimentado. Mientras el niño es pequeño, su lugar está
junto a su madre y a ella debe obedecer. Cuando el niño ya ha
crecido, su padre le lleva a trabajar al campo a su lado, y el niño
regresa junto a su madre solamente cuando llega la hora de la comida
y de la cena. Y entonces el padre le enseña para que se adiestre
en los trabajos de su padre. Y cuando el padre ve que su hijo entiende
su enseñanza y hace bien su trabajo, le da todas las posesiones
para que éstas pertenezcan a su amado hijo y para que éste
continúe la obra de su padre. En verdad os digo que feliz es
el hijo que acepta el consejo de su madre y lo sigue. Y cien veces más
feliz es el hijo que acepta y sigue también el consejo de su
padre, pues ya se os dijo: "Honra a tu padre y a tu madre".
Pero yo os digo, Hijos del Hombre: Honrad a vuestra Madre Terrenal y
guardad todas Sus leyes, para que sean largos vuestros días en
esta tierra, y honrad a vuestro Padre Celestial para que sea vuestra
en los cielos la vida eterna. Pues el Padre Celestial es un centenar
de veces más grande que todos los padres por sangre y descendencia.
Y mayor es la Madre Terrenal que todas las madres por el cuerpo. Y más
querido es el Hijo del Hombre a los ojos de su Padre Celestial y de
su Madre Terrenal que lo son los niños a los ojos de sus padres
por sangre y por descendencia y de sus madres por el cuerpo. Y más
sabias son la Palabra y la Ley de vuestro Padre Celestial y de vuestra
Madre Terrenal que las palabras y la voluntad de todos los padres por
sangre y por descendencia, y de todas las madres por el cuerpo. Y también
de más valor es la herencia de vuestro Padre Celestial y de vuestra
Madre Terrenal, el reino eterno de la vida eterna y celestial, que todas
las herencias de vuestros padres por sangre y por descendencia, y de
vuestras madres por el cuerpo.
"Y vuestros verdaderos hermanos son todos aquellos que hacen la
voluntad de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal, y no
vuestros hermanos de sangre. En verdad os digo que vuestros verdaderos
hermanos en la voluntad del Padre Celestial y de la Madre Terrenal os
amarán un millar de veces más que vuestros hermanos de
sangre. Pues desde los días de Caín y Abel, cuando los
hermanos de sangre transgredieron la voluntad de Dios, no existe una
verdadera fraternidad por la sangre, Y los hermanos actúan entre
sí como extraños, Por ello os digo, amad a vuestros verdaderos
hermanos en la voluntad de Dios un millar de veces más que a
vuestros hermanos de sangre.
Pues vuestro Padre Celestial es amor.
Pues vuestra Madre Terrenal es amor.
Pues el Hijo del Hombre es amor
"Por el amor el Padre Celestial y la Madre Terrenal y el Hijo del
Hombre se hacen uno. Pues el espíritu del Hijo del Hombre fue
creado del espíritu del Padre Celestial, y su cuerpo del cuerpo
de la Madre Terrenal. Haceos, por tanto, perfectos como perfectos son
el espíritu de vuestro Padre Celestial y el cuerpo de vuestra
Madre Terrenal. Y amad así a vuestro Padre Celestial, igual que
Él ama vuestro espíritu. Y amad así a vuestra Madre
Terrenal, igual que Ella ama vuestro cuerpo. Y amad así a vuestros
verdaderos hermanos, igual que vuestro Padre Celestial y vuestra, Madre
Terrenal les aman. Y entonces os dará vuestro Padre Celestial
su santo espíritu, y vuestra Madre Terrenal os dará su
cuerpo santo. Y entonces los Hijos de los Hombres se darán amor
unos a otros como verdaderos hermanos, el amor que recibieron de su
Padre Celestial y de su Madre Terrenal; y todos se convertirán
en consoladores unos de otros. Y desaparecerá entonces de la
tierra todo mal y toda tristeza, y habrá amor y alegría
sobre la tierra. Y será entonces la tierra como los cielos, y
vendrá el reino de Dios, Y entonces vendrá el Hijo del
Hombre en toda su gloria, para heredar el reino de Dios. Y entonces
los Hijos de los Hombres dividirán su divina herencia, el reino
de Dios. Pues los Hijos del Hombre viven en el Padre Celestial y en
la Madre Terrenal, y el Padre Celestial y la Madre Terrenal viven en
ellos. Y entonces con el reino de Dios llegará el fin de los
tiempos, Pues el amor del Padre celestial da vida eterna a todo lo que
está en el reino de Dios. Pues el Amor es eterno. El Amor es
más fuerte que la Muerte.
"Aunque yo hable con las lenguas de los hombres y de los ángeles,
si no tengo amor, mis palabras son como el sonido del latón o
como el tintineo de un platillo. Aunque diga lo que ha de venir y conozca
todos los secretos y toda la sabiduría; y aunque tenga una fe
tan fuerte como la tormenta que mueve las montañas de su sitio,
si no tengo amor no soy nada. Y aunque dé todos mis bienes para
alimentar al pobre y le ofrezca todo el fuego que he recibido de mi
Padre, si no tengo amor no hallaré en ello provecho alguno, El
amor es paciente y el amor es amable, El amor no es envidioso, no hace
el mal, no conoce el orgullo; no es rudo ni egoísta. Es ecuánime,
no cree en la malicia; no se regocija en la injusticia, sino que se
deleita en la justicia. El amor lo defiende todo, el amor lo cree todo,
el amor lo espera todo, y el amor lo soporta todo; nunca se agota; pero
en cuanto a las lenguas, cesarán, y en cuanto al conocimiento,
se desvanecerá. Pues poseemos en parte la verdad y en parte el
error, mas cuando venga la plenitud de la perfección, lo parcial
será aniquilado. Cuando el hombre era niño hablaba como
un niño, entendía como un niño, pensaba como un
niño; pero cuando se hizo hombre abandonó las cosas de
los niños. Porque nosotros vemos ahora a través de un
cristal y a través de dichos oscuros. Ahora conocemos parcialmente,
mas cuando hayamos acudido ante el rostro de Dios, ya no conoceremos
en parte, pues nosotros mismos seremos enseñados por él.
Y ahora nos quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la
más grande de ellas es el amor.
"Y ahora os hablo en la lengua viva del Dios Vivo, por medio del
santo espíritu de nuestro Padre Celestial. No hay aún
ninguno de entre vosotros que pueda entender todo cuanto os digo. Quien
os comenta las escrituras os habla en una lengua muerta de hombres muertos,
a través de su cuerpo enfermo y mortal. Por lo tanto a él
le pueden entender todos los hombres, pues todos los hombres están
enfermos y todos están en la muerte. Nadie ve la luz de la vida
El ciego guía a los ciegos en el oscuro sendero de los pecados,
las enfermedades y los sufrimientos, y al final se precipitan todos
en la fosa de la muerte.
"Yo os he sido enviado por el Padre para que haga brillar la luz
de la vida entre vosotros. La luz se ilumina a sí misma y a la
oscuridad, mas la oscuridad se conoce sólo a sí misma
y no conoce la luz. Aún tengo que deciros muchas cosas, mas aun
no podéis comprenderlas. Pues vuestros ojos están acostumbrados
a la oscuridad, y la plena Luz del Padre Celestial os cegaría.
Por eso no podéis entender aún cuanto os hablo acerca
del Padre Celestial, quien me envió a vosotros. Seguid pues primero
sólo las leyes de vuestra Madre Terrenal, de quien ya os he contado.
Y cuando sus ángeles hayan lavado y renovado vuestros cuerpos
y fortalecido vuestros ojos, seréis capaces de soportar la luz
de nuestro Padre Celestial. Cuando seáis capaces de contemplar
el brillo del sol del mediodía con los ojos fijos, podréis
entonces mirar la luz cegadora de vuestro Padre Celestial, la cual es
un millar de veces más brillante que el brillo de un millar de
soles. Mas ¿cómo miraríais la luz cegadora de vuestro
Padre Celestial, si no podéis soportar siquiera la luz del sol
radiante? Creedme, el sol es como la llama de una vela comparado con
el sol de la verdad del Padre Celestial. No tengáis, por tanto,
sino fe y esperanza y amor. En verdad os digo que no descaréis
vuestra recompensa, Si creéis en mis palabras creéis n
quien me envió, que es el señor de todos y para quien
todas las cosas son posibles. Pues lo que resulta imposible con los
hombres, es posible con Dios. Si creéis en los ángeles
de la Madre Terrenal y cumplís sus leyes, vuestra fe os sostendrá
y nunca conoceréis la enfermedad. Tened esperanza también
en el amor de vuestro padre celestial, pues quien confía en él
no será nunca defraudado ni tampoco conocerá a la muerte.
"Amaos los unos a los otros, pues Dios es amor, y así sabrán
los ángeles que vais por sus caminos Y entonces acudirán
todos los ángeles ante vuestro rostro y os servirán. Y
Satán partirá de vuestro cuerpo con todos sus pecados,
enfermedades e inmundicias. Id, renunciad a vuestros pecados; arrepentios
vosotros mismos; y bautizaos vosotros mismos; para que nazcáis
de nuevo y no pequéis más.."
Entonces Jesús se levantó. Pero todos los demás
permanecieron sentados, pues cada hombre sentía el poder de sus
palabras. Y entonces apareció la luna llena entre las nubes desgarradas
y envolvió a Jesús en su resplandor. De su cabello ascendían
destellos, y permaneció erguido entre ellos en la luz de la luna,
como si flotase en el aire. Y nadie se movió, ni tampoco se oyó
la voz de nadie. Y nadie supo cuánto tiempo había pasado,
pues el tiempo parecía parado.
Entonces Jesús tendió sus manos hacia ellos y dijo: "La
paz sea con vosotros". Y de este modo, partió como la brisa
que mece las hojas de los árboles.
Y aún durante un buen rato permaneció la compañía
sentada sin moverse, y luego fueron saliendo del silencio, uno tras
otro, como tras un largo sueño. Pero nadie deseaba irse, como
si las palabras de quien les había dejado aún sonasen
en sus oídos. Y permanecieron sentados como si escuchasen alguna
música maravillosa.
Pero al fin uno dijo, como si estuviera algo atemorizado: "¡Qué
bien se está aquí!" Otro dijo: "¡Ojalá
esta noche no acabara nunca!" Y otros: "¡Ojalá
pudiera estar entre nosotros para siempre!" "De verdad que
es el mensajero de Dios, pues puso la esperanza en nuestros corazones".
Y nadie deseaba irse a su casa, diciendo: "Yo no voy a casa, donde
todo es oscuro y triste. ¿Por qué hemos de ir a casa"
donde nadie nos quiere?"
Y de este modo hablaron, pues casi todos ellos eran pobres, cojos, ciegos,
lisiados, vagabundos, gentes sin hogar despreciadas en su desdicha,
que sólo habían nacido para ser motivo de lástima
en las casas donde durante apenas unos días encontrasen refugio
incluso algunos que tenían tanto casa como familia dijeron: "También
nosotros nos quedaremos con vosotros"". Pues todos sentían
que las palabras de Quien se había ido unían a la pequeña
compañía con hilos invisibles. Y todos sentían
que habían nacido de nuevo. Veían ante sí un mundo
luminoso, incluso cuando la luna se ocultó en las nubes. Y en
los corazones de todos se abrieron flores maravillosas, de una belleza
maravillosa: las flores de la alegría.
Y cuando los brillantes rayos del sol aparecieron sobre el horizonte,
todos sintieron que aquel era el sol del reino de Dios que venía.
Y con semblantes alegres se adelantaron a encontrar a los ángeles
de Dios.
Y muchos sucios y enfermos siguieron las palabras de Jesús y
buscaron las orillas de las corrientes murmurantes. Se descalzaron y
desvistieron, ayunaron y entregaron sus cuerpos a los ángeles
del aire, del agua y de la luz del sol. Y los ángeles de la Madre
Terrenal les abrazaron y poseyeron sus cuerpos por dentro y por fuera.
Y todos ellos vieron cómo todos los males, pecados e inmundicias
les abandonaban rápidamente.
Y el aliento de algunos se volvió tan fétido como el olor
que sueltan los intestinos, y a algunos les fluían babas y de
sus partes internas surgió un vómito maloliente y sucio.
Todas estas inmundicias salieron por sus bocas. En algunos por la nariz,
y en otros por los ojos y los oídos. Y a muchos les vino por
todo su cuerpo un sudor apestoso y abominable por toda su piel. Y en
muchos de sus miembros se abrieron forúnculos grandes y calientes,
de los que salían inmundicias malolientes, y de sus cuerpos fluía
orina en abundancia; y en muchos su orina no estaba sino seca y se volvía
tan espesa corno la miel de las abejas; la de los otros era casi roja
y dura casi como la arena de los ríos. Muchos lanzaban fétidos
pedos de sus intestinos, semejantes al aliento de los demonios. Y su
hedor se hizo tan grande que nadie podía soportarlo.
Y cuando se bautizaron a sí mismos, el ángel del agua
penetró en sus cuerpos, y de ellos salieron todas las abominaciones
e inmundicias de sus antiguos pecados, y semejante a un río que
descendiese de una montaña, salieron a borbotones de sus cuerpos
gran cantidad de abominaciones duras y blandas. Y la tierra donde cayeron
sus aguas quedó contaminada, y tan grande era el hedor que nadie
podía permanecer en aquel lugar. Y los demonios abandonaron sus
intestinos en forma de numerosos gusanos que se retorcían en
el lodo de sus inmundicias internas. Y después que el ángel
del agua les hubo expulsado de los intestinos de los Hijos de los Hombres,
se retorcieron en el suelo con ira impotente. Y entonces descendió
sobre ellos el poder del ángel de la luz del sol, y allí
perecieron en sus desesperadas convulsiones, pisoteados bajo los pies
del ángel de la luz del sol. Y todos se estremecieron aterrorizados
al mirar todas aquellas abominaciones de Satán, de quienes les
habían salvado los ángeles. Y dieron gracias a Dios por
haberles enviado sus ángeles para liberarles.
Y había algunos atormentados por grandes dolores que no parecían
querer abandonarles; y no sabiendo qué hacer, decidieron enviar
alguno de ellos a Jesús, pues deseaban mucho tenerle entre ellos.
Y cuando dos hubieron ido en su busca, vieron al mismo Jesús
acercándose por la orilla del río. Y sus corazones se
llenaron de esperanza y de alegría cuando oyeron su saludo: "La
paz sea con vosotros". Y muchas eran las preguntas que deseaban
hacerle, mas en su sorpresa no podían empezar, pues nada acudía
a sus mentes. Les dijo entonces Jesús: "He venido porque
me necesitáis". Y uno gritó: "Maestro, te necesitamos
de verdad. Ven y líbranos de nuestros sufrimientos".
Y Jesús les habló en parábolas: "Sois como
el hijo pródigo, quien durante muchos años comió
y bebió, y pasó sus días con sus amigos en el desenfreno
y la lascivia. Y cada semana, sin que su padre lo supiese, contraía
nuevas deudas, malgastando cuanto tenía en pocos días.
Y los prestamistas siempre le prestaban, pues su padre poseía
grandes riquezas y siempre pagaba pacientemente las deudas de su hijo.
Y en vano amonestaba a su hijo con buenas palabras, porque nunca escuchaba
las advertencias de su padre, quien le suplicaba en vano que renunciase
a sus vicios sin fin, y que fuera a sus campos a vigilar el trabajo
de sus sirvientes. Y el hijo le prometía siempre todo si pagaba
sus antiguas deudas, mas al día siguiente empezaba de nuevo.
Y durante más de siete años el hijo continuó en
su vida licenciosa. Pero, al fin, su padre perdió la paciencia
y no pagó más a los prestamistas las deudas de su hijo.
"Si sigo pagándolas siempre –dijo– no acabarán los
pecados de mi hijo". Entonces, los prestamistas, que se vieron
engañados, en su cólera se llevaron al hijo corno esclavo,
para que con su trabajo diario les pagase el dinero que habían
tornado prestado. Y entonces se acabó el comer, el beber y todos
los excesos diarios. De la mañana a la noche mojaba los campos
con el sudor de su frente, y con el trabajo desacostumbrado todos sus
miembros le dolían. Y vivía de pan seco, no teniendo más
que sus propias lágrimas para humedecerlo. Al tercer día
había sufrido tanto por el calor y el cansancio, que le dijo
a su dueño: "No puedo trabajar más porque me duelen
todos mis miembros. ¿Por cuánto tiempo más me atormentarás?"
"Hasta el día en que por el trabajo de tus manos me hayas
pagado todas tus deudas, y cuando hayan pasado siete años, serás
libre". Y el hijo desesperado respondió llorando: "¡Pero
si no puedo soportarlo ni siquiera durante siete días! Apiadaos
de mí, pues todos mis miembros me duelen y me abrasan".
Y el malvado acreedor le gritó: "¡Sigue con tu trabajo!
Si pudiste dedicar tus días y tus noches al desenfreno durante
siete años, tendrás que trabajar ahora durante siete años.
No te perdonaré hasta que me hayas pagado todas tus deudas hasta
el último dracma". Y el hijo regresó desesperado
a los campos, con sus miembros atormentados por el dolor, para seguir
con su trabajo. Ya difícilmente podía tenerse en pie debido
al cansancio y a los dolores, cuando llegó el séptimo
día, el día del Sabath, en el cual nadie trabaja en el
campo. Reunió el hijo entonces el resto de sus fuerzas y se arrastró
hasta la casa de su padre. Y echándose a los pies de su padre,
le dijo: "Padre, créeme por última vez y perdóname
todas mis ofensas contra ti. Te juro que nunca más volveré
a vivir desenfrenadamente y te obedeceré en todo. Libérame
de las manos de mi opresor. Padre, mírame y contempla mis miembros
enfermos y no endurezcas tu corazón". Entonces brotaron
lágrimas de los ojos del padre, que tomando a su hijo en brazos
dijo: "Alegrémonos, porque hoy se me ha dado una gran alegría,
pues he recuperado a mi amado hijo que estaba perdido". Le vistió
con sus mejores ropas, y durante todo el día hicieron fiesta.
Y a la mañana siguiente dio a su hijo una bolsa de plata para
que pagase a sus acreedores cuanto les debía. Y cuando su hijo
regresó, le dijo: "Ya ves, hijo mío, lo fácil
que es con una vida desenfrenada contraer deudas por siete años,
pero es difícil pagarlas con el trabajo de siete años".
"Padre, es verdaderamente duro pagarlas incluso durante sólo
siete días". Y el padre le advirtió, diciéndole:
"Sólo por esta vez se te ha permitido pagar tus deudas en
siete días en lugar de en siete años, el resto te está
perdonado. Pero cuida de no contraer más deudas en el tiempo
venidero. Pues en verdad te digo que nadie más que tu padre perdona
tus deudas por ser su hijo. Porque de haber sido con cualquier otro,
habrías tenido que trabajar duramente durante siete años,
como está ordenado en nuestras leyes". "Padre, a partir
de ahora seré tu hijo amante y obediente, y nunca más
contraeré deudas, pues sé que pagarlas es duro.
"Y fue al campo de su padre y todos los días vigilaba el
trabajo de los labradores de su padre. Y nunca les hizo trabajar demasiado
duro, pues recordaba su propio trabajo pesado. Y pasaron los años
y las posesiones de su padre aumentaron más y más bajo
su mano, pues su tarea contaba con la bendición de su padre.
Y lentamente devolvió a su padre diez veces más de cuanto
había derrochado durante aquellos siete años. Y cuando
el padre vio que el hijo trataba bien a sus sirvientes y todas sus posesiones,
le dijo: "Hijo mío, veo que mis posesiones están
en buenas manos. Te doy todo mi ganado, mi casa, mis tierras y mis tesoros.
Que todo esto sea tu herencia; continúa aumentándola para
que goce en ti". Y cuando el hijo hubo recibido la herencia de
su padre, perdonó las deudas a todos sus deudores que no podían
pagarle; pues no olvidó que su deuda había sido también
perdonada cuando no podía pagarla. Y Dios le bendijo con una
vida larga, con muchos hijos y con muchas riquezas, pues era amable
con todos sus sirvientes y con todo su ganado."
Jesús se volvió entonces al pueblo enfermo y dijo: "Os
hablo en parábolas para que entendáis mejor la palabra
de Dios. Los siete años de comer y beber y de vida desenfrenada
son los pecados del pasado. El malvado acreedor es Satán. Las
deudas son las enfermedades. El trabajo duro son los dolores. El hijo
pródigo sois vosotros mismos. El pago de las deudas es la expulsión
de vosotros de los demonios y de las enfermedades y la curación
de vuestro cuerpo. La bolsa de plata recibida del padre es el poder
libertador de los ángeles. El padre es Dios. Las posesiones del
padre son el cielo y la tierra. Los sirvientes del padre son los ángeles.
El campo del padre es el mundo, que se convierte en el reino de los
cielos si los Hijos de Hombre trabajan en él junto a los ángeles
del Padre Celestial. Pues yo os digo que es mejor que el hijo obedezca
a su padre y vigile a los sirvientes de su padre en el campo, a que
se convierta en deudor del malvado acreedor, y fatigarse y sudar en
la servidumbre para restituir todas sus deudas. De igual modo, es mejor
que los Hijos del Hombre obedezcan también las leyes de su Padre
Celestial y que trabajen con sus ángeles en su reino, a convertirse
en deudores de Satán, el señor de la muerte, de todos
los pecados y todas las enfermedades, a sufrir con dolores y sudor hasta
haber reparado todos sus pecados. En verdad os digo, que grandes y muchos
son vuestros pecados. Durante muchos años habéis cedido
a las tentaciones de Satán. Habéis sido glotones, bebedores
y putaneros, y vuestras antiguas deudas se han multiplicado. Y ahora
debéis repararlas, y el pago es duro y difícil. No os
impacientéis por tanto ya al tercer día, como el hijo
pródigo, sino esperad pacientemente al séptimo día,
que está santificado por Dios, y entonces acudid con corazón
humilde y obediente ante el rostro de vuestro Padre Celestial, para
que os perdone vuestros pecados y todas vuestras antiguas deudas. En
verdad os digo que vuestro Padre Celestial os ama infinitamente, pues
también él os permite pagar en siete días las deudas
de siete años. Quienes le deban los pecados y enfermedades de
siete años, pero le paguen honestamente y perseveren hasta el
séptimo día, a ellos perdonará nuestro Padre Celestial
las deudas de los siete años completos.
"¿Y si hemos pecado durante siete veces siete años?",
preguntó un hombre enfermo que sufría horriblemente. "Incluso
en ese caso el Padre Celestial os perdona todas vuestras deudas en siete
veces siete días.
"Felices son aquellos que perseveran hasta el fin, pues los demonios
de Satán escriben todas vuestras malas acciones en un libro,
el libro de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu. En verdad os
digo que no hay una sola acción pecaminosa, hasta desde el principio
del mundo, que no sea escrita ante nuestro Padre Celestial. Pues podéis
escapar a las leyes hechas por los reyes, pero a las leyes de vuestro
Dios, a esas no puede escapar ninguno de los Hijos del Hombre. Y cuando
acudís ante el rostro de Dios, los demonios de Satán hacen
de testigos en contra vuestra por medio de vuestros actos, y Dios ve
vuestros pecados escritos en el libro de vuestro cuerpo y de vuestro
espíritu, y su corazón está triste. Mas si os arrepentís
de vuestros pecados y buscáis a los ángeles de Dios por
medio del ayuno y de la oración, entonces, por cada día
que seguís ayunando y orando, los ángeles de Dios borran
un año de vuestras malas acciones del libro de vuestro cuerpo
y de vuestro espíritu. Y cuando la última página
ha sido también borrada y limpiada de todos vuestros pecados,
os encontráis ante la faz de Dios, y Dios se alegra en su corazón
y os perdona todos vuestros pecados. Os libera de las garras de Satán
y del sufrimiento; os hace entrar en su casa y ordena a todos sus sirvientes,
y a todos sus ángeles, que os sirvan. Os da larga vida, y nunca
más conocéis la enfermedad. Y si en adelante, en lugar
de pecar, pasáis vuestros días haciendo buenas acciones,
entonces escribirán los ángeles de Dios todas vuestras
buenas acciones en el libro de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu.
En verdad os digo que ninguna acción buena queda sin ser escrita
ante Dios, y así ocurre desde el principio del mundo. Pues de
vuestros reyes y de vuestros gobernadores podéis esperar en vano
vuestra recompensa, mas nunca han de esperar vuestras acciones buenas
su premio de Dios.
"Y cuando acudís ante el rostro de Dios, sus ángeles
atestiguan a vuestro favor por medio de vuestras buenas acciones. Y
Dios ve vuestras buenas acciones escritas en vuestros cuerpos y en vuestros
espíritus, y se alegra en su corazón. Bendice vuestro
cuerpo y vuestro espíritu, y todas vuestras acciones, y os da
en herencia su reino terrenal y celestial, para que en él tengáis
la vida eterna. Feliz es aquel que puede entrar en el reino de Dios,
pues nunca conocerá la muerte."
Y un gran silencio se hizo tras sus palabras. Y quienes se sentían
desanimados obtuvieron nueva fuerza de sus palabras, y continuaron ayunando
y orando. Y quien había hablado primero exclamó: "Perseveraré
hasta el séptimo día". Y el segundo igualmente dijo:
"Yo también perseveraré durante siete veces el séptimo
día".
Jesús les respondió: "Felices son aquellos que perseveran
hasta el fin, pues heredarán la tierra".
Y había entre ellos muchos enfermos atormentados por fuertes
dolores, y se arrastraron con dificultad hasta los pies de Jesús.
Pues no podían ya caminar sobre sus pies. Dijeron: "Maestro,
el dolor nos atormenta intensamente; dinos qué haremos"".
Y mostraron a Jesús sus pies, cuyos huesos estaban retorcidos
y nudosos y dijeron: "Ni el ángel del aire ni el del agua,
ni el de la luz del sol han disminuido nuestros dolores, a pesar de
habernos bautizado nosotros mismos y de haber ayunado y orado y seguido
tus palabras en todo".
"En verdad os digo que vuestros huesos sanarán. No desesperéis,
pero no busquéis vuestra curación sino en el sanador de
los huesos, el ángel de la tierra. Pues de ella salieron vuestros
huesos, y a ella retornarán.
Y señaló con su mano donde la corriente de agua y el calor
del sol habían ablandado la tierra dando un barro arcilloso,
en el borde del agua. "Hundid vuestros pies en el fango, para que
el abrazo del ángel de la tierra extraiga de vuestros huesos
toda inmundicia y toda enfermedad. Y veréis cómo Satán
y vuestros dolores huyen del abrazo del ángel de la tierra. Así
desaparecerán las nudosidades de vuestros huesos, y se enderezarán,
y todos vuestros dolores desaparecerán".
Los enfermos siguieron sus palabras, pues sabían que se curarían.
Y había también otros enfermos que sufrían mucho
con sus dolores, a pesar de lo cual persistían en su ayuno. Y
sus fuerzas se agotaban, y un calor extremo les atormentaba. Y cuando
se levantaban de su lecho para ir donde Jesús, les empezaba a
dar vueltas la cabeza, como si un viento racheado les azotase, y tantas
veces como trataban de ponerse en pie caían nuevamente al suelo.
Entonces, Jesús acudió a ellos y les dijo: "Sufrís
porque Satán y sus enfermedades atormentan vuestros cuerpos.
Más no temáis, pues su poder sobre vosotros terminará
pronto. Porque Satán es como un vecino colérico que penetró
en la casa de su vecino mientras éste estaba ausente, pretendiendo
llevarse sus bienes a su propia casa. Pero alguien avisó al otro
que su enemigo estaba saqueando su casa, y regresó a ésta
corriendo. Y cuando el malvado vecino, tras haber reunido cuanto le
había apetecido, vio de lejos al dueño de la casa que
regresaba a toda prisa, se encolerizó por no poder llevarse todo
y se puso a romper y estropear cuanto allí había, para
destruirlo todo. Así, aunque aquellas cosas no pudieran ser suyas,
tampoco las tendría el otro. Pero el dueño de la casa
llegó inmediatamente y, antes de que el malvado vecino consiguiese
su propósito, le asió y le echó de la casa. En
verdad os digo que de igual modo penetró Satán en vuestros
cuerpos, que son la morada de Dios. Y tomó en su poder cuanto
deseó robar: vuestra respiración, vuestra sangre, vuestros
huesos, vuestra carne, vuestros intestinos, vuestros ojos y vuestros
oídos. Mas por medio de vuestro ayuno y de vuestra oración
habéis llamado de nuevo al señor de vuestro cuerpo y a
sus ángeles. Y ahora Satán ve que el verdadero señor
de vuestro cuerpo vuelve y que es el fin de su poder. Por ello, en su
cólera, reúne una vez más sus fuerzas para destruir
vuestros cuerpos antes de la llegada del señor. Por eso Satán
os atormenta con tanto dolor, pues siente que su fin ha llegado. Mas
no dejéis que vuestros corazones se estremezcan, pues pronto
aparecerán los ángeles de Dios para ocupar nuevamente
sus lugares y volver a consagrarlos como templos de Dios. Y asirán
a Satán y le expulsarán de vuestros cuerpos, junto con
todas sus enfermedades y todas sus inmundicias. Felices seréis,
pues recibiréis la recompensa de vuestra constancia, y nunca
más conoceréis enfermedad".
Y había entre los enfermos uno a quien Satán atormentaba
más que a ningún otro. Su cuerpo estaba enjuto como un
esqueleto y su piel amarilla como una hoja seca. Estaba ya tan débil
que ni siquiera a gatas podía arrastrarse hasta Jesús,
y sólo de lejos pudo gritarle: "Maestro, apiádate
de mí, pues nunca ha sufrido ningún hombre, ni siquiera
desde el principio del mundo, como yo sufro. Sé que has sido
en verdad enviado por Dios, y sé que si lo deseas, puedes expulsar
inmediatamente a Satán de mi cuerpo. ¿No obedecen los
ángeles de Dios al mensajero de Dios? Ven, Maestro, y expulsa
ahora a Satán de mí, pues se enfurece colérico
en mi interior y doloroso es su tormento".
Y Jesús le respondió: "Satán te atormenta
tanto porque ya has ayunado muchos días y no pagas su tributo.
No le alimentas con todas las abominaciones con las que hasta ahora
profanabas el templo de tu espíritu. Atormentas a Satán
con el hambre, y por eso en su cólera te atormenta él
a ti a su vez. No temas, pues te digo que Satán será destruido
antes de que tu cuerpo sea destruido; pues mientras ayunas y oras, los
ángeles de Dios protegen tu cuerpo para que el poder de Satán
no te destruya. Y la ira de Satán es impotente contra los ángeles
de Dios".
Entonces acudieron todos juntos a Jesús, y con grandes voces
le suplicaron diciendo: "Maestro, compadécete de él,
pues sufre más que todos nosotros, y si no expulsas enseguida
a Satán de su cuerpo tememos que no sobrevivirá hasta
mañana".
Y Jesús les replicó: "Grande es vuestra fe. Sea según
vuestra fe, y pronto veréis, cara a cara, el horrible semblante
de Satán y el poder del Hijo del Hombre. Pues expulsaré
de ti al poderoso Satán por medio de la fortaleza del inocente
cordero de Dios, la criatura más débil del Señor.
Porque el espíritu santo de Dios hace más poderoso al
más débil que al más fuerte".
Y Jesús ordeñó a una oveja que estaba pastando
la hierba. Y puso la leche sobre la arena caldeada por el sol, diciendo:
"He aquí que el poder del Ángel del agua ha penetrado
en esta leche. Y ahora penetrará también en ella el poder
del ángel de la luz del sol".
Y la leche se calentó con la fuerza del sol.
"Y ahora los ángeles del agua y del sol se unirán
al ángel del aire."
Y he aquí que el vapor de la leche caliente empezó a elevarse
lentamente por el aire.
"Ven y aspira por la boca la fuerza de los ángeles del agua,
de la luz del sol y del aire, para que ésta penetre en tu cuerpo
y expulse de él a Satán.
Y el enfermo a quien Satán tanto atormentaba aspiró a
su interior profundamente aquel vapor blanquecino que ascendía.
"Satán abandonará inmediatamente tu cuerpo, ya que
lleva tres días sin comer y no halla alimento alguno dentro de
ti. Saldrá de ti para satisfacer su hambre con la leche caliente
y humeante, pues este alimento es de su agrado. Olerá su aroma
y no será capaz de resistir el hambre que lleva atormentándole
desde hace tres días. Pero el Hijo del Hombre destruirá
su cuerpo para que no atormente a nadie más."
Entonces el cuerpo del hombre se estremeció con una convulsión
y pareció como si fuese a vomitar, pero no podía. El hombre
abría la boca en busca de aire, pues se le cortaba la respiración.
Y se desmayó en el regazo de Jesús.
"Ahora Satán abandona su cuerpo. Vedle". Y Jesús
señaló la boca abierta del hombre enfermo.
Y entonces vieron todos con asombro y terror cómo surgía
Satán de su boca en forma de un gusano abominable, en busca de
la leche humeante. Entonces Jesús tomó dos piedras angulosas
con sus manos y aplastó la cabeza de Satán y extrajo del
cuerpo del enfermo todo el cuerpo del monstruo, que era casi tan largo
como el hombre. Una vez que hubo salido aquel abominable gusano de la
garganta del enfermo, éste recuperó de inmediato el aliento,
y entonces cesaron todos sus dolores. Y los demás miraban con
terror el abominable cuerpo de Satán.
"Mira qué bestia abominable has llevado y alimentado en
tu propio cuerpo durante tantos años. La he expulsado de ti y
matado para que nunca más te atormente. Da gracias a Dios por
haberte liberado sus ángeles, y no peques más, no vaya
a retornar otra vez Satán a tu cuerpo. Que tu cuerpo sea en adelante
un templo dedicado a tu Dios".
Y todos permanecían asombrados por sus palabras y su poder. Y
dijeron: "Maestro, verdaderamente eres el mensajero de Dios, y
conoces todos los secretos".
"Y vosotros –les replicó Jesús– sed verdaderos Hijos
de Dios para participar también de su poder y del conocimiento
de todos los secretos. Pues la sabiduría y el poder solamente
pueden provenir del amor a Dios. Amad, pues, a vuestro Padre Celestial
y a vuestra Madre Terrenal con todo vuestro corazón y con todo
vuestro espíritu. Y servidles para que Sus ángeles os
sirvan también a vosotros. Sacrificad todos vuestros actos a
Dios, Y no alimentéis a Satán, pues la retribución
del pecado es la muerte. Mientras que en Dios se halla la recompensa
del bien, su amor, el cual es el conocimiento y el poder de la vida
eterna".
Y todos se arrodillaron para dar gracias a Dios por su amor.
Y Jesús partió, diciendo: "Vendré de nuevo
junto a quienes persistan en la oración y el ayuno hasta el séptimo
día. La paz sea con vosotros".
Y el hombre enfermo de quien había expulsado Jesús a Satán
se puso en pie, pues la fuerza de la vida había regresado a él.
Respiró profundamente y sus ojos se esclarecieron, pues todo
dolor le había abandonado. Y arrojándose al suelo donde
Jesús había estado, besó la huella de sus pies
y lloró.
* * *
Y era en el lecho de un río donde muchos enfermos ayunaban y
oraban con los ángeles de Dios durante siete días y siete
noches. Y grande fue su recompensa, pues seguían las palabras
de Jesús. Y al acabar el séptimo día todos sus
dolores les abandonaron. Y cuando el sol se levantó sobre el
horizonte de la tierra, vieron que Jesús venía hacia ellos
desde la montaña, con el resplandor del sol naciente alrededor
de su cabeza.
"La paz sea con vosotros".
Y ellos no dijeron una palabra, sino que sólo se postraron ante
él y tocaron el borde de su vestidura en agradecimiento por su
curación.
"No me deis las gracias a mí, sino a vuestra Madre Terrenal,
la cual os envió a sus ángeles sanadores. Id y no pequéis
más, para que nunca volváis a conocer la enfermedad. Y
dejad que los ángeles sanadores sean vuestros guardianes"".
Pero ellos le contestaron: "¿Adónde iremos, Maestro?
Pues en ti están las palabras de la vida eterna. Dinos cuáles
son los pecados que debemos evitar, para que nunca más conozcamos
la enfermedad"".
Jesús respondió: "Así sea según vuestra
fe", y se sentó entre ellos diciendo:
"Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: "Honra a tu
Padre Celestial y a tu Madre Terrenal y cumple sus mandamientos, para
que tus días sean cuantiosos sobre la tierra". Y luego se
les dio el siguiente mandamiento: "No matarás", pues
Dios da a todos la vida, y lo que Dios ha dado no debe el hombre arrebatarlo.
Pues en verdad os digo que de una misma Madre procede cuanto vive sobre
la tierra. Por tanto quien mata, mata a su hermano. Y de él se
alejará la Madre Terrenal y le retirará sus pechos vivificadores.
Y se apartarán de él sus ángeles y Satán
tendrá su morada en su cuerpo. Y la carne de los animales muertos
en su cuerpo se convertirá en su propia tumba. Pues en verdad
os digo que quien mata se mata a sí mismo, y quien come la carne
de animales muertos come del cuerpo de la muerte. Pues cada gota de
su sangre se mezcla con la suya y la envenena; su respiración
es un hedor; su carne se llena de forúnculos; sus huesos se convierten
en yeso; sus intestinos se llenan de descomposición; sus ojos
se llenan de costras; y sus oídos de ceras. Y su muerte será
la suya propia. Pues solamente en el servicio de vuestro Padre Celestial
son vuestras deudas de siete años perdonadas en siete días.
Mientras que Satán no os perdona nada y debéis pagarle
todo. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura
por quemadura, herida por herida, vida por vida, muerte por muerte.
Pues el coste del pecado es la muerte. No matéis, ni comáis
la carne de vuestra inocente presa, no sea que os convirtáis
en esclavos de Satán. Pues ése es el camino de los sufrimientos
y conduce a la muerte. Sino haced la voluntad de Dios, de modo que sus
ángeles os sirvan en el camino de la vida. Obedeced, por tanto,
las palabras de Dios: "Mirad, os he dado toda hierba que lleva
semilla sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol, en el que
se halla el fruto de una semilla que dará el árbol. Este
será vuestro alimento. Y a todo animal de la tierra, y a toda
ave del cielo, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, donde se
halle el aliento de la vida, doy toda hierba verde como alimento. También
la leche de todo lo que se mueve y que vive sobre la tierra será
vuestro alimento. Al igual que a ellos les he dado toda hierba verde,
así os doy a vosotros su leche. Pero no comeréis la carne,
ni la sangre que la aviva. Y en verdad demandaré vuestra sangre
que brota con fuerza, y vuestra sangre en la que se halla vuestra alma.
Demandaré todos los animales asesinados y las almas de todos
los hombres asesinados. Pues yo el Señor tu Dios soy un Dios
fuerte y celoso, castigando la iniquidad de los padres sobre sus hijos
hasta la tercera y cuarta generación de aquellos quienes me odian,
y mostrando misericordia hacia los millares de aquellos que me aman
y cumplen mis mandamientos. Ama al Señor tu Dios con todo corazón,
con toda tu alma y con todas tus fuerzas; éste es el primer y
más grande mandamiento. Y el segundo es según éste:
"Ama a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento
más grande que éstos".
Y tras estas palabras todos permanecieron en silencio, excepto uno que
voceó: "¿Qué debo hacer, Maestro, si veo que
una bestia salvaje ataca a mi hermano en el bosque? ¿Debo dejar
perecer a mi hermano o matar a la bestia salvaje? ¿No transgrediría
así la ley?"
Y Jesús le respondió: "Fue dicho a aquellos de los
antiguos tiempos: "Todos los animales que se mueven sobre la tierra,
todos los peces del mar y todas las aves del cielo, han sido puestos
bajo vuestro poder". En verdad os digo que de todas las criaturas
que viven sobre la tierra, sólo el hombre creó Dios a
su imagen" Por ello, los animales son para el hombre, y no el hombre
para los animales. No transgredirás, por tanto, la ley si matas
al animal salvaje para salvar a tu hermano. Pues en verdad te digo que
el hombre es más que el animal. Pero quien mata al animal sin
causa alguna, sin que éste le ataque, por el deseo de matar,
o por su carne, o porque se oculta, o incluso por sus colmillos, malvada
es la acción que comete, pues él mismo se convierte en
bestia salvaje. Y Por tanto su fin ha de ser también como el
fin de los animales salvajes".
Y otro dijo entonces: "Moisés, el más grande de Israel,
consintió a nuestros antepasados comer la carne de animales limpios,
y sólo prohibió la carne de los animales impuros. ¿Por
qué, entonces, nos prohíbes la carne de todos los animales?
¿Qué ley viene de Dios, la de Moisés o la tuya?"
Y Jesús respondió: "Dios dio, a través de
Moisés, diez mandamientos a vuestros antepasados. "Estos
mandamientos son duros", dijeron vuestros antepasados y no pudieron
cumplirlos. Cuando Moisés vio esto, tuvo compasión de
sus gentes y no quiso que se perdiesen. Y les dio entonces diez veces
diez mandamientos, menos duros, para que los siguiesen. En verdad os
digo que si vuestros antepasados hubiesen sido capaces de seguir los
diez mandamientos de Dios, Moisés no habría tenido nunca
necesidad de sus diez veces diez mandamientos. Pues aquel cuyos pies
son fuertes como la montaña de Sión, no necesita muletas;
mientras que aquel cuyos miembros flaquean, llega más lejos con
muletas que sin ellas. Y Moisés dijo al Señor: "Mi
corazón está lleno de tristeza, pues mi pueblo se perderá.
Porque no tienen conocimiento, ni son capaces de comprender tus mandamientos.
Son como niños pequeños que no pueden entender aún
las palabras de su padre. Consiente, Señor, que les dé
otras leyes, para que no se pierdan. Si ellos no pueden estar contigo,
Señor, que al menos no estén contra ti; que puedan mantenerse
a sí mismos, y cuando haya llegado el momento y estén
maduros para tus palabras, revélales tus leyes". Por eso
rompió Moisés las dos tablas de piedra donde estaban escritos
los diez mandamientos, y les dio en su lugar diez veces diez. Y de estas
diez veces diez, los escribas y los fariseos han hecho cien veces diez
mandamientos. Y han puesto insoportables cargas sobre vuestros hombros,
que ni ellos mismos sobrellevan. Pues cuanto más cercanos a Dios
están los mandamientos, menos necesitamos, y cuanto más
lejanos se hallan de Dios, más necesitamos entonces. Por eso
innumerables son las leves de los fariseos y de los escribas, siete
las leyes del Hijo del Hombre, tres las de los ángeles; y una
la de Dios.
"Por eso yo solamente os enseño las leyes que podéis
comprender, para que os convirtáis en hombres y sigáis
las siete leyes del Hijo del Hombre. Entonces os revelarán también
los ángeles sus leyes, para que el espíritu santo de Dios
descienda sobre vosotros y os guíe hacia su ley".
Y todos estaban asombrados de su sabiduría, y le pedían:
"Continúa, Maestro, y enséñanos todas las
leyes que podemos recibir".
Y Jesús continuó: "Dios ordenó a vuestros
antepasados: "No matarás". Pero su corazón estaba
endurecido y mataron. Entonces, Moisés deseó que por lo
menos no matasen hombres, y les permitió matar a los animales.
Y entonces el corazón de vuestros antepasados se endureció
más aún, y mataron a hombres y animales por igual. Mas
yo os digo: No matéis ni a hombres ni a animales, ni siquiera
el alimento que llevéis a vuestra boca. Pues si coméis
alimento vivo, él mismo os vivificará; pero si matáis
vuestro alimento, la comida muerta os matará también.
Pues la vida viene sólo de la vida, y de la muerte viene siempre
la muerte. Porque todo cuanto mata vuestros alimentos, mata también
a vuestros cuerpos. Y todo cuanto mata vuestros cuerpos también
mata vuestras almas. Y vuestros cuerpos se convierten en lo que son
vuestros alimentos, igual que vuestros espíritus se convierten
en lo que son vuestros pensamientos. Por tanto, no comáis nada
que el fuego, el hielo o el agua haya destruido. Pues los alimentos
quemados, helados o descompuestos quemarán, helarán y
corromperán también vuestro cuerpo. No seáis corno
el loco agricultor que sembró en su campo semillas cocinadas,
heladas y descompuestas y llegó el otoño y sus campos
no dieron nada. Y grande fue su aflicción. Sino sed como aquel
agricultor que sembró en su campo semilla viva, y cuyo campo
dio espigas vivas de trigo, pagándole el céntuplo por
las semillas que plantó. Pues en verdad os digo, vivid sólo
del fuego de la vida, y no preparéis vuestros alimentos con el
fuego de la muerte, que mata vuestros alimentos, vuestros cuerpos y
también vuestras almas." "Maestro ¿dónde
se halla el fuego de la vida?", preguntaron algunos de ellos.
"En vosotros, en vuestra sangre y en vuestros cuerpos".
"¿Y el fuego de la muerte", preguntaron otros.
"Es el fuego que arde fuera de vuestro cuerpo, que es más
caliente que vuestra sangre. Con ese fuego de muerte cocináis
vuestro alimento en vuestros hogares y en vuestros campos. En verdad
os digo que el mismo fuego destruye vuestro alimento y vuestros cuerpos
como el fuego de la maldad que destroza vuestros pensamientos y destroza
vuestros espíritus. Pues vuestro cuerpo es lo que coméis,
y vuestro espíritu es lo que pensáis. No comáis
nada, por tanto, que haya matado un fuego más fuerte que el fuego
de la vida. Preparad, pues, y comed todas las frutas de los árboles,
todas las hierbas de los campos y toda leche de los animales buena para
comer. Pues todas estas cosas las ha nutrido y madurado el fuego de
la vida, todas son dones de los ángeles de nuestra Madre Terrenal.
Mas no comáis nada a lo que sólo el fuego de la muerte
haya dado sabor, pues tal es de Satán."
"¿Cómo deberíamos cocer sin fuego el pan nuestro
de cada día, Maestro?", preguntaron algunos con desconcierto.
"Dejad que los ángeles de Dios preparen vuestro pan. Humedeced
vuestro trigo para que el ángel del agua lo penetre. Ponedlo
entonces al aire, para que el ángel del aire lo abrace también.
Y dejadlo de la mañana a la tarde bajo el sol, para que el ángel
de la luz del sol descienda sobre él. Y la bendición de
los tres ángeles hará pronto que el germen de la vida
brote en vuestro trigo. Moled entonces vuestro grano y haced finas obleas,
como hicieron vuestros antepasados cuando partieron de Egipto, la morada
de la esclavitud. Ponedlas de nuevo bajo el sol en cuanto aparezca y,
cuando se halle en lo más alto de los cielos, dadles la vuelta
para que el ángel de la luz del sol las abrace también
por el otro lado, y dejadlas así hasta que el sol se ponga. Pues
los ángeles del agua, del aire y de la luz del sol alimentaron
y maduraron el trigo en el campo, y ellos deben igualmente preparar
también vuestro pan. Y el mismo sol que, con el fuego de la vida,
hizo que el trigo creciese y madurase, debe cocer vuestro pan con el
mismo fuego. Pues el fuego del sol da vida al trigo, al pan y al cuerpo.
Pero el fuego de la muerte mata el trigo, y el pan y el cuerpo. Y los
ángeles vivos del Dios Vivo solamente sirven a los hombres vivos.
Pues dios es el Dios de lo vivo y no el Dios de lo muerto.
"Comed, pues, siempre de la mesa de Dios: los frutos de los árboles,
el grano y las hierbas del campo, la leche de los animales, y la miel
de las abejas. Pues todo más allá de esto es de Satán
y por los caminos del pecado y la enfermedad conduce hacia la muerte.
Mientras que los alimentos que coméis de la abundante mesa de
Dios dan fortaleza y juventud a vuestro cuerpo, y nunca conoceréis
la enfermedad. Pues la mesa de Dios alimentó a Matusalén,
el viejo, y en verdad os digo que si vivís igual como él
vivió, también el Dios de lo vivo os dará una larga
vida sobre la tierra como la suya.
"Pues en verdad os digo que el Dios de lo vivo es más rico
que todos los ricos de la tierra, y su abundante mesa es más
rica que la más rica de las mesas de festín de todos los
ricos de la Tierra. Comed, pues, durante toda vuestra vida en la mesa
de nuestra Madre Terrenal, y nunca conoceréis la necesidad. Y
cuando comáis en su mesa, comedlo todo tal como se halle en la
mesa de la Madre Terrenal. No cocinéis ni mezcléis todas
las cosas unas con otras, o vuestros intestinos se convertirán
en ciénagas humeantes. Pues en verdad os digo que esto es abominable
a los ojos del Señor.
"Y no seáis como el sirviente avaricioso que comía
siempre de la mesa de su señor la ración de otros. Y todo
lo devoraba y lo mezclaba en su glotonería. Y viendo aquello,
su señor se encolerizó con él y le expulsó
de la mesa. Y cuando todos acabaron su comida, mezcló cuanto
quedó en la mesa y llamó al glotón sirviente, y
le dijo: "Toma y come esto junto a los cerdos, pues tu lugar está
entre ellos, y no en mi mesa".
"TenedIo en cuenta por tanto, y no profanéis con todo tipo
de abominaciones el templo de vuestros cuerpos. Contentaos con dos o
tres tipos de alimento, que siempre hallaréis en la mesa de nuestra
Madre Terrenal. Y no deseéis devorar todo cuanto veáis
en derredor vuestro. Pues en verdad os digo que si mezcláis en
vuestro cuerpo todo tipo de alimentos, entonces cesará la paz
en vuestro cuerpo y se desatará en vosotros una guerra interminable.
Y se aniquilará vuestro cuerpo como los hogares y los reinos
que, divididos entre sí, aseguran su propia destrucción.
Pues vuestro Dios es el Dios de la paz, y nunca ayuda a la división.
No levantéis, pues, contra vosotros la cólera de Dios,
para que no vaya a expulsaros de su mesa y os veáis obligados
a ir a la mesa de Satán, donde el fuego de los pecados, de las
enfermedades y de la muerte corromperá vuestros cuerpos.
"Y cuando comáis, no comáis hasta no poder más.
Huid de las tentaciones de Satán y escuchad la voz de los ángeles
de Dios. Pues Satán y su poder os tentarán siempre a que
comáis más y más. Pero vivid por el espíritu
y resistid los deseos del cuerpo. Y que vuestro ayuno complazca siempre
a los ángeles de Dios. Así que tomad cuenta de cuanto
hayáis comido cuando os sintáis saciados y comed siempre
menos de una tercera parte de ello.
"Que el peso de vuestro alimento diario no sea menos de una mina*
, pero vigilad que no exceda de dos. Entonces os servirán siempre
los ángeles de Dios, y nunca caeréis en la esclavitud
de Satán y de sus enfermedades. No obstaculicéis la obra
de los ángeles en vuestro cuerpo comiendo demasiado a menudo.
Pues en verdad os digo que quien come más de dos veces diarias
hace en él la obra de Satán. Y los ángeles de Dios
abandonan su cuerpo y pronto toma Satán posesión de él.
Comed tan sólo cuando el sol esté en lo más alto
de los cielos, y de nuevo cuando se ponga. Y nunca conoceréis
enfermedad, pues ello halla aprobación a los ojos del Señor.
Y si deseáis que los ángeles se complazcan en vuestro
cuerpo y que Satán os evite de lejos, sentaos entonces sólo
una vez al día a la mesa de Dios. Y entonces serán numerosos
vuestros días sobre la tierra, pues esto es grato a ojos del
Señor. Comed siempre cuando sea servida ante vosotros la mesa
de Dios, y comed siempre de aquello que halléis sobre la mesa
de Dios. Pues en verdad os digo que Dios sabe bien lo que vuestro cuerpo
necesita y cuándo lo necesita.
"Con la llegada del mes de Iyar comed cebada; con el mes de Sivan
comed trigo, la más perfecta de las hierbas que dan semilla.
Y que vuestro pan de cada día sea hecho de trigo, para que el
Señor cuide vuestros cuerpos. Con el mes de Tammuz comed la uva
ácida, para que vuestro cuerpo adelgace y Satán lo abandone.
En el mes de Elul, recoged la uva para que su jugo os sirva de bebida.
En el mes de Marcheshvan recoged la uva dulce, endulzada y seca por
el ángel de la luz del sol, para que aumente vuestros cuerpos
y que los ángeles del Señor moren en ellos. Debéis
comer los higos jugosos en los meses de Ab y de Shebat, y los que sobren
que el ángel de la luz de] sol os los guarde. Comedios con las
almendras durante todos los meses en que los árboles no dan frutos.
Y las hierbas que brotan después de la lluvia, comedlas durante
el mes de Thebet, para purificar vuestra sangre de todos vuestros pecados.
Y en el mismo mes empezad a beber también la leche de vuestros
animales, pues para ello dio el señor las hierbas de los campos
a todos los animales que producen leche, para que ellos alimentasen
al hombre con su leche. Pues en verdad os digo que felices son aquellos
que comen sólo en la mesa de Dios, y renuncian a todas las abominaciones
de Satán. No comáis alimentos impuros traídos de
países lejanos, sino comed siempre cuanto produzcan vuestros
árboles. Pues vuestro Dios sabe bien lo que os es necesario,
y dónde y cuándo. Y Él da a todos los pueblos de
todos los reinos los alimentos mejores para cada uno de ellos. No comáis
como los paganos, que se atiborran con prisa, profanando sus cuerpos
con todo tipo de abominaciones.
"Pues el poder de los ángeles de Dios penetra en vosotros
con el alimento vivo que el Señor os proporciona de su mesa real.
Y cuando comáis, tened sobre vosotros al ángel del aire,
y bajo vosotros al ángel del agua. Respirad larga y profundamente
en todas vuestras comidas para que el ángel del aire bendiga
vuestro alimento. Y masticadlo bien con vuestros dientes, para que se
vuelva agua y que el ángel del agua lo convierta dentro de vuestro
cuerpo en sangre. Y comed lentamente, como si fuese una oración
que hicieseis al Señor. Pues en verdad os digo que el poder de
Dios penetra en vosotros si coméis de tal modo en su mesa. Mientras
que Satán convierte en ciénaga humeante el cuerpo de aquel
a quien no descienden los ángeles del aire y del agua en sus
comidas. Y el Señor no le permite permanecer por más tiempo
en su mesa. Pues la mesa del Señor es como un altar, y quien
come en la mesa de Dios se halla en un templo. Pues en verdad os digo
que el cuerpo de los Hijos del Hombre se convierte en un templo, y sus
entrañas en un altar, si cumplen los mandamientos de Dios. Por
tanto, no pongáis nada sobre el altar del Señor cuando
vuestro espíritu esté irritado, ni penséis de alguien
con ira en el templo de Dios. Y entrad solamente en el santuario del
Señor cuando sintáis en vosotros la llamada de sus ángeles,
pues cuanto coméis con tristeza, o con ira, o sin deseo, se convierte
en veneno en vuestro cuerpo. Pues el aliento de Satán lo corrompe
todo. Poned con alegría vuestras ofrendas sobre al altar de vuestro
cuerpo, y dejad que todos vuestros malos pensamientos se alejen de vosotros
al recibir en vuestro cuerpo el poder de Dios procedente de su mesa.
Y nunca os sentéis a la mesa de Dios antes de que él os
llame por medio del ángel del apetito.
"Regocijaos, pues, siempre con los ángeles de Dios en su
mesa real, pues esto complace al corazón del Señor. Y
vuestra vida será larga sobre la tierra, pues el más valioso
de los sirvientes de Dios os servirá todos los días: el
ángel de la alegría.
"Y no olvidéis que cada séptimo día es santo
y está consagrado a Dios. Durante seis días alimentad
vuestro cuerpo con los dones de la Madre Terrenal, mas en el séptimo
día santificad vuestro cuerpo para vuestro Padre Celestial. Y
en el séptimo día no comáis ningún alimento
terrenal, sino vivid tan sólo de las palabras de Dios. Y estad
todo el día con los ángeles del Señor en el reino
del Padre Celestial. Y en el séptimo día dejad que los
ángeles de Dios levanten el reino de los cielos en vuestro cuerpo,
ya que trabajasteis durante seis días en el reino de la Madre
Terrenal. Y no dejéis que ningún alimento entorpezca la
obra de los ángeles en vuestro cuerpo a lo largo del séptimo
día. Y Dios os concederá larga vida sobre la tierra, para
que tengáis vida eterna en el reino de los cielos. Pues en verdad
os digo que si no conocéis más enfermedades sobre la tierra,
viviréis por siempre en el reino de los cielos.
"Y Dios os enviará cada mañana el ángel de
la luz de] sol para despertaros de vuestro sueño. Obedeced, por
tanto, la llamada de vuestro Padre Celestial y no permanezcáis
ociosos en vuestros lechos, pues los ángeles del aire y del agua
ya os aguardan afuera. Y trabajad durante todo el día con los
ángeles de la Madre Terrenal para que lleguéis a conocerlos
a ellos y a sus obras cada vez más y mejor. Mas cuando el sol
se ponga y vuestro Padre Celestial os envíe su ángel más
preciado, el sueño, id a descansar y permaneced toda la noche
con el ángel del sueño. Y entonces os enviará el
Padre Celestial sus ángeles desconocidos para que permanezcan
junto a vosotros a lo largo de la noche. Y los ángeles desconocidos
del Padre Celestial os enseñarán muchas cosas sobre el
reino de Dios, así como los ángeles que conocéis
de la Madre Terrenal os instruyen en las cosas de su reino. Pues en
verdad os digo que seréis cada noche los invitados del reino
de vuestro Padre Celestial si cumplís sus mandamientos. Y cuando
os despertéis por la mañana, sentiréis en vosotros
el poder de los ángeles desconocidos. Y vuestro Padre Celestial
os los enviará cada noche para que enriquezcan vuestro espíritu,
igual que la Madre Terrenal os envía sus ángeles para
que construyan vuestro cuerpo. Pues en verdad os digo que si durante
el día os acoge en sus brazos vuestra Madre Terrenal, y si durante
la noche os respira su beso el Padre Celestial, entonces los Hijos de
los Hombres os convertiréis en los Hijos de Dios.
"Resistid de día y de noche las tentaciones de Satán.
No os despertéis de noche ni durmáis de día, no
os abandonen los ángeles de Dios.
"Ni tampoco os deleitéis con ninguna bebida, ni en ningún
humo de Satán, que os despertarán por la noche y os harán
dormir de día. Pues en verdad os digo que todas las bebidas y
humos de Satán son abominaciones a los ojos de vuestro Dios.
"No cometáis putaísmo, ni de día ni de noche,
pues el putañero es como un árbol cuya savia se va del
tronco. Árbol que se secará antes de tiempo y no llegará
a dar fruto. Por tanto, no putañeéis para que Satán
no seque vuestro cuerpo y el Señor haga infructuosa vuestra semilla.
"Evitad cuanto esté demasiado caliente o demasiado frío.
Pues es la voluntad de vuestra Madre Terrenal que ni el calor ti¡
el frío dañen vuestro cuerpo. Y no dejéis que vuestros
cuerpos estén más calientes o más fríos
del calor o del frío que les proporcionen sus ángeles.
Y si cumplís los mandamientos de la Madre Terrenal, entonces
en cuanto vuestro cuerpo se vuelva demasiado caliente os enviará
el ángel del frescor para que os refresque, y en cuanto vuestro
cuerpo esté demasiado frío os enviará el ángel
del calor para calentaros de nuevo.
"Seguid el ejemplo de todos los ángeles del Padre Celestial
y de la Madre Terrenal, que trabajan día y noche sin cesar en
los reinos de los cielos y de la tierra. Por tanto, recibid también
en vosotros mismos a los más poderosos de todos los ángeles
de Dios, los ángeles de los actos, y trabajad juntos sobre el
reino de Dios. Seguid el ejemplo del agua cuando corre, del viento al
soplar, del sol naciente y poniente, de las plantas y los árboles
en su crecer, de los animales cuando corren y retozan, de la luna creciente
y menguante, de las estrellas en su ir y venir; todas estas cosas se
mueven y realizan sus tareas. Porque cuanto tiene vida se mueve, y sólo
lo que está muerto permanece quieto. Y Dios es el Dios de lo
vivo, y Satán el de lo muerto. Servid, pues, al Dios Vivo, para
que el movimiento eterno de la vida os mantenga y para que escapéis
de la eterna inmovilidad de la muerte. Trabajad, pues, sin cesar para
levantar el reino de Dios, de modo que no seáis arrojados al
reino de Satán. Pues una alegría eterna abunda en el reino
vivo de Dios, mientras que una quieta tristeza oscurece el reino de
la muerte de Satán. Sed, pues, verdaderos Hijos de vuestra Madre
Terrenal y de vuestro Padre Celestial, para que no caigáis en
esclavos de Satán. Y vuestra Madre Terrenal y vuestro Padre Celestial
os enviarán sus ángeles para que os enseñen, os
amen y os sirvan. Y sus ángeles escribirán los mandamientos
de Dios en vuestra cabeza, en vuestro corazón y en vuestras manos,
para que conozcáis, sintáis y cumpláis los mandamientos
de Dios.
"Y orad todos los días a vuestro Padre Celestial y a vuestra
Madre Terrenal, para que vuestra alma se vuelva tan perfecta corno el
santo espíritu de vuestro Padre Celestial, y para que vuestro
cuerpo se vuelva tan perfecto como el cuerpo de vuestra Madre Terrenal.
Pues si entendéis, sentís y cumplís los mandamientos,
entonces todo cuanto pidáis a vuestro Padre Celestial y a vuestra
Madre Terrenal os será concedido. Porque la sabiduría,
el amor y el poder de Dios están por encima de todo.
"Orad, por tanto, del siguiente modo a vuestro Padre Celestial:
"Padre nuestro que estás en los cielos, bendito sea Tu Nombre.
Venga a nosotros Tu Reino. Hágase Tu Voluntad como en los cielos
así en la tierra. El pan nuestro de cada día dánosle
hoy. Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores. Y no nos conduzcas a la tentación sino líbranos
del Maligno, pues tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre.
Amén".
"Y orad de¡ siguiente modo a vuestra Madre Terrenal: "Madre
nuestra que estás en la tierra, bendito sea tu nombre. Venga
a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en nosotros así
como en ti se hace. Igual que envías cada día a tus ángeles,
envíalos también a nosotros. Perdónanos nuestros
pecados, porque todos los expiamos en ti. No nos conduzcas a la enfermedad
sino líbranos del mal, pues tuya es la tierra, el cuerpo y la
salud. Amén."
Y todos rezaron junto a Jesús al Padre Celestial y a la Madre
Terrenal.
Y después Jesús les habló así: "Igual
que vuestros cuerpos han renacido por medio de los ángeles de
la Madre Terrenal, que vuestro espíritu renazca de igual modo
por medio de los ángeles del Padre Celestial. Convertios, pues,
en verdaderos Hijos de vuestro Padre y de vuestra Madre, y en verdaderos
Hermanos de los Hijos de los Hombres. Hasta ahora estuvisteis en guerra
con vuestro Padre, con vuestra Madre y con vuestros Hermanos. Y habéis
servido a Satán. Vivid a partir de hoy en paz con vuestro Padre
Celestial, con vuestra Madre Terrenal y con vuestros Hermanos, los Hijos
de los Hombres. Y luchad únicamente en contra de Satán,
para que no os robe vuestra paz. A vuestro cuerpo doy la paz de vuestra
Madre Terrenal, y la paz de vuestro Padre Celestial a vuestro espíritu.
Y que la paz de ambos reine entre los Hijos de los Hombres.
"¡Venid a mí cuantos os sintáis hastiados y
cuantos padezcáis los conflictos y las aflicciones! Pues mi paz
os fortalecerá y confortará. Porque mi paz rebosa dicha.
Por eso os saludo siempre de este modo: ¡La paz sea con vosotros!
Saludaos siempre por tanto entre vosotros de igual manera, para que
a vuestro cuerpo descienda la paz de vuestra Madre Terrenal y a vuestro
espíritu la paz de vuestro Padre Celestial. Y entonces hallaréis
la paz también entre vosotros, pues el reino de Dios estará
en vuestro interior. Y ahora regresad entre vuestros Hermanos, con quienes
hasta ahora estuvisteis en guerra, y dadles a ellos también vuestra
paz. Pues felices son quienes luchan por la paz, porque hallarán
la paz de Dios. Id, y no pequéis más. Y dad a todos vuestra
paz, igual que yo os he dado la mía. Pues mi paz es la de Dios.
La paz sea con vosotros."
Y les dejó.
Y su paz descendió sobre ellos; y con el ángel del amor
en su corazón, con la sabiduría de la ley en su cabeza
y con el poder del renacimiento en sus manos, se dispersaron entre los
Hijos de los Hombres para llevar la luz de la paz a aquellos que luchaban
en la oscuridad.
Y se separaron, deseándose unos a otros:
"LA PAZ SEA CONTiGO. ''
APÉNDICE *
A mediados del siglo IV San jerónimo comenzó a encontrar
trozos de algunos manuscritos antiguos en poder de unos anacoretas que
vivían en cabañas, en un valle escondido del desierto
de Calkis. A medida que aprendía hebreo y arameo empezó
a entender el significado de los pergaminos fragmentados, y poco a poco
comenzó a reunir más. Durante los años siguientes
los fue traduciendo al latín. Las enseñanzas que esos
rollos contenían le afectaron profundamente. Quedó marcado
para el resto de su vida porque entre ellos –que tanto le costó
traducir, para lo cual tuvo que aprender dos difíciles lenguas
y sacrificar toda una vida de intensa dedicación a la "vía
del desierto"– estaba el Evangelio Esenio de la Paz,
Tras su muerte sus manuscritos se dispersaron, así como sus traducciones
hebreas y arameas, pero muchos alcanzaron el refugio de los Archivos
Vaticanos. Al siglo siguiente, en su búsqueda de la verdad, el
joven San Benito tropezó en algún lugar con las traducciones
de San Jerónimo, igual que muchos años antes el mismo
Jerónimo tropezó con los rollos originales en su propia
búsqueda de la verdad, Las enseñanzas esenias tuvieron
un profundo efecto sobre el joven eremita, atormentado como estaba por
el amenazador desorden mundial de la Edad Media. Inspirado por la visión
de la Hermandad Esenia, Benito concibió la santa Regla, esa obra
maestra de orden y simplicidad que dio lugar a un sistema monástico
que a la larga salvó a la cultura occidental de la extinción
durante las Edades Oscuras. Cuando Benito fundó el más
famoso de sus monasterios en Monte Cassino, ciertos antiguos rollos
encontraron un lugar seguro detrás de esas tranquilas paredes.
Y allí durmieron en los estantes del Scriptorium, donde los monjes
pacientemente copiaban pergamino tras pergamino, siglo tras siglo. Esperaron
también pacientemente bajo capas de polvo en los Archivos Secretos
del Vaticano. Habían sido escritos centenares de años
antes por los mismos esenios, la misteriosa fuente. Fueron resucitados
y traducidos en el siglo IV por San jerónimo, la corriente. Inspiraron
la fundación de una Orden que salvaría a la cultura occidental
de la extinción, por San Benito, el río. Y ahora estaban
a punto de ser redescubiertos por mí.
Todo comenzó con un trabajo que escribí sobre San Francisco,
y leí como despedida en mi último curso de enseñanza
media. Se titulaba "Deja que San Francisco cante en tu corazón",
y ponía en palabras mi amor y devoción por el amable ''santo
pagano" que siempre había sido mi favorito. Estaba acabando
mis años de estudios secundarios en un monasterio Piarista antes
de salir para una universidad Unitaria. Mi madre –francesa católica–
y mi padre –transilvano unitario– habían llegado a una solución
pacífica en cuanto a mi educación. Mi trabajo impresionó
mucho a nuestro querido director, monseñor Mondik, y en cuanto
me licencié me llamó a su despacho para darme unas noticias
asombrosas. Yo había dicho en el trabajo que mi mayor deseo era
aprender todo lo que pudiera sobre San Francisco, y ahora él
me contaba que yo había sido elegido para estudiar durante algunos
meses en los Archivos Secretos y llevar a cabo precisamente eso. Mons.
Mondik me dio una carta de presentación pasa su amigo de la infancia
Mons. Mercati, que ahora era jefe de los Archivos. La única condición
era que debería vivir en la pobreza, en la castidad y en la obediencia
–justo como un monje franciscano– durante el tiempo de permanencia en
Roma, lo que significaba vivir y vestir del modo más simple posible,
y comer sólo pan moreno, queso, fruta y hortalizas. Por otro
lado, Mons. Mondik me dijo que tendría un banquete espiritual
cada día al disponer de los inagotables tesoros de las edades
que se encontraban en los Archivos y en la Biblioteca del Vaticano.
Desde la perspectiva actual, transcurridos muchos años, todo
lo ocurrido fue que viví como un esenio para estudiar al que
era la personificación misma del espíritu esenio: San
Francisco. Y aunque entonces no lo sabía, pronto conocería
de los esenios más que nadie en casi quinientos años (1).
Mons. Mercati, una de las personalidades más inolvidables que
jamás he conocido, un amable y bondadoso sabio de ojos ardientes
y una memoria sobrehumana que –se decía– abarcaba los cuarenta
kilómetros de largos estantes de los Archivos. Me dijo que había
leído mi trabajo, y me preguntó por qué quería
yo estudiar en los Archivos. Le conté mi deseo de conocer la
fuente del conocimiento de San Francisco, estudiar todo lo que había
conocido el santo más original y único. La respuesta que
me dio fue misteriosa y fascinante. Me dijo que San Francisco era el
océano y yo debía encontrar el río que lo nutria,
igual que él lo hizo. Entonces debería buscar la corriente.
Y luego, si estaba afirmado en el Camino, encontraría la fuente.
Yo estaba tremendamente animado, no sólo por el reto de sus palabras,
sino también por su amabilidad hacia mí, por la señorial
compasión que brillaba en sus ojos y me envolvía como
en un abrazo. Decidí encontrar la fuente que decía, aunque
me llevara el resto de la vida. Y cuando observé bien por primera
vez los Archivos Secretos del Vaticano, comencé a pensar que
eso me ocuparía, o tal vez más. Había salas y corredores
sin fin, docenas de subdivisiones, una habitación con más
de 600 índices escritos a mano, y más de 40 kilómetros
de estanterías de rollos, pergaminos, manuscritos y códices.
En una esquina, había una habitación empolvada con más
de 10.000 envoltorios de documentos ¡sin examinar! Pero no estaba
solo en mi perplejidad. Había allí estudiantes de todo
el mundo, y compartimos una fraternal atmósfera de camaradería
y unión. No siempre entendíamos las lenguas de los demás,
pero teníamos en común una intensa dedicación a
nuestros estudios, y una inquebrantable devoción a Mons. Mercati,
a quien todos queríamos.
Quizá por mi fluidez en latín y griego, quizá por
mi paciente lucha con los índices polvorientos, un día
Mons. Mercati me premió con otra de sus misteriosas manifestaciones:
"Recuerda hijo mío que el océano latino está
alimentado por el río griego, que está alimentado por
la corriente aramea, que se origina en la fuente hebrea". Y me
asignó un monje francés para que me ayudara en arameo
y en hebreo, lenguas que no dominaba como el latín y el griego.
Sus palabras iluminaron algo en mi mente, como un movimiento del ajedrez
que repentinamente revela todo el juego, y poco después supe
que estaba en el camino correcto.
Fue entonces cuando decidí descender por una misteriosa escalera
circular que conducía a la parte más antigua de los Archivos,
donde se guardaban los documentos más preciosos y antiguos. También
me había fijado en una puerta siempre cerrada próxima
al final del corredor inferior que conducía al despacho de Mons.
Mercati, de la que sólo él tenía la llave. Pero
por el momento me concentré en la mencionada parte más
antigua de los Archivos, bregando corno nunca antes con cuatro lenguas
arcaicas, moviéndome tanto con la intuición como con un
trabajo de detective perseverante.
Cuando finalmente tuve mi primera clave real sentí una profunda
satisfacción y un insaciable deseo de saber más. Fui inmediatamente
a Mons. Mercati y le pedí permiso para visitar los archivos del
monasterio benedictino de Monte Casino. Me lo concedió con un
guiño de ojos. Su carta de recomendación para el Abad
estaba fechada del día anterior. Se divirtió con mi asombro.
"Ve con Dios, hijo mío. Creo que has encontrado el río."
Había encontrado el río, aunque mi primera visita a Monte
Cassino no reveló la corriente. Pero después de pasar
una semana en el monasterio observando el paseo de los monjes por los
bosquecillos y trabajando en su huerto, comiendo su pan y los frutos
todos juntos en sus comidas comunitarias, meditando en sus pequeñas
celdas, cantando unidos sus bellos cánticos mañana y tarde,
supe lo que tenía que encontrar en los Archivos Vaticanos, y
supe dónde buscarlo.
Volví a Mons. Mercati. Reuní todo mi valor y le pedí
la llave de su habitación cerrada. Hubo una larga pausa mientras
sus ojos buscaron los míos, y entonces me la dio solemnemente,
deseándome suerte y diciéndome que me asegurase de devolvérsela.
Entré en la habitación secreta como un antiguo iniciado
debía haber entrado en la cámara secreta de la Gran Pirámide,
y me abrí camino solo a través de los polvorientos manuscritos
empleando todo el conocimiento –que me había costado tanto conseguir–
para encontrar el camino. No transcurrió mucho tiempo hasta que
encontré lo que buscaba.
Pocos días después devolví la llave a Mons. Mercati
y le pedí permiso para volver a Monte Cassino. Miró mi
rostro y sonrió: "Me alegro de que hayas encontrado la corriente,
hijo mío. Ahora espero que encuentres la fuente". Y de nuevo
me entregó una carta fechada del día anterior, esta vez
pidiendo al Abad que me dejara usar las grandes vitrinas del Scriptorium.
Ahondé en los archivos de Monte Cassino como pez en el agua.
El río de San Benito me llevó; me impulsó la corriente
de San Jerónimo, que había descubierto en el precioso
almacén de la habitación cerrada, y escudriñé
versiones inéditas de Josefo, Filón y Plinio, junto a
muchos otros clásicos latinos. De nuevo vi los hermosos manuscritos
de San Jerónimo. Muchos de estos inapreciables trabajos se habían
considerado perdidos desde hacía mucho tiempo, y yo leía
y leía como en un cuento de tesoros de increíble riqueza.
Averigüé que otras copias de sus trabajos existían
aún entre otros monasterios benedictinos, como en la biblioteca
de San Salvatore, donde permaneció por siglos una bella copia
hasta que con la destrucción de la abadía llegó
a la Biblioteca Laurenziana de Florencia, donde ahora se la ha catalogado
como el Evangelio Amutino.
Los manuscritos originales de San Jerónimo, que se creían
perdidos en el siglo V, por fortuna sobrevivieron en el monasterio benedictino
de Monte Cassino y en el Vaticano. Entre estos manuscritos estaba el
texto completo del Evangelio Esenio de la Paz.
Había encontrado la fuente: fragmentos hebreos del Evangelio
Esenio, la versión aramea de la cual yo había leído
en los estantes de la habitación cerrada de Mons. Mercati. Supe
ahora la procedencia de la luz intensa que brillaba en esa figura amada,
y percibí por un instante la heroica medida de su silencio. ¿Debería
también yo ahora guardar silencio?
Volví al Vaticano y fui inmediatamente al despacho de Mons. Mercati,
ese estudio lleno de libros que había llegado a conocer tan bien.
Cuando levantó la vista, vi algo nuevo en su expresión:
mezclada con su familiar mirada de sabia compasión había
una indescifrable mirada casi de conmiseración, de algo compartido
que él nunca había compartido con ninguna persona.
–Has encontrado la fuente –dijo en tono bajo.
–¿Cómo lo sabe? –pregunté
–Porque, hijo mío –dijo centelleándole la mirada–, tienes
esa apariencia.
Y de nuevo esa extraña expresión cruzó su rostro.
Vi reflejada en ella toda la sabiduría y la compasión
de las edades, mezclada con el tierno humor y la participación
en un secreto indeciblemente precioso. Repentinamente, las lágrimas
inundaron mis ojos.
–¿Qué haré, Padre? –pregunté.
–Deja que San Francisco cante en tu corazón –susurró.
Me arrodillé y besé su mano. Él dijo sólo
una palabra, la palabra en latín más corta: "I"
(ve). Y me fui y nunca más le volví a ver.
Otros datos extraídos de las págs. 22, 118 y 158 del mismo
libro
La Sorbona, Universidad de París, otoño de 1925, Ante
sus compañeros de clase el autor lee la acostumbrada conferencia
anual –que cada alumno tiene que dar– acerca de sus trabajos en los
Archivos Vaticanos. La conferencia siguió los cauces habituales
de publicación en multicopista para ser distribuida entre los
alumnos (2), y lo mismo ocurrió con la traducción literal
del arameo al francés del Evangelio Esenio de la Paz.
En 1933 aparece la traducción inglesa a partir del francés,
de Purcell Weaver, la aquí presente.
En Ciudad Victoria, México, la profesora de literatura española
Rita de Vargas, y el profesor de historia exilado por la reciente guerra
civil española, Lacalle, realizan la primera traducción
y publican El Evangelio Esenio de la Paz.
* Fragmentos de las primeras páginas del libro Search for the
Ageless, vol. 1, de E. Szekely, Academy Books, 1977.
(1) Era junio de 1923, y el autor tenía 18 años.
(2) Los recuerdos de esta conferencia han sido transcritos en el libro
The Discovery of the Essene Gospel of Peace. The Essenes and the Vatican,
Academy Books, 1977.
* Las obras de Edmond Bordeaux Szekely mencionadas, así como
sus otras numerosas obras, pueden solicitarse a la Sociedad Biogénica
Internacional (Apartado 372, Cartago, Costa Rica). http://portalespiritual.cyberxcel.com/cristo/esenios.htm
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